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lunes, 24 de julio de 2023

SHOAH Y OTRAS VISIONES DEL HOLOCAUSTO

 


Hace unos años estuve en Auschwitz y Birkenau. Era invierno. 

Es un lugar terrible; aún notas, sientes, respiras, cuando entras al campo de concentración, la muerte. Sin embargo, es evidente: hay un turismo del dolor. No lo vi tanto en Birkenau -construido en 1941, a unos kilómetros del primer campo-, ya que la mayoría de los grupos de turistas visitaban solo Auschwitz. Lo agradecí. Era un día frío -la noche anterior había nevado-. El silencio y la soledad en Birkenau invitaban a la reflexión. 

La lectura de un ensayo de Lanzmann -un estudio amplio sobre su obra- que saqué de la biblioteca para preparar un documental propio -aún en mantillas-, me ha animado a volver a ver Shoah. 

El ensayo es crítico con la obra de Lanzmann; también con Shoah, su opus magnum, más de nueve horas. 

Quizá no es este el espacio adecuado para desarrollar su argumentación. Tanto sus aspectos positivos -que son muchos, visuales y de contenido, y que la han convertido en una obra de referencia- como los negativos -algunos que tocan el aspecto ético; un elemento que siempre hay que tener en cuenta, cuando nos enfrentamos a testimonios de personas vivas-.

Shoah abrió un camino necesario. Lanzmann buscó testimonios y los ha conservado. Otras generaciones, más allá de la muerte de los que vivieron esos acontecimientos, podremos verlos. 

Hasta ese momento pocas obras habían intentado trasladar, más allá del reportaje, esas emociones a la gran pantalla. Y solo la de Resnais, Noche y Niebla, con un planteamiento muy diferente, había alcanzado tal nivel de calidad. 


Mucho más tarde llegaría las versiones de Hollywood, la lista de Schindler o El pianista. Lanzmann la criticó -sobre todo, la primera-: para él Spielberg prefirió distorsionar la realidad, deformarla para llegar al gran público. 

Nada hay que objetar a ninguna de las dos películas, magníficas creaciones artísticas. Que refleje la realidad histórica o tienda a falsear los hechos, bueno, ahí entramos en uno de esos debates eternos: ¿testimonio o arte?

¿Acaso el documental no es, como bien decía Lanzmann, una ficción de la realidad

Lanzmann fue más generoso al hablar de El hijo de Saúl. 

Una de las críticas que ha recibido Lanzmann, además de la escasa presencia de mujeres, es la manipulación de algunas entrevistas donde evitó -algo que intentó enmendar en obras posteriores- criticar el colaboracionismo de los propios judíos en el exterminio: esa zona gris de la que habló Primo Levi. El protagonista de El hijo de Saúl formaba parte de esos Comandos de judíos que se encargaban del trabajo sucio -trasladar los cuerpos, quemarlos-, a cambio de tener ciertos privilegios. El hijo de Saúl evita esa parte esteticista de Spielberg; es directa como un puñetazo y también nos emociona.

Vuelvo a Shoah. Uno de los mejores ejemplos de cómo debe hacerse una entrevista es esta. Aquí está el mejor Lanzmann. Es cierto; hay quien podría decir que Lanzmann fuerza el testimonio del superviviente. Le propone una teatralización -él cortaba el pelo a las mujeres que entraban en la cámara de gas; ese pelo luego sería vendido-; Bomba acepta -ese es el límite ético, en principio-, pero, cuando llega a un recuerdo doloroso, durante más de un minuto no es capaz de seguir. El silencio es impresionante. Y Lanzmann espera; sabe que este momento es cinematográfico, intenso, brutal. Y le pide, le exige que continúe. 

