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jueves, 28 de diciembre de 2023

FINALES DE CINE (VII) EL AMOR: VIAGGIO IN ITALIA DE ROSSELLINI

 

El amor es un sentimiento muy complejo. Nos destruye, nos hace daño y también nos descubre lo que somos; abre caminos de felicidad... Estamos vivos y por tanto, amamos... Amamos y, por tanto, estamos vivos. 

Las relaciones de pareja siempre han sido un filón. En los últimos años esas relaciones se han ampliado más allá del convencional hombre-mujer. El matrimonio o las relaciones y su definición ha variado. 

Dos finales, escritos por mujeres y que, además, las convierten en protagonistas, me emocionaron no hace mucho. 

La primera fue Carol, una novela de juventud, escrita por Patricia Highsmith, que más tarde se especializó en el género de misterio. Sin embargo, Carol, dirigida por Todd Haynes, es solo una historia de amor entre dos mujeres, una madura y otra que empieza a vivir sus primeras experiencias en la Nueva York de los años cincuenta. En este final la joven ha decidido arriesgar: cambiará la vida de mujer tradicional, con novio, por otra muy diferente; busca a su amante en un restaurante. La música oculta el ruido de fondo; el violín de la orquesta y el piano abren el camino, nos despiertan la emoción, acompañan los latidos de su corazón, nos muestran sus dudas. De repente, cruzan sus miradas, sonríen: se abre un futuro lleno de interrogantes, pero, sin duda, apasionante. 

En Una mujer en llamas de Céline Sciama la visión es plenamente femenina; también nos encontramos en un mundo de hombres, en el siglo XVIII o XIX, donde las mujeres no pueden casarse con quien quieran y dependen de otros -marido, padre- para poder ser artistas. Hacía años que las dos no se veían. La protagonista, según nos confiesa en una voz en off, vio a su amante por última vez en la opera. Y mientras la otra escucha la obra de Vivaldi, todas las emociones -dolor, alegría, pasión, desesperación, aceptación- atraviesan como un huracán su rostro y su cuerpo. 


David Lean es tal vez el que mejor supo contar las historias de amor. Dr. Zhivago, la primera cita de mis padres, es un buen ejemplo. Sin ella, yo no estaría aquí. En Breve encuentro tenemos un final precioso. Ella ya no volverá a ver al hombre que ama; ha elegido a su marido, al que también quiere. Este intuye su tristeza y la arropa. Y le dice: "Gracias por volver conmigo". David Lean podía haber terminado con la despedida de los amantes, pero esta secuencia, sin duda, es un hermoso broche. 

Un amor puede estar condenado desde el principio. En El tercer hombre, ella nunca le perdonará que traicionara a su amigo, aunque fuera un asesino; nunca le perdonará que colaborara con los vencedores; por eso continúa su camino y nuestro protagonista debe aceptarlo con elegancia... 

Como antítesis perfecta de El tercer hombre tenemos a Charlie Chaplin en Tiempos modernos, la despedida de Charlot, una creación cinematográfica que ha superado el paso del tiempo.

La soledad puede ser una opción, si el entorno o las circunstancias no permiten otra salida. Además, la venganza se sirve en un plato muy frío. El personaje que interpreta Olivia de Havilland en La heredera de William Wyler, basada en el relato Washington Square de Henry James, cierra todas las puertas. Ya no es una mujer inocente y vulnerable; ahora es brutal y despiadada. 

                       

-"Antes quería mi dinero; ahora también quiere mi amor... 

-¿Cómo puedes ser tan cruel?... 

-He tenido muy buenos maestros..."

Es una mujer independiente, un témpano de hielo la que sube en el plano final las escaleras; escucha los gritos desesperados de su amante. Sonríe. 

En Stromboli de Rossellini, en cambio, la soledad es impuesta. Ella huye de los hombres y mujeres que la han aislado -eligió amar a un hombre para escapar de la prisión y ahora es una paria y una extranjera, despreciada por todos-, busca refugio en una Naturaleza terrible, dura; se arrastra, desesperada, tropieza, cae, vuelve a levantarse, en una escena que dura casi diez minutos; al final, pide ayuda a un Dios que no la escucha. 


El grito final de Ingrid Bergman, en inglés. 


Este final me recuerda, salvando las distancias, al de Duelo al sol de King Vidor. Ella también se arrastra, se destroza las manos, para morir junto a su amor y su enemigo... Amor fou en estado puro.


