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miércoles, 16 de abril de 2025

BARCELONA: INDICIOS DE UNA REPRESENTACIÓN


Caminando por el Raval con una cámara a cuestas y el trípode me encontré con el rodaje de una serie para TV3. Vi la oportunidad para colocarme y me dispuse a grabar un plano de unas pancartas, pensando que formaban parte del espacio. Una encargada de producción me prohibió grabarlas: eran una puesta en escena y a la productora no le interesa su difusión antes de la promoción de la serie.

Es irónico que los únicos que me hayan prohibido grabar en la calle sea alguien que quiere proteger sus intereses y que prepara una representación donde se condena precisamente eso: la privatización del espacio público con fondos buitres, desahucios, turistificación, gentifricación... 

Barcelona hace mucho, como tantas otras ciudades y centros históricos, no es más que una gran puesta en escena al servicio de unos intereses crematísticos muy concretos. En Barcelona la situación ha sobrepasado los límites o es posible que mis visitas a lo largo de la última década me hayan hecho más permeable a esos cambios. Las empresas turísticas o tecnológicas se han apoderado de un espacio que antes pertenecía a los vecinos. 

En el Raval el deterioro del barrio, que siempre es un preludio para convertirlo en un parque temático y expulsar a los inmigrantes o vecinos de bajo poder adquisitivo, se mezcla con una presencia cada vez mayor de hoteles, restaurantes o museos. Encuentras revueltos pakistaníes con sus peluquerías, fruterías, carnicerías, kebabs; pisos turísticos, más o menos ocultos; bares de estética moderna; terrazas que se han adueñado del espacio público. 

Hay indigentes, apartados, que no molestan demasiado; unos policías hacen acto de presencia para decirles que no pueden ocupar determinados lugares. Un grupo de indigentes ha encontrado uno de estos sitios bajo el andamio de una fachada. Las veces que paso por allí me encuentro con una mujer prematuramente envejecida, aunque todavía busque cuidarse, maquillarse. Se pinta los labios; la veo junto a otra mujer; sola, rodeada de cinco o seis hombres. 

La lengua separa; una mujer china y otra vecina chocan; no se piden disculpas. La inmigrante le espeta a la otra: "¡Tu abuela!". La otra, agresiva, responde: "La tuya". A unos metros, más calmada, se dirige a su compañera: "A saber lo que significa". 

Una pareja árabe discute a voz en grito; ella se quita las sandalias y amenaza con tirársela; creo recordar que era un gesto de desprecio en su cultura. Sentados a la terraza una discusión de pareja; ella, latinoamericana, ronda la cincuentena, está cansada y le pide a él, un vecino de toda la vida, veinte años mayor, que la trate mejor. A su alrededor, parados o currantes que intentan ignorar su agotamiento, su pobreza espiritual, bebiendo. Otros, como vi aquí en mi barrio hace una semanas, se emborrachan, bailan, ríen, pierden el sentido, la compostura. Necesitan olvidar. 

En la barra de un bar, una vieja bodega restaurada por unos argentinos afincados hace más de una década en el Raval, en este local para gente del barrio, rodeada, como si fuera un campamento romano en la Germania, por bares de pinchos a precios turísticos, un cuarentón de la vieja escuela, un gay que ha vivido lo suyo y más, conversa con una pareja de amigos, rockeros de esos que nunca mueren. 

"-Iba desnudo por la playa. Fue el último. Después aprovecharon para cambiar la normativa". 

"-Lo hacían en los matorrales, ahí arriba, ya sabes... -Hace mucho que no voy... Sé de un amigo que tenía su coche aparcado y, claro, se los encontraba todas las noches... Aquí tenemos muchas historias que contar..."

Uno no hace más que esquivar muchas obras en la calle; obras y obras para hacer de Barcelona una ciudad limpia en la que los inversores multinacionales se dejen mucho dinero. 

Aprovechando esta visita me he puesto a leer dos ensayos: Metamorfosis urbana en el capitalismo-crisis de Francisco Quintana y La derrota de Occidente de Emmanuel Todd.

El primero es un análisis económico del modelo urbano que el neoliberalismo ha implantado. El segundo, más anárquico, al menos, te muestra una realidad geoestratégica bastante diferente a la que los medios de comunicación nos ofrecen. Nos revelan ambos que no es Trump ni la ultraderecha el verdadero peligro, sino un modelo sistémico en el que todos colaboran y que nos conduce al desastre; democracias e información controlada por los grandes fondos de inversiones y los oligopolios que, a su vez, es propietaria de miles de viviendas. Privatizaciones, más o menos consentidas, incluso, en la construcción de vivienda social, un señuelo para ocultar su escasa presencia y los beneficios que, bajo el paraguas de lo público, estas empresas privadas adquieren. Deudas e hipotecas para la gran mayoría. Precios desorbitados de los alquileres. Si el fascismo llega al poder, es porque facilita el dominio del capital. Tenga el nombre que tenga, o la apariencia que nos presenten en las elecciones, los que mueven los hilos son otros: el mercado manda. 

