viernes, 18 de julio de 2025
VIAJES EN TREN
viernes, 27 de diciembre de 2024
VIAJE A GRECIA (III): EFESO
jueves, 26 de diciembre de 2024
VIAJE A GRECIA (II): DIA DE TRANSICION
'... Todo es uno: la lengua griega... y esta luz, este mar y estas rocas de donde fueron desprendiendose sus primeras palabras... sonido de guijarros, consonantes que chocan entre sí, sustantivos mojados por las olas, raíces semánticas, raíces de frigana, huesos, caparazones, el sol que reverbera sobre el mar, nombres que imitan un rumor eterno, verbos que nacieron de un gesto, preposiciones que son una seña, sílabas que son cuernos que embisten, letras que insinúan el flujo del aire y del agua, palabras que han salido del mar como la vida...'
Pedro Olalla, Palabras del Egeo.
Cinco de la mañana. El nocturno se llena de currantes. El día de Navidad pasó y hay que volver al trabajo. Se suben como yo en Vallecas y se bajan en Atocha: guardas de seguridad, taquilleros, mozos de carga, limpiadoras, vendedoras...
Los que subimos al AVE dormimos la mayor parte del trayecto. A la altura de Zaragoza dos jóvenes universitarias hablan de sus experiencias como estudiantes, antes de tomar el avión que les llevará a Londres. Me entretengo escuchando cómo una de ellas le cuenta el juego de miradas que mantiene con un chico en una biblioteca. La seducción no ha perdido su encanto rodeado de libros en los tiempos de Tik Tok.
El viaje en avión se hace largo. Son tres horas y ni siquiera la lectura de Safo o de Olalla logra hacerla más amena. Las piernas, agarrotadas; el cuerpo, agotado.
Turistas y turcos, jóvenes y parejas. Un par de turbulencias.
Llega el momento del aterrizaje. Una niña pequeña, de unos cuatro años, que ha caminado por el pasillo durante el viaje, obligada de repente a estar sentada con el cinturón puesto, se pone a llorar.
¡No llores, niña, que ya llegamos!
Desde la ventanilla la costa se recorta como los rizos de tu cabello o los pasillos de un laberinto; surgen acantilados y montes, se alzan de golpe; vislumbro poblaciones pequeñas arracimadas al abrigo de un bosque.
Y la luz, sí, reconozco esta luz... Aunque la lengua sea otra...
Son las siete de la tarde. El metro de Esmirna se llena de currantes que vuelven a casa.
Nuestras vidas son círculos y símiles, metáforas y onomatopeyas, tópicos y arquetipos.
Hoy es mañana y ayer.
martes, 24 de diciembre de 2024
VIAJE A GRECIA (I): DOS FRASES
He recordado dos frases tuyas. La primera la escribiste; la otra me la dijiste la última vez que nos vimos.
"La dulce melodía de una rutina que se sintió a gusto a mi lado...".
"No puedo evitar alejarme de las personas a las que quiero..."
No me atrevo a interpretarlas; porque sé que mi interpretación hablaría más de mí que de ti.
Puedo hacerlas mías, porque, sin duda, como tú, he buscado y he encontrado a veces esa melodía deslizándose junto a mí, lejos de las mezquindades diarias: al leer y al disfrutar de imágenes en movimiento o al inventar historias con palabras, imágenes o sonidos.
Y a veces he huido del contacto con otros, porque es más perfecta una felicidad posible, aunque sea solitaria, que la realidad compartida, siempre decepcionante. ¿No es mejor imaginar una vida con alguien a quien quieres, los hijos que hubieras tenido, los viajes que hubieras hecho, las experiencias que hubieras compartido o la ternura que le hubieras dado a que, en cambio, acabes odiando a esa persona, porque el día a día y la oscura rutina ha arruinado esas ensoñaciones e ilusiones?
¿La imaginación nos hace libres o nos encadena?
Hace diez años murió mi madre. No siento dolor; solo una suave, dulce y tranquila añoranza.
Viajo a la Grecia clásica: a Esmirna, Éfeso, Lesbos, Atenas.
Viajar siempre es arriesgarse.
No sé porqué hoy recuerdo estas frases tuyas.
Todo viaje empieza mirando hacia atrás...
martes, 9 de julio de 2024
APUNTES DE UN VIAJE
Un turista inglés, cuerpo sin alma, acaba de vomitar en la estación de tren de Chamartín. Nadie se sienta a su lado. Sus compañeros no saben qué hacer, piden disculpas a quienes los miran con desagrado, ponen la mano en el hombro del amigo. Es inútil. La felicidad se ha marchado.
Torrelavega. "La educación cambia a los que cambian el mundo". Frase escrita en los muros de un colegio. Cuando se escriben, el tópico y la utopía se vuelven ingenuos y ridículos.
Niños jugando al escondite en pleno siglo XXI sin ningún tipo de tecnología; un gorrión muerto al borde de la carretera.
En los bares a veces ponen videoclips musicales como fondo, si no hay partidos de fútbol de la Eurocopa. Tienen muchos planos y el montaje es electrizante; no quieren que pienses. Hay excepciones: You`re beautiful de James Blunt me recuerda, salvando las distancias, al de Hardy. Solo tres planos de un muchacho joven y hermoso que a veces roza la abstracción. Con eso basta...
Viérnoles. Un jardín descuidado, abandonado; figuras mitológicas y un Neptuno, olvidado, rodeado de malas hierbas, se alza, orgulloso, sobre un mundo decadente. A unos metros, en el muro del patio de un instituto, una interpretación en clave feminista por parte de dos alumnas del mito de Medusa: rompe el tridente en pedazos, se rebela. Nos mira fijamente: "No, no soy un monstruo".
El Sardinero. Brisa del mar. Olor a salitre. La voz de un niño. Tiemblo; mis ojos enrojecen. Nostalgia de la infancia. Pies descalzos caminan sobre la arena, se mojan en la orilla, nadas; eres libre. Es suficiente estar aquí, escuchar el rumor de las olas, contemplar el infinito...
Un refugio entre los edificios de Torrelavega: bancos, mesas de madera, recipientes, plantas, dos puertas colocadas en el muro divisorio para darnos la impresión de que estamos en un hogar. Unos pocos vecinos han ocupado el solar. Antes este lugar fue un bar y aún se conservan sus baldosas; enfrente, había un prostíbulo. Esos clientes se fueron. Ahora es una empresa colectiva: desde hace nueve años.
Contemplo una herida, la huella de una operación en la cabeza, una recta casi perfecta; el pelo que crece no la oculta.
Los soportales de "Calle Mayor" se encuentran en Logroño. Planos fijos, fotografías convertidas en imágenes en movimiento; presente y pasado.
