Los finales son importantes. Hay que saber cerrar una historia. En la vida real no es fácil hacerlo y no suelen salir tan bien como en la ficción; por eso, cuando terminan, no nos damos cuenta de que se han acabado o, si nos damos cuenta, ya no somos los mismos y te decepcionan. Tal vez por eso, prefiero el cine.
A veces los finales surgen de repente -aunque haya detrás mucho trabajo-, como en Casablanca. Otras veces se criba, tras horas y horas de una búsqueda infernal. O aparece desde el principio, antes de que haya siquiera una historia que contar.
Puede haber películas terribles con finales maravillosos -si has sido capaz de llegar hasta allí-. O películas muy interesantes o que te atrapan desde el principio con conclusiones decepcionantes, en un primer momento. Un buen ejemplo de este último sería la última película del gran guionista Charles Kaufmann, autor de Olvídate de mí, llamada, no sin retranca, Pienso en el final. Aunque es posible que, en este caso, sea intencionado... Y estemos ante una parodia de Una mente maravillosa... El final es un juego con el espectador metalingüístico, cinéfilo y atrevido.
Estaríamos ante un sueño o una pesadilla con múltiples referencias al mundo de Kaufmann y juegos espacio temporales y, como no puede ser de otra manera, el final es fallido, falso, porque la vida, parece decirnos el autor, o la ficción o el sueño son como son: una representación absurda y surrealista...
Otras veces, no muchas, el final te emociona. Elijo dos clásicos -que he vuelto a disfrutar esta semana-, pero también puede ocurrir con películas más modernas o lejos del engranaje de Hollywood. Si quieres contar algo importante y que deje huella, basta con contarlo de otra manera. Kaufmann lo hace; Wilder y Allen también supieron hacerlo. Y para eso, necesitas un buen final...
Manhattan de Woody Allen.
-"...No todo el mundo se corrompe. Tienes que tener un poco de fe en la gente..."
El apartamento de Billy Wilder.
-La adoro...
-¡Cállese y reparta!
¡Ay, los finales! El último suspiro de la vida...
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