¿Cuál podría ser la respuesta? No lo sé. Por lo menos, desconfiar de todo, como haría Descartes. Y a partir del cogito, ergo sum, que cada paso que des en comprender la realidad que te rodea evites los prejuicios firmemente instalados desde el poder o por la costumbre. También en tu vida diaria. ¿En tu trabajo -en mi caso, en las aulas-, en el día a día, no encontramos las mismas pautas? Otros deciden por nosotros; aceptamos los modelos legales o más sutiles y pensamos que podemos suavizarlos en decisiones cotidianas cuya capacidad de influencia es cada vez más limitada. 

La mañana que estuve en dos barrios obreros -uno de ellos, St Andreu- me sentí mejor. Lo que veía era más reconocible; se asemejaba a Vallecas o Moratalaz. Los mismos edificios construidos en los setenta, una dinámica parecida, una lengua que reconocía... Pude reconciliarme ese día con una Barcelona que he empezado a detestar. Todavía en esos barrios puedes encontrar un antiguo cine okupado, en el que se proyectan películas: Cineteka, mientras tres mujeres latinoamericanas, que rondaban los cincuenta años, esperaban, al lado del edificio, una cita con la oficina de empleo, a unos metros. Mientras el banco y el fondo buitre no se interesen por él... 

Quizá en esta Cineteka alternativa se animen algún día a proyectar Ellos viven de Carpenter, una película anticapitalista, divertida, anarquista, política, heterodoxa. Los banqueros, los policías y una parte muy importante de la población, una clase media privilegiada, son seres extraterrestres que se ocultan bajo nuestra apariencia, y cuyo objetivo es destruir el planeta, explotarlo, mientras los más pobres viven en las peores condiciones. Detrás de la publicidad y los medios de comunicación están mensajes del tipo: obedece, consume, no pienses... Solo necesitas unas gafas negras para verlo. Matrix y sus pastillas se quedaban en la superficie. No iba mal encaminado este Carpenter. Es mejor que cualquier panfleto o discurso. Y nos dice, entreteniendonos, qué mundo tenemos en realidad. 

Edurne Portela y José Ovejero han publicado un libro, escrito a duo, Una belleza terrible, que gira alrededor de la figura de Raymond Molinier, trotskista convencido, y algunas de sus mujeres. Formaron parte de una generación que creía en la revolución; primero, en Europa; después, en Latinoamérica. Perdieron. Eso sí, al menos, lucharon. En cambio, parece como si nosotros ya nos hubiéramos rendido... 

Los dos ensayos plantean una crisis en Occidente. Cuando visitas las grandes ciudades y observas colas para subirse a un autobús turístico, para entrar en los museos; terrazas llenas, centros comerciales abarrotados. Dudas si realmente el capitalismo tiene los pies de barro como predicen estos expertos. Y, aunque llegara una gran recesión, o perdiéramos la guerra comercial con China o militar contra Rusia, y bajo la alfombra y la apariencia, haya, en realidad, hipotecas, deudas que hagan explotar las burbujas y las diferentes representaciones, ¿no es lícito pensar en la confianza del modelo depredador, que es insaciable, y que concebirá nuevos recursos, como siempre ha hecho, para salvarse?

¿El clima, los recursos limitados del planeta? No importa; se necesitan décadas para que nos afecte. Para entonces habrá otros planetas a nuestra disposición y para nuestra explotación sistemática. Si hemos sobrevivido.

Un indigente toca un piano, bien afinado, en Plaza de Cataluña. Las colas para subirse al autobús turístico dan la vuelta. Los policías municipales toman su café mañanero en una franquicia. No toca mal el piano este hombre... 

Continúa el rodaje de la serie. Parece una discusión a la puerta del bar. Han puesto los de producción un poco de basura desperdigada en la calle para que así sea más creíble. Mossos de escuadra cuidando que nada ocurra fuera del guion. Turistas que hacen las fotos de rigor. Currantes pakistaníes ocupados en sus tareas diarias, trasladan mercancía u objetos de segunda mano de un comercio a otro; pasa a toda velocidad un joven con la bicicleta y una mochila repleta de comida rápida. La ayudante de producción pronuncia las palabras mágicas. 

Se rueda. Acción. 



domingo, 6 de agosto de 2023

APUNTES PARA UN VIAJE (III): LLEIDA Y TÁRREGA


Lleida a principios de agosto es irreconocible. Muy pocos turistas.
¿Dónde están los leridanos de pura cepa? Uno imagina que en el mar o en la montaña, en el pueblo de sus padres y abuelos. Algunos, los que no han podido escaparse, sea por trabajo o por falta de dinero, se pasean por la calle Mayor, haciendo compras en las tiendas y, si se tercia, tomando su cervecita en los bares. 

