Una de ellas es más conocida por los cinéfilos, Gena Rowlands. Actriz de carácter y fuertes connotaciones teatrales hizo sus mejores interpretaciones en las décadas de los años sesenta y setenta, sobre todo, con su marido Cassavettes. Su cine -porque, aunque los guiones eran de Cassavettes, es difícil imaginar a otra actriz que no fuera Gena Rowlands- es el punto de partida de un manera de ver el mundo independiente de la gran maquinaría de Hollywood y encontró su público y dejó herederos en las generaciones posteriores.
Actores desconocidos, escaso presupuesto, improvisación: aspectos que los relacionan con la Nouvelle Vague.
Su película más conocida es Una mujer bajo la influencia, un papel enorme, lleno de aristas que cualquier actriz hubiera querido interpretar. Y ella lo hace magníficamente.
Woody Allen la dirigió en Otra mujer. Es más, estoy seguro que escribió este papel a lo Bergmann para Gena Rowlands. Demuestra en esta escena con Mia Farrow por qué era una gran actriz.
Por otro lado tenemos a Alain Delon. Sorprenderá a quien no me conozca que haya puesto como fotografía de entrada un fotograma de La piscina. Mi admiración por Romy Schneider supera el tiempo y el espacio y no podía dejar de mencionarla. Y esta es una de las pocas películas en las que coincidió una de las parejas más icónicas del cine.
La piscina es una película de género -cine negro con un cielo azul y un verano tórrido- y cuatro personajes. Los dos devoran la pantalla y sus personajes se devoran mutuamente y destruyen lo que les rodea. Si esta película sigue atrayéndonos es gracias a ellos.
Alain Delon tiene otras obras en su larga filmografía. Las mejores, en general, las hizo en los años sesenta.
La mejor versión de Ripley -y la última es bastante digna- la interpretó Delon en una de sus primeras apariciones en la gran pantalla. A pleno sol juega con la ambigüedad que el actor sabía expresar a la perfección.
Es difícil sospechar que bajo ese rostro tan atractivo se esconda un hombre retorcido y un asesino. Que lo haga creíble es la gran baza de esta película.
Rocco y sus hermanos le consagró, sin duda. Aquí interpreta su opuesto: un hombre bueno y generoso. Quizá una de las mejores escenas de la película es esta: dos personas perdidas, agotadas se descubren y sueñan; tal vez puedan tener un futuro mejor. Las palabras que dice Rocco son hermosas; la lágrima de ella, Annie Girardot, Nadia, esa que se resiste a caer, siempre me ha emocionado.
En El gatopardo, también de Visconti, interpreta a un joven arribista que sustituirá a los amos de otros tiempos. El noble deja paso a los jóvenes cachorros para que todo cambie, para que todo siga igual. Claudia Cardinale es su pareja perfecta.
Antonioni lo dirigió en El eclipse. Bajo la excusa de una relación de pareja la película habla de temas como la incomunicación o el vacío existencial.
Añadimos un policiaco, El silencio de un hombre de Melville. Interpreta a un asesino a sueldo, frío y metódico.
Alain Delon es uno de esos actores que se convirtieron ya hace mucho en mito. Su muerte no va a cambiar el lugar que ocupa en el imaginario de todos nosotros.
El amor es un sentimiento muy complejo. Nos destruye, nos hace daño y también nos descubre lo que somos; abre caminos de felicidad... Estamos vivos y por tanto, amamos... Amamos y, por tanto, estamos vivos.
Las relaciones de pareja siempre han sido un filón. En los últimos años esas relaciones se han ampliado más allá del convencional hombre-mujer. El matrimonio o las relaciones y su definición ha variado.
Dos finales, escritos por mujeres y que, además, las convierten en protagonistas, me emocionaron no hace mucho.
