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sábado, 24 de mayo de 2025

HORMIGAS EN LA TIERRA


Cuando alguien nos recomienda un libro, sea un amigo o un compañero, nos señala un camino desconocido. Que lo sigamos o no, depende de nosotros. Que ese camino nos lleve a otros o se cierre en falso, forma parte de la vida y de las experiencias que tendremos. Siempre hay que agradecer que nos guíen en una dirección o un rumbo que, tal vez, sin ese gesto, nunca hubiéramos tomado. Nos lleve al infierno o al paraíso. Eso no importa tanto.

Dos de mis compañeros, buenos lectores, me han recomendado sendos libros. Siempre he tenido en cuenta sus gustos, porque, aunque puedan ser parciales, saben de lo que hablan. Cuando hice una selección de libros que el instituto pudiera comprar para la biblioteca del centro -esa biblioteca que nunca existirá como tal, que llevará ese nombre, pero será un espacio de libros sin lectores- les pedí listas de sugerencias. Cada uno a su manera me dio su perspectiva y amplió y mejoró un catálogo desigual. 

Gracias a M. he descubierto a Richard Ford, un autor norteamericano, de esos que saben escribir la gran novela americana sin despeinarse. A., lo hizo con El jardinero y la muerte de Gospodínov; me dijo una frase que me atrapó de inmediato.

-Hay detalles en esa novela que solo pueden comprender los que han vivido la muerte de un padre o una madre. 

El jueves, antes de asistir a una conferencia sobre el epicureísmo y el estoicismo, busqué el libro por el centro. Se había agotado en muchas de las librerías; finalmente, lo compré en La Central. Caminé hacia el museo de San Isidro, el lugar donde se celebraría la conferencia, con la bolsa de papel en la mano. Cada vez hace más calor y los días primaverales que hemos disfrutado en abril y mayo se acaban; como hacen los gatos, epicúreos por naturaleza, me dejé acariciar por esta brisa y esta luz.

Como llegué antes de tiempo, me animé a echar un vistazo al museo. En realidad, lo que buscaba era un sitio donde sentarme y descansar. Ni un solo banco; solo pasillos y objetos tras cristales en semipenumbra. Me fijé que, al otro lado de una puerta de cristal, había un pequeño jardín interior. ¡Y un banco donde podría sentarme! Y así lo hice. Dejé la bolsa de papel a un lado. Miré a mi alrededor. Enfrente tenía el exterior, o más exactamente, el ábside de la iglesia de San Andrés. El ruido de la cercana plaza de los Carros, lleno de turistas, bares y terrazas a pleno rendimiento, no llegaba hasta aquí. Esa misma mañana, durante la clase, me irritó el zumbido de los alumnos, su cháchara intranscendente. Es una tortura buscar el silencio y tener una profesión donde eso es casi imposible. Sin embargo, ahora podía escuchar el canto de los pájaros, el fluir de una fuente. Un madroño, un olivo, un majuelo; hiedra, salvia, romero... El jardín de Epicuro. ¿Estaba en Madrid, ciudad moderna donde hay manifestaciones, tráfico, movimiento perpetuo, o en una de esas islas griegas a las que me gustaría vivir, cuando me libre de la condena del trabajo? La luz suave del atardecer dejaba sus postreros guiños en las copas de los árboles. 

Podía empezar la lectura. 

Leía unas cuantas líneas. Llegué a esta: 

¿Seguimos existiendo si se va la última persona que nos recordaba como niños?

Las imágenes se agolpan, una tras otra, una y otra vez. Cientos de palabras; no cabrían en un libro. Mucho menos en la entrada de un blog. 


Quería estar solo. Caminaba por las calles de Buenos Aires o las de Burgos. Un lunes; la gente iba a trabajar, se cruzaba conmigo. Su ritmo no era el mío. No encajaba; disonancia melódica. En mitad de la Avenida 9 de julio delante de un semáforo no puedo moverme. Me he convertido en una piedra; el dolor te convierte en una piedra. El semáforo está en verde, la gente pasa a mi lado, caminan muy rápido; ya no puedo seguirlos. Me pongo a llorar. 

Permanecer en la memoria de una niña.

Ellos morirán del todo, cuando mi hermano y yo no existamos. Es posible que ya sean inútiles las palabras que escriba, porque nuestra memoria es una sucesión de recuerdos falsos e inventados. Ellos dejaron de existir hace mucho tiempo. Cuando morimos, nuestra existencia es ligera, volátil: el vuelo de una mariposa, el llanto de un niño. Cuando mueren quienes nos conocieron, desaparecemos. Nadie nos recuerda. A no ser que antes se comparta con otros, a no ser que se deje algo por escrito. Y también desaparecerá. Engañaremos un poco más al tiempo, retrasaremos lo inevitable. Todavía escuchamos sus voces durante unos meses, pero tarde o temprano dejaremos de escucharlos. Todavía intuímos los trazos de una letra, el contorno de una palabra, antes de que se borren para siempre. 

Nunca más volvió la Navidad. Con ellos murió la Navidad. Y las llamadas de teléfono en mis cumpleaños. Y la infancia donde somos casi inmortales. 

Escribe con las manos las palabras en el aire. 

No hay palabras al final: un estertor, una mirada perdida, respiración agitada. Y, después, el frío, la descomposición, el olor acre y ácido que impregna la ropa, el aire.


