Imagino que serán las dos series de este año. Así que, vistas ya, puedo dar una opinión.
Lo haré desde dos perspectivas. La primera será ideológica; la segunda, artística.
Todo producto, toda obra de arte tiene una interpretación política, incluso aunque pretenda ser apolítica. Nadie es completamente objetivo, cuando elige una determinada visión de la realidad. Somos subjetivos y, además, quizá sería necesario que no lo ocultáramos. Y, sin embargo, parece conveniente hacerlo, ya sea porque queramos distanciarnos de cierto arte comprometido, o por razones económicas o sociales; quizá temiendo que ese compromiso nos ponga en un brete o limite nuestra presencia en el mundo.
Las dos series ocultan una visión, pero no lo hacen completamente. Si te fijas con atención, puedes observar lo que hay en la trastienda, los hilos que se mueven...
En Antidisturbios, a pesar de su formato de género -un thriller a la americana que se interesa más por la corrupción institucionalizada-, lo que encontramos es un mensaje muy sencillo: el sistema, el statu quo puede limpiar la podedumbre desde dentro -si no, habría que asumir algo inconcebible, que vivimos en una farsa-, aunque, está claro, tiene sus limitaciones y hay que aceptar ciertas reglas y asumir que no es posible cambiarlo del todo, si quieres medrar y sobrevivir.
Más o menos, como lo han interpretado los americanos desde hace mucho tiempo.
Que los antidisturbios sean violentos y representantes de la represión más salvaje es sólo una excusa para hablar de otros temas. Que se les intente humanizar es loable y hasta resulta creíble -no pueden evitar ser cómo son- con algún toque de humor al final -el famoso "Piolín"-.
Quizá hubiera faltado ver la otra parte de manera más compleja -los que luchan contra los desahucios o los inmigrantes sin papeles-, pero entonces el tono hubiera sido otro; estaríamos no ante una serie de género, sino ante otra de carácter social y tal vez, entonces, no hubiera tenido tantos espectadores.
Patria se apoya en una novela, que ya, de por sí misma, es parcial. Nos encontramos ante una perspectiva sobre el conflicto vasco tan respetable como cualquier otra. Quizá el problema es que, del Ebro para abajo es la única que existe, la que se ha alimentado en los medios durante décadas. Tampoco se plantean otras visiones, que existen, y que sería muy interesante que se difundieran. Por el momento, no interesa...
Dejo aquí la de Asier eta biok, muy diferente y, en mi opinión, más interesante.
ASIER ETA BIOK
En cuanto a Antidisturbios, si asumimos el presupuesto ideológico, nada que objetar. Es una serie que funciona, muy bien dirigida y que se devora con placer. Me surge cierta duda en el desarrollo de alguno de los antidisturbios, pero el personaje central, la investigadora de asuntos internos, te atrapa y no creo, en el fondo, que Sorogoyen busque otra cosa que entretener, y eso lo consigue sin problemas.
En Patria se busca algo más: emocionar. Si asumes los postulados, quizá lo consiga, pero, sin haber leído la novela, lo que veo son estereotipos. Tanto en el planteamiento general sobre el conflicto -los buenos, las víctimas de ETA (que son no sólo los familiares de las víctimas directas, sino también las familias de los presos) frente a ETA, el gran mal- como en los personajes con reacciones y discursos o diálogos, que no me convencen y tampoco encajan con la realidad que conozco. Es cierto que hay otras realidades y otros personajes. Se tiende a la simplificación en el tema y eso empobrece las historias de este tipo. Los grises requieren más tiempo y venden menos...
Hay una virtud, que, tal vez, también esté en la novela: la estructura -yendo constantemente del pasado al presente- y, además, el papel coral de todos los personajes -un intento, fallido, de que la perspectiva sea múltiple-. Y los actores que, -sobre todo, las dos madres- hacen creíbles unos personajes que sin esa carga ideológica serían, por sí mismos, bastante interesantes y humanos, muy humanos.
Errores de dirección artística me parecen más leves. Por supuesto, se habla de tortura - aquí, al menos, hay alguna escena-, de asesinatos del GAL, de manipulación periodística, pero, en general, no se ven. Y eso siempre dejará coja cualquier visión, ya sea porque no se atrevan a mostrarlo con toda su crudeza o porque no encaje en los intereses crematísticos de la serie.
El discurso ideológico se reduce a estereotipos; un buen ejemplo es la conversación sobre el euskera de un cura con uno de los personajes; ¡cómo si un escritor euskaldun necesitara que le echaran ese sermón! O que no hablen euskera en un pueblo de Guipúzcoa... llamándose a sí mismos euskaldunes... Pero eso, me temo, está ya en la novela y seguramente es uno de sus defectos. Es una novela-tesis con diálogos previsibles e imposibles, ridículos y tendenciosos, si profundizas en este complejo conflicto.
Tal vez esos diálogos sobran; hay demasiadas palabras y pocos silencios... Por eso, el final es un buen final.
Imagino que, aunque no se difundan tanto, otros habrán de contar más historias sobre esta tragedia colectiva.
Necesitamos contarlas; porque son muchas las que aún están por llegar. Y no serán el discurso oficial como esta; esperemos que maduren y con el tiempo, sean más complejas.
Como la misma realidad...