martes, 24 de diciembre de 2019

ANNA KAVAN


Cuando descubres de repente a una gran escritora siempre se te abre un mundo nuevo. La sorpresa y el agradecimiento se mezclan a partes iguales. Sabes que estará contigo hasta el último día. Como me sucedió con Virginia Woolf a los dieciocho años.
En este mes de septiembre la editorial Navona Ficciones ha publicado El descenso. Su título original es Asylum Piece. La autora lo escribió en 1940. La traducción de Ainize Salaberri es soberbia.
Hay libros que te llaman. No sabes porqué, pero ocurre. Me gusta dejarme atrapar.
Comparto el departamento con Filosofía. Dos días antes de terminar el curso algún compañero -tal vez la jefa de departamento- había dejado separado del resto este libro, en el borde del anaquel. Quizá con las prisas no había tenido tiempo de colocarlo en su lugar. Lo siento. No pude evitarlo. Lo cogí y me lo llevé prestado.
Lo he estado leyendo. A ratos. Son episodios independientes, aunque tengan un denominador común: la locura. Su forma de escribir es simple, llana, directa. Sabe describir con pocas palabras una emoción o un personaje. Unos pocos gestos le bastan para definir un carácter. Unas pocas frases para mostrar un ambiente.
Es desesperado, brutal, terrible. Y tierno, sensible, generoso. Pocas veces había visto un estilo como el de Anna Kavan.
Su vida fue un reflejo de su obra; entre el sueño y la pesadilla. Dos matrimonios; una depresión; la estancia en un centro psiquiátrico; la dependencia durante treinta años a la heroína; y la muerte por sobredosis. Y, por supuesto, la escritura como terapia y como grito sordo; dolor que no tiene curación.
De entre estos episodios me gusta, sobre todo, el que empieza así:
Tuve un amigo, un amante. ¿Acaso lo soñé? Hoy en día se me amontonan tantos sueños que apenas puedo discernir entre lo que es verdad y mentira: sueños en los que la luz está presa en cuevas de mineral brillante; sueños calurosos y pesados; sueños de la Edad Media de Hielo; sueños como máquinas en la cabeza. Me acuesto entre la pared desnuda y la medicina amarga con su poso que aguarda en el diminuto vaso e intento recordar el sueño... 
Y el sueño se nos cuenta; como recuerdo perdido. Pero, es inevitable; vuelve la pesadilla...
Pero ahora estoy acostada en una cama solitaria. Estoy débil y confusa... Fue él quien me trajo a este lugar... Luego me dijeron que se había ido. Durante mucho tiempo no lo creí. Pero el tiempo pasa y no llegan las palabras... Espero, espero, entre la pared y la amarga medicina del vaso... Durante toda la noche el ojo imparcial de la luz me observa. En la oscuridad hay sonidos extraños. Espero, espero, quizá a los sueños, que tan cerca están ya de mí. 
Tuve un amigo, un amante. Fue un sueño. 

Esta es Anne Kavan. Como diría Nietzsche, una flecha lanzada a nuestro presente. A nuestro incierto futuro. El arte nos salva, nos abre caminos, nos descubre a nosotros mismos.