Ayer soñé con Ella; y hoy, otra vez. Se baja de un tranvía; antes me da dos besos en las mejillas. O desaparece en las escaleras mecánicas del metro, distante, sin preocuparse si la sigo; la busco en el andén, pero ya no está.
¿Es una mujer real en estos sueños? ¿Es de carne y hueso? ¿Sólo transmiten mis miedos y obsesiones: esos rincones oscuros?
En 1996 James Ellroy se decidió a escribir una especie de autobiografía tras su cuarteto de Los Ángeles. Yo, como tantos otros, le conocí por la adaptación de su novela más conocida. L. A. Confidential.
Pero Mis rincones oscuros no es ficción, o, al menos, no lo parece... Cuatro partes diferenciadas con un estilo sobrio y frío. En la primera sólo tenemos un informe policial que refleja la investigación de un asesinato, cometido en junio de 1958, el de una pelirroja: era la madre de James Ellroy. Nunca se supo quién la violó y asesinó.
En la segunda, sin abandonar su estilo preciso y seco, el autor nos cuenta su infancia y juventud. El asesinato de su madre le lleva con el paso del tiempo a un mundo de fantasía y autodestrucción; sólo le salvará la literatura.
En la tercera contrata a un investigador, un policía jubilado, para descubrir al asesino: un MacGuffin clásico; el Hombre Moreno y la Rubia son sólo la excusa para contar otras cosas. En la cuarta descubrimos quién fue su madre.
Ellroy es despiadado; consigo mismo, con su padre y con su madre. Los disecciona; necesita hacerlo. Los tres son mentirosos y farsantes. La mentira es una constante en los personajes que aparecen: testigos, asesinos, violadores, mujeres divorciadas o casadas con hombres borrachos y violentos... El mundo de Elrroy se recrea en la obsesión, la violencia y la mentira.
Nosotros también mentimos. Mis padres mintieron. Yo, por supuesto. Ella, también. A veces la memoria nos hace creer que esas mentiras son la verdad, que eso fue lo que sucedió realmente; el paso del tiempo, nuestra percepción subjetiva, los prejuicios que nos acompañan, aunque no los aceptemos como tales, o repetirnos una y otra vez la excusa que hemos aceptado y asimilado con los años, porque nos interesaba o nos protegía, deforma los hechos. Los sueños se confunden con la realidad. Buscamos la verdad, porque mentimos. Siempre lo hacemos. Ocultamos hechos; los suavizamos, cambiamos detalles. La realidad es compleja; necesitamos la mentira para sobrevivir. Ante los otros; ante nosotros mismos.
¿Pueden unos datos constatar que esos hechos son falsos? ¿O los testimonios de otros? Sí y no. Se abren caminos que no conducen a ningún sitio; otros sólo sirven para despertar fantasías, hipótesis... Cualquier investigación, sea la de Ellroy o la mía, deja cabos sueltos. Desaparecen documentos, se destruyen. Y, aunque tuviéramos todos los números, direcciones, fechas, no nos serviría para saber quiénes eran ellos, quiénes somos nosotros.
Nos preguntamos si la búsqueda de la verdad nos pueda servir. ¿Será útil? ¿No será otra ficción, imaginada, inventada para salvarnos de nuestras propias obsesiones, una manera de sublimarlas, como hace Safo, de enfrentarnos a ellas con valor, como Atenea? El sexo, el juego, el trabajo, la literatura: formas de escapar de nuestro destino y de nuestras pesadillas...
Ayer y hoy he soñado con Ella.
La memoria es frágil; no te puedes fiar de lo que te cuente. La imaginación nos hace libres y transforma el mundo y lo deforma y lo manipula. Somos seres fallidos; y es ese detalle el que nos hace tan atractivos, tan humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario