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sábado, 7 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍA 7




I.

25 de abril de 2016.

Me despierto. He tenido un mal sueño. Noto mis músculos tensos. Me voy relajando a lo largo de la mañana.

No ayuda que el cielo esté cubierto. Amenaza lluvia. El ambiente está cargado.

Voy a dedicar esta mañana a los foros y el Palatino.

                                                


Se ha ampliado el paseo, la zona abierta al público en estos últimos años. Han cerrado la basilica de Majencio -precursora de las basílicas cristinas constantineas- por culpa de las obras del metro en la línea C, y bajo el arco de Septimio Severo -aunque aquí parece sólo que pretenden restaurar una parte de la Vía Sacra.



Santa María Antigua está abierta y sus pinturas parietales, restauradas. Una parte de la entrada al Palatino, concebida por Tiberio, también. Se especula que pudo ser en alguno de estos pasillos donde Calígula fue asesinado.

Han llevado a cabo excavaciones cerca de la basílica Julia. Hace unos meses abrieron la Casa de las Vestales.

Al subir al Palatino puedes contemplar una zona que desconocía: bajo la iglesia de San Sebastián, han encontrado las ruinas del templo que levantó Heliogábalo al dios Sol. ¿Hubo sacrificios de niños como aseguraban algunas fuentes antiguas? La Historia Augusta no siempre es muy fiable, pero este emperador era demasiado oriental para que Roma lo aceptara.

Más conservadores fueron Augusto y Livia. Y respetuosos con la tradición. Tanto que cerca del Templo de la Magna Mater y de la cabaña de Rómulo -se han descubierto recientemente cabañas que nos devuelven a la época y al lugar donde se fundó Roma-, decidieron levantar sus casas privadas. Augusto compró la casa de Hortensio Hortalo y las de otros senadores y ese fue el arranque de una labor constructiva que convertiría la colina del Palatino en el alojamiento de los futuros emperadores. El término palacio tiene aquí su origen. Y sí, fueron palacios los que pusieron en pie. Restos de los de Augusto, reformas de Tiberio o Claudio -encontramos el Aqua Claudia a pie de calle-, el criptopórtico de Nerón, el Ninfeo de época Flavia, el circo de Domiciano, las aportaciones de la dinastía de los Severo.



No olvido las sorpresas que los arqueólogos aún descubrirán en el futuro. Hay una visita que tengo pendiente; la de una domus de época republicana con pinturas del primer o segundo estilo pompeyano.

El Coliseo. El tiempo y los Barberini, entre otros, lo saquearon. Y resiste. A las hordas de bárbaros y a las de turistas. Roma no sería Roma sin el Coliseo. Tal vez...



II.

En San Clemente estuve en una visita anterior. Está más organizado, pero ha perdido parte de su encanto. Y han subido los precios. Con todo, sigo apreciando esa mezcla de tiempos y tradiciones en un mismo espacio. Tenemos una domus, un templo a Isis y una iglesia cristiana. 


Sólo Roma te puede ofrecer tanto en tan reducido espacio.

En la de los San Cuatro Coronati hay un claustro, al que se accede con cierta dificultad. Bloquean la puerta con un cerrojo para controlar la entrada de turistas. 


El juego de luces -sobre todo en un día como éste en el que las nubes ocultan el sol y se apartan un instante después, tiene algo de mágico. Lo agradezco.

Dedico la tarde a pasear por la colina del Celio. Dulces placeres entre el sol y la sombra de una tarde primaveral. Un niño gatea ante la mirada de sus padres hacia una fuente que lanza un chorro de agua y de luz.

St. María Domnica. Otro mosaico del siglo VIII que representa a la Virgen entronizada.

En la Villa Celimontana, en su entrada, hay una plaza; el nombre recuerda a todas las víctimas de la inmigración, sobre todo a las de Lampedusa.
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La iglesia de San Giovanni y Paolo me recuerda a la del Laterano o al Gesú. No me agrada. Prefiero la intimidad al espectáculo.

