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domingo, 8 de junio de 2025

EL VIENTO SOPLA DONDE QUIERE

 

Siento una especial cercanía hacia Jonás Trueba. Ternura, podría afirmar, si no me pareciera algo irrespetuoso. Por eso, tal vez sus debilidades me irritan más. Es como si esperara que este hombre fuera un ser perfecto. No lo es, y eso le hace más atractivo. Me contradigo, sin duda. Es como esas películas de las que habla en sus comentarios, seleccionados de su blog El viento sopla donde quiere: películas enfermas, como las llamaba Truffaut, uno de sus referentes. Son películas que tienen muchos fallos, pero dejan una huella mucho mayor que las técnicamente inmaculadas.

Así que empezaré por las debilidades de Jonás Trueba, que, tal vez, son las mías, reflejadas en un espejo. Son pequeñeces, pero describen un carácter. Critica la dictadura de Cuba y a Fidel Castro, pero, en cambio, no hace lo mismo cuando menciona a Felipe VI y Leticia. Tampoco le voy a pedir que sea un nuevo Pasolini, pero, al menos, podría ser más crítico. Nunca le vería implicándose en política -mucho menos en la nacional-, porque eso tal vez supondría enemistarse con amigos. Y esto, lo admito, podría verlo como una virtud. Es discreto; así que su crítica nunca llegará a buscar el enfrentamiento; lo rehuye y lo evita. Intuye que eso le daría dolores de cabeza innecesarios. Podría mencionar algunas reflexiones sobre películas que contradicen su visión -muy parecida a la mía-, pero somos seres contradictorios. Las admito, porque todos tenemos "perversiones", que no nos atreveríamos a admitir en público. En realidad, lo peor y lo mejor de Jonás Trueba estuvo en su intento de entender la adolescencia, Quien lo impide, un documental que mostraba un mundo que le apasiona, pero sin profundizar del todo, sin arriesgarse a hacer daño, herir o provocar; solo quería que los adolescentes hablaran de sí mismos, pero, curiosamente, hablando de sí mismos, asumieron un discurso convencional. Hubiera querido más rebeldía, que sangrara y tocara heridas que dolieran. Ese nunca será Jonás Trueba y esa es su mayor virtud y su mayor defecto.

¡Son nimiedades! Sí, lo son. O tal vez no. Eso dependerá de qué camino escoja en los próximos años. Esos detalles que nos hacen como somos. Son los que siempre me irritarán en Jonás; los mismos que me lo harán tan cercano.

Esto que acabo de escribir solo representa una ínfima parte de sus reflexiones sobre el cine. El resto lo comparto plenamente. Su pasión por Mekas o Rohmer, por el cine independiente, experimental que busca alejarse de los canales de producción en masa, que vive el presente, curioso, mirando al infinito. Y no solo hablo del respeto y admiración por los clásicos; y aquí tenemos que incluir a Tarkovski y los representantes de la Nouvelle Vague y a Chaplin y a Wilder. O experiencias diferentes como la de Laxe, Hong Sang-soo, Jarmusch. Y tantos otros; algunos grandes desconocidos. 

En su tramo final expone la necesidad de que el cine pueda llegar a las aulas de manera diferente, que transforme nuestra mirada. Cine en curso es un proyecto en el que ha participado y sería muy interesante que llegara a más sitios. 

CINE EN CURSO

Sobre todo ha logrado implantarse en Cataluña. Sin embargo, quienes llegan a participar en el proyecto son muy pocos; en Madrid solo doce institutos en varios cursos. Es una pena que la realidad de la Educación no permita que esa mirada pueda extenderse. ¿Cómo planteársela, si necesita de una energía y un apoyo económico e institucional, del que muchos carecemos? O si, en cambio, se apuesta por proyectos, convertidos en cáscaras vacías las más de las veces, pero que, eso sí, reciben financiación y sirven para vender cierto marchamo de centro a la última moda. O si los mismos profesores, agotados, acaban llenando los huecos con películas que adormezcan a sus alumnos, cercanos a sus gustos, en vez de arriesgar. Es revolucionario ponerles una película en versión original. ¡No digamos en blanco y negro o muda! ¿Y si les contáramos que hay otras maneras de hacer cine y de verlo? Aceptamos la mirada que nos han impuesto. O no tenemos ni el tiempo ni los medios para hacerlo realidad.