Apagón en el sur de Francia. Hace unas semanas en toda España y Portugal. La oscuridad acecha al futuro.


Llamadas de madrugada. Quien llama de madrugada no trae buenas noticias. Le cerré los ojos. ¿Quién nos cierra los ojos, los que ya no ven, los que yacen, muertos, en el fondo de las pupilas?

La enterramos un día soleado de enero. Me gusta visitar los cementerios. En París, Madrid, Roma, Atenas. En Buenos Aires, San Francisco, Kioto, Pekin. En Tarancón, Ondárroa, Palermo, Nauplia. Llueve en esos cementerios. Brilla el sol allí. Bajo un árbol, en un secarral, cerca del mar o de una montaña. 

Las casas abandonadas. Murieron sus habitantes. Jardines abandonados; crece la maleza, las malas hierbas, los árboles se secan. También se mueren los jardines y las casas. Se mueren mundos, miles de mundos que ya no volverán. Del mundo antiguo, ¿qué nos ha quedado? Restos de un naufragio. Algunos nombres se conservan miles de años después, en las lápidas, en las inscripciones. Sus historias, los detalles, las pequeñas cosas que explicarían sus vidas se han perdido. Nombres. Solo los nombres. 

Soñamos con los muertos. Creamos vidas paralelas. Mi abuela estuvo viva en mis sueños años y años. Se mezclan ahora las dos vidas: la que vivió en mis sueños y la otra, la que llamamos real. Sé que C. soñó con mi madre unos meses. Su espíritu se le apareció. Y con el tiempo también se marchó. 

Lejos están la tristeza, el dolor punzante, la descarga que te aplasta, que remueve el cuerpo y lo atraviesa. A mi lado se quedó la suave ternura de la nostalgia que sobrevive al dolor y a la ausencia. Donde está el gato, ahí tienes que estar tú. He aquí el ciclo circular del mundo: transformación eterna que nos libera y nos encadena. 

Las hormigas rodean la tumba de mi madre y mis abuelos. La tierra se llena de un negro sofocante, avasallador, brutal. Quisiera aplastarlas a todas, porque sé que se acercan a ese cuerpo que se descompone, lo roban, lo devoran para que el ciclo de la Naturaleza siga su curso. Son miles. No puedo acabar con todas. Me rindo. 

"Un jardincito, higos, quesitos y tres o cuatro amigos: esa fue la opulencia de Epicuro".

Solo nos salva, solo nos salvará la escritura. O la filosofía.



jueves, 7 de marzo de 2024

JOCELYN HA MUERTO

 

Jocelyn, nuestra alumna, ha muerto...

Sabía que estaba en la UCI y Raquel me comentó que se encontraba entre la vida y la muerte, pero no me lo creí. Tiene dieciocho años; es fuerte, saldrá adelante, me dije. 


Pero ahora está escrito en un correo. Y lo escrito permanece. Esas palabras son una inscripción en piedra: definitivas.

No puedo seguir catalogando libros. Lo dejo todo y salgo para el tanatorio.

Me llevo un libro con las poesías de Pasolini para el camino, pero no puedo leerlas. La noticia me ha dejado impactado. Intento recordar su rostro, pero solo tengo en mente lo último que me escribió, el examen de Griego y Latín que hizo desde el hospital, su nota: 9,2. 

A medio camino me doy cuenta de que me dirijo al lugar equivocado: al Tanatorio de la M30. Reviso el mensaje. Sí, mi intuición es la correcta: Jocelyn está en el tanatorio de la M40. Voy al de la M30, porque allí velamos a mi padre y a mi madre. Ya se sabe, la fuerza de la costumbre.

Un hombre nos pide dinero en el vagón del metro. Tiene sentido del humor. "Todos jodidos, muy jodidos... ¡Y como venga la guerra!..."

Aún así, llego puntual: a las siete y media en punto. Ya hay mucha gente esperando a que abran la sala. Su hermano, D. se acerca a mí, me saluda, me agradece que haya venido. 

A., la amiga de Jocelyn, me da la mano. Ma. y M. también me agradecen que esté allí. El hermano me lleva a la sala, pero luego se olvida de mí. Observo los abrazos al padre, los encuentros, las lágrimas de la madre.

"... un virus... le afectó al cerebro... su sistema inmunológico no pudo aguantar... fue todo muy rápido... la vimos con los ojos abiertos... muerte cerebral..."

Las palabras no tienen sentido, no llegan a expresar el dolor... Los detalles no tienen importancia frente a la muerte. Los detalles solo forman parte de la vida. 

Se reparte un libro de condolencias. Escribo pocas palabras: tópicos, ideas simples: "Buena alumna, respetuosa... bella persona".

En la pantalla aparece su nombre y apellidos. La miro varias veces para cerciorarme de que no me hallo en un sueño. 

Han descorrido la cortina. Mucha gente se acerca y arremolina para dar el pésame a los padres. Es agobiante. Esperaré. 

Ma. ha roto a llorar un par de veces. Sus amigos le abrazan. El hermano de Jocelyn mantiene la compostura. Hay algunos adultos; la mayoría son jóvenes. 

Ha pasado hora y media desde que llegué. Ya hay menos gente en la sala; me decido a entrar. Echo un vistazo al féretro. Sí, es ella, pero no la reconozco, encajada en el centro, aplastada entre el blanco del sudario y el color de las flores, bajo esa luz artificial que lamina el contraste. No se nota el maquillaje, pero sabes que no está soñando. No te engañas. Así no duerme nadie. 