La primera fue Carol, una novela de juventud, escrita por Patricia Highsmith, que más tarde se especializó en el género de misterio. Sin embargo, Carol, dirigida por Todd Haynes, es solo una historia de amor entre dos mujeres, una madura y otra que empieza a vivir sus primeras experiencias en la Nueva York de los años cincuenta. En este final la joven ha decidido arriesgar: cambiará la vida de mujer tradicional, con novio, por otra muy diferente; busca a su amante en un restaurante. La música oculta el ruido de fondo; el violín de la orquesta y el piano abren el camino, nos despiertan la emoción, acompañan los latidos de su corazón, nos muestran sus dudas. De repente, cruzan sus miradas, sonríen: se abre un futuro lleno de interrogantes, pero, sin duda, apasionante.
En Una mujer en llamas de Céline Sciama la visión es plenamente femenina; también nos encontramos en un mundo de hombres, en el siglo XVIII o XIX, donde las mujeres no pueden casarse con quien quieran y dependen de otros -marido, padre- para poder ser artistas. Hacía años que las dos no se veían. La protagonista, según nos confiesa en una voz en off, vio a su amante por última vez en la opera. Y mientras la otra escucha la obra de Vivaldi, todas las emociones -dolor, alegría, pasión, desesperación, aceptación- atraviesan como un huracán su rostro y su cuerpo.
David Lean es tal vez el que mejor supo contar las historias de amor. Dr. Zhivago, la primera cita de mis padres, es un buen ejemplo. Sin ella, yo no estaría aquí. En Breve encuentro tenemos un final precioso. Ella ya no volverá a ver al hombre que ama; ha elegido a su marido, al que también quiere. Este intuye su tristeza y la arropa. Y le dice: "Gracias por volver conmigo". David Lean podía haber terminado con la despedida de los amantes, pero esta secuencia, sin duda, es un hermoso broche.
Un amor puede estar condenado desde el principio. En El tercer hombre, ella nunca le perdonará que traicionara a su amigo, aunque fuera un asesino; nunca le perdonará que colaborara con los vencedores; por eso continúa su camino y nuestro protagonista debe aceptarlo con elegancia...
Como antítesis perfecta de El tercer hombre tenemos a Charlie Chaplin en Tiempos modernos, la despedida de Charlot, una creación cinematográfica que ha superado el paso del tiempo.
La soledad puede ser una opción, si el entorno o las circunstancias no permiten otra salida. Además, la venganza se sirve en un plato muy frío. El personaje que interpreta Olivia de Havilland en La heredera de William Wyler, basada en el relato Washington Square de Henry James, cierra todas las puertas. Ya no es una mujer inocente y vulnerable; ahora es brutal y despiadada.
-"Antes quería mi dinero; ahora también quiere mi amor...
-¿Cómo puedes ser tan cruel?...
-He tenido muy buenos maestros..."
Es una mujer independiente, un témpano de hielo la que sube en el plano final las escaleras; escucha los gritos desesperados de su amante. Sonríe.
En Stromboli de Rossellini, en cambio, la soledad es impuesta. Ella huye de los hombres y mujeres que la han aislado -eligió amar a un hombre para escapar de la prisión y ahora es una paria y una extranjera, despreciada por todos-, busca refugio en una Naturaleza terrible, dura; se arrastra, desesperada, tropieza, cae, vuelve a levantarse, en una escena que dura casi diez minutos; al final, pide ayuda a un Dios que no la escucha.
El grito final de Ingrid Bergman, en inglés.
Este final me recuerda, salvando las distancias, al de Duelo al sol de King Vidor. Ella también se arrastra, se destroza las manos, para morir junto a su amor y su enemigo... Amor fou en estado puro.
En La vida de Adéle, Blue is the warmest color, la protagonista se aleja de nosotros; la historia de amor que cambió su vida, que le permitió descubrir quién era ha terminado. Imaginamos que otra comienza, cuando gire la esquina...
