Siempre he pensado, desde la primera vez que los vi, que Kieslowski alcanza su madurez en los capítulos del Decálogo, serie rodada para la televisión polaca en 1988, una revisión moderna de los diez mandamientos. Incluso me emocionan más que sus películas francesas. Es cierto que estas son perfectas y deslumbran por su brillantez, pero me gusta esa "aparente" rudeza estética del Decálogo; me permite sentir y acercarme mejor a las historias que cuenta.
En el primer mandamiento, la reflexión gira alrededor de la muerte y Dios. Un niño morirá. Es, tal vez, la más religiosa. Parecería una crítica a la ciencia y a su fiabilidad frente a la grandeza de Dios. No logra interesarme como otras, tal vez, por esta razón. Sin embargo, sus imágenes son tan poderosas como en el resto y la reflexión -minuto 5 del enlace- sobre la muerte es una perfecta síntesis de la mirada de Kieslowski.
En realidad, nada, ni siquiera la ciencia puede salvarnos del azar, del destino, de la fragilidad de la existencia humana, tan frágil como la capa de hielo en un lago.
En el segundo la historia gira en torno a dos personajes: un médico y una mujer que debe decidir si aborta o no. De nuevo la ciencia, como algo falible y la vida, imprevisible. Y la mentira, a veces, muy necesaria.
En el tercero, una mujer, a lo largo del día de Nochebuena, consigue estar con el hombre que amó, ya casado y con hijos. Es un recorrido por la oscuridad de nuestros deseos y el dolor de los recuerdos.
El cuarto te atrapa desde el principio. Lo que parece ser una relación convencional entre padre e hija va mucho más allá, cuando ella descubre una carta escrita por la madre, antes de morir. Es una película sencilla, con dos personajes que se aman y deben decidir cómo lo harán a partir de entonces.
Y finalmente, una maravilla. La quinta fue también estrenada como película. No matarás. ¿Qué decir de uno de los mejores alegatos contra la pena de muerte? Un guión medido, equilibrado, con tres personajes que se cruzan una mañana de invierno. El asesinato será el final de esa primera parte; después, elipsis. No vemos el juicio, pero sí las consecuencias. Y, sobre todo, la ejecución.
Si al principio la historia se mueve entre los tres personajes: el joven -un chico obsesionado, perdido, sensible-, el taxista -una víctima con la que no congeniamos, porque es un tipo desagradable, pero, en cambio, creíble y humano- y el abogado idealista, al final el punto de vista será el de este último.
Su mirada será la nuestra; su rabia, su desesperación ante dos muertes sin sentido también es la nuestra. Nos emociona y nos deja heridos. Sin remedio.
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