En los años sesenta se experimentó y mucho. Se buscaron nuevos caminos que desde el cine mudo nadie se había atrevido a transitar.
La siguiente generación bebió de estos clásicos y, aunque muchos asumieron con el tiempo las convenciones tradicionales y participaron en la industria, nunca olvidaron sus orígenes, ofreciéndonos grandes obras: Truffaut, Rohmer, Malle, Varda...; otros continuaron por ese camino, entre ellos, en la Novelle Vague, Jean Luc Godard o Chris Marker.
A bout de souffle abrió la veda.
Rohmer apostó por la sencillez. Tan fácil como contemplar Un rayo verde, si quieres ser feliz...
En Italia estaba Antonioni. El final de La aventura, sencillo, sobrio, contundente es un buen ejemplo de sus obsesiones y de su talento.