La gran mayoría de los que viven por Lleida en estas fechas son inmigrantes. Hay dos zonas donde la concentración es más numerosa: entre la calle Mayor y la Seu Vella, en la parte alta del casco histórico, y en las calles aledañas a la estación de tren. Alquileres baratos, escasa infraestructura, un sutil abandono. Nos encontramos, sin duda, en Black Town: la mayoría son subsaharianos. Algunos, pocos, marroquíes.

Latinoamericanos, más escasos. Y los chinos que regentan algunos bares y que no paran de trabajar.

Así que tenemos a la clase media leridana paseando por la calle Mayor, como en los viejos tiempos. 

De vez en cuando, a los pies de las tiendas, encuentras en un letrero, que asemeja una baldosa dorada, un nombre, dos apellidos, una fecha y lugar de nacimiento -"aquí nació" y de muerte; está última, en un campo de concentración nazi. Nadie se fija en ella. 

Y, por otro lado, a unos metros, al este y al norte de la calle Mayor de Lleida, decenas de inmigrantes, en grupos o solos, matando el tiempo. O al sur, en la rambla, tomando un café, o bajo los árboles de un parque, al otro lado del río Segre. Ahora no hacen nada; consumen poco. Algunos son recogidos por furgonetas a primera hora de la mañana; les dejan de vuelta por la tarde: otros van y vienen en el tren regional o el bus, pero la gran mayoría espera a septiembre, para cuando les llamen para trabajar en el campo como temporeros.

La presencia de marroquíes era mayor en Tárrega; la plaza del pueblo era el lugar de encuentro de grupos más reducidos. 

Tárrega tiene sus edificios antiguos, pero, en general, ha perdido mucho de su encanto. 

Como en tantos pueblos, las casas viejas no se cuidan, se abandonan y, cuando llega el momento, se venden para tirarlas abajo y construir otras nuevas y deplorables. Aún así, en Tárrega aún hay calles que recuerdan su pasado medieval o algún palacete modernista. Nada que ver con Tarancón, por ejemplo, que ha acabado con casi todas. El que tenga estación de tren le da cierta vidilla a esta ciudad leridana: en media hora te plantas en Lleida y en una hora en Barcelona. 

Los judíos tenían su barrio. Y como en otras partes fueron el chivo expiatorio, cuando las cosas iban mal dadas. En 1247, en medio de guerras, impuestos y hambrunas, fueron asesinados en una noche, más de 300 judíos en Tarrega. Hace una década se realizaron excavaciones, al otro lado del río Ondara, donde los expertos situaban un cementerio judío. Allí se descubrieron los cuerpos de niños y mujeres, algunas de las víctimas de esa matanza. Años después en Lleida y otras ciudades del reino de Aragon se repetirían las persecuciones. 

Tuvieron, a principios del siglo XX, una fábrica de harina, que, incluso, poseía una estación propia, a unos metros de la oficial. Otra fábrica se ocupaba de producir materiales y maquinaria agrícola; era un terreno bastante amplio a las afueras.

Fue por aquí, por donde pasaron, en agosto del 36, Críspula y sus hijas. Por eso, estoy aquí, grabando unos planos. Ya veremos si salen o no el documental.

Según parece un beato fue asesinado por un grupo de la CNT en esas mismas fechas. Tenían previsto recordarle este 13 de agosto, con una misa y una caminata al cementerio. Es la única lápida de una víctima de esta guerra con nombre y apellidos que he podido encontrar en este camposanto. Allí, como pude comprobar, no hay ningún monumento a los enterrados en fosas comunes, sea por bombardeos o fusilamientos de la otra parte. Y los restos siguen allí, bajo tierra, sin nombres, en dos fosas comunes.

Cuando llegaron a Tárrega a Críspula y sus hijas las interceptaron en uno de esos controles que la CNT hacía a la entrada de los pueblos por la carretera, como en Tarancón. Allí, en la población meseteña, si mal no recuerdo, retuvieron a varios ministros anarquistas, que huían de la Madrid asediada, de camino a Valencia, amenazándoles con ejecutarles, sin juicio ni nada, como traidores y cobardes. Se salvaron y los dejaron en libertad... En el fondo, los anarquistas no eran tan duros. 

También les ocurrió a Críspula y sus hijas. Según me dijeron las metieron en un camión junto a otras mujeres y niños para llevárselas quién sabe dónde; lograron escapar. Es posible que los anarquistas cambiaran de opinión o que las mujeres aprovecharan un descuido. 