A la salida, a mano derecha los restos de Aqua Claudia. A la izquierda, la base del templo de Claudio. A unos pasos, viviendas medievales y restos de una domus.

Ceno lasaña en la Vaca embriagada... Delante de mí comen una pareja de ingleses. Están enamorados. Ella lleva el pelo recogido en un moño. Mira al chico con ternura; tiene alrededor del cuello un pañuelo verde y sus pendientes están a juego. Cejas estilizadas, cuello largo. Me fijo ahora en él. Tiene el pelo rizado, barba de una semana, camiseta floreada y gafas a la moda.
Los dos tienen la barbilla marcada. Sus hijos herederán esta peculiaridad.
Se cogen de la mano. Se retan a aguantarse la mirada, sin reírse. Ella enseguida rompe a reír. Ha ganado él.
Me los vuelvo a encontrar a la salida. A unos metros, nuestros caminos se separan. 

Abrazados, se pierden entre las piedras de Roma.

Paseo por el antiguo barrio de la Suburra. Casas elegantes, fachadas restauradas, jardines colgantes.



III.

El barrio del Panteón.


Un hombre, tendrá treinta años, con un potente chorro de voz, impresionante, canta Oh, sole mio acompañado por su guitarra entre las mesas de un restaurante.
Una camioneta ha aparcado a un lado del Panteón. Parecen rumanos. Dos hombres; uno, apoyado en la camioneta. El otro exige dinero a un grupo de chicas. Una jovencita se ha apartado de sus compañeras; discute con él.
Un vendedor callejero -le he visto varias veces por la zona- huye de un policía. El agente de la ley le obliga a marcharse de la plaza.

-Es un maleducado. Es mala persona. Lo conozco. El mismo de siempre...


Hay muchas historias por contar. Y todas, a la sombra del Panteón...

viernes, 6 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES DE ROMA. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍAS 4 Y 5.


I

22 de abril de 2016

Noto vibraciones en la habitación. ¿Será la resaca por la borrachera de anoche? ¿La reminiscencia de un sueño erótico nocturno o por una noche loca con una mujer de bandera?

No, no es nada de eso. Ni bebo tanto ni mis sueños son tan interesantes. Y de conquistas, mejor pasemos un tupido velo por el asunto.

No puedo asegurarlo, pero debe ser el metro. Las obras de la línea C se hacen eternas. Sólo hay dos líneas de metro, porque en cuanto las excavadoras levantan un poco de terreno, se encuentran con piedras de incalculable valor arqueológico y todo se paraliza y hay que volver a planificar un nuevo recorrido.

Me ducho y desayuno. En dos paradas estoy frente a las ruinas de las termas de Caracalla. Se alzan como un esqueleto, orgulloso, gallardo. Caracalla quiso pasar a la posteridad levantando un monumento público del que disfrutaron generaciones. Sus termas responden al planteamiento convencional: los baños fríos, templados, calientes. Y espacios para el ocio: bibliotecas, saunas, jardines...

                                                      


Caracalla asesinó a su hermano delante de su madre. Fue brutal y despiadado. Eran tiempos duros, que requerían de mano de hierro para mantenerse en el poder. No le sirvió de mucho; se granjeó poderosos enemigos, incluso, en el ejército. Su asesinato estuvo a la altura de sus crímenes; mientras hacía sus necesidades, -no hay muerte más humillante que la que tuvo- un hombre de su guardia, probablemente pagado por los verdaderos conspiradores, lo apuñaló. A continuación, mataron al asesino con una jabalina, cuando intentaba huir. Una conspiración en toda regla, vamos. Como Kennedy y Lee Harvey Oswald.

Las cornejas, los cuervos levantan el vuelo entre las cúpulas y los arcos que han sobrevivido al paso del tiempo. Las lagartijas encuentran un escondite entre los huecos y las junturas. El ruido del tráfico, a lo lejos, de un viernes por la mañana.