"Las letras vuelan, se escapan", me asegura un vecino. Los franceses fracasaron y no conquistaron Logroño para que los turistas en sus calles se emborrachen con vinos y devoren tapas de diseño.
Una escalera de color naranja que no lleva a ninguna parte.
Garray: casas y fincas. Fervor constructivo. Dinero a espuertas, trabajadores y menús a quince euros. Excesos capitalistas a los pies de Numancia. Sus ruinas no protegen esta locura. El Duero es ajeno.
Un hombre se arrodilla antes de entrar en la ermita del Mirón. Hay en Soria portadas románicas que lo merecen. No sería mala idea que todo turista lo hiciera y que, incluso, lamiera las piedras, mientras los demás les hacen fotografías. No descarto que alguien haga realidad algún día esta delirante ensoñación.
Machado, a unos pasos, empujaba la silla de ruedas de Leonor. Un ganadero de la Mesta enriquecido, unos metros más abajo, construyó un palacio a imitación del Escorial que ocupa cientos de metros cuadrados. Mis dientes mastican los torreznos, los trituran.
En el Duero un corzo se esconde entre las murallas; los arcos templarios de San Juan resisten el tiempo y el olmo reverdece. En la plaza Mayor la comunidad ecuatoriana celebra una fiesta: bailan, beben, comen y ríen.
Cipreses enmarcan el cementerio de Las Casas, un barrio de Soria. En un muro de piedra fueron fusilados una decena de hombres en 1936, enterrados en una fosa común, desenterrados hace un año. En este tiempo ha crecido el trigo; oculta el muro. No quedan huellas, ni sangre, ni se escuchan voces ni gritos ni susurros.
Suenan campanas. La llanura se extiende lejos, muy lejos. Campos segados o a punto de serlo. Nostalgia de mar.
martes, 15 de agosto de 2023
APUNTES PARA UN VIAJE (IV): COLMENAR VIEJO
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El jueves pasado supe -casualmente, buscando en internet- que en Colmenar Viejo están llevando a cabo una exhumación de fusilados.
Sucedió en el 39, nada más llegar los franquistas. Fueron echados a una fosa común sin que los familiares pudieran enterrarlos dignamente. Hay todavía cientos de fosas en este país que en noventa años todavía siguen sin excavarse. Hay una derecha que se niega a permitirlo o lo dificulta; hay una izquierda que hasta hace poco no ha tenido la valentía de abrir esas fosas.
El viernes fui allí y conocí a Almudena, la responsable de la excavación; a Carmen, que organiza el proyecto y a Luis, presidente de la Asociación Comisión de la Verdad de San Sebastián de los Reyes. Me dieron permiso para grabar. El lunes me presenté allí y durante hora y media me dediqué a ello.
Parece que nuestro documental, cuyo eje y origen es una historia familiar, un viaje, como ya comenté, está virando hacia la memoria histórica, pero, como bien sé, el documental es un animal vivo. La idea de la excavación, la de remover la tierra, la de descubrir nuestra memoria, cavando más y más profundamente, es una idea que puede llevarme a muchos sitios. Por el momento, es este el camino que está tomando...
Cada vez quedan menos hijos de represaliados. La mayoría son nietos. Una mujer de 92 años, la única superviviente de cinco hermanos, espera que su padre esté entre los restos que se están sacando. En su caso, le quemaron vivo, antes de matarle.
En teoría fueron más de cien, pero hubo familias que consiguieron desenterrar a los suyos y otros ya fueron exhumados en las excavaciones del curso pasado. Es posible que algunos se encuentren en otra zona del cementerio.
El hueco, un pasillo en la tierra, donde trabajan en estos días, se llama "el paseo". Se encontraba entonces en el exterior del muro, el que separaba el cementerio de una propiedad de la iglesia, tal vez un huerto. Más tarde sirvió para la ampliación del cementerio y ese camino de tierra se convirtió en un paso entre tumbas; tal vez de ahí el nombre. Todo el mundo sabía que allí había una fosa común. Los vencedores imponían su silencio; los vencidos callaban y esperaban.
La ley de memoria histórica ha permitido que Aranzadi, una asociación privada especializada en excavaciones, haya puesto en marcha este proyecto en su segundo año.
Los descubrimientos sorprenden a los investigadores. Usaron féretros; lo habitual era echarles una manta, un saco y poco más. Tal vez que fuera un juicio, aunque fuera una farsa, les obligó a enterrarles con algo más de dignidad. El procedimiento era sencillo: eran fusilados a unos metros, junto a la capilla. Después se los transportaba al otro lado del muro. Hay varias capas. Por lo menos, han descubierto tres filas de cadáveres, una sobre otra. Es posible que fueran enterrando en oleadas sucesivas ya que los fusilamientos se produjeron en fechas diferentes. Al final se cubrió todo con cemento. Los expertos esperan todavía alguna sorpresa.
Tras dar su ADN los nietos y los pocos hijos que quedan, también esperan. Que estos esqueletos sean los de sus padres y abuelos. Que puedan enterrarles con dignidad. Muchos miles, cientos no podrán hacerlo, no lo verán. No tendrán tiempo.
Y aquí hay una responsabilidad que todos deberíamos admitir. Los que aceptaron una transición desmemoriada, los que tardaron en poner en marcha medidas como estas, los que callan o miran para otro lado, los que impiden con trabas burocráticas o legales.
domingo, 6 de agosto de 2023
APUNTES PARA UN VIAJE (III): LLEIDA Y TÁRREGA
Lleida a principios de agosto es irreconocible. Muy pocos turistas.
La gran mayoría de los que viven por Lleida en estas fechas son inmigrantes. Hay dos zonas donde la concentración es más numerosa: entre la calle Mayor y la Seu Vella, en la parte alta del casco histórico, y en las calles aledañas a la estación de tren. Alquileres baratos, escasa infraestructura, un sutil abandono. Nos encontramos, sin duda, en Black Town: la mayoría son subsaharianos. Algunos, pocos, marroquíes.
Latinoamericanos, más escasos. Y los chinos que regentan algunos bares y que no paran de trabajar.
Así que tenemos a la clase media leridana paseando por la calle Mayor, como en los viejos tiempos.
De vez en cuando, a los pies de las tiendas, encuentras en un letrero, que asemeja una baldosa dorada, un nombre, dos apellidos, una fecha y lugar de nacimiento -"aquí nació" y de muerte; está última, en un campo de concentración nazi. Nadie se fija en ella.