En los últimos veinte, treinta años -al menos, en el cine occidental-, este final se repite bastante a menudo. Como sucede en la obra de Lillian Hellmann La calumnia -escrita en los años treinta- o en Casa de muñecas de Ibsen -a finales del siglo XIX-, la protagonista toma una decisión que rompe con la idea tradicional de lo que debía o no debía hacer una mujer. Y encontramos así a una mujer que camina hacia nosotros, a otra que se aleja; la encontramos sentada, pensando, o trabajando en su despacho o bailando. Siempre sola, satisfecha, decidida, aunque el futuro esté repleto de incertidumbres. Las relaciones de pareja ya no acaban en matrimonio e hijos, ni ellas deben amoldar su vida a la del hombre, como antes; pero, está claro, tener una vida independiente supone sacrificios en esta sociedad competitiva nuestra y la mujer ha de elegir un camino propio, como se cuenta en dos planos y de manera muy sencilla en La peor persona del mundo. Toda elección supone perder y ganar algo.
En Gloria de Sebastian Lelio, como también ocurre en Un amor de Coixet, el baile es liberador.
Por eso la Jackie Brown de Tarantino intuye, adivina, mientras canta, que la libertad es siempre solitaria. Tiene sus pros y sus contras y hay que pencar con ello.
Puede haber, a veces, otra oportunidad.
Aunque pueda acusársele de suavizar la novela, sin duda, el final de Desayuno con diamantes de Blake Edwards, emociona gracias a Mancini y a una Audrey tan vulnerable y tan tierna...
No siempre se puede recuperar ese amor de juventud. El tiempo ha pasado. Y un asomo de tristeza se vislumbra, cuando escuchamos la música de Legrand en Los paraguas de Cherburgo de Demy.
Hay quien como Will Penny piensa que ya es demasiado tarde. It´s too late for me... confiesa a su amada; conmovedora y desoladora despedida con su trágica vulnerabilidad.
Hay quien, al descubrir que alguien le ha amado de verdad, se dirige a la muerte con una sonrisa en los labios. El protagonista de Carta de una desconocida de Ophuls, reconociendo que su vida ha sido un fracaso, afronta su muerte con dignidad y valor. Ha sido amado; la vida valió la pena.
¿Y el amor más allá de la muerte? El fantasma y la Sr. Muir por fin podrán vivir su amor para toda la eternidad....
El último gesto de amor puede ser matar al ser amado -porque no hay otro remedio- y ser enterrados juntos donde caiga una flecha; es una de las escenas finales más hermosas de la historia del cine y una declaración de amor maravillosa. Te amo más que... a Dios, dice Audrey Hepburn en el papel de lady Marian. Y Sean Connery, como Robin, lo entiende. ¡Quién no lo entendería!
Y junto a Audrey Hepburn en mi corazón está Romy Schneider. En Lo importante es amar tenemos otra declaración de amor desesperada... Esta vez, sin palabras. No son necesarias...
El final de Amor de Haneke es desolador. El sufrimiento de los dos es tan terrible que deseamos que se acabe ya... Matar a alguien que sufre tanto es la única manera que tienes de escapar de tanto dolor.
Recuerdo después un epílogo. Él desaparece; ha muerto con ella. Y nos quedamos en las habitaciones vacías, el hueco que los espacios nos dejan: la ausencia...
En No amarás Kieslowski salva a su protagonista. En la versión televisiva la condenaba en la última secuencia con un gesto de desprecio y de indiferencia por parte del joven; ella le había humillado y él intentó suicidarse. Sin embargo, en la película imagina una caricia, un gesto sencillo. Ella también es capaz de amar y de ser amada... Cierra los ojos.
Solo el amor nos puede salvar del infierno... El ratero en Pickpocket de Bresson lo comprende en el plano final...