Saludo a los padres. Las palabras se ahogan, son inútiles. Al irme, escucho un "gracias por venir" de la madre. Cientos, miles de gracias... Las palabras se pierden... 


Ma. rompe a llorar por tercera vez. Los abrazos son más débiles. 

¿Pensarán en este momento dentro de diez o veinte años? Todos vivirán una vida que Jocelyn ya no tendrá. ¿La recordarán? ¿Se olvidarán de su rostro, de su voz? 

-¿Salimos a tomar el aire? -insinúa uno de ellos.


Hace un día frío; las manos se te congelan. Ya he olvidado el rostro de Jocelyn; no recuerdo su voz.

Pasa el tiempo. Las palabras vuelven a conformar el mundo, lo definen, lo explican.

Empiezo a leer un poema de Pasolini.

"El amar, el conocer cuenta; no el haber amado, no el haber conocido"


martes, 15 de agosto de 2023

A UNA AMIGA

A una amiga...


Cuando muere un padre, una madre o cualquier persona querida la vida adquiere una entidad distinta, una forma diferente. Aunque sea durante unas horas o unos días, tu ritmo no es el mismo que el de los demás. Puedes esperarlo o que te venga de improviso, pero sea como sea, tu mundo ha cambiado y tu cuerpo y tu mente debe adaptarse a ese cambio. 

Agradeces los ánimos y los abrazos, pero no estás aquí. El mundo es algo ajeno y extraño. No lo entiendes. O, más bien, es el mundo ficticio, el que hemos creado para convivir en sociedad, el que no comprendes. El otro, el real, es más intenso que nunca. 

Entiendes que eres mortal. No es un conocimiento racional -eso ya lo sabías-. Ahora es un hecho vivido en tu sangre, en tus carnes. Cuando tenías veinte o treinta años morían tus abuelos. A los cuarenta, cincuenta y sesenta, mueren tus padres. Pronto llegará tu momento. Ya lo sabes. Ahora, sí. 

La ausencia. Cuando recuperas el ritmo cotidiano, comienza el duelo. ¿Dónde está su voz? Sus palabras o su imagen, sus gestos aún no se han desdibujado. Aparecen en los sueños muy a menudo, como si ese fuera el último vínculo entre los vivos y los muertos. 

Las punzadas de dolor se van espaciando. Mientras tanto, hay que ocuparse de los rituales: donar su ropa o tirarla, repartir los objetos que le pertenecieron, firmar más y más papeles que agotan tu paciencia. Para la sociedad un muerto es un nombre y apellidos con derechos y deberes, un ciudadano con propiedades y una herencia. Para ti es mucho más y esa contradicción no deja de sorprenderte. Hasta que te acostumbras.

Hay quien escribe. Alguno se atreve a hacer un documental: no te aconsejo esto; es muy caro. Otros prefieren centrarse en el trabajo. Volvemos a comenzar; otra vez. La sociedad te lo exige; la vida, también. Los familiares y los amigos ayudan. Si necesitas hablar, estarán allí. Si necesitas un abrazo, también. Algunos desaparecen; pocos. A ciertas edades la selección ya la habías hecho antes. 

Las imágenes y los recuerdos se diluyen. El cuerpo y la mente se adaptan. A veces surge una sensación, un sueño, un destello que te devuelve al padre o a la madre perdidos. Aparecen en el momento más inesperado: cuando estás dando clases, cuando dos compañeros hablan de un tema intrascendente, cuando paseas por un bosque o por las calles de una gran ciudad o cuando un amigo o amiga pierde también a su padre y a su madre. 

Se quedan un momento contigo y luego se vuelven a marchar. 

Siempre estarán, mientras estés viva; tu cuerpo lo sabe. 



domingo, 9 de agosto de 2020

LA MUERTE, EL AMOR Y LA SOLEDAD


Hay temas que siempre se repiten desde que el primer hombre o mujer decidió contar una historia, real o imaginada, a otros. Y en esa primera narración, estoy seguro, aparecieron estos tres grandes temas: la muerte, el amor y la soledad. O tal vez los tres...

Toda obra que tenga visos de permanecer y dejar un poso profundo en nosotros debe contenerlos. Es inevitable. Aparece, por supuesto, en la película que en el 2010 hizo Raúl Ruiz apoyándose en textos decimonónicos.


Hay un juego de cajas chinas; historias que cuentan otras historias; relacionadas de una u otra manera se cruzan y crean un caleidoscopio. El rencor, los arrepentimientos, el olvido. ¿Reales, imaginadas? La memoria es una perversión de la realidad; la manipula y transforma. Un niño, el protagonista, el narrador, ya adulto, es el leitmotiv y nos acompaña en esas diferentes narraciones que intentan descubrir el mundo, hacerlo comprensible. ¿Fue todo un sueño, una posibilidad entre muchas? Nos queda la duda.

En Ozu la naturaleza adquiere un peso fundamental. En el Comienzo de la primavera el tema principal es la crisis de una pareja, pero, como siempre, sea por sus famosos planos vacíos o a causa del ritmo, intuimos que nos está contando otra cosa. Este comienzo es un buen ejemplo.


Precedido de dos planos vacíos -el tren es un elemento constante en Ozu- sólo vemos cómo una pareja se despierta y el marido, como cientos de vecinos, se dirigen al trabajo. Nada hay más sencillo. Ni más difícil. Las situaciones cotidianas nos llevan mucho más lejos, más allá...