Y, por otro lado, a unos metros, al este y al norte de la calle Mayor de Lleida, decenas de inmigrantes, en grupos o solos, matando el tiempo. O al sur, en la rambla, tomando un café, o bajo los árboles de un parque, al otro lado del río Segre. Ahora no hacen nada; consumen poco. Algunos son recogidos por furgonetas a primera hora de la mañana; les dejan de vuelta por la tarde: otros van y vienen en el tren regional o el bus, pero la gran mayoría espera a septiembre, para cuando les llamen para trabajar en el campo como temporeros.
La presencia de marroquíes era mayor en Tárrega; la plaza del pueblo era el lugar de encuentro de grupos más reducidos.
Tárrega tiene sus edificios antiguos, pero, en general, ha perdido mucho de su encanto.
Como en tantos pueblos, las casas viejas no se cuidan, se abandonan y, cuando llega el momento, se venden para tirarlas abajo y construir otras nuevas y deplorables. Aún así, en Tárrega aún hay calles que recuerdan su pasado medieval o algún palacete modernista. Nada que ver con Tarancón, por ejemplo, que ha acabado con casi todas. El que tenga estación de tren le da cierta vidilla a esta ciudad leridana: en media hora te plantas en Lleida y en una hora en Barcelona.
Los judíos tenían su barrio. Y como en otras partes fueron el chivo expiatorio, cuando las cosas iban mal dadas. En 1247, en medio de guerras, impuestos y hambrunas, fueron asesinados en una noche, más de 300 judíos en Tarrega. Hace una década se realizaron excavaciones, al otro lado del río Ondara, donde los expertos situaban un cementerio judío. Allí se descubrieron los cuerpos de niños y mujeres, algunas de las víctimas de esa matanza. Años después en Lleida y otras ciudades del reino de Aragon se repetirían las persecuciones.
Tuvieron, a principios del siglo XX, una fábrica de harina, que, incluso, poseía una estación propia, a unos metros de la oficial. Otra fábrica se ocupaba de producir materiales y maquinaria agrícola; era un terreno bastante amplio a las afueras.
Fue por aquí, por donde pasaron, en agosto del 36, Críspula y sus hijas. Por eso, estoy aquí, grabando unos planos. Ya veremos si salen o no el documental.
Según parece un beato fue asesinado por un grupo de la CNT en esas mismas fechas. Tenían previsto recordarle este 13 de agosto, con una misa y una caminata al cementerio. Es la única lápida de una víctima de esta guerra con nombre y apellidos que he podido encontrar en este camposanto. Allí, como pude comprobar, no hay ningún monumento a los enterrados en fosas comunes, sea por bombardeos o fusilamientos de la otra parte. Y los restos siguen allí, bajo tierra, sin nombres, en dos fosas comunes.
Cuando llegaron a Tárrega a Críspula y sus hijas las interceptaron en uno de esos controles que la CNT hacía a la entrada de los pueblos por la carretera, como en Tarancón. Allí, en la población meseteña, si mal no recuerdo, retuvieron a varios ministros anarquistas, que huían de la Madrid asediada, de camino a Valencia, amenazándoles con ejecutarles, sin juicio ni nada, como traidores y cobardes. Se salvaron y los dejaron en libertad... En el fondo, los anarquistas no eran tan duros.
También les ocurrió a Críspula y sus hijas. Según me dijeron las metieron en un camión junto a otras mujeres y niños para llevárselas quién sabe dónde; lograron escapar. Es posible que los anarquistas cambiaran de opinión o que las mujeres aprovecharan un descuido.
En Lleida hay un museo local bastante moderno y aceptable para el baremo actual. Las explicaciones son claras y sencillas y cualquier profesor podría traer a sus alumnos y proporcionarles una mañana instructiva para así sacarles de la monotonía de sus clases. Quizá el único pero es que hay poco conservado de la propia ciudad. De Roma, por ejemplo, no hay ninguna excavación que hayan mantenido -lo habitual es destrozarlas- y la única que les permitiría montar un museo, la de unas termas, a unos metros de la estación de tren, lleva más de veinte años, cubierta por la hierba, sin que se decidan a invertir unos cuantos milloncejos.
También, además de la desidia o los intereses urbanísticos, algunas obras se han perdido por una destrucción intencionada o el saqueo. En 1711 las tropas de Felipe V arrasaron con Lleida. Los franquistas en 1938 hicieron lo mismo. También le ocurrió a esta Virgen con José y el niño, la que abre esta entrada.
¿Dónde está San José y la cara rechoncha del niño? Los de la CNT quemaron la otra parte en el 36, de camino al frente de Aragón. Sin embargo, es difícil no sentir asombro, cuando contemplas la mitad del rostro y el pelo de esta virgen. Como sucede con muchas obras que han superado el paso del tiempo, te preguntas cómo es posible que algo tan hermoso haya sobrevivido y el resto, no. ¿En el último momento un tipo duro, un anarquista con cierta sensibilidad, se arrepintió y la salvó de la quema? ¿El azar? ¡Quién sabe!
A unos metros, detrás del museo, casi por casualidad descubrí una joya desconocida del último románico y el primer gótico: la iglesia de San Lorenzo. A oscuras pude intuir en dos retablos sus imágenes, a medio camino hacia la plena expresividad del Renacimiento.
Volviendo al museo, hay una pared, en la parte medieval, dedicada a todos los presos políticos de este país. Los mantendrán, hasta que vengan todos los exiliados y liberen a sus presos.
Me gusta la idea. Es parcial, pero no está mal que los museos reflejen la realidad política.
Eso sí, reconozco que en una hora y media recorrí el museo yo solo -los bedeles, aburridos, se paseaban de vez en cuando y me saludaban, por si se me ocurría tocar algún cristal o llevarme algún sílex, una madona o una terra sigilata-; así que muy frecuentado, no es, la verdad. Como ya dije, turistas no había muchos en estas fechas.
Los bares, no sé si lo he comentado antes, estaban llenos. Así que, si quieres reflexionar sobre el sentido de la vida, es mejor pasarse por aquí. Los museos, ya se sabe, son lugares tranquilos y silenciosos.
Prometen tirar lo que parece una antigua fábrica cerrada y abandonada -un edificio que merecería, al menos, por su fachada, que se conservara- y convertirlo en la nueva estación de autobuses. No dudo que merezcan una estación mejor -en Bilbao, Iruña y Donosti las consiguieron tras décadas en las que los buses paraban en garajes de mala muerte, oscuros y asfixiantes, como aquí, o sin techo, al albur de la variable meteorología-, pero ¡qué manía de echarlo todo abajo!
O de cerrar centros ocupados. ¿Para qué? ¿Propiedad de un banco?
Un poco más de imaginación no les vendría mal. Y menos obsesión por la ganancia rápida.
¡Ay, el capital!