En Lleida hay un museo local bastante moderno y aceptable para el baremo actual. Las explicaciones son claras y sencillas y cualquier profesor podría traer a sus alumnos y proporcionarles una mañana instructiva para así sacarles de la monotonía de sus clases. Quizá el único pero es que hay poco conservado de la propia ciudad. De Roma, por ejemplo, no hay ninguna excavación que hayan mantenido -lo habitual es destrozarlas- y la única que les permitiría montar un museo, la de unas termas, a unos metros de la estación de tren, lleva más de veinte años, cubierta por la hierba, sin que se decidan a invertir unos cuantos milloncejos. 

También, además de la desidia o los intereses urbanísticos, algunas obras se han perdido por una destrucción intencionada o el saqueo. En 1711 las tropas de Felipe V arrasaron con Lleida. Los franquistas en 1938 hicieron lo mismo. También le ocurrió a esta Virgen con José y el niño, la que abre esta entrada. 

¿Dónde está San José y la cara rechoncha del niño? Los de la CNT quemaron la otra parte en el 36, de camino al frente de Aragón. Sin embargo, es difícil no sentir asombro, cuando contemplas la mitad del rostro y el pelo de esta virgen. Como sucede con muchas obras que han superado el paso del tiempo, te preguntas cómo es posible que algo tan hermoso haya sobrevivido y el resto, no. ¿En el último momento un tipo duro, un anarquista con cierta sensibilidad, se arrepintió y la salvó de la quema? ¿El azar? ¡Quién sabe!

A unos metros, detrás del museo, casi por casualidad descubrí una joya desconocida del último románico y el primer gótico: la iglesia de San Lorenzo. A oscuras pude intuir en dos retablos sus imágenes, a medio camino hacia la plena expresividad del Renacimiento. 

Volviendo al museo, hay una pared, en la parte medieval, dedicada a todos los presos políticos de este país. Los mantendrán, hasta que vengan todos los exiliados y liberen a sus presos.

Me gusta la idea. Es parcial, pero no está mal que los museos reflejen la realidad política. 

Eso sí, reconozco que en una hora y media recorrí el museo yo solo -los bedeles, aburridos, se paseaban de vez en cuando y me saludaban, por si se me ocurría tocar algún cristal o llevarme algún sílex, una madona o una terra sigilata-; así que muy frecuentado, no es, la verdad. Como ya dije, turistas no había muchos en estas fechas. 

Los bares, no sé si lo he comentado antes, estaban llenos. Así que, si quieres reflexionar sobre el sentido de la vida, es mejor pasarse por aquí. Los museos, ya se sabe, son lugares tranquilos y silenciosos. 

Prometen tirar lo que parece una antigua fábrica cerrada y abandonada -un edificio que merecería, al menos, por su fachada, que se conservara- y convertirlo en la nueva estación de autobuses. No dudo que merezcan una estación mejor -en Bilbao, Iruña y Donosti las consiguieron tras décadas en las que los buses paraban en garajes de mala muerte, oscuros y asfixiantes, como aquí, o sin techo, al albur de la variable meteorología-, pero ¡qué manía de echarlo todo abajo! 

O de cerrar centros ocupados. ¿Para qué? ¿Propiedad de un banco? 

Un poco más de imaginación no les vendría mal. Y menos obsesión por la ganancia rápida. 

¡Ay, el capital!


Un hombre, de unos treinta años, -aunque aparenta más-, drogadicto, recorre, se arrastra por todas las terrazas de la Rambla y la calle Mayor, caminando a un lado y a otro, entre las dos estaciones, la del tren y la de bus. Nadie le da dinero, ni los catalanes de pura cepa ni los inmigrantes.

Es un cadáver que anda. 


domingo, 27 de octubre de 2019

CUARENTA Y OCHO HORAS EN BARCELONA


Se me ocurrió a última hora hacer un viaje a Barcelona; así, de repente. ¿Por qué no? Ya he dicho muchas veces que esta ciudad con sus defectos me ha atrapado. Quizás para siempre. De vez en cuando tengo que volver. No puedo evitarlo.

Así aprovechaba y veía a amigos. Con Cris no pudo ser; mientras ella aterrizaba en Tenerife, yo llegaba a Barcelona. Con Maricarmen y Rafael, sí. Tomamos un vermú enfrente de un gran centro comercial, la Maquinista. Antes era el lugar donde se hacían vagones: en otros tiempos, fábricas, trabajadores, grandes chimeneas. Ahora, un parque y el símbolo consumista por excelencia. Los nuevos tiempos; los viejos.

Siempre es un placer estar con ellos. Me parecen dos personas sensatas e inteligentes en un mundo cada vez más absurdo. Además, es como si volviera a tener, aunque sea por un rato, un pequeño trozo de mi madre. Son dos buenas razones. Acabé, tras dos vermús, con alegría en la sangre. También se agradece.