Hoy quiero ir al campo. Y sí, con que camines un rato sales de Roma y retornas a las viejas raíces en las que Roma se fundó. Tal como Cincinato la conoció. O casi...

Salgo del caos circulatorio. Para dirigirte a la Vía Appia Antica debes superar un cruce. Los semáforos ayudan; que la luz verde sólo dure cinco segundos, no tanto. Tras hacerte una buena carrera y demostrarte a ti mismo unas dotes de atleta que desconocías, encaminas tus pasos hacia la puerta de San Sebastián. Dudas en esperar al autobús 118. Tarda demasiado tiempo y aún eres joven y con buena disposición para el esfuerzo físico; tu ánimo ha decidido: ¡Viva el camino!

El día acompaña. El tiempo es primaveral. En sombra, una ligera brisa. Bajo el sol, un picorcillo alegre. A un lado y a otro, fincas o chalets de personajes influyentes. El Mausoleo de los Escipiones como único reclamo turístico.

La puerta de San Sebastián te devuelve a la Via Appia Antica. Hay un grupo numeroso de alumnos, acompañado de cuatro profesores. Parecen dispuestos a caminar.

El primer tramo no es muy alentador. La frecuencia del tráfico es muy alta. Y el espacio para el peatón, escaso. Vamos en fila de a uno. Como mi ritmo es más animado que el de estos muchachos, tengo que estar atento cuando los adelanto a los coches que me vienen de frente. Caminar exige estar con todos los sentidos alerta.

Llegamos al lugar donde Jesús le dijo a Pedro: Quo vadis? Es un cruce de caminos. Probablemente lo fue hace dos mil años. La Vía Appia continúa por la izquierda. La carretera se estrecha; la acera, también. Mi constitución -soy bastante delgado- permite que sobreviva a los carros con motor; el caminante atisba la salvación. Uno no sabe cómo ha llegado a la primera parada del recorrido: las catacumbas de San Calixto.

Lo tienen muy bien organizado. Hay visitas guiadas en italiano, español, alemán, francés. Elijo la de italiano; tengo que practicar. El grupo lo formamos tres amigos de Perugia, un servidor y un grupo de alumnos de Bachillerato de Ciencias de Siena. El recorrido es rápido. Nos detenemos puntualmente en alguna tumba o capilla. La guía se para ante una lápida escrita en latín. Los estudiantes no tienen ni idea de latín. La guía lo intenta.

- Esto es nominativo. Y esto es dativo. Números romanos seguido de annis. Entonces, ¿cómo se traduce?... Bene merenti, que significa...

Silencio. Los chicos italianos de Ciencias no saben latín. Estamos perdidos...

A unos metros están las catacumbas de San Sebastián. Mucho menos interesantes. Destaca un cenotafio subterráneo, construido por un senador para toda su familia, incluidos sus libertos.

La carretera se acabó. Encontraré algún coche que se cuela -dos turistas se hacen una fotografía, subidos a un coche; siempre podrán decir que “caminaron” por la Vía Appia-, pero a partir de este momento, el camino es peatonal. Sólo me cruzaré con ciclistas y parejas de caminantes.



A un lado y a otro vas encontrando lugares en los que detener tu mirada. El circo de Majencio y la tumba que construyó para su hijo Rómulo. La tumba de Cecilia Metella. La tumba de los Veti.

                                                 

Hay zonas más restauradas, con baldosas, colocadas como si no hubiera pasado el tiempo por ellas. Otras torturan tus maltrechos pies.


La Villa Quintili o de Cómodo será la parada final. Cómodo se enamoró de la villa y se la “compró” a sus propietarios. Comprar es una forma sutil de decir que se la quitó. 





Cómodo, sin duda, sabía cómo convencer a la gente. Parece que en verano disfrutaba de las ventajas que le ofrecía vivir lejos de Roma y que allí entrenaba con gladiadores -una de sus grandes pasiones-.