Un hombre, de unos treinta años, -aunque aparenta más-, drogadicto, recorre, se arrastra por todas las terrazas de la Rambla y la calle Mayor, caminando a un lado y a otro, entre las dos estaciones, la del tren y la de bus. Nadie le da dinero, ni los catalanes de pura cepa ni los inmigrantes.
Es un cadáver que anda.
lunes, 3 de abril de 2023
TORRELAVEGA: ADDENDA
Al día siguiente volví para comer. Me ofrecieron un pequeño hueco a la entrada y me pareció perfecto. Un solo comensal debe aceptar el lugar que le ofrezcan, cuando un sitio está lleno. Esta vez me decidí por la ensaladilla y una musaka. Bien hechas; me agradaron. En la televisión ponían una carrera de motociclismo. Hace años, en los noventa, eran los toros lo que se veía en los restaurantes o, así lo afirma, en los capítulos que corresponden a España, Paul Theroux en su libro de viajes Las columnas de Hércules; ahora, según parece, es el deporte. Los tiempos han cambiado; el ritual sangriento da menos dinero que la competición de alto nivel y la publicidad aneja.
Los clientes, en la barra del bar, esperaban su turno para entrar en los comedores. La entrada se fue vaciando, mientras los platos, que destacaban por su cantidad, iban pasando de una mesa a otra. Los postres estaban currados y se notaba que eran caseros. Me fijé, mientras tanto, en detalles curiosos: en unas cerámicas aparecían frases tópicas, de estas que buscaban la sonrisa, irónicas, conservadoras, reaccionarias; hacía mucho que no las veía en un restaurante. La novedad es que, entre ellas, había una de Montaigne. También había varias gorras de cuerpos policiales -locales, nacionales, europeos; incluso, el de la legión o el de los antidisturbios-, en la parte superior de la barra, encima de las botellas.
Le pregunté al dueño:
-Nos las regalan, cuando vienen por aquí a comer.
Un escudo del At. Madrid destacaba, si mirabas al fondo, desde la entrada; en cambio, tenían una imagen del Bernabeú, en una esquina, tras la barra. Me sorprendió esa contradicción y se lo mencioné:
-Mi hija... -suspiró con resignación- ganas de incordiar...
II
Torrelavega no es un sitio para visitar como turista. Antes, había industria; ahora, es el sector servicios el que mantiene vivo al pueblo. Sobreviven algunas empresas, al otro lado de la estación de FEVE, y una chimenea: restos de otros tiempos. Quedan pocas casas antiguas; y las que siguen en pie tienen las huellas de lo que se ha abandonado: tejados caídos, maleza y hierbas entre las piedras y los huecos de las paredes, persianas descuidadas, algún cristal roto en las ventanas. Rodeadas, como si fueran los últimos supervivientes de un asedio, de urbanizaciones y fincas de hormigón y bloques de edificios altos de ladrillo.
Las iglesias se llenan, más o menos, pero la media de edad ronda los cincuenta años en adelante. Los jóvenes comen en restaurantes de comida rápida y se bebe en bares de diseño. El nivel de vida es aceptable; no hay mendigos en las calles y los edificios, en general, están cuidados. Hay obras en marcha: costumbre inveterada de los ayuntamientos, meses antes de las elecciones. La vida cultural es escasa; aunque puedas encontrar algún concierto alternativo de cuando en cuando, alguna asociación que intente dinamizar el pueblo, o, cerca de la estación de FEVE, una librería que te invita a curiosear contenidos más atractivos de los que esperarías en una población de este tipo.
III
En Santillana de las tres mentiras -que no es santa, ni llana ni hay mar- no había mucho turismo a finales de marzo. Los grupos de las agencias con sus autobuses llegaron sobre las diez. Hasta entonces la sensación era la de un pueblo bien cuidado, tranquilo y aburrido: parque temático, eso sí, con tiendas de recuerdos y restaurantes cada diez metros y palacetes antiguos y museos sencillos.
Elegí otro restaurante que recomendaban en internet. El trato fue menos personal que en el de Torrelavega, pero tanto en calidad como en cantidad no me decepcionó. Me arriesgué por un cocido montañés que me sentó muy bien. Los calamares en su tinta estuvieron a la altura.
A mi lado dos parejas de ancianos comenzaron a hablar de sus achaques, que a su edad ya eran muchos. Luego hicieron un repaso, cuando se sentó con ellos un vecino, de la lista de fallecidos de entre sus conocidos. Aunque alguno todavía vivía, con cien años cumplidos.
Hacía un poco de calor, así que pusieron el toldo; nosotros estábamos en una terraza acristalada. Desde donde me encontraba podía ver a quienes iban llegando al patio interior. Dos familias con sus hijos se sentaron frente a mí, al otro lado del cristal. Los primos -dos chicas, una de ellas, adolescente, y un chico- parecían algo cohibidos; se notaba que hubieran preferido estar en otro sitio, pero la obligación familiar no les permitía decir que no. Quien llevaba la voz cantante era el padre de la adolescente, la cual, nada más llegar, se había guardado el móvil en el bolso. Los demás, más o menos, aceptaban sus sugerencias, sin demasiada convicción.
Como ya había terminado, salí del restaurante. Tomé un camino que me permitiera ver el pueblo desde más arriba. Otras perspectivas ayudan a abrir la mente. Y en mi caso, despertó recuerdos olvidados. Mientras iba alejándome, me di cuenta -en un deja vu- de que ya había estado antes aquí. En la primera etapa del Camino desde Santander, con J. Él había llegado reventado, no pudo recuperarse y a los tres días tuvo que dejarlo. Recordé el lugar donde dormimos, aunque por entonces la entrada por la calle principal estaba abierta; pude ver desde el lado posterior el patio donde lavamos la ropa, nada más llegar. ¿Dónde estaba el restaurante en el que cenamos? Recordaba también otro patio interior, similar. Y una calle ancha que daba a la entrada. Sí, no tardé en descubrir el lugar, más arriba.
Tal vez no lo había reconocido, porque, entonces, era pleno verano y la calle parecía la Gran Vía. No se podía uno ni mover. Hacía calor y estábamos agotados. Siempre es mejor visitar estos sitios en primavera y con pocos turistas. Un limonero brillaba a un lado de la calle principal.
Recordé a J. al que no veo desde hace un año. Ninguno de los dos da su brazo a torcer y no parece que tengamos interés en reencontrarnos.
Imagino que todo viaje invita a la melancolía. Sobre todo, si vuelves a un sitio años después. Santillana no había cambiado demasiado; sin embargo, yo, sí.
viernes, 31 de marzo de 2023
APUNTES PARA UN VIAJE (II): TORRELAVEGA
El muro del cementerio grita. Se extiende, fluye la sangre de los muertos. Palabras como cuchillos que preceden a los disparos.