En
 La vida de Adéle, Blue is the warmest color, la protagonista se aleja de nosotros; la historia de amor que cambió su vida, que le permitió descubrir quién era ha terminado. Imaginamos que otra comienza, cuando gire la esquina...

En los últimos veinte, treinta años -al menos, en el cine occidental-, este final se repite bastante a menudo. Como sucede en la obra de Lillian Hellmann La calumnia -escrita en los años treinta- o en Casa de muñecas de Ibsen -a finales del siglo XIX-, la protagonista toma una decisión que rompe con la idea tradicional de lo que debía o no debía hacer una mujer. Y encontramos así a una mujer que camina hacia nosotros, a otra que se aleja; la encontramos sentada, pensando, o trabajando en su despacho o bailando. Siempre sola, satisfecha, decidida, aunque el futuro esté repleto de incertidumbres. Las relaciones de pareja ya no acaban en matrimonio e hijos, ni ellas deben amoldar su vida a la del hombre, como antes; pero, está claro, tener una vida independiente supone sacrificios en esta sociedad competitiva nuestra y la mujer ha de elegir un camino propio, como se cuenta en dos planos y de manera muy sencilla en La peor persona del mundo. Toda elección supone perder y ganar algo. 

En Gloria de Sebastian Lelio, como también ocurre en Un amor de Coixet, el baile es liberador. 

Por eso la Jackie Brown de Tarantino intuye, adivina, mientras canta, que la libertad es siempre solitaria. Tiene sus pros y sus contras y hay que pencar con ello. 

Puede haber, a veces, otra oportunidad. 

Aunque pueda acusársele de suavizar la novela, sin duda, el final de Desayuno con diamantes de Blake Edwards, emociona gracias a Mancini y a una Audrey tan vulnerable y tan tierna...

No siempre se puede recuperar ese amor de juventud. El tiempo ha pasado. Y un asomo de tristeza se vislumbra, cuando escuchamos la música de Legrand en Los paraguas de Cherburgo de Demy.

Hay quien como Will Penny piensa que ya es demasiado tarde. It´s too late for me... confiesa a su amada; conmovedora y desoladora despedida con su trágica vulnerabilidad. 

Hay quien, al descubrir que alguien le ha amado de verdad, se dirige a la muerte con una sonrisa en los labios. El protagonista de Carta de una desconocida de Ophuls, reconociendo que su vida ha sido un fracaso, afronta su muerte con dignidad y valor. Ha sido amado; la vida valió la pena. 

¿Y el amor más allá de la muerte? El fantasma y la Sr. Muir por fin podrán vivir su amor para toda la eternidad.... 

El último gesto de amor puede ser matar al ser amado -porque no hay otro remedio- y ser enterrados juntos donde caiga una flecha; es una de las escenas finales más hermosas de la historia del cine y una declaración de amor maravillosa. Te amo más que... a Dios, dice Audrey Hepburn en el papel de lady Marian. Y Sean Connery, como Robin, lo entiende. ¡Quién no lo entendería!

Y junto a Audrey Hepburn en mi corazón está Romy Schneider. En Lo importante es amar tenemos otra declaración de amor desesperada... Esta vez, sin palabras. No son necesarias...


El final de Amor de Haneke es desolador. El sufrimiento de los dos es tan terrible que deseamos que se acabe ya... Matar a alguien que sufre tanto es la única manera que tienes de escapar de tanto dolor. 


Recuerdo después un epílogo. Él desaparece; ha muerto con ella. Y nos quedamos en las habitaciones vacías, el hueco que los espacios nos dejan: la ausencia...

En No amarás Kieslowski salva a su protagonista. En la versión televisiva la condenaba en la última secuencia con un gesto de desprecio y de indiferencia por parte del joven; ella le había humillado y él intentó suicidarse. Sin embargo, en la película imagina una caricia, un gesto sencillo. Ella también es capaz de amar y de ser amada... Cierra los ojos.


Solo el amor nos puede salvar del infierno... El ratero en Pickpocket de Bresson lo comprende en el plano final...


También hay amores que pueden surgir por carta. La carta final. 84 Charing Cross Road es la dirección de la librería en la que trabaja un Anthony Hopkins contenido y elegante y a donde la cliente, una Anne Bancroft espontánea y vital, le envía una y otra vez cartas pidiéndole libros descatalogados. Las cartas que se leen a lo largo de los años desde Nueva York a Londres construyen piedra a piedra una relación íntima, imposible de catalogar. Los libros -su olor, su tacto- son el material físico con los que ese amor se realiza. Aunque hay un epílogo -ella finalmente visitará la librería, pero para entonces él está muerto-, este, para mí, es el final. Es la última carta que se escriben. La complicidad que hay entre ellos me emociona. 