También hay amores que pueden surgir por carta. La carta final. 84 Charing Cross Road es la dirección de la librería en la que trabaja un Anthony Hopkins contenido y elegante y a donde la cliente, una Anne Bancroft espontánea y vital, le envía una y otra vez cartas pidiéndole libros descatalogados. Las cartas que se leen a lo largo de los años desde Nueva York a Londres construyen piedra a piedra una relación íntima, imposible de catalogar. Los libros -su olor, su tacto- son el material físico con los que ese amor se realiza. Aunque hay un epílogo -ella finalmente visitará la librería, pero para entonces él está muerto-, este, para mí, es el final. Es la última carta que se escriben. La complicidad que hay entre ellos me emociona.
Una pareja viaja a Italia. La relación no va bien, naufraga. Ambos, aunque no lo digan, piensan que el divorcio es la mejor solución. Mientras dudan qué decisión tomar, visitan museos, recorren las calles de Nápoles. Una mañana visitan Pompeya. Discuten. Parece que es el final. Un guía italiano les comenta que en una excavación han encontrado dos cuerpos, el de un hombre y una mujer. Asisten a la excavación. Los dos están abrazados.
Hanno trovato la morte insieme, uniti...
Ella, Ingrid Bergmann, no puede soportarlo más y se marcha.
Ci sono tante cose que non t´ho detto.
Y llega el final. Se topan con una fiesta, una celebración religiosa. Entre la muchedumbre, se separan; se llaman, se necesitan, se reencuentran. ¿Tendrán una segunda oportunidad?
Quizá lo importante sea esa luz, esa energía que el lugar les transmite. Un plano final, puro documental, cierra la película. Italia y el Mediterráneo: una celebración de la vida, del amor...
Nunca debemos arrepentirnos de amar, aunque fracasemos una y otra vez; es eso lo que nos hace humanos.
A los veinte años vi esta película de Sautet. Quizá es uno de los autores franceses más desconocidos, al menos, por el gran público. No tanto en Francia, pero sí aquí. En los años setenta hizo unas cuantas obras maestras: Max y los chatarreros, Las cosas de la vida, Una historia simple.
Podía haber elegido cualquiera de estos finales.Comoel de Las cosas de la vida, con un plano secuencia en el que le dicen a la protagonista que el hombre al que amaba acaba de morir en un accidente de tráfico.
Una historia simple, en el que, tras muchas dudas, ella ha decidido tener a su hijo y disfruta, simplemente, con la caricia del sol.
Oel de Max y los chatarreros, donde en un gesto inesperado, el policía verdugo se convierte en una víctima, en un hombre enamorado que es capaz de matar, y ella, cuando le trasladan a la cárcel, le "ve" por primera vez.
Romy Schneider está maravillosa.
En los noventa volvió al candelero con Nelly y el Sr. Arnaud y Un corazón en invierno, ambas interpretadas por Emmanuelle Béart. Y es entonces, cuando lo descubrí.
En ambas películas el juego de miradas, los silencios y lo que no se dice es casi más importante que los diálogos. Eso me atrapó en las dos películas. Reconozco que, además, me sentí identificado con el personaje de Un corazón en invierno; cómo era incapaz de expresar sus emociones; cómo las ocultaba. Tal vez con el paso de los años un servidor aún siga haciéndolo...
La historia es sencilla. Un artesano genial, un luthier, se encarga de vender violines de calidad a artistas de prestigio. Su amigo y socio en la empresa -con mucho menos talento- tiene como pareja a una violinista en ascenso. Poco a poco, y a través de la música y de ese objeto que comparten -el violín-, ella se enamora de él y está dispuesta a dejar a su pareja. El, sin embargo, niega sus emociones hasta el final, y, de manera muy torpe -con mucho de soberbia-, la humilla y la desprecia. Cuando se da cuenta de su error, ya es demasiado tarde.
Y este es el final. Es una despedida, ya que tanto su amigo como ella se marcharán lejos. Él se quedará con su arte, pero solo.
Es el mejor Sautet. No es tanto lo que se dice, sino lo que no se dice. Las miradas y los silencios nos cuentan mucho más que las palabras.