Pueden aparecer amigos cantando una canción 2:14:00, una mujer que descubre el engaño de su marido y la soledad de ambos 1:45:00; una jovencita que se enamora, aunque se sabe la amante y, por tanto, la primera en perder lo que desea 2:02:10 y 2:15:00; el día a día de una pareja; el trabajo 40:00, las conversaciones en un bar 2:08:40.
Y, con todo, sí, sin duda, nos habla de la muerte, del amor y de la soledad.

Termino con Early Summer. Dos mujeres dialogan; se acercan... Al borde del mar: ese infinito...



Hay obras que permanecen, dejan huella. Porque nos hablan y hablarán, como los primeros hombres y mujeres que comenzaron a contar historias al calor de un fuego, de lo más importante: de nosotros mismos.


miércoles, 4 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍA 2.




20 de abril de 2016

Los museos de Roma con una única excepción -los Vaticanos- son mucho más humanos, menos mastodónticos que los de otras ciudades europeas. El Louvre, el Metropolitan de Nueva York, el Museo Británico, el Prado... No puedes contenerlos entre las manos; te agobian, te saturan. Roma tiene tanto que ha decidido sabiamente distribuirlo en espacios diferentes.

No es posible contar ni ver todo lo que estos museos contienen. Necesitarías meses, tal vez, años para profundizar, comprender, disfrutar de cada uno de los detalles, de cada escultura, pintura, cerámica... Toda una vida. Y, como es de suponer, la vida es mucho más que el interior de unos museos, aunque sean tan ricos y variados como los de Roma.

Los Museos Capitolinos.

Situados en la mismísima colina Capitolina. No rechaza su pasado; lo asume. Lo convierte en una parte del mismo. Integrados en las salas encontramos las ruinas del templo de Júpiter, el de Veoive o el de Juno Moneta, sin olvidar el Tabularium.

Del templo de Júpiter sólo queda el basamento. Y, aún así, ¡qué impresión de grandeza dejan en tu retina! Era el templo del Dios de Dioses; era el símbolo del poder de Roma, del Dios que les proporcionaba el dominio del Mediterráneo. Sólo puedes imaginar la reacción de asombro y admiración que provocaría en aquellos que pudieron verlo. Y el terror que los enemigos de Roma sentirían al contemplarlo. Pensarían: Quien es capaz de construir esto, nos someterá sin compasión. Y no se equivocaban. Aunque los partos y los germanos no se amilanaran y conservaran su independencia a pesar de todo.

Del Tabularium no queda más que un largo pasillo que aprovecha todas las posibilidades arquitectónicas que Roma había aprendido de los pueblos conquistados: el arco, la bóveda, el uso del ladrillo y el mortero. Me emociona este lugar. No por lo que veo ahora, sino por lo que estuvo aquí. Documentos oficiales, pergaminos, papiros, la recopilación sistemática y continua de siglos y siglos de historia. Todo eso se ha perdido, pero estuvo allí, ocupó ese lugar. Y su presencia no ha quedado diluida por el tiempo.

Acepto que cada uno tiene sus preferencias. Algunos recordarán a sus lectores u oyentes que pueden ver a la Loba Capitolina cuyo origen etrusco se puso en duda. O a una Medusa de Bernini, que retrata a un ser humano dolorido más que a un monstruo, o los retratos de las damas de época flavia, elegantes y refinados. ¿Qué decir de esa mano inmensa de Constantino apuntando al cielo, separada del cuerpo al que perteneció? ¿Y la estatua de un Marco Aurelio en bronce, seguro, firme, conservada sólo porque los cristianos creyeron que era de Constantino?

A mí me gusta más un mosaico, sencillo en su disposición que representa una escena cotidiana: palomas que beben de una fuente. 



O la estatua encantadora de un chico que alza su pierna izquierda y la apoya sobre la derecha para quitarse, simplemente, la espina de un pie. O la del Gálata Capitolino, un bárbaro, herido de muerte, en su último gesto, digno, sereno. O la voluptuosidad de la Venus Capitolina o púdica. 

Todos ellos aspiran a captar un momento, un instante. Y lo consiguen...

Me cruzo esa mañana con muchos grupos de estudiantes. No sé si la mejor manera de enseñarles el mundo antiguo es obligarlos a hacer visitas de este tipo. Veo caras cansadas, agotadas, ajenas al espacio en el que se encuentran o a muchachos subiendo y bajando escaleras, huyendo tal vez del profesor o del guía, aprovechando el tiempo libre que les han concedido, riendo y bromeando.

Si queremos un pueblo culto, que no sea manipulado, necesitaríamos que conocieran toda la riqueza cultural que Occidente ha aportado hasta ahora. Que la historia no se olvide y que seamos conscientes del pasado del que venimos; sin embargo, a veces, pienso que es una batalla perdida. La minoría cultivada, los pocos que descubran y adquieran esa cultura, están condenados a ser sólo eso: una inmensa minoría. En las nuevas generaciones, como en las anteriores, la mayoría acabará por olvidar y enterrar el pasado. Y, con todo, hay que despertar esa sensibilidad o, al menos, intentarlo...