En cuanto al ambiente siempre es curioso, más allá de las manifestaciones, contemplar esta ciudad tan contradictoria. Miles de turistas, ajenos, en su mayoría, a los conflictos de esta sociedad; pagan más de veinticinco euros por ver la Sagrada Familia. Desahucios, turismo masificado que echa a los vecinos de sus casas y convierte a Barcelona en un parque temático, corrupción urbanística, centros comerciales, cines, tiendas, restaurantes al servicio de un capitalismo y consumismo ciego y acaparador.
Además, la vida cotidiana, más allá de las manifestaciones, sigue su ritmo y rutina habitual. No aparece en los medios, porque esa realidad no da titulares. Para mí, en cambio, me resulta de lo más interesante.


Un niño, en plaza Cataluña, delante de una estatua; aparece en una de las fotografías que hizo mi abuelo hace más de ochenta años, en plena guerra civil. ¿Qué le preguntará a la madre? "¿Quién es esa mujer? ¿Por qué está allí?" Tal vez las mismas preguntas que le haría mi tío, cuando tenía la edad de este niño.

En un paseo, dos parejas de ancianos hablan del carácter de una de ellas. Sentada en un banco, una mujer joven, de unos treinta años parece feliz, mientras los escucha. Como si, permaneciendo allí, tranquila, a la expectativa, fuera suficiente y no necesitara otra cosa; está a gusto y bien. Se siente viva. Deberíamos disfrutar más de esos pequeños placeres.


Un grupo de chinos ofrecen a los vecinos algunas de sus tradiciones ancestrales. Tres mujeres bailan; ¿o vuelan?


Sí, recordaré de este viaje dos chocolates mañaneros en Gracia que me supieron a gloria.


Por supuesto también asistí a manifestaciones.
Variadas. Un poco de todo. Como esta Barcelona.

Iré por orden cronológico.

El viernes, nada más llegar, unos dos mil o tres mil jóvenes delante de la comisaría de Vía Laietana. Después, se dirigieron al centro político de la ciudad, el antiguo foro de Barcino, Sant Jaume.
Algunos gritos de Buch, dimisió o Fora las forçes de ocupació. Al final, corrillos y tranquilidad.


Si había alguna diferencia con otras manifestaciones de años anteriores es que muchos de ellos llevaban un casco en la mochila o colgado; ninguno se cubría la cara, como si vería en algunos, la noche siguiente. No había demasiada tensión. Seriedad, sí, claro. Por esa zona, las manifestaciones pueden irse de las manos y descontrolarse en cualquier momento. Por si acaso, encuentras cada cien metros voluntarios enfermeros, por si hubiera cargas o heridos. Suelen recibir aplausos de los manifestantes, en cuanto llegan al lugar de la convocatoria.

Al día siguiente me pateé un camino que te lleva desde Torre Baró hasta Canyelles. El día era perfecto para pasearse por el campo. Desde Torre Baró la vista es espléndida.


Un anciano se había sentado en un banco, un poco antes de que yo llegara; me contó que vivía allí desde hace mucho tiempo. Más de cincuenta años. Que ahora el barrio había perdido su identidad; que las casas se construían mal y de manera atropellada. "Luego, vendrán las riadas y el desastre, pero estos son los tiempos que vivimos". Me hizo gracia cuando me dijo que sus vacaciones, entonces, cuando era pequeño, era ir al barrio de Nou Barris, que está al lado.

A unos veinte minutos, andando, a la altura de Canyelles, un monolito recordaba a un amigo perdido; tal vez en la montaña.


Llegó la gran manifestación independentista. Una hora antes de empezar, se cortó el tráfico en la calle Marina. Aproveché para tomar algo en uno de los bares. Está claro que los negocios, en cada manifestación, hacen caja. Si son de clase media -tanto unos como otros- las copitas, el vermú, el café, los menús. Me pareció que en la manifestación españolista del día siguiente había más gente en las calles aledañas tomando su carajillo, su cervecita y el aperitivo que apelotonados en el recorrido oficial.
Si son jóvenes, entran en los "chinos", -aunque aquí la mayoría los regenten pakistaníes- y se compran su botellita de agua, su lata de cerveza y la bolsa de patatas. Las tiendas venden banderas -la mayoría esteladas-. Para las españolas, no hay que preocuparse; están los ambulantes -pakistaníes también- que ofrecen a sus posibles compradores precios más baratos. Camisetas, pins, banderas en las mesas de Omnium.
En todas, vi a algún chico en bicicleta con la mochila de Glovo a sus espaldas, ajeno a lo que le rodeaba. El dinero manda.

Es difícil calcular cifras con tanta gente. ¿Eran 350.000 como dijo la Guardia Urbana? Puede que fueran más y llegarán al medio millón, pero está claro que eran muchos. El grito más repetido fue "Unitat". O "Llibertat, presos polítics". Abucheos, cuando el helicóptero de la policía vuela sobre la gente. Son manifestaciones, estas, controladas por Omnium. Muy transversales; la clase media que ha movido este país en los últimos años. No parece que haya marcha atrás.


