domingo, 31 de agosto de 2014

ROBIN WRIGHT/HOUELLEBECK: ¿QUIÉN SOY YO?



Hace veinte años una mañana me desperté: no sabía quién era yo, no recordaba mi nombre.
Estaba en una habitación que reconocía, pero me miraba al espejo y me preguntaba: ¿quién cojones es ese tipo? Tuve miedo; temblé...
Afortunadamente recuperé la memoria en unos segundos, pero ¿y si no la hubiera recuperado? ¿Y si todo lo que he vivido desde entonces no es real y sólo ha sido un sueño?

Houellebeck se divierte. ¿Quién es este Houellebeck? Un gran intelectual y escritor, un payaso público, un provocador. Le secuestran; o no. Es un farsante y tiene gracia.


¿El secuestro? Todo es absurdo.
Que si hay que ir a 240 por una autopista. Se va.
Que se pide un Ribera de Duero porque el vino francés no está a la altura. Se pide.
E incluso, aunque estés secuestrado, vives mejor que un ilegal que tienen alojado en un cuchitril de al lado. Y con suerte y si eres un poco pesado, te proporcionan una prostituta joven y guapa.
¿Quién es Houellebeck? Ni puta idea, pero el tipo es gracioso. Juega con nosotros y te lo pasas bien.


En cambio El congreso, la última película de Ari Folman, el autor de Vals con Bashir, es más poética.
Sin Robin Wright no sería posible.
Conoci a Robin Wright como princesa. Sería un adolescente. Era la princesa prometida.
Nos hicimos mayores; los dos. Una noche invité al cine a una chica que me gustaba; se llamaba Paula. Vimos una película de Robin Wright con su nueva pareja de entonces, Sean Penn. Hacía de mujer desequilibrada, al borde del precipicio. Al salir Paula me dijo: "se ha roto el hechizo; ya no es la princesa prometida".
La chica a la que invité desapareció de mi vida; Robin, no.
Aparece cada cierto tiempo. Hoy tengo 42 años; ella, 44. Robin Wright ha vuelto. Y ella siempre se transforma. Aquí, toma conciencia del paso del tiempo, es una actriz que se cuestiona su propia existencia, su irregular carrera como cuando mira, envejecida, el póster donde aparece joven y radiante.
Hay cierta ironía en convertirse en dibujo animado para poder ser eterno...


Pero hay más. La película flojea a veces: alguna escena ridícula, lo psicodélico a veces te atrae y te aburre a partes iguales. El director parece que hubiera querido mostrarnos un mundo como el de Huxley en Un mundo feliz, pero este mundo -químico- es amable, una salida a la dura realidad.
"Mientras estemos dormidos, seamos imágenes animadas, la verdad no importa". Un mensaje demasiado conservador. Decepciona, porque podría haber arriesgado más.
En cambio, Robin Wright no decepciona.
¿Quién es Robin Wright? ¿Una madre que ama a su hijo -un niño que desea volar, aunque se está quedando ciego y sordo-? ¿Una actriz que fracasó con sus hombres, que fracasó en su carrera porque era una perdedora en un mundo en donde sólo caben los triunfadores o porque tenía miedo de perder lo que más quería? ¿Una mujer que juega con nosotros y sus reflejos?
Tal vez sólo una madre que ama a su hijo... o un hijo que ama a su madre... O ambas cosas.

Salgo del cine. La melodía de El congreso se repite en mi cabeza. La tarareo.
Subo hasta el templo de Debod. Me cruzo con una pareja; discuten. Ella rompe a llorar.

- Siempre soy yo la que comete errores. Siempre yo.

- No, de verdad que no -el chico intenta calmarla- yo soy el que comete errores. Más que tú, seguro. Recuerda el filete en el congelador...