No hay segundas oportunidades. En la vida, generalmente, ya no se puede volver atrás...
Y el mundo sigue moviéndose, al fondo de la escena, ajeno a nuestras pequeñas tragedias cotidianas...
Ayer pusieron en la 2 La heredera de W. Wyler. Es curiosa una coincidencia: Olivia de Havilland había muerto dos días antes a los 104 años y, como homenaje, pusieron esta película cuando se cumplían treinta y nueve años de la del director. Así que William Wyler fue trending topic en twiter.
William Wyler fue uno de los mejores directores del Hollywood clásico. Y no es de los más conocidos. Sin embargo, si repasas sus películas te das cuenta del talento que tenía.
Están Jezabel, Cumbres borrascosas, La carta, la señora Míniver, Los mejores años de nuestra vida, La heredera, Carrie, Vacaciones en Roma, Horizontes de grandeza, Ben-Hur, La calumnia, El coleccionista...
Bien es cierto que otras, la mayoría, son las que veríamos en un buen artesano. En realidad, nos encontramos ante un gran profesional que sabía aprovechar y organizar el material que tenía a su disposición: actores y actrices, guiones, medios y que aportaba él mismo a la obra artística sus cualidades. Ese es el papel de un buen director de cine y Wyler lo era.
Y eso me lleva a algunas intrahistorias o detalles; en el siguiente vídeo hay una selección de escenas. La escena final de la escalera -uno de los finales más espléndidos de la historia del cine que puede interpretarse como la venganza de una mujer, su toma de conciencia o la tragedia a la que lleva el rencor- (17:30-18:40 en el vídeo)- es muy conocida. Había olvidado su rima; la planificación es idéntica a la de la subida final -no es la única; hay varias a lo largo del metraje-. En el vídeo, 13:41-14:22 Catherine, la protagonista, tras ser abandonada, sube las escaleras. Está destrozada.
Una anécdota cuenta que Wyler le hizo subir las escaleras con una maleta llena de libros... Una y otra vez...
No sé si con de Havilland el director necesitaba un truco así, pero la historia è ben trovata...
Lo que sí está confirmado es que la idea de la escalera es de William Wyler. No es la única. Al principio de la escena en que Catherine le dice a su padre que le desprecia, nunca le mira directamente -en casi toda la escena 20:30-21:00-; incluso lo hace a través de un espejo; esta es una idea de Wyler, sin duda. Y que al final, sea ella la que le mire y el padre no lo haga (22:00-22:33), mientras Catherine le dice, Nunca lo sabrás... porque pronto te vas a morir... -estas últimas palabras no salen de su boca, pero queda bastante clara la intención- es una decisión también de planificación muy sencilla y potente -aunque quizá esta ya esté en la obra de teatro en la que se basa la adaptación de la novela Washington Square de Henry James-. La mirada cruzada, al final, es de esas que lo dicen todo. El rencor y el odio de ella; la fragilidad y la impotencia de él y su fracaso como padre.
Frente a Wyler, o más bien diría, junto a Wyler, está el genio de Ophuls. La escena que pongo a continuación es de una de sus primeras obras, Libelei; por tanto Ophuls está todavía aprendiendo. Y, sin embargo, tiene muchísimo talento. Hay que recordar que sus siete últimas películas, desde Carta a una desconocida hasta Lola Montes, entre 1947 a 1955 son obras maestras. Nadie las pone en duda.
¿Qué hay en Libelei que insinúe el genio de Ophuls? Los últimos quince minutos...
Sería largo de explicar, pero la planificación del mejor Ophuls con sus movimientos de cámara, su ritmo pausado o su elegancia ya están ahí. También sus temas: la fugacidad del tiempo, lo frágil que es la felicidad, la nostalgia por lo que se ha perdido. Y sabe con un único plano mostrar todo el drama de una situación -en este caso, una mujer a la que le dicen que su amor ha muerto en un duelo-. El resto no importa; sólo vemos cómo ella -la actriz es la madre de la futura Romy Schneider, Magda Schneider- pasa de la ilusión a la desesperación. Y es creíble. Y es emotivo, cruel. Y terrible. Y te atrapa.