Sí, yo también hecho de menos, como Jonás, esas "películas hechas con caligrafía imperfectas... con borrones y tachones... ; es decir, lo contrario de tantas que se hacen ahora, que fluyen de un plano a otro, sin que nos demos cuenta, anestesiándonos". 

Sí, Jonás tiene algo: esa ternura del niño que disfruta del cine, lejos de la industria y sus productos comerciales. Rara avis que sobrevive al pragmatismo y la utilidad inmediata, en peligro de extinción, como tantos otros conocimientos inútiles -la filosofía, el griego, la música, el francés, una biblioteca repleta de libros- y más necesarios que nunca.

viernes, 21 de febrero de 2025

JONÁS TRUEBA Y MARTA SANZ: EL ÚLTIMO ROMÁNTICO Y UNA "ACTRIZ" SECUNDARIA



"... Hoy toda la literatura ha de ser figurativa. Cualquier otra propuesta se considera insultante para la masa media informada. Lo insultante es gastarte el dinero para leer lo que ya sabes. Lo insultante es el retrato de la portera o un infancia entre las balas que no parezcan auténticos porque el lenguaje adopte la forma rutinaria de la repetición: la repetición nos tranquiliza. Lo insultante es despojar la palabra escrita de su potencial para generar curiosidad e inquietud. Un estremecimiento. Ganas de escalar o de tirarse por la rendija del mundo hasta el mismísimo magma terráqueo. Soy una pintora. Como mucho una poeta. A menudo estoy sola. A veces demasiado acompañada. No me conformo..." 

                                                                                                                        Los íntimos, Marta Sanz.


Mis alumnos de 4º ESO han recreado en un taller grafitis de pompeyanos sepultados por la lava hace dos mil años. 

Todos, de regreso, en el vagón del metro, miran el móvil. ¿Todos? No. Él, no. Le pregunto por qué no está en las redes, perdido entre píxeles.

-Quiero observar a mi alrededor, estar alerta... Siempre me pongo cerca de la puerta; puede pasar cualquier cosa... 

Tal vez el peligro real no llegue de fuera, sino del interior: los móviles les estallarán en las manos y nos harán pedazos...


Jonás Trueba. Las cartas que se escriben, las que se leen años después y abren extraños resquicios; las melodías que hablan de amor y desamor; el ritmo pausado de esta emoción y esa mirada; bailes que nos despiertan, risas que nos matan, silencios y rupturas, recuerdos y olvidos. Jonás Trueba es el último romántico.


Marta Sanz, en cambio, se siente una actriz secundaria; se despide del público en Los íntimos, mirándose al espejo y observando, cerca y lejos, al mundillo literario. ¡Ay, las pompas de jabón! Le gustaría ser una espía como Edurne Portela y José Ovejero; pero Ellroy ya la olvidó a los cinco minutos de dejarla en el hotel. 

Los escritores en Vida y ficción se preguntan por qué escriben: amor, muerte, cuerpo, vejez, poesía, infancia, miedo... Escribimos porque es inevitable, escribimos porque estamos condenados... 


Bailes desincronizados. Abrazos arrítmicos. Puños alzados al vacío, al borde del precipicio. Gestos simbólicos, débiles, inconsistentes. 

La educación pública. ¡Salvémosla! Hagamos ruido, levantemos la voz entre la indiferencia de la mayoría silenciosa. 

Sientes el estomago revuelto. No consigues expulsar todo este gas que te oprime el vientre. Incómodo. El olor. Ocultarlo. 


Otra alumna de Bachillerato escoge terminologías, las acaricia, las hace suyas:

-No es crisis climática, sino cambio climático. Estamos cambiando... 

Aparece mi desconfianza misántropica: 

-Deberíamos desaparecer como especie. La Tierra nos lo agradecería... 

Acaban de escribir signos del lineal B en tablillas de barro. Una civilización perdida ha regresado y se ha paseado entre los dedos de adolescentes confusos. Un milagro, sin duda. Los milagros también existen. Dicen que el amor también... 


¡No pasarán!

Me gustaría estar lejos de las cárceles y marcharme a una isla griega. Echo de menos ese mar, esa luz, ese olor a salitre. Rumores de voces infantiles.

¡No pasarán! 


viernes, 6 de septiembre de 2024

VOLVERÉIS

 

Si algo define a Jonás Trueba es su originalidad. Rodeado de un cine español comercial de factura técnica intachable, pero que ha asumido determinados estereotipos en películas de género o productos mascados para contentar al gran público, este director ha sabido con su estilo contarnos de otra forma, "francesa" en el fondo y en la forma, las relaciones de pareja. 