Lanzmann aquí es un cazador. Su objetivo está claro: ese testimonio es un deber. ¿Debemos aceptar el silencio, aunque eso suponga que ese momento pueda ser olvidado? ¿El testigo tiene derecho a guardarse ese dolor? ¿El entrevistador debe ir más allá o debe respetar unos límites? 


domingo, 16 de agosto de 2020

LA COLABORACIÓN CON EL NAZISMO Y EL FASCISMO


The sorrow and the pity es un documental de Marcel Ophuls, hijo del gran Max Ophuls. Por primera vez se trataba el tema del colaboracionismo en profundidad. La versión oficial, la interesada en mantener desde arriba, quedaba desacreditada. No habían sido unos pocos, sino que muchos franceses habían participado en esa colaboración con los nazis.


Uno de los aciertos del documental es que Ophuls decide centrarse en la ciudad de Clemont Ferrand y su región. Se parte de un lugar concreto para hacer una reflexión general sobre lo que significó la ocupación y sus consecuencias posteriores. Aparecen las dos Francias, la de Petain y la que apoyaba la Resistencia -minoritaria en el año 1940-, tanto la comunista, como la nacionalista; esta última se apropiaría, con la ayuda de los aliados, las élites y con la figura de De Gaulle, del triunfo. Tras las venganzas iniciales -muchas de ellas particulares- se prefirió pasar página. Un buen ejemplo es el general alemán, que, en la boda de su hija, luce sus medallas. O la peluquera que aún sigue pensando que Petain era lo mejor para Francia.

Formalmente las entrevistas me recuerdan a Shoah de Lanzmann, aunque el tema principal sea otro: el holocausto. Rodeado de gente o en solitario, el entrevistador -fuera de campo- va preparando el camino para que el protagonista nos cuente su experiencia. Este es un buen ejemplo del talento silencioso y lento y de cómo la verdad surge, poco a poco, si hay alguien que sabe hacer las preguntas adecuadas en el momento apropiado y tiene la paciencia para esperar que llegue.


En el contenido me recuerda más a Modiano, el escritor y Nobel de Literatura. Es de ese mismo año su famosa trilogía de la ocupación. Tanto Modiano como Ophuls comenzaban a reabrir unas heridas que la generación anterior había decidido ocultar. Como aquí, son los hijos y los nietos los que necesitan desenterrar los cadáveres, abrir las fosas comunes, diseccionar a "sus mayores": sus padres... Recuperar la memoria; no olvidar ni manipular el pasado bajo una falsa e interesada alabanza de héroes que no fueron tales o el olvido de otros que se despreciaron y apartaron.
Sobre la memoria, aunque sea un tema y una época diferente -China y Shanghai, antes de la guerra con Japón y la guerra civil-, también va el documental biopic sobre una actriz china del cine mudo, desconocida en Occidente, Ruan Lyng Yu, cuya carrera fue corta, ya que se suicidó en 1935 por la presión de los medios y la prensa. Se mezclan imágenes y fragmentos de sus películas -quedan sólo restos, mágicos- con entrevistas reales y una dramatización ficticia. El resultado es interesante; en el fondo, lo que se intenta es recuperar una memoria perdida y fragmentada. Tal vez, y sin duda, deformada. ¿No es siempre así toda memoria o recuerdo?


En los años setenta Modiano escribió el guión de Lacombe Lucien de Louis Malle. El personaje podría haber sido un héroe, con su nombre en el callejero de la ciudad natal, -como aparece alguno en el documental-, pero, al final, se convierte en un villano. ¿Por qué? La ignorancia, el ambiente, el pragmatismo, la avaricia. Humano, demasiado humano...


Nos explica muy bien la base, el origen del fascismo y cómo bien dice uno de los protagonistas del documental de Ophuls: "estamos para aquí para que no vuelva el fascismo... pero, aunque sea con otro nombre, volverá..."

Ha vuelto.

Por eso, siempre necesitamos esa memoria: para enfrentarnos al monstruo, al lado oscuro que todos tenemos, en el que podemos caer en cualquier momento, como sociedad o individuos.