Cuando salgo de la villa, me encuentro con un grupo numeroso de cabras. ¿No querías ir al campo? Pues, aquí lo tienes. 

                                                

Un pastor alemán surge de repente en el horizonte y empieza a perseguirlas; al principio, pienso que es el perro del pastor o pastora que aparecerá de repente con su flauta en la mano, pero no... pronto escucho la voz de su propietario, llamándole insistentemente. El pastor alemán se obsesiona con una cabrita; al final, la deja escapar y obedece la voz de su amo. La cabra se queda quieta, mirándole, mientras se marcha. Las otras se han alejado de la Vía Appia. La cabrita, sola, descolgada, vuelve con sus compañeras.

Vuelvo a verlo más tarde. El propietario, que aprovecha para hacer footing. El pastor alemán abriendo el camino. Y otro perrito, más lanudo, con la lengua fuera, intentando no perderlos de vista.

La vuelta a la ciudad es más cansada. Una siesta y una ducha siempre es de agradecer, después de una ardua caminata.

Promocionan una fiesta de la Naturaleza en Villa Giulia. Hago una escapada. Encuentro tenderetes con comida y bebida vegetariana y un concierto de pop. Todo muy políticamente correcto. Me aburre; así que prefiero pasear por Roma.

Ya es de noche.

En Vía del Corso me cruzo con parejas que han hecho sus compras. Ellas, con las bolsas de tiendas de marca, apoyándose en los brazos de sus compañeros.

Un indigente me dice que quiere enseñarme algo. Se lo agradezco, pero rechazo su oferta. ¿Qué querría mostrarme? Siempre me quedará la duda...

Rastros del pasado. La sede del PCI, Partido Comunista Italiano, ahora pertenece a la coalición de izquierdas que detenta el poder. Gramsci sustituido por Renzi; es la música de nuestros tiempos.



Sólo queda una placa que lo recuerda.

En la antigua Suburra el ambiente nocturno está en su punto álgido. Parece una zona de marcha. Vendedores ambulantes meditan en las escaleras sobre el sentido de la existencia. Un tipo duerme su borrachera, apoyado en la barandilla.

Vuelvo a notar las vibraciones en la habitación. Cierro los ojos...


II.

...Llegamos a la cúpula, el tercer nivel del espacio interior, el elemento que distingue al Panteón.

Se compone de cinco filas de casetones, que decrecen a medida que se acercan al punto más alto, el centro, donde encuentran un óculo de nueve metros de diámetro. Se piensa que estarían forrados de bronce.

En el exterior se arranca desde una sobreelevación del muro con siete anillos superpuestos. El primer anillo debía estar cubierto de mármol; el resto, con bronce, perdido a excepción de la zona del óculo.

¿Cómo se sostiene la cúpula? Hay varios elementos arquitectónicos que lo explican.

En primer lugar, los muros de opera latericia, -hormigón y ladrillos- ocultos en un primer nivel tras los nichos, pero que cumplen una función más importante, la de sostener el peso de la cúpula a través de arcos de descarga, visibles en la parte posterior del edificio en la actualidad.

Por otro lado, los anillos están construídos de manera parcial y sucesiva, sosteniendo cada uno de ellos al otro. Y la abertura de casetones, los nichos, las ventanas e, incluso, el óculo, además de su aparente función decorativa -aunque se hayan perdido con el paso del tiempo los elementos que los integraban- aligeraban el peso de los anillos.

El material utilizado también tiene su importancia. Hormigón, tufo y escoria volcánica. Es un hormigón mezclado con agua y los elementos señalados. Eso permitía más resistencia y más porosidad al ser mezclado con otros materiales. Se disminuyó el espesor utilizando piedra pómez en lugar de la piedra travertina más pesada y, para concluir, se reduce el peso de los materiales de manera progresiva desde la base hasta el óculo.

