martes, 2 de agosto de 2022

MUJER EN EL SIGLO XXI: EN MOVIMIENTO

 

¿Un final puede servir para construir una teoría? Sí, claro.

Las películas donde una mujer es protagonista, ¿cómo terminan? Sería interesante hacer una detallada investigación partiendo de este supuesto. Esto que sigue solo es una ligera tentativa de una idea que podría llevarnos mucho más lejos.

Empecemos por la vida de Adèle. Se confirma el presupuesto inicial: Adèle está en movimiento, se aleja de nosotros, nos da la espalda. Está en el momento más bajo de su vida, pero no se queda a llorar desconsolada, sino que camina. ¿Otra vida es posible?


En Girl de Lukas Dhont la protagonista también camina, pero esta vez de frente y sonriendo. 

No hace falta decir lo que eso significa. De nuevo, en movimiento.

¿Y qué podemos decir de La peor persona del mundo? Si en Girl la protagonista ha decidido ser mujer, física y mentalmente hablando, en la otra ha sacrificado su maternidad y relación de pareja para centrarse en su profesión. Vivir sola es posible.

Está sentada, trabajando con el ordenador. Sí, aunque no lo parezca, también hay movimiento.

Nada que ver, si lo comparamos con el final de Calle Mayor. No hay esperanza para una mujer que ha decidido rendirse. Nos encontramos ante un rostro convertido en estatua. Podría ser la sombra de Pigmalión o la condena de Medusa. Esta soledad es impuesta. 

Pero los tiempos han cambiado. Las mujeres no están dispuestas a detenerse.

En Retrato de una mujer en llamas el final, como no podía ser de otra manera, es pictórico. Tanto la penúltima como la última escena. En la penúltima, por medio de un cuadro. En la última, sin embargo, el retrato, la mirada de la artista desde el palco de enfrente, tiene como fondo la música de Rossini, Las cuatro estaciones. Ella está parada, sentada, obligada por las convenciones, pero no paralizada.

Sí, hay también movimiento. La mirada, el rostro, el cuerpo entero, la melodía, las lágrimas y... la cámara. 


De alguna manera, la cámara acompaña a una mujer del siglo XVIII que no puede moverse. 


Aunque en su interior ría, llore, baile, salte, corra, vuele... 



RIBEIRA SACRA

 


Dicen que un benedictino a principios del siglo XVII transcribió erróneamente un documento del siglo XII. En el original ponía Rovoyra Sacrata, algo así como "robledal sagrado". El roble siempre ha sido en las culturas celtas un árbol divino. El monje escribió, en cambio, Rivoyra sacra y así es como ha llegado a nosotros. 

El Sil y el Miño han creado valles profundos, cañones ricos en tierra cultivable. Los viñedos se agrupan en terrazas con pendientes, en algún caso, bastante empinadas. 

¿Llegó el vino con los romanos? ¿O fue más tarde, cuando los monasterios descubrieron un negocio que les proporcionaría cuantiosos beneficios? Los historiadores no se ponen de acuerdo. O eso nos dice una guía de uno de los paseos en ferry por el Sil. Nos confiesa que quiere presentarse a las oposiciones de secundaria para la pública; pocas plazas para muchos pretendientes. Nihil novum sub sole.

De entre esos monasterios destaca el de San Esteve. La iglesia tiene dos retablos; el renacentista preside el coro. Hay otro en piedra, románico, más atractivo: representan en una figuras esquemáticas, estilizadas a Jesucristo rodeado de sus discípulos. 


Transformado el resto del edificio en un parador aún conserva tres de los claustros. Dos son renacentistas y el último combina el románico con el gótico tardío. En las paredes de este hay unas pinturas; difícil distinguir cuál es tema. Aún quedan restos del color. 


Estos monasterios se enriquecieron en la Edad Media; fueron abandonados en el XIX. Entre las dos fechas podrían contarse muchas historias. 

En los altos de estas colinas puedes encontrar restaurantes. Además de la vista de los valles, disfrutarás de cocina casera. Sus propietarios suelen ser familias: verás al padre, la madre y los hijos. En O cova, mientras contemplas el cañón del río Miño, te ofrecerán carne a la parrilla. Los postres caseros no quedan a la zaga. 

Se cuenta que el fuego está quemando los bosques de estas tierras; aquí, al menos, por lo que he observado, todavía no ha llegado. ¡Al tiempo!

Estuve en Orense hace casi veinte años. No recordaba la Catedral y es extraño, porque no te deja indiferente. A la entrada un cartel nos agradece el que hayamos dejado un donativo; sorprende, porque el pago es obligatorio para poder visitarla. Debe de ser el sentido del humor gallego. 

Tenemos un gótico elegante, pero que conserva ejemplos de otras tendencias. Esculturas románicas, sobrias, distantes; portadas románicas que recuerdan a la del maestro Mateo; una capilla barroca, la del Santo Cristo, brillante: necesitas salir para poder recuperar el aliento. ¡Tanta es la riqueza y el esplendor que atesora! El altar mayor se mueve más en el Renacimiento. Las figuras del coro no desmerecen. 

Recordaba un museo arqueológico; me agradó porque era sencillo y aprovechaba con pocos medios el espacio que tenía. Me lo he encontrado en proceso de restauración con una fachada cubierta de andamios.

Había también una calle llena de bares. Si es la misma que he visto ahora, los bares se han transformado en restaurantes y han ocupado la calle con terrazas que no dejan sitio a los paseantes. El turismo lo devora todo. 

Para salir del centro está el puente romano, bañado por el Miño. En este siglo XXI también tenemos el puente al estilo "Calatrava". Lo podían haber llamado del "descubrimiento"; aquí recibe el nombre de "el Milenio". Es curiosa la pasarela peatonal en forma de anillo; un hilo muy fino y elegante. Al otro lado, subiendo una cuesta pronunciada, llegas a la estación de tren.