La Cripta Balbi es un lugar curioso, aunque sólo lo sea para apasionados por la arqueología y las excavaciones. La evolución de ese espacio a lo largo de los siglos es un buen ejemplo de lo que ha ocurrido en toda Roma. Fue un templo pagano, luego, un templo de Isis, iglesia cristiana, viviendas medievales adosadas, palacio renacentista. Restos de todas esas épocas puedes encontrarlas en ese espacio, una sucesión de estratos, mientras subes y bajas escaleras. Incluso unas canalizaciones y las trazas de un acueducto de época augústea.

El largo Argentina es una plaza abierta, abierta en canal literalmente. Es una excavación que cualquiera que pase puede contemplar al otro lado de unas vallas. Han mejorado la información con paneles explicativos y, como era de esperar, han hecho descubrimientos en estos últimos años. Los cuatro templos, uno de ellos, circular, siguen allí, con sus restauraciones.

Eso sí, hay dos cosas que no han cambiado. Julio César fue asesinado muy cerca -eso es un hecho que nadie discute-. Las fuentes -Suetonio, Plutarco- coinciden que ocurrió en un edificio anexo al pórtico de Pompeyo que ahora se encuentra debajo del Teatro Argentina. Otra son los gatos, que los romanos protegen y alimentan. Es la colonia de gatos más numerosa de Roma, aunque he visto menos que en otras visitas. O se están domesticando o están desapareciendo.

La visita diaria del Panteón. Como siempre contemplar el interior me devuelve al ritmo lento, sereno, fluido...

En la plaza de Santa María sopra Minerva está el obelisco y el elefante de Bernini, símbolo de la inteligencia y la constancia de la fe.

Santa María sopra Minerva. Antiguo templo de Minerva, diosa de la sabiduría. En el interior otros Bernini y una obra del joven Miguel Ángel. Me conmueven los restos de Santa Catalina de Siena.

El escultor ha sabido plasmar una serenidad y tranquilidad que contrasta con la dureza y el realismo que encontraré en otra tumba similar, esa misma tarde, en la iglesia de Santa María della Victoria, la de una mujer con un vestido azul, en el instante de la muerte: la boca abierta, una herida en el cuello, ojos cerrados, la corona de flores blancas. 

                                          


Es un cuerpo conservado en formol. He visto dos veces algo así: con mi padre y con mi madre. Mis labios tiemblan. No hay serenidad alguna; sólo la constatación de que algún día nuestro cuerpo llegará a ese estado. La muerte nos espera...

O el placer o el éxtasis. La Santa Teresa de Bernini, a unos pasos solamente. 



La vida y la muerte de dos mujeres, 


una junta a la otra.






Cuando contemplas pinturas con cierta parsimonia y tranquilidad, con el paso de tiempo la mirada va adquiriendo una sensibilidad que, al principio, uno pensaba que no conseguiría. Por ejemplo, si ves en una capilla o en una sala del museo Barberini a Caravaggio y, luego, en la siguiente a Lippi, descubres las diferencias, a veces, sutiles, entre el artesano y el genio. 



Un experto podría proporcionarnos elementos de juicio que nos servirían para desentrañar la técnica utilizada. Bien sabemos que no es eso lo que los separa. ¿Por qué partiendo de temas parecidos o idénticos, uno refleja sólo una visión pálida, aunque digna, de la realidad que quiere transmitir y el otro, brilla con tanta intensidad que acabas ciego y sordo y mudo. ¿Es el punto de vista, la elección de los modelos, el tratamiento de la luz, los juegos de líneas, el uso del color? Sí y no. También es algo indefinible que ningún experto podrá explicar, que nos hace disfrutar de un cuadro más allá de la técnica; el misterio del arte que nos remueve por dentro, que nos transforma sin que podamos evitarlo.

Contemplo a la Fornarina, pintada por Rafael. 



El pintor amó a esa mujer. Y esa mujer le amó. No necesitas más. La complicidad de una pareja resumida con la mirada de una mujer.  

El Palazzo Altemps es un palacio renacentista. Como suele ocurrir, uno entra en este palacio para disfrutar de su colección de arte y escultura antigua.

El Trono Ludovisi es un buen ejemplo de la elegancia del mundo griego. Lo que es posible hacer con un trozo de mármol, si tienes talento: insuflarle vida. No hay otro bajorrelieve que me emocione de tal manera.

La parte frontal representa el nacimiento de Afrodita. 



¿Qué nos queda? El rostro de Afrodita mirando a dos mujeres, las Horas, que la ayudan a levantarse, apoyándose en ellas; sus pechos, desnudos. El resto, cubierto por un lienzo. Lo que más me gusta de esta imagen en relieve es la transparencia de las telas. ¿Cómo es posible que el escultor haya sido capaz de crear unas ropas que parecen reales y nos permiten contemplar y disfrutar de las formas de los cuerpos que hay tras ellas?

Las imagenes laterales son, por un lado, la de una mujer cubierta con un velo delante de un incensario; en la otra, una flautista desnuda, con el típico aulós, y las piernas cruzadas.



Hasta los pequeños detalles me asombran; la flautista sólo lleva un peinado en forma de moño que destaca mucho más su desnudez. Además apoya su cuerpo en lo que parece un cojín. Se la nota muy relajada, como si disfrutara de una pasión, concentrada. Notas la música, fluyendo por sus venas. Escuchas la melodía. La mujer vestida, al otro lado, prepara el incienso. Se apoya en otro cojín, paralelo al de su compañera. La mirada también es concentrada; nos encontramos ante el instante, detenido en el tiempo, de dos mujeres, captado por un artista y un escultor genial.