Lo fácil no es tan fácil. Ni en la vida ni el arte. A veces necesita de suerte; otras -casi siempre- de mucho trabajo y esfuerzo. Y algunas veces, sólo algunas veces- es un momento de inspiración, de talento y genio.
No siempre se da, pero, cuando sucede, creo que a eso lo llamamos magia.
Murió unos meses después de que su hijo, un niño aún, falleciera de una manera terrible; destrozado por una verja que le perforó los intestinos.
Se cuenta que la encontraron muerta mientras intentaba escribir una carta.
Murió de pena.
Antes de esta tragedia y de una vida en la que no pudo ser feliz con historias de amor fracasadas y una pasión por Alain Delon que la marcó toda su vida, nos ofreció a los amantes del cine momentos mágicos que sólo ella podía darnos. Era bella e inteligente. Tan inteligente que cuando quiso romper con sus primeras películas en las que interpretó a una almibarada Sissi, lo hizo con talento y firmeza. Y apostó por hacer una Sissi completamente diferente, mucho más cercana a la mujer, harta del encorsetado modelo ideal de princesa perfecta que otras ahora mismo -y estoy pensando en nuestra Leticia- nos intentan vender.
Con Visconti, en una película algo larga y pesada, pero en la que Romy está maravillosa.
Es una de las cualidades de Romy Schneider. Ninguna de sus peliculas es perfecta; sólo ella lo es. Y sólo ella, muchas veces, salva una película penosa o mediocre.
Un buen ejemplo es el Cardenal de Otto Preminger.
Es una película con algún detalle interesante, es la historia de un cura que se compromete en causas bastante progresistas para la época. Tiene un momento de duda existencial y en ese periodo conoce a una austriaca, interpretada por Romy Schneider. El protagonista apostará por Dios y sacrificará el amor terrenal. Uno se pregunta si no se equivocó en la elección. Como siempre, la aparición de Romy Schneider es mágica.
Ya desde niña quiso trabajar con Orson Welles. Pudo hacerlo en El proceso.
Es vitalidad y sensualidad arrolladora.
En Lo importante es amar de Andrei Zulawsky, Romy hace su mejor papel. Es una película con muchos defectos y algunas virtudes. Y sobre todo, con una Romy Schneider que nos emociona, que nos proporciona momentos maravillosos como éste.
La escena final es uno de los más hermosos y tristes finales que el cine me haya dado nunca...
Han dado una paliza al protagonista; pero frente a la inhumanidad de los demás, ahí está la humanidad, la maravillosa ternura condenada a la derrota de Romy.
En La muerte en directo de Bertrand Tavernier interpreta a una mujer que sabe que va a morir. Necesita el dinero, para que su hijo pueda vivir cuando ella no esté.
Bajo una crítica despiadada a reality shows tan de moda años después, hay una emoción soterrada, intensa, verdadadera como sólo ella podía darnos...
Pero será con Claude Sautet donde encontremos sus mejores películas.
Así empieza Una historia simple o una vida de mujer. Sólo un primer plano de Romy. Pocas actrices enamoran a la cámara como ella. Pocas
pueden decir tanto con tan poco.
Si la historia empieza con un aborto, el final es un canto a la vida, a un niño que sí va a nacer y de una mujer libre.
En Las cosas de la vida, es la historia de una mujer que lo pierde todo -el amor de su vida- en un accidente de tráfico.
.
Aquí tenemos la canción cantada por los dos protagonistas.
En Max y los chatarreros, en una, en apariencia, historia de ladrones y policías para salvar a una mujer, una prostituta, un hombre sacrifica todo lo que tiene por amor.