El AVE te llevará a cuatrocientos kilómetros por hora -en su tramo más rápido- hasta Madrid en dos horas. Visto y no visto. Más bien, lo segundo. 

Los viajes, ¡ay!, ya no son lo que eran.





lunes, 1 de agosto de 2022

VILACAIZ (y II)

 

Se escucha el canto de un gallo, ladridos de perros, algún mugido ocasional. Son los sonidos con los que comienza una mañana aquí. 

Mi amigo sabe que necesitará mucho tiempo y trabajo para levantar todo esto de nuevo. Aunque, como yo, es un urbanita, su mirada ya no es la misma que pueda tener yo. "Ahora soy un terrateniente", me dice con sorna. En estos días, por las tardes, ha hecho una zanja para dirigir un reguero de agua que uno de los vecinos ha dejado libre dejándole una parte de la finca anegada. También ha cortado las malas hierbas, arreglado la lavadora o el horno. Está dispuesto a tomarse muy en serio este tipo de vida. 

Le acompaña Luka, una perrita de trece años. Una "viejita", como la llama mi amigo cariñosamente. Casi siempre está durmiendo; sólo cuando intuye que le van a dar de comer, sus ojos brillan. También cuando persigue a unas ovejas alocadamente. Es como si despertara de repente su instinto natural de cazadora. 

Nos dicen que en los alrededores han llegado a ver a algún lobo. También jabalíes o zorros. Uno de ellos fue quizá quien debió dejarnos su tarjeta de visita en forma de deposición una noche en la escalera. 

En Vilacaiz, aldea la llaman por estos andurriales, no hay más de veinte vecinos. Y la mayoría vienen o los fines de semana o en verano. La carretera comarcal, la que te lleva a Currelos, el pueblo más cercano, separa las fincas de unos y otros. A nuestro lado de la frontera asfaltada tenemos la iglesia y el cementerio. En la iglesia, en la que sólo se celebra misa el primer domingo de cada mes, quedan algunas lápidas, colocadas en los muros que la protegen. Son las más antiguas que he logrado encontrar; no van más allá de los años cuarenta. Imagino que los demás huesos de antiguos parroquianos o fueron trasladados o se encuentran bajo el campo de margaritas. 


Todos los caminos aquí tienen un sentido. El asfalto no llega más allá de unos metros, los que necesite el propietario para el coche. Enseguida se convierten en senderos de tierra firme y bien asentada, que separan los terrenos y comunican a unos propietarios con otros. En las fincas encuentras desperdigadas, en paquetes bien atados, la paja o el forraje; a veces está cubierta por un plástico para que conserve la humedad y el sabor. 

Es importante llevarse bien con los vecinos, pero no siempre es posible. Ya se sabe: conflictos con los linderos y los límites de este o el otro, que si ese camino es privado, que si las ramas del árbol te pertenecen y el tronco, no. También se piden favores. Así que los vecinos son amables con mi amigo; no solo es el carácter abierto del gallego, que también, sino sentido común. Nunca sabes cuándo puedes necesitarle. Hay interés, por supuesto. Llegar a acuerdos y no arrastrar litigios es importante; o que tus ovejas puedan pastar en otra finca; o que tengas una salida para el coche más cómoda. Y a mi amigo en estos primeros encuentros le llueven los pepinos, tomates y lechugas del huerto de este; o el albariño o el orujo casero de aquel. Quid pro quo. La gente del campo es práctica. Le va en ello la vida. Alguno da consejos que mi amigo no ha pedido o atraviesa la finca sin pedirle permiso. Tendrá que poner los límites y saber moverse en este nuevo lenguaje con sus reglas y su vocabulario particular.

Currelos es el pueblo más cercano. Tampoco es que haya mucho que ver: farmacia, un bar, un albergue privado, alguna tienda de ultramarinos. Si quieres ir al médico o empadronarte debes ir más lejos, a Vilasante. Y para asuntos de mayor enjundia como juzgado u hospitales, Monforte. El coche es imprescindible para moverse por aquí. Así que se entiende que llevarse bien con los vecinos sea tan importante.

Una pareja, con la que mi amigo tiene vecindad, nos invita a tomar pulpo en Currelos. Han recibido a mi amigo con los brazos abiertos. Él es un hombre cabal, directo, gusta del vino y la buena comida; es trabajador. Lleva sus vacas a pastar, hace la matanza, se ocupa de los terrenos. Le cuesta hablar en castellano; enseguida le sale un gallego cerrado y a veces nos cuesta entenderle. Ella, sin embargo, habla un castellano perfecto con acento y palabras gallegas bien condimentadas. Trabaja en otro pueblo de cocinera; se ocupa también del huerto. Habla, sí, por los codos. Si alguien nos ha informado de casi todo es ella. Debe conocer todos los secretos de la aldea; es una magnífica fuente de información. 

Hoy en Currelos, como todos los días veintiséis de cada mes, hay mercadillo. Y en una plaza han montado un tenderete con mesas y bancos corridos. El pulpo está muy bien hecho. En general, la comida gallega es sencilla y contundente. Y el nivel de vida de Galicia te permite vivir con cierta holgura, en general. 

Por la tarde escuchas el coro de perros, aullidos que se responden unos a otros. Las vacas y terneros del vecino, cuando dejan de pastar, nos miran sorprendidos. En un año esos terneros serán filetes; no lo saben, claro, así que ahora, inconscientes, degustan el pasto. 


Las ovejas, tras ser perseguidas por Luka, más tranquilas, devoran con fruición la hierba. 

Se levanta de vez en cuando una ligera brisa.