Después del 1 de octubre, ya no es posible. Sólo aceptarán un referéndum, sea pactado o unilateral. El pujolismo y la corrupción -el pactismo- que les bastaba hasta el 2007 no es suficiente. Quieren otra cosa: mucho más.

Al día siguiente, en el otro lado, también había mucha gente. ¿Menos, a pesar de que muchos venían de los autobuses que les habían dejado en la Diagonal, a la altura del Camp Nou? 80000 me parecen pocos; 400000, una exageración. La mayoría me parecía de clase media alta; me los podría cruzar por Serrano. Algunos, estoy seguro, venían de allí mismo.

                                                 

Conozco ese aire de camisa bien planchada; para uno de Móstoles o de Vallekas, que ha crecido en un ambiente completamente diferente, es fácil reconocerlos. También había gente mayor, inmigrantes, venidos de Extremadura, Andalucía, Galicia en los años cincuenta o sesenta; gente jubilada. Algún nazi, pero eran excepciones. La mayor parte de las banderas -o casi todas- eran constitucionales. El helicóptero era vitoreado. Los policías y Mossos, jaleados.




Estos jóvenes que veía aquí a mediodía no eran tan diferentes, físicamente, a los de la noche anterior.
10.000 se habían echado a la calle, delante de la comisaria de Vía Laietana. Pero, aunque sean tan parecidos, no tenían nada que ver.

Esa manifestación, la nocturna, era una mezcla extraña de independentistas y antifascistas. Sí, había cuarentones, viejos anarquistas de la vieja guardia, pero la mayoría eran veintañeros; incluso vi a algunos que no tendrían ni dieciséis años. Y muchas mujeres. Me sorprende lo involucradas que están, en todos los ámbitos, en todas las manifestaciones.





De noche, se mezclaban las consignas. A "Cataluña, antifascista" le seguían gritos de independencia. Después de cantar el Bella Ciao, los mismos jóvenes entonaban Els segadors. Los policías estaban mal situados -quizá adrede- y muy tensos. Sabías que tenían ganas de cargar y cualquier excusa les serviría. Hubo gritos a una periodista de TeleMadrid. Entre risas y algunas recriminaciones, "Prensa española, manipuladora", le dejaban hacer su trabajo. Exageraba su pose de víctima. En cuanto dejó de grabar, la olvidaron.



La primera carga fue a las 21.10. La segunda y definitiva, una hora después. Los mossos y policías querían limpiar la zona y lo hicieron a conciencia. Me pareció todo innecesario, como si fuera una representación para los medios, pero imagino que también querían demostrar que controlaban el centro. Sacar pecho. Unos cuantos heridos y detenciones. Mañana, más.




Cuando volvía, al día siguiente, a la estación de Sants, tras pasar por los murales de la cárcel de La Modelo,  me encontré en la puerta con unos quinientos manifestantes.



Frente a ellos, decenas de antidisturbios sólo permitían el paso a los que teníamos billete. Cuando salían los turistas, una mujer les ofrecía un irónico recibimiento.

"Bienvenidos a Barcelona, la ciudad donde no se respetan los derechos humanos"












sábado, 19 de octubre de 2019

HAN PERDIDO EL CONTROL


Día 5 de protestas.
Más de medio millón de personas se manifiestan en Barcelona. Pacíficamente.
A unos quince minutos a pie, muy cerca de la plaza Urquinaona, comienzan cargas contra un grupo que rondará los mil.
Ocho horas después, el lugar parece un campo de batalla: semáforos y señales de tráfico destrozados; contenedores quemados, piedras en lugar de aceras. Los policías han golpeado indiscriminadamente a la gente. Bolas de foam, pelotas de goma; heridos. Palizas innecesarias. Un periodista de El País detenido.
Han perdido el control. No sólo los policías; está claro. Se piden condenas a la violencia sin mencionar la que lleva a cabo la policía. Algunos o muchos -mandos y antidisturbios- pensarán que estos independentistas se merecen todos los palos. La mayoría de los policías, tras cinco días de protestas, estarán agotados. Falta de previsión, sin duda. Y manifestantes, muy bien preparados, que estaban dispuestos de manera pacífica y unos pocos, utilizando medios más combativos y agresivos, a protestar de manera continuada. Y este es el resultado. Pero los policías no son los principales culpables. Estoy hablando de los políticos.
Nunca ha quedado más claro la incompetencia de los que nos gobiernan. De los españoles, ¿qué se puede decir? La derecha, llamando a los catalanes independentistas, terroristas y violentos, cuando todos sabemos que en general han tenido una paciencia infinita. Y los medios de comunicación alimentando una realidad falsa y tergiversada. ¿Les han hecho caso después de más de una década pidiendo votar, simplemente? Como quien oye llover. Cientos de manifestaciones pacíficas y los han ninguneado. Y no sólo eso.
Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, por ser pacíficos, estarán 9 años en la cárcel. ¿Qué esperaban, que la gente ante esa injusticia, después de tanta humillación, protestaran un día y luego se fueran a su casa? Y la izquierda, si se la puede llamar así, mirando a otro lado, criticando a los que sí intentan cambiar las cosas, sin que ellos hayan hecho una mierda.
¿Y los políticos catalanes? Empezaron apoyando el movimiento, porque les venía bien, hasta que se dieron cuenta el 1 de octubre del 2017 que podían perder el control; se les había ido de las manos. Durante dos años se han movido entre la impotencia, la cobardía y los intereses partidistas de cada cual. Y ahora, con la gente enfadada, dejan hacer a los Mossos, su policía, justificándolos, permitiendo que sus propios votantes o los hijos de sus votantes reciban los golpes.
Es una vergüenza lo que está ocurriendo en este país.
Y es difícil saber qué pasará en los próximos días.
La solución es muy sencilla. Siempre ha sido la misma: un referéndum acordado. Pero empiezo a tener la sensación de que, si las cosas siguen así, se acabarán yendo, sin necesidad de tal referéndum. ¿Cómo quieres convencer a más de la mitad de los catalanes de que se queden en España? ¿Dándoles palos? ¿Prohibiendo derechos fundamentales o recortándolos? Sí, parece una manera muy inteligente de solucionar el problema.
Está en juego la democracia o lo poco que queda de ella. Y quien no quiera verlo, está ciego y sordo. Y mudo. Luego, vendrán a por nosotros. Y nos mereceremos lo que nos pase.
Mañana será el sexto día de protesta.