Siempre me han agradado las películas de Jonás. No solo por su frescura sino, sobre todo, porque sabe con muy pocos medios contarnos historias sencillas y atractivas. No busca al gran público, sino a una minoría cinéfila, "cultureta", afrancesada que preferimos la elegancia y la inteligencia al exceso, lo superficial y convencional. 

Un buen ejemplo de esto último es Paco Roca y todas las adaptaciones de sus obras, incluida La casa. Acaban aburriéndome, porque no aportan nada nuevo y, además, caen en la sensiblería y el sentimentalismo. Quiero que me traten como un igual, no que me manipulen a la manera de Spielberg. 

Así que aquí tenemos a Jonás; un Jonás que está orgulloso de las influencias recibidas: Truffaut o Godard o Rohmer, el gran cine francés. 

Y es aquí donde tal vez yo le pida más. En esta película, como en muchas de las últimas, además de contar una historia simple que parte de una idea excéntrica del tío Trueba -que interpreta al padre de la protagonista-, experimenta, juega con la "forma". Hay un doble juego de miradas, se divierte con las posibilidades del cine dentro del cine -Truffaut está ahí- o con el montaje discontinuo -Godard es la referencia, sin duda-. 

¿Y por qué no va más allá? Truffaut y Godard sí lo hicieron; sin embargo, Jonás Trueba, simplemente, se divierte. Me sorprende que no quiera explorar nuevos caminos. Tal vez haga bien; si alguien va más lejos, puede perderse. Y Jonás está a gusto moviéndose en su pequeño mundo. 

Sea como sea, frente a una industria del cine español que apuesta por más de lo mismo -señal de mediocridad-, Jonás Trueba propone otra manera de mirar. Y eso siempre lo agradeceré. 

viernes, 5 de enero de 2024

LAS CHICAS ESTÁN BIEN, BARBIE, OPPENHEIMER Y SECRETOS DE UN ESCÁNDALO: FEMINISMO Y EL FIN DEL MUNDO

 


Las cuatro películas que he visto durante estos días de descanso merecen unas palabras. Ninguna es perfecta; alguna lo busca; otra disfruta siendo sencilla. 

Barbie de Greta Gerwig funciona bien como divertimento feminista. Como en Las chicas están bien, el protagonismo femenino de las dos -actrices y dirección- abre nuevas perspectivas a los temas de siempre: la muerte, la soledad, el amor, la aventura de vivir. 

En Barbie se inventa un mundo paralelo donde las mujeres dirigen, toman decisiones y los hombres quedan fuera de las esferas del poder, son ninguneados: se necesita el choque con la realidad para que tanto ellos como ellas den un giro y tomen conciencia de sí mismos, rompan los estereotipos de masculinidad, feminidad, familia, relaciones de pareja. La estética es kitsch; el humor no va muy lejos; le falta mucha más mala leche.

Las chicas están bien de Itxaso Arana elige otro tono; se apoya en un estilo muy definido: el de Jonás Trueba. Esta vez quienes escriben son ellas: cinco actrices que cuentan sus recuerdos e impresiones en medio del ensayo de una obra de teatro. Es un cuento tradicional desde una mirada femenina. Es agradable, amable y tierna, sin que haya ningún tipo de pretensión. Toca temas fundamentales, sin que nos demos cuenta. Deja una buena impresión, sin que vaya más allá. Como Jonas Trueba. 


Se agradece este tipo de cine sencillo y libre, aunque siempre me gustaría que profundizara, que arriesgara y se abriera en carnes, que fuera menos amable y más doloroso.

Secretos de un escándalo es más compleja. Todd Haynes sabe medir los tiempos. Hay una reflexión sobre la mentira y la verdad; profundiza en un aspecto que una sociedad, cualquiera, aunque se enorgullezca de su igualdad, no admite tan bien: una mujer que se enamora de un adolescente. Años después, los tres personajes -la actriz que va a representar a esa mujer en una película y los dos implicados, con más años a sus espaldas y tres hijos- se mueven en aguas enfangadas. Asistimos a una falsedad medida, a una cotidianidad resbaladiza. La interpretación de las dos -la protagonista y la actriz que hará su papel- juega con la ambigüedad; no hay un final feliz que satisfaga a ambas, ni quien parece más frágil lo es tanto, en el fondo. 

El último plano son tres tomas de ese rodaje, ya en marcha. Y cuando la actriz pide otra toma para conseguir más veracidad, Todd Haynes corta. ¿Hemos asistido a una sucesión de mentiras? ¿Es posible que hubiéramos visto la verdad en esa última representación? 