Una pareja viaja a Italia. La relación no va bien, naufraga. Ambos, aunque no lo digan, piensan que el divorcio es la mejor solución. Mientras dudan qué decisión tomar, visitan museos, recorren las calles de Nápoles. Una mañana visitan Pompeya. Discuten. Parece que es el final. Un guía italiano les comenta que en una excavación han encontrado dos cuerpos, el de un hombre y una mujer. Asisten a la excavación. Los dos están abrazados. 

Hanno trovato la morte insieme, uniti... 

Ella, Ingrid Bergmann, no puede soportarlo más y se marcha. 

Ci sono tante cose que non t´ho detto. 

Y llega el final. Se topan con una fiesta, una celebración religiosa. Entre la muchedumbre, se separan; se llaman, se necesitan, se reencuentran. ¿Tendrán una segunda oportunidad? 

Quizá lo importante sea esa luz, esa energía que el lugar les transmite. Un plano final, puro documental, cierra la película. Italia y el Mediterráneo: una celebración de la vida, del amor...

Nunca debemos arrepentirnos de amar, aunque fracasemos una y otra vez; es eso lo que nos hace humanos. 

lunes, 18 de abril de 2022

RECUERDOS EN MOVIMIENTO (XIII): I DOLCI INGANNI, KATHERINE SPAACK


Hoy he ido a visitarla. Hacía meses que no lo hacía... 

También necesitaba salir de casa. Mañana vuelvo a la normalidad y siempre me cuesta salir del caparazón. Podría seguir viendo películas, leyendo libros, escribiendo en este blog, viendo a amigos de vez en cuando, descansando, pero todo tiene un final.

Así que he subido al metro. Acostumbrado al silencio, has de aceptar otra vez los gritos de los niños, las conversaciones telefónicas de desconocidos, las peticiones de dinero de parados, los músicos ambulantes... Escucho ecos de voces. En un cuento de Murasaki, traducido al catalán, aparecen el béisbol, su padre, su madre; hay que aprender a perder... 

Compro dos libros: los ensayos de Montaigne y Palabras de Grecia de Olalla. Me pierdo entre los cuellos y las nucas de mujeres que buscan un libro. Recuerdo borroso de R... 

Mientras camino hacia la tumba, noto una pizca de calor. Es la una de la tarde. En dos meses necesitaría una botella de agua, pero hoy aún se puede sobrellevar. 

Retiro las flores secas. Pongo en su lugar las que acabo de comprar. Las hormigas corren por el suelo, frenéticas, frente a la tumba. Los cardos buscan un hueco y se enroscan, crecen, mantienen el equilibrio. Limpio la tumba, aparto las hojas caídas. Los árboles tienen las ramas secas; en esta época del año desde aquí se puede ver el Pirulí. 

Al alejarme, por el camino aparece un coche fúnebre y, a poca distancia, otros ocho que le siguen. El cortejo no tarda en pasar más de diez segundos. Ha dejado una estela negra. 

Hoy ha muerto Catherine Spaack. Antes de salir me lo ha dicho Raúl. Nació en abril del 1945, unos meses antes que mi madre.

En 1960 rodó una de sus primeras películas, I dolci inganni. Para recordarme quién fue, Raúl me pone este trozo, el comienzo. Ambas, mi madre y Spaack, por entonces tenían 15 años.

Han muerto. Muertas. Es una palabra extraña. No me encaja, no pienso en esa palabra cuando veo estos fotogramas en movimiento, unos escasos tres minutos. Me vienen otras a la cabeza: juventud, ansia de conocer y conocerse, sensualidad, cuerpo, despertar, deseo... 


viernes, 9 de octubre de 2015

APUNTES (IV): HACE 46 AÑOS/HOY. UN PRIMER VIAJE



1ª etapa:

Brissago. Allí estuvieron mis padres desde abril hasta septiembre del 69.
Me encuentro en el hotel donde trabajaron; ahora, de reformas.



En Madonna del Sasso. Hace 46 años...


 Y hoy...