Otra obra del Palazzo Altemps a la que siempre dedico minutos es el relieve del sarcófago Ludovisi.




La primera impresión podría confundirnos: sólo vemos guerreros, romanos y bárbaros, mezclados, en una batalla terrible. Hay que fijarse más. Esperar, mirar los detalles, uno a uno. Es un excelente ejemplo de la iconografía militar. Los romanos, cabello corto. Los bárbaros, cabellos largos y barba poblada. El protagonista, -según los expertos, tal vez alguno de los hijos del emperador Decio- en el centro de la composición, en la parte alta. Y en un espacio que no supera los dos metros de largo y el metro de alto, bárbaros y romanos. Cada uno con su propia personalidad, con la función que le corresponde. El dolor, la dignidad, la fuerza, el movimiento. Aunque sea la muerte el tema central de este relieve, ¡cuánta vitalidad hay en las formas!


El Galo Ludovisi, frente a él, encontrado en la Domus Áurea. El suicidio de un bárbaro, tras haber matado a su esposa. La dignidad del enemigo, su valor, para resaltar el nuestro.

Villa Giulia es la zona verde más importante de Roma. Entre sus árboles y mientras disfrutamos de la primavera que se acerca, a su manera, dubitativa, sin atreverse a extender el manto de color que le caracteriza, podemos visitar algunos museos. Hay uno al que nunca dejo de ir: el Etrusco.

Hay una palabra que define a este pueblo: elegancia. 


                                             


Su sonrisa, la que nos ofrecen, más allá de la muerte, es un gesto que siempre me los ha hecho muy cercanos. Los romanos aprendieron mucho de los etruscos. La religión, muchas de sus ceremonias, incluso la lucha de gladiadores, -que en un principio no dejaba de ser un sacrificio ritual o expiatorio-, el alfabeto. Grecia, antes de ser conquistada, llegó a Roma, a través de los etruscos. La Historia de los primeros siglos del que sería el gran imperio del Mediterráneo es etrusca, no romana.

Los etruscos, al menos, su clase dirigente, tenían una sensibilidad mucho más acusada que la de los duros y rígidos romanos. Se nota que disfrutaban de la vida, porque al enterrarse, dejaban un rastro en sus pinturas, en sus esculturas, del amor que sentían por ella. 

                                           


Sus dioses sonreían; ellos sonreían. La vida se terminó, pero habia valido la pena.

Al salir del museo, sigo viendo la sonrisa en una Naturaleza que se despereza, poco a poco. Me topo con otro rodaje cerca de Villa Giulia. Algunas chicas jóvenes están ya tomando el sol; no quieren esperar al verano. Se lo quieren llevar con ellas a sus casas, aunque sólo sea un trocito pequeño.

Me da tiempo a bajar hasta Termini. En el museo de lasTermas de Diocleciano, en un pórtico, dos jóvenes, un chico y una chica, tal vez estudiantes de Arte, hacen bocetos de las estatuas antiguas, colocadas en las paredes del recinto. En el museo, lápidas funerarias y alguna reconstrucción de tumbas, salvadas de la destrucción. El entorno son las ruinas, el esqueleto de uno de los espacios termales más impresionantes de la Antigüedad. Parte de su estructura, el frigidarium, aún sobrevive en la iglesia de Santa María de los Ángeles.

En la salas veo los huesos de un gato. O los monumentos funerarios de una pareja. 



La recuerdo. Captaron mi atención en una visita anterior. Juntos, contemplan la eternidad. Y lo seguirán haciendo...

Hay alguna novedad. Tienen preparada una actividad en 3D sobre la casa de Livia, la de ad Gallinas Albas. Hay que acercarse a las nuevas generaciones; una sucesión de lápidas y estatuas puede llegar a ser agotador y aburrido, incluso para alguien tan interesado como lo pueda ser yo.

Y un Conócete a tí mismo. 



De camino al restaurante, descubro una excavación cerca del foro Trajano, enfrente de la Piazza Venezia. Los arqueólogos piensan que podría ser un auditorio, construído por Adriano.

En el restaurante Antonio, cerca del Panteón, disfruto del bacón entre la salsa de los rigatoni que he pedido. Me encanta cómo cruje el bacon al masticarlo. No sé cómo lo consiguen; es una experiencia culinaria maravillosa. Me hubiera gustado completarlo con un tiramisú. No fue posible.

El sitio responde al prototipo que voy observando en los restaurantes italianos. Fotografías de actores romanos e imágenes de películas, disfrutando de comida italiana, por supuesto; alguna fotografía de Vacaciones en Roma con Audrey Hepburn no puede faltar. Aparecen en las paredes también los propietarios haciéndose fotografías con famosos, aunque la mayoría no los reconozco.

En este restaurante -en casi todos- quienes llevan la voz cantante son las mujeres. En este caso, la propietaria y una encargada. El marido, tal vez el co-propietario, se pasea entre las mesas, pero sin que haya ningún género de dudas, intuyes que si la supervivencia del negocio dependiera de él, ya habría cerrado hace tiempo. Es simpático y, me temo, también un inútil. Ellas son el alma y el motor del negocio. En general, te acogen y te tratan bien. Y disfrutas de la comida, que es lo esencial.