Una mujer y dos niñas, protegidas por la oscuridad, huyen. A lo lejos, gritos, disparos, silencio.
Un comienzo.
I
La llanura, los sauces llorones y los ávidos riachuelos: antesala de valles, colinas suaves o ríos colmados.
Charlie, -lo conocí en el tren- se denomina a sí mismo como "el hombre más peligroso del Sur". Intuímos drogas y noches insomnes en las arrugas de su rostro. Las palabras, en cambio, son las de un bufón. Intenta ligar con una joven latinoamericana; ella se divierte, juega con él. Charlie, despistado, debe bajarse en Torrelavega; el tren se va a poner en marcha.
"No mires atrás", le dice ella, con sorna, al despedirse.
Torrelavega: el origen mítico de una odisea. Pretendo versificar una historia épica. La realidad, hoy, un viernes por la tarde, es prosaica, más banal: los adolescentes en la plaza "Roja" -las baldosas del suelo han perdido su color primigenio- se hacen selfies o escuchan música; otros, con más poder adquisitivo, toman un café o beben su cerveza bajo la terraza del Carpe Diem.
Al día siguiente el cielo recupera un tono azul y brillante, el de la infancia olvidada que mitificamos.
Al bajar del monte Dobra, volviendo a Torrelavega, comparto un trecho del camino con dos jóvenes de Viernoles y Tano. Atravesamos bosques de eucaliptos. Los temas de conversación fluyen: la cantera, la corrupción en la que están implicados una constructora, Rucecan, y el político de turno... El lobo es un asunto delicado. Los ganaderos pierden ovejas; cuando cobran por las que mueren, prefieren alimentar con ese dinero a sus mastines: monstruos cuyos cuellos, erizados de pinchos, nos amenazan.
"Una cosa es apostar en juegos y otra hacerlo en la vida real".
Me cruzo, a unos pasos de un Ayuntamiento en obras, con dos compañeros de parranda que acaban de comenzar su recorrido por los bares del pueblo. El que va detrás ha pronunciado estas palabras. El otro, al escuchar a su amigo, ha suspirado...
Entre las dos iglesias principales de Torrelavega sobrevive un espacio hueco, zona sin edificar; tal vez, en otro tiempo, aquí hubiera una casa antigua, abandonada y que se terminó de caer a pedazos; ahora, en vez de levantar un edificio sin personalidad, alguien, aprovechando el vacío, lo ha transformado en un refugio al aire libre. Se comparten libros; tras un cristal, abierto al paseante, ese mecenas nos ha dejado mundos desconocidos, universos alternativos para quien quiera llevárselos. A su alrededor, mesas y sillas de piedra, plantas y un pequeño huerto.
Una adolescente, que debería a estas horas recibir las lecciones de sus esforzados profesores y aprender, disfrutando de metodologías activas, ha decidido, en cambio, saltarse las clases. Se sienta en uno de los bancos, sin dirigirme la palabra; quiere estar sola. Necesita pensar qué va a hacer con su futuro; así que... cierra los ojos.
Entro a la iglesia mayor del pueblo, cuando las temperaturas refrescan. Están interpretando varias obras corales del renacimiento español. Mi sangre despierta, mis músculos se tensan, mis ojos brillan y tiemblan, en cuanto suena Tenebrae factae sunt de Tomas Luis de Victoria. Sus pausas y silencios atrapan el tiempo.
Esa noche, las paredes hablan: una pareja hace el amor en una habitación de hotel.
"Así, así...". La maestra repite la lección a su discípulo. No afirma con un "sí, sí...", ni aspira a alcanzar la iluminación divina, "Dios, Dios..."; se conforma con marcar el camino. Satisfecha con el alumno, tras el orgasmo compartido, se mezclan risas y juegos, cosquillas y susurros.
"No seas... hijoputa". "No seas malo" hubiera sido más apropiado o elegante para una mujer enamorada, pero ella se crió en un barrio de gitanos. Las palabras nos traicionan; delatan de dónde venimos...
II
Los domingos, a primera hora, todos duermen. Duermen los borrachos, duermen los amantes, duermen los ancianos, duermen los solitarios insomnes. La ciudad está vacía.
En los anaqueles de un bar de estación descansan, sin que nadie se atreva a leerlos, los cuentos de Poe o el Retrato de un artista adolescente de Joyce.
Los capiteles del claustro de la Colegiata de Santillana del Mar me asombran. Un contador de historias nos habla, saltándose nueve siglos. ¿Quién sería este artista? Aquí aparece un ángel; allá, un hombre y una mujer, cogiéndose de la mano; detrás, una serpiente se enrosca alrededor de una columna; cerca de esta última, un caballero atraviesa con su lanza a enemigos inermes.
Otros, monstruos de la Antigüedad, interpretados por la imaginación delirante de artistas medievales, renacen de sus cenizas.
En sus calles sobrevive un fotógrafo caminero, Adolfo.
Ya no va por los caminos; deja frente a la Colegiata su cámara -siempre con el miedo de que el viento se la tire-, esa que compró su padre en los años cuarenta; la coloca sobre un trípode y espera a los clientes. Aprieta el disparador, y, allí mismo, revela la fotografía, la amplia, limpia los líquidos que han quedado en el papel fotográfico con el agua del lavadero y se la ofrece, como un regalo, a los hombres del presente: la imagen es fiel reflejo de un pasado perdido, fidedigna materia de los sueños, verdad recuperada de memorias olvidadas.
"Si le das el dinero a un hombre para que se lo de a otra mujer o para que se lo gaste en juegos, eres poca mujer, eres una mierda de mujer".
Después de enviar este mensaje de voz, la venezolana, tal vez una inmigrante que limpia las fincas de algunos cántabros de buena posición, cambia el tono y la melodía con su hija, que, ajena al complejo mundo de los adultos, se mueve, nerviosa, en el carrito de bebé. Ahora su voz es diferente: la crueldad y la firmeza han desaparecido; las caricias y la ternura abrazan, en su lugar, a la niña.
III
¿Por qué el abuelo de Fernando, un montador al que he conocido en Torrelavega, a los meses de empezar la guerra civil huyó a Francia? ¿Algún trapicheo económico? Los misterios familiares aumentan de grosor con el paso del tiempo; la memoria los deforma.
Aún resisten casas de otros tiempos;
las voces de sus fantasmas no encuentran el camino entre los hierbajos, las malezas y las grietas.
Esa chimenea, cenizas y rescoldos de una Torrelavega obrera, se vislumbra más allá de un inesperado arco iris.
"Sobre tu pelo recogido se enrosca un rayo de luz. Las despedidas nos hacen envejecer..."
domingo, 26 de febrero de 2023
APUNTES PARA UN VIAJE: TARANCÓN (I)
Volver al principio.