Entiendes porqué lo hace, sin duda.
.
En el tren, una película francesa, él tiene la oportunidad de abandonar a la mujer que interpreta Romy y salvarse. Pero no lo hace, ¿por qué?
¿Hace falta hacer esa pregunta?
Romy Schneider nunca morirá. Mientras nos siga emocionando, estará viva.
Murió unos meses después de que su hijo, un niño aún, falleciera de una manera terrible; destrozado por una verja que le perforó los intestinos.
Se cuenta que la encontraron muerta mientras intentaba escribir una carta.
Murió de pena.
Antes de esta tragedia y de una vida en la que no pudo ser feliz con historias de amor fracasadas y una pasión por Alain Delon que la marcó toda su vida, nos ofreció a los amantes del cine momentos mágicos que sólo ella podía darnos.
Era bella e inteligente. Tan inteligente que cuando quiso romper con sus primeras películas en las que interpretó a una almibarada Sissi, lo hizo con talento y firmeza. Y apostó por hacer una Sissi completamente diferente, mucho más cercana a la mujer, harta del encorsetado modelo ideal de princesa perfecta que otras ahora mismo -y estoy pensando en nuestra Leticia- nos intentan vender.
Con Visconti, en una película algo larga y pesada, pero en la que Romy está maravillosa.
Es una de las cualidades de Romy Scheneider. Ninguna de sus peliculas es perfecta; sólo ella lo es. Y sólo ella, muchas veces, salva una película penosa.
Un buen ejemplo es el Cardenal de Otto Preminger.
Es una película con algún detalle interesante, es la historia de un cura que se compromete en causas bastante progresistas para la época. Tiene un momento de duda existencial y en ese periodo conoce a una austriaca, interpretada por Romy Scheneider. El protagonista apostará por Dios y sacrificará el amor terrenal. Uno se pregunta si no se equivocó en la elección. Como siempre, la aparición de Romy Scheneider es mágica.
Ya desde niña quiso trabajar con Orson Welles. Pudo hacerlo en El proceso de Orson Welles.
Es vitalidad y sensualidad arrolladora.
En lo importante es amar de Andrei Zulawsky, Romy hace su mejor papel. Es una película con muchos defectos y algunas virtudes. Y sobre todo, con una Romy Scheneider que nos emociona, que nos proporciona momentos maravillosos como éste.
La escena final es uno de los más hermosos y tristes finales que el cine me haya dado nunca...
Han dado una paliza al protagonista; pero frente a la inhumanidad de los demás, ahí está la humanidad, la maravillosa ternura condenada a la derrota de Romy.
En la muerte en directo interpreta a una mujer que sabe que va a morir. Necesita el dinero, para que su hijo pueda vivir cuando ella no esté.
Bajo una crítica despediada a reality shows tan de moda años después hay una emoción soterrada, intensa, verdadadera como sólo ella podía darnos...
Pero será con Claude Sautet donde encontremos sus mejores películas.
Así empieza Una historia simple o una vida de mujer. Sólo un primer plano de Romy. Pocas actrices enamoran a la cámara como ella. Pocas pueden decir tanto con tan poco.
Si la historia empieza con un aborto, el final es un canto a la vida, a un niño que sí va a nacer y de una mujer libre.
En Las cosas de la vida, es la historia de una mujer que lo pierde todo -el amor de su vida- en un accidente de tráfico.
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Aquí tenemos la canción cantada por los dos protagonistas.
En Max y los chatarreros, una en apariencia historia de ladrones y policías para salvar a una mujer, una prostituta, un hombre sacrifica todo lo que tiene por amor.
Entiendes porqué lo hace, sin duda.
En el tren, una película francesa, él tiene la oportunidad de abandonar a la mujer que interpreta Romy y salvarse. Pero no lo hace, ¿por qué?
¿Hace falta hacer esa pregunta?
Romy Scheneider nunca morirá. Mientras nos siga emocionando, estará viva.