No puede faltar un paseo de noche por Roma. Me gusta perderme por calles poco transitadas, vacías, silenciosas. También atravieso lugares atestados de gente: Piazza del Panteón, Piazza Navona, la Fontana di Trevi -aprovecho para tirar una moneda, como debe hacerse, de espaldas, de derecha a izquierda. Y, si es posible, echando un vistazo para ver dónde ha caído-.

Llego hasta la Plaza de España. Está en obras. No puede uno subir por las escaleras y hacer como Gregory Peck, que se encuentra por casualidad a Audrey Hepburn. Habrá que dejarlo para otra ocasión. Tal vez entonces encuentre a mi Audrey Hepburn...

De vuelta al catre, asisto a una discusión entre una pareja de españoles. Sólo escucho unas cuantas palabras.

- Ni te lo crees -replica la chica.

Es morena; tiene carácter. Él, rubio, con cierta hechura, guapo, mantiene la tranquilidad; parece consciente de que ha metido la pata y quiere arreglarlo.

La chica intenta zafarse. Él se disculpa. Han bajado el tono de voz; ya no puedo escuchar sus palabras. Ella mantiene las distancias, se apoya en la pared; le atiende. El chico tendrá una oportunidad.

Ella al escuchar unas palabras, se tapa la cara. Llora. Está pidiendo que la abracen. Él se acerca con cuidado; la toca levemente en el hombro. Nota la tensión. Aún no es el momento, piensa. Continúa hablándola; palabras tranquilas. Ella se recupera; alza el rostro. Tiene los brazos cruzados, y permanece en silencio.

Los dejo en la esquina de una calle solitaria, a dos pasos de la Plaza de España. En ese espacio, dos cuerpos se escuchan. Tal vez se reconcilien...  

sábado, 24 de octubre de 2015

¡BRINDO POR TI, JOAQUÍN!





Dos espacios, dos instantes…

1.

Me encuentro en una cripta de la calle madrileña de Ferraz, en el número 72. Son las ocho de la noche. 

Una suave noche de otoño.

Es un funeral: recordamos a Joaquín.

Sí, es cierto, los que estamos allí, apreciamos o amamos a Joaquín, pero noto que al ritual católico, -al que tantas veces asistí, cuando era pequeño, y por el que ahora siento indiferencia- le cubre una espesa y negra capa de hollín…
Una ceremonia vacía, un ritual que debo respetar; sin embargo, al fin y al cabo, mi madre también creía en ese ritual…

Es hueco; como algunas despedidas, a la salida del funeral: de personas a las que no veré, con las que no he tenido en los últimos años ni tendré demasiado trato, extrañas, cuyo único lazo en común, en muchos casos, es que Joaquín dejó un poso, una huella, más o menos profunda, en nuestras vidas…

Hay otras despedidas, sin embargo –como con los padres de Joaquín o la hermana de Zita, a los que ni siquiera conocía-, que logran conmoverme, aunque sólo haya entablado con ellos un breve intercambio de frases o palabras…

Me conmueve…

Me conmueve…

…cuando el párroco, amigo personal de Joaquín, menciona que este lugar, la cripta donde celebramos el funeral, fue el sitio donde Zita y él se conocieron, el espacio donde se casaron: un comienzo y un final.

Me conmueve…

…cuando la hija de ambos, una adolescente de 14 años, Itziar, -que en un gesto de rebeldía, se ha teñido el pelo de pelirrojo, hace unos días- se dirige al altar y, con cierta timidez, -que nos despierta ternura- enciende una vela.

Metáforas. La mano de Itziar: el futuro. La vela: Joaquín, su luz…

Me conmueve…

…cuando Zita nos agradece –su voz tiembla- que estemos allí. Itziar y los padres de Joaquín lloran. Nosotros, también…

Me conmueve…

…cuando Zita nos confiesa que al empezar a caminar por un sendero o una calle conocida –gesto cotidiano, el de todos los días-, le recuerda y se le escapan las lágrimas…
                                          

2.

Hace muchos años. Me encuentro en una sidrería, un Lizarrán, el de la plaza de Puerta Cerrada. Son las cinco de la tarde. 

Una fría tarde de invierno.

Es una cálida celebración: un encuentro anual.

Hemos bajado por las escaleras a un sótano. En un espacio reservado, hay una mesa con asientos corridos, sin respaldo. Es un lugar conocido: tenemos por costumbre celebrar comidas allí cada cierto tiempo.
Conmigo se encuentran Joaquín, Jorge, Carlos –cuyo apodo es El comandante-, Zita… Habría más gente, pero sus rostros los he olvidado…

Un amigo de Joaquín acaba de fallecer. Lo recordaban.

Y, entonces, Joaquín –no puedo asegurarlo, pero creo que fue él mismo- levantó un vaso de patxarán o de sidra y dijo:

- ¡Brindemos por él!

Es extraño.
Tuve la sensación de que en ese momento aquel amigo brindaba con nosotros… que estaba allí.


¡Brindo por ti, Joaquín!




sábado, 27 de junio de 2015

GRACIAS



La muerte; hay un antes y un después.
Si es la muerte de un padre, una madre o una pareja –sea a los 18 años, a los 40 o a los 60- mucho más. 
La ley de la vida se cumple, porque la muerte es parte de ella.

Hay muchas maneras de recordar a los muertos. Todas las culturas necesitan que los vivos recuperen a sus muertos, a aquellos que se fueron y que, sin embargo, siguen estando con nosotros. Hay muchas maneras: tantas, quizá, como seres humanos. Las misas, los entierros, los rituales… conforman nuestras vidas. Bien lo saben los antropólogos. Cuantos más años, más veces nos acompañan.