Un círculo o una elipsis: la perfección imperfecta.
De un sistema solar, de una sociedad, de un ser vivo, de ti o de mí...
Perales de Tajuña. Irregular. En sus colores: desvaídos, dispersos; en sus estructuras: fincas de urbanitas con pasado rural, ermitas -aisladas durante siglos, ahora, sitiadas por casas nuevas-, fábricas, talleres, polígonos de escasa entidad, mataderos, vaquerías, casas tradicionales de una sola planta; en su material: piedra, yeso encalado, ladrillo rojo de los institutos y colegios, como los de mi infancia y adolescencia... Terrazas de arcilla, campos arados, monte bajo, arbustos. Grises y ocres.
Una mujer y dos niñas ocultándose de los soldados en oquedades de las montañas; tal vez, las de la sierra de Ayllón; en los pajares; dormían de día, caminaban de noche; riachuelos, senderos, campos sembrados...
Las gruyas vuelven al Norte; llega el buen tiempo. El frío aún no se ha ido...
En Tarancón, este sábado del Carnaval, lucen sus disfraces por las calles: es la fiesta de los sesenta. Música que no moleste; pantalones campana, pañuelos de hippie, chaquetas rockeras, minifaldas de chica ye-ye. Melifluo, inocuo, más bien. No problem; nada de crítica social, asimilable por los señores de la muerte...
Uclés; hospital donde los heridos se curaban y donde morían hombres hambrientos de justicia. Cárcel franquista: donde los presos, hombres y algunas mujeres, morían de hambre y eran ejecutados; enterrados en fosas comunes sin nombre. Familias sin cuerpo al que llorar. Se fusilaba a las afueras, donde dos caminos se cruzaban. La sangre de los muertos llegaba hasta un riachuelo seco.
Los señores han dejado el hueco; se han llevado el agua. La sangre sigue debajo de las piedras.
Comemos en un restaurante de Saelices. Me fijo en paragüero antiguo, a la entrada, en un descansillo; tiene en la parte superior una inscripción; me recuerda a una serpiente enroscada: objeto que tenía mi madre, perdido hace tiempo, en esa casa a la que no volvimos. El sol puede dejarte ciego; sus flechas pueden matarte. Hay algunas fotografías de Segóbriga ampliadas; más de treinta años han pasado desde que se hicieron: los espacios cambian.
¿Por qué no inventar un recorrido posible? ¿Por qué no recorrerlo noventa años después? Un mito familiar contado a un niño. Conversaciones al calor de un fuego o en la sobremesa. Ellas hablaban y recordaban. Las historias nos llegan a retazos, deshilachadas... ¿Qué hacer con los restos de un naufragio? ¿O con las ruinas de una ciudad bombardeada? ¿O con un pueblo abandonado? Ya no son suyos; tampoco son nuestros... Nos llevamos las piedras para construir otras casas que nos refugiarán del desastre. Los mitos adoptan formas extrañas, nuevas, irreconocibles, cuando son heredadas por otras generaciones.
Las huellas quedan; ellos estuvieron aquí. Hay que saber leerlas... pero, primero, tienes que querer leerlas. Después, has de transformarlas...
El esparto y el yeso; una vía romana hecha para el comercio. Minas de lapis specularis; tierras explotadas por terratenientes desde hace miles de años. Un camino empedrado desde Carthago Nova a Complutum pasando por Segóbriga. Crecen agujeros donde se hunden las ruedas.
Villa Paz y Castillejo; el coto de caza de una élite, hospital militar, psiquiátrico durante la guerra. Edificios en derrumbados; otros, restaurados sin gracia, impolutos, sin la mugre del tiempo, sin el musgo que ennoblece.
A la salida de Segóbriga, de camino a Pozorrubio de Santiago, en una encrucijada entre dos carreteras comarcales, se encuentra un abedul solitario. Es elegante, joven, recién plantado. Allí -dicen los que conocen su historia-, fue violada y asesinada una joven, hace unos años. Sus padres han levantado una cruz y, junto al árbol. celebran todos los años una misa. Nada se sabe de sus asesinos...
Hay que limpiar la sangre de los inocentes; hay que calmar el dolor de los olvidados muertos...
Se me aparece un personaje secundario: la condesa de Retamoso. La misma que alentó y protegió al guardia civil y torturador de los inocentes del crimen de Cuenca; la misma que participó en el golpe de julio del 36 en la provincia; la misma que, al fracasar, fue fusilada por milicianos de la CNT; la misma para la que trabajó como doncella, en los años veinte del siglo pasado, esa mujer a la que no conocí, que con sus dos niñas camina por los campos, se oculta en los montes, se esconde para que la sangre de los muertos no envenene a sus hijas, no se las lleve lejos.
"También a nosotros nos deslumbra el poder y el dinero... nos hace olvidar que en el gueto estamos todos, que gueto es recinto vallado, que fuera de lo cercado, viven los señores de la muerte y que, no muy lejos, espera el tren".
Invento historias o, tal vez, solo las recojo...
No quiero morir del todo.
martes, 2 de agosto de 2022
RIBEIRA SACRA
Dicen que un benedictino a principios del siglo XVII transcribió erróneamente un documento del siglo XII. En el original ponía Rovoyra Sacrata, algo así como "robledal sagrado". El roble siempre ha sido en las culturas celtas un árbol divino. El monje escribió, en cambio, Rivoyra sacra y así es como ha llegado a nosotros.
El Sil y el Miño han creado valles profundos, cañones ricos en tierra cultivable. Los viñedos se agrupan en terrazas con pendientes, en algún caso, bastante empinadas.
¿Llegó el vino con los romanos? ¿O fue más tarde, cuando los monasterios descubrieron un negocio que les proporcionaría cuantiosos beneficios? Los historiadores no se ponen de acuerdo. O eso nos dice una guía de uno de los paseos en ferry por el Sil. Nos confiesa que quiere presentarse a las oposiciones de secundaria para la pública; pocas plazas para muchos pretendientes. Nihil novum sub sole.
De entre esos monasterios destaca el de San Esteve. La iglesia tiene dos retablos; el renacentista preside el coro. Hay otro en piedra, románico, más atractivo: representan en una figuras esquemáticas, estilizadas a Jesucristo rodeado de sus discípulos.
Transformado el resto del edificio en un parador aún conserva tres de los claustros. Dos son renacentistas y el último combina el románico con el gótico tardío. En las paredes de este hay unas pinturas; difícil distinguir cuál es tema. Aún quedan restos del color.
Estos monasterios se enriquecieron en la Edad Media; fueron abandonados en el XIX. Entre las dos fechas podrían contarse muchas historias.
