sábado, 27 de junio de 2015

GRACIAS



La muerte; hay un antes y un después.
Si es la muerte de un padre, una madre o una pareja –sea a los 18 años, a los 40 o a los 60- mucho más. 
La ley de la vida se cumple, porque la muerte es parte de ella.

Hay muchas maneras de recordar a los muertos. Todas las culturas necesitan que los vivos recuperen a sus muertos, a aquellos que se fueron y que, sin embargo, siguen estando con nosotros. Hay muchas maneras: tantas, quizá, como seres humanos. Las misas, los entierros, los rituales… conforman nuestras vidas. Bien lo saben los antropólogos. Cuantos más años, más veces nos acompañan.

“Hoy empieza todo”. 
Todos buscamos una forma de empezar de nuevo. 
Están allí, pero ya no están aquí. 
Los soñamos; sólo podemos ver su sonrisa y sentir sus caricias en los sueños. 
Se nos escapan de entre los dedos, y, sin embargo, no los hemos perdido.

Mi hermano y yo estamos preparando un documental sobre la vida de nuestra madre. Es nuestra manera de recuperarla, de dejarla marchar, de homenajearla. Y cuanto más preparamos el documental, más entendemos que hablar de su vida no es sólo contar la suya: es también la de sus amigos, la de nuestros abuelos, nuestros tíos, nuestros primos, la nuestra…

Ayer una familia, -porque eso es lo que era, una familia, en el sentido más amplio del término- se despidió de un hombre llamado Ángel. Lo hizo con aquellos a los que él quería. Comida, bebida, lágrimas, sonrisas, música, palabras, silencios…
Ángel era un amigo. Y los amigos estaban allí.
Ángel era familiar, cercano. Y los familiares, los más cercanos estaban allí.
Ángel era un padre. Y sus hijos estaban allí.
Ángel era un marido, un compañero. Y ella estaba allí…

No conocí a Ángel. Sólo le vi una vez. Me hubiera gustado conocerle.
Conozco a su hija, quizá una de las mejores alumnas que he tenido y tendré.
Conozco a su pareja. Quizá una de las mejores compañeras que he tenido y tendré.

Les agradezco que me invitaran.

Agradezco la sonrisa de Sofía. Y la fuerza y la valentía de Begoña.

Dicen que los romanos dedicaban -como todas las culturas- un día a sus muertos. Ya fuera porque les temieran o porque les echaran de menos, los convertían en dioses: los Manes.

Ellos pueden ser dioses que nos persiguen; y también dioses que nos protegen en la vida que mañana nos espera.

Porque la vida continúa y continuará. Y ellos estarán con nosotros. 
Y seguirán vivos, mientras nosotros lo estemos.

¡Que la tierra te sea leve, Ángel!


Gracias, Ángel.