Oppenheimer de Nolan es un tour de force brutal. 


En tres horas se nos da tanta información, que casi parece imposible que la podamos asimilar. Sin embargo, sí se consigue. El guión está bien construido y, excepto en el tramo final, con un personaje secundario, un antihéroe, que pierde fuelle en cuanto muestra sus cartas, la película mantiene un buen ritmo. 

Y si el tema principal de las otras tres era el feminismo, aquí, tal vez, sea el fin del mundo. La primera vez que se hizo estallar una bomba atómica fue un mes antes de Hiroshima y Nagasaki en una prueba en los Álamos. Esa parte, tal como se cuenta, es, sin duda, lo mejor de la película. Hay un antes y un después y el director nos lo hace saber con una planificación que te atrapa como una tela de araña. 

La perspectiva cambia; a partir de ese momento la conciencia del personaje se rebela. Su realidad ya no es tan firme. Eso es más interesante que todo el juicio posterior que le aparta del poder, promovido por ese antagonista mediocre. 

Al final, el mayor enemigo de Oppenheimer es él mismo. En la conversación final con Einstein se pregunta: ¿Hemos destruido el mundo? Sí, lo hemos hecho; hemos puesto la primera piedra, al menos, para que eso ocurra, nos asegura.

El último plano es una imagen del apocalipsis que nos espera. 

Barbie y Las chicas están bien miran al presente; Secretos de un escándalo al pasado. 

Oppenheimer es posible que esté mostrando nuestro futuro.  


sábado, 18 de junio de 2022

VIDAS PARALELAS: JONAS TRUEBA Y J. G. PERIOT (TENÉIS QUE VENIR A VERLA Y RETOUR A REIMS)

 

Jonas Trueba:

Me gusta su sencillez, sus deseos de experimentar, de jugar, de observar y contemplar la realidad. Evita juzgar a sus personajes. Los deja libres. 

Me gusta cómo nos muestra un espejo de nosotros mismos, o, al menos, de la generación a la que pertenezco -o de una parte de esa generación, la cultivada y leída-; y lo hace sin pretensiones. Mantiene un diálogo fluido y divertido con el espectador minoritario que encuentra en las salas de cine... 

El trailer o pseudo-trailer es un buen ejemplo de lo dicho hasta ahora...


pero... Sí, hay un pero. 

Querría que Jonás Trueba fuera más lejos. No lo hizo en su anterior experimento, el documental Quien lo impide. No quiere ni le interesa, me temo. Y es una pena, porque tiene mucho talento... 

A veces podemos pensar que hemos apostado por la sencillez, siempre digna de alabanza y poco transitada en general, y no darnos cuenta de que en cualquier momento puede transformarse en conformismo. Si no llevamos el experimento y el juego más allá, hasta el límite, nos traicionamos, nos acomodamos a unas reglas, asumimos precisamente aquello que queríamos evitar. No rompemos la baraja, sólo hacemos la vida más amable. Aunque tal vez ese sea el propósito de Jonás. 

¿O es el de no molestar? ¿O quizá el de tener libertad para hacer lo que quiera, disfrutando de la vida y de sus amigos, sin aspiraciones de gran altura? Pero ese espacio de libertad le puede llevar a la nada. O tal vez, precisamente, es eso lo que busque: la felicidad, la ataraxia, el nirvana... Que, sin duda, puede ser un objetivo muy encomiable y difícil de alcanzar en estos tiempos... 

Me gustan sus actores; sobre todo, Itsaso Arana. Su personaje es el más definido y completo. El resto, no tanto...

Como todo experimento, hallamos fragmentos, esbozos, ideas pergeñadas. Al principio, cuando sostiene cuatro planos de actores que, simplemente, escuchan una composición de jazz no puedes decir otra cosa que: ¡¡¡Bravo!!! Es interesante lo que se insinúa en los silencios y diálogos, más que lo que muestra. El corte final, rompiendo la tercera pared, cierra muy bien la historia. Y sin embargo... 

Sí, es un esbozo de película. Y tal vez por eso tiene su encanto... Pero...