En los altos de estas colinas puedes encontrar restaurantes. Además de la vista de los valles, disfrutarás de cocina casera. Sus propietarios suelen ser familias: verás al padre, la madre y los hijos. En O cova, mientras contemplas el cañón del río Miño, te ofrecerán carne a la parrilla. Los postres caseros no quedan a la zaga.
Se cuenta que el fuego está quemando los bosques de estas tierras; aquí, al menos, por lo que he observado, todavía no ha llegado. ¡Al tiempo!
Estuve en Orense hace casi veinte años. No recordaba la Catedral y es extraño, porque no te deja indiferente. A la entrada un cartel nos agradece el que hayamos dejado un donativo; sorprende, porque el pago es obligatorio para poder visitarla. Debe de ser el sentido del humor gallego.
Tenemos un gótico elegante, pero que conserva ejemplos de otras tendencias. Esculturas románicas, sobrias, distantes; portadas románicas que recuerdan a la del maestro Mateo; una capilla barroca, la del Santo Cristo, brillante: necesitas salir para poder recuperar el aliento. ¡Tanta es la riqueza y el esplendor que atesora! El altar mayor se mueve más en el Renacimiento. Las figuras del coro no desmerecen.
Recordaba un museo arqueológico; me agradó porque era sencillo y aprovechaba con pocos medios el espacio que tenía. Me lo he encontrado en proceso de restauración con una fachada cubierta de andamios.
Había también una calle llena de bares. Si es la misma que he visto ahora, los bares se han transformado en restaurantes y han ocupado la calle con terrazas que no dejan sitio a los paseantes. El turismo lo devora todo.
Para salir del centro está el puente romano, bañado por el Miño. En este siglo XXI también tenemos el puente al estilo "Calatrava". Lo podían haber llamado del "descubrimiento"; aquí recibe el nombre de "el Milenio". Es curiosa la pasarela peatonal en forma de anillo; un hilo muy fino y elegante. Al otro lado, subiendo una cuesta pronunciada, llegas a la estación de tren.
El AVE te llevará a cuatrocientos kilómetros por hora -en su tramo más rápido- hasta Madrid en dos horas. Visto y no visto. Más bien, lo segundo.
Los viajes, ¡ay!, ya no son lo que eran.
lunes, 1 de agosto de 2022
VILACAIZ (y II)
Se escucha el canto de un gallo, ladridos de perros, algún mugido ocasional. Son los sonidos con los que comienza una mañana aquí.
Mi amigo sabe que necesitará mucho tiempo y trabajo para levantar todo esto de nuevo. Aunque, como yo, es un urbanita, su mirada ya no es la misma que pueda tener yo. "Ahora soy un terrateniente", me dice con sorna. En estos días, por las tardes, ha hecho una zanja para dirigir un reguero de agua que uno de los vecinos ha dejado libre dejándole una parte de la finca anegada. También ha cortado las malas hierbas, arreglado la lavadora o el horno. Está dispuesto a tomarse muy en serio este tipo de vida.
Le acompaña Luka, una perrita de trece años. Una "viejita", como la llama mi amigo cariñosamente. Casi siempre está durmiendo; sólo cuando intuye que le van a dar de comer, sus ojos brillan. También cuando persigue a unas ovejas alocadamente. Es como si despertara de repente su instinto natural de cazadora.
Nos dicen que en los alrededores han llegado a ver a algún lobo. También jabalíes o zorros. Uno de ellos fue quizá quien debió dejarnos su tarjeta de visita en forma de deposición una noche en la escalera.
En Vilacaiz, aldea la llaman por estos andurriales, no hay más de veinte vecinos. Y la mayoría vienen o los fines de semana o en verano. La carretera comarcal, la que te lleva a Currelos, el pueblo más cercano, separa las fincas de unos y otros. A nuestro lado de la frontera asfaltada tenemos la iglesia y el cementerio. En la iglesia, en la que sólo se celebra misa el primer domingo de cada mes, quedan algunas lápidas, colocadas en los muros que la protegen. Son las más antiguas que he logrado encontrar; no van más allá de los años cuarenta. Imagino que los demás huesos de antiguos parroquianos o fueron trasladados o se encuentran bajo el campo de margaritas.
Todos los caminos aquí tienen un sentido. El asfalto no llega más allá de unos metros, los que necesite el propietario para el coche. Enseguida se convierten en senderos de tierra firme y bien asentada, que separan los terrenos y comunican a unos propietarios con otros. En las fincas encuentras desperdigadas, en paquetes bien atados, la paja o el forraje; a veces está cubierta por un plástico para que conserve la humedad y el sabor.
Es importante llevarse bien con los vecinos, pero no siempre es posible. Ya se sabe: conflictos con los linderos y los límites de este o el otro, que si ese camino es privado, que si las ramas del árbol te pertenecen y el tronco, no. También se piden favores. Así que los vecinos son amables con mi amigo; no solo es el carácter abierto del gallego, que también, sino sentido común. Nunca sabes cuándo puedes necesitarle. Hay interés, por supuesto. Llegar a acuerdos y no arrastrar litigios es importante; o que tus ovejas puedan pastar en otra finca; o que tengas una salida para el coche más cómoda. Y a mi amigo en estos primeros encuentros le llueven los pepinos, tomates y lechugas del huerto de este; o el albariño o el orujo casero de aquel. Quid pro quo. La gente del campo es práctica. Le va en ello la vida. Alguno da consejos que mi amigo no ha pedido o atraviesa la finca sin pedirle permiso. Tendrá que poner los límites y saber moverse en este nuevo lenguaje con sus reglas y su vocabulario particular.
Currelos es el pueblo más cercano. Tampoco es que haya mucho que ver: farmacia, un bar, un albergue privado, alguna tienda de ultramarinos. Si quieres ir al médico o empadronarte debes ir más lejos, a Vilasante. Y para asuntos de mayor enjundia como juzgado u hospitales, Monforte. El coche es imprescindible para moverse por aquí. Así que se entiende que llevarse bien con los vecinos sea tan importante.
Una pareja, con la que mi amigo tiene vecindad, nos invita a tomar pulpo en Currelos. Han recibido a mi amigo con los brazos abiertos. Él es un hombre cabal, directo, gusta del vino y la buena comida; es trabajador. Lleva sus vacas a pastar, hace la matanza, se ocupa de los terrenos. Le cuesta hablar en castellano; enseguida le sale un gallego cerrado y a veces nos cuesta entenderle. Ella, sin embargo, habla un castellano perfecto con acento y palabras gallegas bien condimentadas. Trabaja en otro pueblo de cocinera; se ocupa también del huerto. Habla, sí, por los codos. Si alguien nos ha informado de casi todo es ella. Debe conocer todos los secretos de la aldea; es una magnífica fuente de información.