En Locarno, a pocos kilómetros de Brissago, sueño con Regina, mi tía-abuela. Su rostro es el de los años 80, cuando yo era un niño. Está sentada en un porche, delante de una casa que no logro reconocer. Sé que mamá está dentro, aunque no la veo. Me quedo fuera de la casa, hablando con Regina. Escucho la voz de mi madre. Me despierto…

2ª etapa:

Amanece. Estoy vivo. Un día más. En Arosa, donde vivieron mis padres desde diciembre del 68 hasta abril del 69.
El sol entre las montañas. Nubes de terciopelo. Luz suave.


He dormido en el mismo hotel en el que trabajaron mis padres. ¿Y si me hubiera despertado en el 69? Ahora, al bajar a la sala, para desayunar, les vería preparar el té, los croissants, el embutido… Hablaría con ellos, me los encontraría por las calles y les saludaría. ¿Qué les podría decir?
“No vayas a Buenos Aires nunca, mamá”; “Papá, cuídate más; cuando envejezcas, no derroches”; “Disfrutad de vuestra felicidad, mientras dure”.
No, no les diría nada. Sólo les miraría y contemplaría, en silencio, su juventud y sus ganas de vivir…


Como era de esperar, no los encuentro. Sí vuelvo a ver a una pareja de inmigrantes, también jóvenes, como mis padres, de Palermo, que trabajan en el mismo hotel. Mis padres tendrían su misma edad. Una nueva generación en busca de su futuro...
  


                       
       
Me duermo. Sólo recuerdo una imagen. Veo a mis padres juntos y felices. Les estoy presentando a unos amigos. Sonríen como lo hacían de jóvenes. Hablan conmigo con naturalidad. Están conmigo… La luz entra por la ventana. Es de día…



3ª etapa:

Verona. Aquí estuvieron desde septiembre de 1970 hasta mayo de 1971. Duermo en un instituto de formación profesional católico. En la pared de la habitación, un crucifijo y el cuadro del fundador. Jóvenes, niños, adolescentes, profesores. Todo me resulta muy familiar. La entrada a las ocho de la mañana, la salida de las clases, la hora del recreo. Los sueños se han diluido. 

 La dueña de un bar, enfrente de donde vivieron mis padres, una mujer de origen chino, otra inmigrante, hace unas cuantas llamadas: la casa está en venta. La madre murió hace tres años.










Los Bolla: importantes y afamados viticultores. Alguna escapada erótica: los viajeros también tienen derecho a imaginar o a recordar…
Disfruto de Verona. Es la ciudad de Julieta y la ciudad de la Arena, uno de los más importantes anfiteatros del mundo, y la ciudad donde Giotto aprendió y enseñó a pintar...

 De niño, mis padres me contaban tantas cosas de Verona, de Italia... Era un mundo que me permitía soñar, me alejaba de esa ciudad dormitorio que era entonces Móstoles, viajaba, conocía otros lugares, vivía en un mundo diferente, mágico, desconocido... Si ellos no hubieran ido allí, mi pasión por la historia antigua, por el latín o el griego nunca hubiera existido. Gracias a ellos y a la aventura que emprendieron, soy lo que soy...




4ª etapa:

Cortina d`Ampezzo. Allí estuvieron en los inviernos de 1970 y 1971. 



La casa donde vivieron mis padres no ha cambiado. Nada. El guarda es muy amable. Me hace una fotografía desde el mismo balcón donde mi padre se la hizo a mi madre.Tal vez sea el vínculo con los Bolla que buscaba. Le enviaré las fotos de mis padres, como me ha pedido...




A las siete de la tarde ya no hay nadie en la calle. Sólo un restaurante abierto, Las tres torres -una de las montañas más conocidas de la zona recibe ese nombre-. Temporada baja. Somos un grupo de japoneses, alemanes y un servidor. El sitio es agradable con algunos toques rurales: la madera en el techo, un reloj de cuco, muebles antiguos; está restaurado y es moderno sin pretensiones. El trato, amable. La comida, aceptable: unos raviolis con espinacas, un strudel con miel delicioso y una grappa que me sienta muy bien. Paseo por las calles del pueblo antes de ir a dormir. Cuento más de quince tiendas de ropa. No hace falta ir a Milán; aquí están todas las multinacionales a unos precios muy parecidos a los que encontrarías en la llanura lombarda.

Milán.
Tomo el avión. Se acabó. Un año después nací yo...

Y ahora, ¿qué?


Nubes que parecen montañas en el cielo...