domingo, 26 de mayo de 2019

ASSUMPTA


Al final de la rambla de Poble Nou, antes de llegar al paseo marítimo, -ese que levantaron para el 92 y cambió Barcelona, para lo bueno y para lo malo; en el que te cruzas con extranjeros dispuestos a emborracharse o pasas por delante de negocios que son ejemplos de un turismo cada vez más masificado e impersonal-, allí, en el lugar en el que menos lo esperarías, te encuentras de repente con una casa antigua de dos plantas, cuidada con mimo.


A su alrededor, edificios altos, rascacielos en comparación. Es una superviviente.


Ese edificio esconde una historia. Como todos, si nos paramos y preguntamos a los hombres y mujeres que viven y vivieron allí.
Puedes aún encontrarte, si tienes tiempo, junto a la puerta, a una anciana de 90 años. Es su propietaria. Dispuesta a contarte esa historia. Y te la cuenta, porque la historia de la casa es también la de su propia vida.
Aunque nació en el 32 -"en el antiguo carrer mayor-, en el 36 sus padres ya se vinieron a vivir aquí. La segunda planta la levantó su progenitor; después él mismo tuvo que irse a la guerra.
Si sigues atento a sus palabras, te dice, con un ligero temblor, que su abuelo murió en otra parte de la casa; esa habitación desapareció, cuando ampliaron la rambla. Sin embargo, cuando te lo cuenta, tienes la sensación de que en su memoria aún se encuentra en pie. O que esta casa estaba rodeada de un huerto; que tenían un caballo; que construyeron casitas provisionales a su lado, después de la guerra y duraron más de treinta años. Y luego, en los años 50 alzaron las moles que la rodean. Sólo ha quedado la suya.
Si continúas escuchando te da su opinión sobre el desastre a donde nos dirigimos -"antes uno se podía bañar en el mar; ahora, no sé cómo se meten allí con toda la basura que hay"-, las guerras -"¿por qué la guerra? Y la nuestra sólo fueron dos años; ¿cómo puede haber algunas que duran diez o quince?- los alimentos ecológicos -"ni siquiera te libras; si la tierra está envenenada, también esos alimentos lo estarán"...
Y concluye, antes de despedirse y cerrar la puerta.
"No podría vivir en un apartamento... me ahogaría... Aquí, sólo con salir a la puerta, ya hablo con quien quiera, como con vosotros..."
Es una mujer amable; te regala su memoria, su testimonio, su simpatía, su inteligencia, su coraje. Vale la pena detenerse un rato y, simplemente, escucharla...

jueves, 16 de junio de 2016

CITES Y BARCELONA.


Cites/Citas es una serie muy interesante. En TV3, la televisión catalana, la ponen los lunes, creo. Va por su segunda temporada.

Es en catalán. El doblaje en castellano es un desastre-como siempre cuando doblan algo del catalán; ¿lo harán a propósito?-. Si se puede ver con subtítulos en castellano, mejor. En esta página web están todos los capítulos hasta la fecha.

CAPITOLS CITES

El punto de partida es sencillo: las primeras citas de varios personajes por internet en la ciudad de Barcelona. Nos encontramos ante una obra coral.


No todas las historias salen bien. Algunas, sí. Otras, quedan a medias, esperando una segunda cita...