Me alejo. ¿El filete en el congelador? ¿Un secreto de convivencia que sólo ellos comparten?
¿Houellebeck se comería ese filete? No creo, sólo aceptaría carne de vaca argentina de primera calidad...
Ya no escucho lo que dicen. Ella ha sacado unos klenex; él habla, se explica, mueve las manos, hace aspavientos. Ella le escucha.
Giro la cabeza.
El sol se pone en Madrid.
Cierro los ojos.





ATTENBOROUGH: SER UN PROFESIONAL



Richard Attenborough fue un profesional hasta el final como actor y como director. Hacía películas dignas y bien hechas, pero yo siempre le recordaré por Tierras de penumbra.



Descanse en paz.

miércoles, 20 de agosto de 2014

OMAR/LAS VIDAS DE GRACE: FINALES FELICES



No siempre tenemos finales felices.
En La vida de Grace me temo que sí. ¿Por qué digo: "me temo"?
Veamos; es una película interesante, emotiva, muy humana.

                        

Admiro la capacidad de adentrarse en las complicadas historias que tiene que tratar -empiezo a parecer Boyero- ¿Qué más se le puede pedir? Pero no me convence el final feliz...

En Omar, en cambio, no hay un final feliz. La historia sucede en la Palestina actual. Podía haber sido en otro lugar, porque los personajes y sus emociones son universales, pero es en Palestina. Y está bien que así sea: es una demostración de que los Palestinos también pueden hacer grandes películas. Paradise now del mismo autor, Hany Abu-Assad fue un buen ejemplo.
                      

Y aún así, esta película palestina, orgullosa de serlo, nos habla de temas clásicos: una amistad traicionada, una triste historia de amor que pudo ser y no fue.
No, no tendremos un final feliz -como tampoco lo tendrán dos mil palestinos, entre ellos unos quinientos niños-, porque el final es un puñetazo en la cara y el silencio que le sigue, ese silencio, es terrible.
No, no siempre hay un final feliz.

miércoles, 13 de agosto de 2014

EDWARD HOPPER EN EL CINE



Shirley no es una película al uso. Apoyándose en 13 cuadros de Hopper, Shirley hace una apuesta por contar la historia de una mujer desde 1930 al 63 sin que dejen de aparecer los grandes acontecimientos que marcaron la historia de Estados Unidos.




No siempre funciona. Cuesta asimilar la voz en off y el planteamiento no es espontáneo, sino todo lo contrario, busca adentrarnos en el mundo de Hopper a través de espacios fijos con una actriz que intenta cubrir todos los registros.
Como experimento merece todos mis respetos. A veces consigue emocionar. Es más de lo que podemos decir de muchas películas de Hollywood.


SU ÚLTIMO VERANO


Los mitos se mueren; los actores también.
Este verano ha sido bastante extraño.
Dos suicidios de dos grandes actores: Seymour Hoffmann y Robin Williams y un accidente: Alex Angulo.
Dejaré el mito para el final.
Seymour Hoffmann era uno de los mejores actores de los últimos veinte años; alguno diría que era el mejor. Su filmografía es impresionante. Conseguía que sus personajes sudaran -a veces, sangre-, que fueran reales. Pocos actores han sido capaces de mostrarnos tal cosa.




En otro lugar está Robin Williams. Era un gran actor; en el fondo, un gran payaso: nos hacía reír mientras -como sabemos- lloraba por dentro. Otro grande, sin duda. Su filmografía no es tan impresionante, pero le recordaremos. También sabía mostrar su otra cara y lo hacía con gran talento.



¿Y Alex Angulo? Un gran secundario. Y en España los secundarios, como todos sabemos, son grandes actores a los que olvidamos muy a menudo.



Al mito Lauren Bacall lo dejo para el final. Lauren Bacall es una de las últimas actrices del gran Hollywood. Morir en verano, en pleno agosto, es el último gesto discreto de toda una dama. ¡Ay, quién no recordará ese "si me necesitas, silba. ¿Sabes silbar?!"



Bogart parece que sabía silbar...