domingo, 9 de agosto de 2020

AMIANTO: UNA HERENCIA ENVENENADA


¿Cómo definir Amianto? ¿Es una autobiografía familiar con un padre como protagonista? ¿O estamos ante un libro de denuncia? ¿Es una obra política, en el sentido más amplio del término? ¿Es el documento y el reflejo de una época, de un país y de un sistema, el capitalismo? 
Sí, es todo eso.

Empecemos por lo general para terminar en lo particular. 

Amianto habla de los años sesenta y setenta, donde el capitalismo mejoraba las condiciones de una clase obrera, les hacía soñar con más derechos y libertades; a cambio las élites empresariales y políticas obtenían paz social, tranquilidad y debilitaban el movimiento obrero. 
Desde los años ochenta y, a pesar del hundimiento del bloque comunista, que favoreció cierto despegue económico en la siguiente década, al aprovechar un amplio mercado sin explotar, se han ido perdiendo esos derechos conquistados; las burbujas, una tras otra, -la turística, la de la construcción, la tecnológica- han ido estallando; las democracias parlamentarias no son más que representaciones ficticias dirigidas por multinacionales y grandes medios de comunicación, ancladas en una corrupción institucional, desde los "jefes de Estado", -sean monarcas o presidentes, se exilien en Abu Dabi o escondan sus dineros en Suiza-, hasta los ayuntamientos, pasando por los partidos, grandes empresarios y estructuras de poder; la sociedad ya no se rebela o lo hace sin continuidad o de manera parcial, sin profundizar ni disparar al enemigo real: el capitalismo. Todo está atado y bien atado, como diría aquel... 

Sí, de eso habla Amianto, sin duda. Los sindicatos no hicieron nada para proteger a sus trabajadores, consiguieron ventajas y privilegios y se amoldaron a los nuevos tiempos; los partidos de izquierda -el partido comunista en Italia- pisaron las moquetas -¿en quién estoy pensando si hablo de España? Sí, en ellos- y olvidaron que nada se puede cambiar, si no se hace desde abajo, con un pueblo crítico y combativo. Y este ha desaparecido o ya no cree en revoluciones. 

El hecho concreto: miles de trabajadores fueron acumulando en sus pulmones el veneno que acabaría con sus vidas. En el camino el trabajador fijo se convirtió en autónomo; llegaron los contratos basura. La explotación tiene múltiples caras. Y las responsabilidades no se asumen. 

También está el hijo que habla de su infancia, de su familia, de su padre. Anécdotas que nos devuelven a esa época, porque no somos tan diferentes a los italianos. Él también veía jeringuillas en los parques o edificios en estado ruinoso, transformados en otros espacios con la imaginación. O jugaba al fútbol. O leía revistas porno con los amigos. Nos cuenta otras en las que se refleja la conflictividad social o el desprecio por la salud del trabajador. Esas pequeñas historias, narradas con ternura y sin sentimentalismo, aportan un toque diferente. Transforman una obra política en un testimonio cercano y emotivo. La transforman en una "novela". 

Hay personajes secundarios que dejan su huella; sólo aparecen durante un párrafo, pero no logras olvidarlos. Los entrenadores de fútbol, los profesores, los amigos, los curas, el palarmitano que les vendía los huevos de gallina...  
Sí, es cierto, como he leído en una crítica, que las mujeres no existen. La madre, en su mayor parte. Y pocas más. Es un mundo masculino. Quedaría pendiente esa visión femenina; porque la explotación llega a todos, sea del sexo que sea. Pero esta es la percepción del autor. Será otro u otra quien tenga que escribir esa historia. 

Y en esta, también hay que destacar los espacios, descritos con realismo y crudeza. No hay que ocultar la dureza ni suavizarla ni esconderla. Estaba allí. En los solares, en las fábricas, en las calles... En Piombino o en Móstoles... 

Y terminemos con su padre, claro, un trabajador incansable. Un buen padre. Con sus borracheras, sus prejuicios, sus defectos. Un hijo debe también saber contar, incluso, lo que duele, lo que hace que su padre nos resulte más humano. También su lento declive físico y mental y su muerte. No caben medias tintas. Hay que escribirlas. Duele. Y libera. 
Un padre que tomó conciencia muy tarde del veneno, el real, el que nos destruye y destruye poco a poco este planeta en el que vivimos. 

Su hijo ha recibido una herencia. Que no sólo es la de la memoria y el recuerdo, sino la de la lucha. 

La única que nos queda... 

"Los callos en las manos de los obreros son bonitos, como las arrugas en el rostro de los viejos". 




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