Los personajes -unos más que otros, por supuesto- son cercanos, creíbles. Los diálogos están bien construidos. Los actores -algunos muy conocidos; otros, no tanto- tienen talento. La directora, Patricia Font cuida el material y nos lo ofrece con naturalidad...


Lo único que necesita una buena serie.

Es sencilla. Y lo agradezco. Ha tenido la oportunidad de una segunda temporada.


Una serie necesita tiempo para que su forma de mirar se quede en nuestra retina, para que los guionistas afiancen un estilo, un mundo propio... para que arriesguen y vayan más lejos del punto de partida inicial. Como sucede con las series americanas. El tiempo dirá...


Les deseo suerte. Y estaré atento...

El autor de la idea y productor ejecutivo, Pau Freixas, ama Barcelona. Y quiere a sus personajes, que a su vez, buscan el amor o el sexo o, simplemente, dejar de estar solos...


Viendo esta serie echo de menos Barcelona... Y a ella... La echo de menos...

Pero la vida continúa, ¿no?

Nos quedará el cine, la escritura o el arte para que lo que fue bello no muera del todo... O para seguir buscando la belleza a nuestro alrededor ... O para escribir un final feliz...

Siempre me han gustado los finales felices, aunque sólo sean posibles en nuestra imaginación...



viernes, 11 de septiembre de 2015

APUNTES (II): QUEMA Y ACARICIA... TAMPOCO NADIE MATARÁ A MIS RUISEÑORES



"La vida nos ofrece demasiados tragos amargos y demasiados momentos en los que los malos ganan a los buenos. Demasiado crimen sin castigo y demasiado castigo sin necesidad. No es necesario que nos vayamos quedando sin lo bueno del mundo..."

El hombre que escribió estas palabras, J. , acaba de morir...

El reflejo del sol en el mar. El cielo está quemado.
El tren me muestra una imagen en movimiento, un leve destello de luz...
Lo echaré de menos. Uno siempre echa de menos el mar. Y más, este: el Mediterráneo.
He visitado Barcelona muchas veces en el último año. Y este ha sido una despedida, un adiós.
Ahora todos estos viajes me parecen un puzzle, troceado, descolocado. Desearía recoger, poner las piezas en el lugar correcto, pero no sé ni dónde ni cómo situarlas. Quizás necesite tiempo. Sí, necesito tiempo...
Se mezclan imágenes -de invierno, de primavera, de verano-, ropas diferentes, paisajes variados y, por supuesto, un rostro, una mirada, unas manos, un cuerpo que se repite, el de C., que confiere unidad a lo que no lo tiene en este momento. Y más personajes, testigos, acompañantes, observadores. Olores, sabores, imágenes fijas y en movimiento, inconexas, conectadas, deshilvanadas, ordenadas...



Se pone el sol en Barcelona. Estoy en una terraza, bebiendo un zumo de naranja: un placer, sin duda. La belleza, el equilibrio, la simetría tendrían que convertir este instante en algo único, irrepetible. No lo es; C. se aleja de mí, se ha marchado. Los pensamientos distorsionan el presente que tengo delante mío: un padre abrazando a su hijo...


J. se estaba muriendo en ese momento. La belleza es efímera, se nos escapa de entre los dedos...

Al día siguiente, un whatsapp: J. falleció ayer. Las palabras no tienen sentido, se te queman en las manos...

Un documento oficial: el padrón de 1940. Señalo la firma de mi abuelo, que murió demasiado pronto, muy joven,



y recuerdo a su hija, una niña de 8 años, vestida de primera comunión, mi madre.



Un padre al que pudo conocer tan poco... Pienso también en la hija de J. Hay padres que mueren demasiado pronto...

Vuelves a Madrid.
J. ya no está. C. ya no está. Una tromba de agua: tormenta terrible. La naturaleza juega con nosotros.
Las gotas de lluvia en los cristales de un tren...


"...porque no hay nadie más feliz en el mundo y porque me hacen sentir vivo."

El cielo es azul en Madrid. En el centro de Madrid. Un azul brillante, intenso, tan fugaz como la mirada de la persona a la que amas, tan profundo como el mar infinito...


Conocí a J. Y, aunque hace años que no sabía de él, leía sus palabras: las que escribía en su blog. Las palabras del que sabe que la vida se escapa y hay que tomarla, agarrarla, porque mañana, tal vez, ya no puedas hacerlo...

"...y siempre son buenos recuerdos, porque los malos los he olvidado."

C. y J.
Quiero olvidar los malos. Sólo quiero tener buenos recuerdos de vosotros.

Matar a un ruiseñor. Atticus Finch; un hombre amado y que amó, íntegro. Como J.

Tampoco, J, nadie matará a mis ruiseñores.

El sol de Madrid quema y acaricia...
¿No es eso la vida?