“Hoy empieza todo”. 
Todos buscamos una forma de empezar de nuevo. 
Están allí, pero ya no están aquí. 
Los soñamos; sólo podemos ver su sonrisa y sentir sus caricias en los sueños. 
Se nos escapan de entre los dedos, y, sin embargo, no los hemos perdido.

Mi hermano y yo estamos preparando un documental sobre la vida de nuestra madre. Es nuestra manera de recuperarla, de dejarla marchar, de homenajearla. Y cuanto más preparamos el documental, más entendemos que hablar de su vida no es sólo contar la suya: es también la de sus amigos, la de nuestros abuelos, nuestros tíos, nuestros primos, la nuestra…

Ayer una familia, -porque eso es lo que era, una familia, en el sentido más amplio del término- se despidió de un hombre llamado Ángel. Lo hizo con aquellos a los que él quería. Comida, bebida, lágrimas, sonrisas, música, palabras, silencios…
Ángel era un amigo. Y los amigos estaban allí.
Ángel era familiar, cercano. Y los familiares, los más cercanos estaban allí.
Ángel era un padre. Y sus hijos estaban allí.
Ángel era un marido, un compañero. Y ella estaba allí…

No conocí a Ángel. Sólo le vi una vez. Me hubiera gustado conocerle.
Conozco a su hija, quizá una de las mejores alumnas que he tenido y tendré.
Conozco a su pareja. Quizá una de las mejores compañeras que he tenido y tendré.

Les agradezco que me invitaran.

Agradezco la sonrisa de Sofía. Y la fuerza y la valentía de Begoña.

Dicen que los romanos dedicaban -como todas las culturas- un día a sus muertos. Ya fuera porque les temieran o porque les echaran de menos, los convertían en dioses: los Manes.

Ellos pueden ser dioses que nos persiguen; y también dioses que nos protegen en la vida que mañana nos espera.

Porque la vida continúa y continuará. Y ellos estarán con nosotros. 
Y seguirán vivos, mientras nosotros lo estemos.

¡Que la tierra te sea leve, Ángel!


Gracias, Ángel.

viernes, 2 de enero de 2015

MI MADRE HA MUERTO. REQUIESCAT IN PACE.


Acabo de cerrar tus ojos y he acariciado tu mejilla.
Estás muerta…
La ambulancia no llega, la ambulancia no llega. La ambulancia nunca llegará…
El gato huele el miedo, la tensión en nuestras miradas. Los gatos saben cuándo la muerte se encuentra con nosotros…


Te veo a través del cristal. Estás tendida con una manta que te cubre de cuerpo entero. Sólo puedo ver tu rostro. Tus ojos están cerrados; antes de que tus músculos se agarrotaran, cerré tu boca: ya no tienes ese último estertor de dolor, de una palabra que quisiste y no pudiste pronunciar. Ahora pareces dormida, tranquila.
Vas perdiendo el calor. La ambulancia no llegaba e ibas perdiendo el calor: los pies y las manos estaban frías; aún notaba el calor en tu pecho, en tu cuello. Pronto estarías completamente fría. Ya lo estás, mamá.
Has muerto en la habitación de un piso de alquiler; con los tuyos, sí, pero lejos de tu casa, de tu tierra. Ha sido tu último viaje y no lo sabías…


El médico llega y certifica tu muerte. Un aparato electrónico demuestra que no hay constantes vitales. La ciencia adelanta… al menos, no la enterrarán viva. Un detalle. Tres cuartos de hora después. Era una ambulancia que no llegaba, porque nunca iba a llegar…
Los policías te ofrecen dos opciones: un proceso muy largo en la morgue judicial y un proceso largo. Una semana esperando que nos den el cuerpo de mi madre para poder enterrarlo; o dos o tres. “Es un favor que le estamos haciendo”. La burocracia no facilita la vida, la entorpece, la ahoga… El negocio de la muerte.
Todas las llamadas hechas; se llevan tu cuerpo. Te colocan en la camilla, tus manos cuelgan sin vida como las de un muñeco. Tapan tu rostro y te atan. Ya no nos puedes ver. Ya no te veo, mamá. ¿Dónde estás?
Es mediodía. Necesitamos respirar aire puro. Damos un paseo por Avd de Mayo, llegamos al Obelisco, teatro Colón, el parque del Retiro. El viernes estaremos por puerto Madero. ¡Cómo te hubiera gustado pasear con nosotros y disfrutar con las personas que más querías! Notamos tu ausencia, ¡nunca sabrás cuánto!Unos niños juegan al fútbol con su padre en el Retiro. ¿Recuerdas a las dos niñas que estaban en el avión cuando tú te morías poco a poco durante el viaje? Yo sí las recuerdo; una de ellas llevaba un forro polar lila; colgaba de su mano derecha un mono de felpa; con la otra mano se agarraba a su hermana mayor. Tú no las viste; mientras tu vida se apagaba, la suya empieza. Mi hermano se ducha; ojalá fuera tan fácil lavar el dolor y la tristeza.


Lo que somos Raúl y yo es gracias a ti. Tus valores están en nosotros, tu amor también se quedará con nosotros.
Ya no estás aquí, mamá. Te echaremos de menos.


Escrito el día de Navidad de 2014