Son procedimientos que se utilizaban ya en los edificios termales de la época y que los ingenieros romanos habían aprendido tras largos siglos de experiencia constructiva. Es Adriano quien toma la decisión de que se utilicen por primera vez en la construcción de un templo.


III.

Una noche.

El sueño es ligero; no logro que sea continuo y profundo.

Tu respiración es un leve parpadeo, un hilo fino que se rompe, se diluye. Una ligera punzada cerca del corazón. Imágenes que se evaporan. Aire que se escapa. Susurros. Oscuridad intuída a través de la luz.

Amanece. La vida sigue, continúas vivo...


IV.

23 de abril de 2016.

Para llegar a Villa Adriana, has de subir al metro y a un autobús interurbano; me deja a unos diez minutos de la entrada.

Hoy es un día nuboso; amenaza lluvia. Invita a la nostalgia. Muy apropiado, porque las ruinas de la Villa de Adriano son las ruinas de un tiempo perdido, desaparecido, aniquilado...

Adriano eligió bien el lugar, cerca de las montañas, lejos de los conflictos de una Roma que le despreciaba.

Han descubierto recientemente un complejo constituido por templos y pórticos. Parecen ligados a Antinoo y su culto.

El Canopo es el límite. Más allá, se encuentra la zona que Adriano concedió y reservó para su esposa, Sabina. No se puede visitar; es propiedad privada.



A un lado y otro del Canopo, me fijo en una chica que se hace selfies. Y en un chico, que se sienta y reflexiona sobre la caducidad del mundo. O eso parece.

Recorro los espacios que Adriano levantó como homenaje a lo que más amaba y que no pudo ver terminar. Teatro, termas, habitaciones privadas, salones de recepción, bibliotecas... 

                                                 

Una ciudad construida a su medida, aislada de todo y de todos. Le imaginamos caminando por las noches. Un viejo solitario, acercándose a la muerte, asumiéndola con entereza y desesperación.

Unas gotas de lluvia caen al salir de Villa Adriana.

De camino decido visitar Santa Constanza. Como Santa Agnese ambas iglesias están vinculadas a la figura de Constantino y su madre. La iglesia está abierta; coincido con un duelo y una misa en memoria de un fallecido. Ropas negras, rostros serios y meditabundos. Un mosaico brillante que promete la resurreción de los muertos y un juicio final a todos los hombres.

El Museo Nacional Romano es una delicia. No sólo te ofrece escultura -encuentras las mejores aportaciones y copias de época romana-, o mosaico. Además en la planta segunda tienes la mejor pintura parietal que se ha podido conservar.

Por supuesto, entre las esculturas, están Augusto como Pontífice Máximo o una copia del Discóbolo o Níobide moribunda. Prefiero una Musa con el hombro al descubierto o una koré que lleva un peplo muy sugerente.

                                     

De la pintura destacan los de la Villa de Livia. La Naturaleza en su faceta más delicada y elegante.

Que también aparece en una tumba en la zona del Vaticano.

                                                


Más variadad temática observamos en las que se encontraron en la Villa de la Farnesina; son de una riqueza sorprendente. Se piensa que pudo ser una residencia de verano de Augusto y su familia en la zona del Trastevere.


Las dos son reconstrucciones que aprovechan un amplio espacio para acercarnos, aunque sólo sea de manera tímida, lo que pudieron ver los romanos que la visitaron o habitaron.

También podemos admirar una máscara crisoelefantina o la explicación extensa de una historia desconocida por el gran público: la de los barcos del lago Nemi, recuperados en los años 30, del fondo del lago 



-fueron verdaderos palacios flotantes para uso y disfrute del emperador Calígula, de los que se hace eco Suetonio en La vida de Calígula, XXXVII.2- y, lamentablemente, destruidos durante la segunda guerra mundial durante un bombardeo o un incendio provocado.



                        



V.

Llueve al otro lado del cristal. 
En los sueños se cuelan las gotas de lluvia: tal vez sean resquicios de felicidad. 
Las noches primaverales en Roma arrullan tu sueño.