J. G. Periot:

Me gusta de Periot su mirada al pasado como ya hizo en su anterior película Nuestras derrotas. El sí fue más lejos que Trueba en su Quien lo impide; mostró el lado oscuro de la juventud actual, su ignorancia y apoliticismo, el callejón sin salida en el que se encuentran. Trueba ahí, seamos sinceros, se quedó en la superficie... 

https://www.rtve.es/play/videos/dias-de-cine/nuestras-derrotas/5630932/

No es la mirada de Periot sobre el pasado condescendiente ni acrítica; no hay idealización, sino una reflexión, a veces dura y seca, sobre aquello que nos ha traído al presente. Me gusta su visión del documental como algo vivo, que juega con el tiempo y el espacio, con la imagen y los recuerdos, en el que la palabra y la rima visual se convierten en un espejo en el que mirarnos. Pero no basta con contemplar nuestro reflejo; debemos romperlo en mil pedazos. Y Periot lo hace. 

La primera parte es una reflexión sobre nuestros abuelos y padres, condenados a formar parte de los explotados, que fueron obligados a trabajar, a abandonar la educación a edad temprana, a morir jóvenes, a ser humillados. Te emociona y te obliga a pensar sobre lo que significó para esas generaciones el trabajo y la, hoy perdida, conciencia de clase.

La segunda parte quizá sea difícil de asimilar; se nos hace más árida. Me recuerda a un ensayo -no olvidemos que es una adaptación de una obra de Dedier Eribon-. Periot construye un discurso político bastante coherente: una reflexión sobre el auge de la extrema derecha entre los desfavorecidos. Tal vez hubiera necesitado más tiempo para desarrollar todas las ideas que aparecen.

A Periot le gustaría que el epílogo fuera un aldabonazo de esperanza: es posible que la izquierda retome el rumbo y el discurso y a sus votantes, si se hace más radical, si recupera sus raíces. 

Puedes ser escéptico ante esa ingenua reflexión final, -sobre todo, cuando observamos la  fragmentación de luchas y objetivos, tan claramente visible en los planos finales, frente al discurso simple y eficaz de la derecha-, pero eso no disminuye el valor de esta película combativa y radical, en su sentido más digno.

Jonás Trueba y J. G. Periot.

Si hay algo que ambos autores comparten, sin duda, es una mirada particular. Les gusta experimentar, buscan un espacio propio, que saben minoritario, y una libertad que les aleje de los grandes engranajes de poder en la industria.

Investigan en el fragmento y lo caótico la verdad del mundo. Lo construyen con esos fragmentos, conscientes de que ya no podemos confiar ni creer en Verdades absolutas. 

Son sencillos y directos; su discurso es claro y preciso, aunque sus objetivos y estilos difieran. Si Trueba prefiere insinuar, Periot se decanta por el puñetazo en la cara. 

Trueba no deja de ser un burgués, un intelectual de clase media. Y sus historias bucean en los sentimientos de las relaciones de pareja. Nunca profundizará en los grandes dramas colectivos, porque su búsqueda es individual; yo diría, incluso, que íntima, fuera del tiempo... Me gustaría que alguna vez rompiera el espejo... pero no sé si podrá o querrá hacerlo.

Periot, en cambio, es hijo de obreros. Su conciencia es colectiva; su mirada es hegeliana. La Historia familiar es un fragmento de la Historia de un país o de todos los países, de la Humanidad. Seguirá rompiendo espejos. El único riesgo es que pierda el vínculo con las emociones vitales y construya un discurso alejado de ellas. 

Vidas paralelas.

Me pregunto si algún día volverán a contemplarse... 


sábado, 25 de septiembre de 2021

LA ADOLESCENCIA, EL FARSANTE Y EL COMPROMISO: JONAS TRUEBA Y JEAN GABRIEL PERIOT


La adolescencia es un momento complicado. Todo es posible y una sorpresa y un riesgo. Las emociones son difíciles de controlar. La vida gira a tu alrededor y no sabes qué hacer. Si te equivocas, los errores no pesan tanto... Aunque entonces, cuando somos jóvenes, lo parezca...

Jonás Trueba ha presentado su nuevo trabajo en colaboración con un grupo de adolescentes en el festival de Donosti. Más de cinco años compartiendo cambios y perspectivas con ellos. Hace un par de años vi un primer esbozo, aún sin montar ni definir del todo. 

No puedo decir mucho de la versión que ha presentado, Quien lo impide, en el festival de San Sebastián. En primer lugar, porque ha reducido horas de metraje en una hora y media escasa. En segundo lugar, ha añadido los años de la pandemia a esa visión de la adolescencia. 


Sin embargo, no creo que ni el tono ni el planteamiento haya variado, por el trailer, que sí he visto. Y sé lo que me gustó y lo que no me gustó de esa propuesta...