Hoy en Currelos, como todos los días veintiséis de cada mes, hay mercadillo. Y en una plaza han montado un tenderete con mesas y bancos corridos. El pulpo está muy bien hecho. En general, la comida gallega es sencilla y contundente. Y el nivel de vida de Galicia te permite vivir con cierta holgura, en general.
Por la tarde escuchas el coro de perros, aullidos que se responden unos a otros. Las vacas y terneros del vecino, cuando dejan de pastar, nos miran sorprendidos. En un año esos terneros serán filetes; no lo saben, claro, así que ahora, inconscientes, degustan el pasto.
Las ovejas, tras ser perseguidas por Luka, más tranquilas, devoran con fruición la hierba.
Se levanta de vez en cuando una ligera brisa.
domingo, 31 de julio de 2022
VILACAIZ (I)
Un amigo se ha comprado un terreno en Vilacaiz, a una hora de Lugo y Orense. Me invita a pasar unos días. Acepto de inmediato. Me aburro aquí, aplatanado, con temperaturas que no bajan de los cuarenta.
El lunes, el día de mi onomástica, me subo al bus. Como no he salido de casa en una semana, me crece de inmediato una ligera irritación, fruto obligado de un contacto humano no deseado. Se me pasará, es una primera reacción alérgica que no me dura demasiado tiempo. Cuesta adaptarse al ajetreo de una estación, a los ruidos, los olores, a las maletas que van de un lado a otro, a las mochilas y sus espaldas. Uno huiría de lugares así, a no ser que no tenga más remedio que viajar; la asfixia podría con uno y te aplastaría inmisericorde, pero aún conservo resistencia física suficiente para sobrellevar la antítesis de lo que busco: soledad, tranquilidad, un clima suave y amable.
Por las ventanillas pasa a toda velocidad el paisaje de Castilla y sus colores: el amarillo ceniciento y el verde apagado. Llanuras amplias, diminutas colinas. Trigo y algún campo de girasoles puntúan una línea recta y definida de un horizonte ilimitado. Cuando las colinas se transforman en montes o bosquecillos, los tejados de pizarra cubren las casas y el verde brillante sustituye a los colores apagados, ya sabemos que nos encontramos en Galicia o muy cerca. Los contornos se definen mucho mejor. Molinos de viento en las cimas de las colinas; paneles solares a la entrada de los caserones.
Desde Lugo el camino a Vilacaiz es una sucesión regular de valles y colinas boscosas. Las poblaciones diseminadas, terrenos de pasto, bosques de eucaliptos y pinos o, más autóctonos, de castaños y tejos. Algún erizo muerto en la carretera; no conocía el lenguaje de los hombres. Los gatos, asilvestrados, rehuyen el contacto humano. Los perros ladran o ahuyan; muchos de ellos, atados, pierden la cabeza, prisioneros, anhelando la libertad. Las ovejas devoran la hierba en un gesto repetido y obsesivo; los terneros y sus madres, vigilan al paseante, cuando este se detiene a observarlas.
Mi amigo y yo, entre las historias que nos han contado los vecinos y algunos documentos, descubiertos en el cajón de un armario, hemos ido desentrañando la vida del antiguo propietario de esta finca.
Un tal Camilo, que nació en el mismo Vilacaiz, muy pronto, joven, se marchó a trabajar a Madrid. Allí consiguió un puesto de guardia de asalto, como mi abuelo; pero tuvo más suerte o más contactos, porque enseguida obtuvo un puesto entre los guardaespaldas de Franco y, cuando este murió, de Juan Carlos I: la Transición en estado puro. Rebuscando entre los objetos que no se tiraron, encontramos una revista fechada en noviembre de 1975. El titular dice: "Franco se despide de España". En la fotografía el dictador, como un padre amoroso, sonriente, mueve las manos, como si se alejara de nosotros, con tristeza.
Mientras pasaba el tiempo, echando de menos su pueblo, imagino, se acostó con una chica toledana; sería una de tantas, debió pensar. Pero está se quedó embarazada y le dijo que iba a tenerlo y que se tenía que casar con él, sí o sí. Fue un mal comienzo para el matrimonio. Tuvieron otra hija y la relación se consolidó de cara a la galería -entre engaños por una parte y recriminaciones por la otra-, pero él, seamos sinceros, nunca la amó.
En los años ochenta se compró la parcela y construyó la casa. La cocina y el baño son de esa época; se nota que debió de haber alguna reforma posterior, pero no se cambió casi nada. La familia, más o menos avenida, venía en verano al pueblo; en invierno se quedaban en Madrid.
A mediados de los noventa a la madre le diagnosticaron cáncer. Camilo no tuvo ningún reparo en apartarse de ella en sus últimos meses de vida. No fue a verla al hospital; tal vez ni siquiera asistió al entierro. Sus hijas no se lo perdonaron. Nunca volvieron a pisar este sitio. Así que Camilo vivió sus últimos años solo, entre su casa de Madrid, en Aluche, y su terreno de Vilacaiz. Su carácter seco y distante se agrió más; tuvo algún conflicto con algún vecino del pueblo que llegó hasta los juzgados.
Un día de otoño en Madrid notaron el olor de su cadáver en descomposición. Había muerto tres días antes.
Este hombre compró años atrás una tumba familiar en el cementerio del pueblo; es un lugar pequeño, sencillo. Las sepulturas, modernas, de granito pulido, están bien cuidadas; no hay caminos asfaltados, a no ser uno que rodea el cementerio por su parte interna. En el centro, han dejado crecer las hierbas y algunas flores: margaritas, sobre todo.
No enterró allí a su mujer. Tampoco él está enterrado. Su tumba es una tumba vacía, sin letras, sin fechas.
En la franja superior aparece desleído, como si el tiempo se hubiera encargado de borrarlo, el nombre y apellidos de nuestro personaje y el del pueblo que le vio nacer, cincelados tímidamente en el granito.
La finca que ha comprado mi amigo es grande: tiene espacio, si así lo quiere, para un huerto, un invernadero, para que pasten ovejas o terneros; hay plantados árboles frutales: manzanos, perales... picoteados por los pájaros. Algún castaño. La casa, en el centro de la finca, necesita de algunas reformas. A la parte habitable se llega por una escalera. Debajo hay un establo que guarda decenas de aparejos para el campo; incluso hay un carro de madera, carcomido; tal vez un recuerdo familiar de Camilo.
Se pone el sol. Los atardeceres aquí se me hacen tardíos y trágicos, sanguinolentos. El cielo se cubre de un rojo brillante y espléndido.