Y para eso, para decir lo que me pareció, me apoyo en otro experimento colaborativo: el de Jean Gabriel Periot, Nos defaites; Nuestras derrotas. 

Periot es un director muy interesante. Se movió al principio en el mundo del video-arte experimental. Lo que nos ofrece es un punto de visto directo, comprometido, político en el sentido más amplio y honrado del término. 

Lo experimental va de la mano con su interés por la historia y el cine o la fotografía en casi toda su obra. Queda claro en este cortometraje de diez minutos sobre Hiroshima.


Si queremos entender el presente, hay que comprender y profundizar en nuestro pasado. Lo demás es mirar a otro lado y justificarnos, mientras lo hacemos. Y son muchos -artistas o no- los que prefieren no comprometerse o no molestar al poder establecido o al fascismo que empieza a sernos familiar en el día a día, aunque oculte su rostro de manera más o menos sutil. 

Esta actitud de Periot es cada más evidente en sus largometrajes documentales o de ficción. El cuarto, Regreso a Reims, aún por estrenar, y que también se puede ver estos días en Donosti, en la sección Tabacalera, recorre la historia de la clase obrera francesa desde los años 50, partiendo de una novela-ensayo de Didier Eribon. 

Aquí, en este enlace, hay algunos clips o escenas del documental. 

Periot, sin abandonar algunas ideas -experimentales y bastante atractivas de sus primeras obras-, toma desde hace unos años un camino contundente o, por decirlo de otra manera, narrativo. 

El punto de partida de Nos defaits es parecido al de Jonás, pero Periot va más allá, en mi opinión. Trueba se queda en la superficie; nos habla, teniendo como referencia ese nuevo género tan de moda hoy en día en el que la ficción y el documental se mezclan, de una realidad compleja y que merece ser tratada desde nuevas perspectivas, sin duda. Son ellos, los chicos, quienes nos cuentan sus experiencias, su visión del mundo, y eso da frescura a lo que vemos, pero Trueba marca un tono general y este es amable, agradable, asumible para un gran público. Y para mí esa decisión es decepcionante.

Periot es más valiente. Va mucho más lejos en todos los sentidos. Primero, porque su apuesta estética es mucho más interesante. Su punto de partida es metalingüístico; propone a un grupo de adolescentes que interpreten escenas de películas políticas y comprometidas de los años sesenta y setenta. Y lo hacen muy bien. La vuelta de tuerca viene a continuación, por supuesto. ¿Qué piensan ellos, como jóvenes, ahora en el siglo XXI, de los conceptos que estaban de moda entre los adolescentes de hace dos generaciones: revolución, rebeldía, comunismo, capitalismo? ¿Son posibles en la actualidad? 

Las respuestas retratan muy bien a una generación con unas expectativas que nada tienen que ver con las de sus abuelos. La decepción, la sensación de que no se puede cambiar nada, la desilusión por lo político, la ignorancia de conceptos claves.


Trueba se queda en el presente; no arriesga. Tal vez porque prefiere el punto de vista del adolescente y desecha el más maduro y crítico. Periot, en cambio, mira al pasado, lo reinterpreta, da sentido a este presente en el que sólo nos caben derrotas. O, si acaso, aunque sepamos que vamos a perder, luchas dignas. 

Trueba no es valiente o, más bien, en Quien lo impide es simplemente un director -aunque venda otra cosa y hable de experimentos; es cierto que comparado con otros documentales españoles ofrece algo diferente- bien asentado en el sistema o que no ha querido complicarse la vida -solo pretendía escuchar a esos jóvenes, sin hacer juicios de valor-. En resumidas cuentas, ha buscado un producto que guste a todos: a sus chicos y al gran público. Es una elección, respetable, sin duda, pero cobarde en el fondo, de un creador, que, sin embargo, en el resto de su filmografía camina por el alambre y en los márgenes de la industria y lo comercial.

Periot da un paso más. El compromiso es eso. Mostrar la realidad, hablar de política, la de verdad, la que nos afecta a todos, aunque no guste lo que digas, aunque resulte incómoda o, precisamente, por eso. Quitar las máscaras a una realidad que no deja de ocultarse bajo eufemismos y buenas intenciones.

Lo demás es farsa. 

Lo siento, Jonás. Aquí has sido un farsante. Como la Holly de Desayuno con diamantes. 

Periot, por el contrario, no. 

Esa es la diferencia entre una representación y el compromiso.