lunes, 1 de octubre de 2018

UN AÑO DESPUÉS


Un año. Mucho o poco tiempo; depende del punto de vista. Ya se sabe que el tiempo es flexible, subjetivo, interpretable...

Esta entrada pretende abrir reflexiones; no es propaganda. Ni independentista ni nacionalista española. Para eso ya están los medios de comunicación o los discursos políticos.

Primero contaré mi visión. Ya la narré con fotografías y comentarios, estando allí, en el barrio del Raval. No ha cambiado demasiado mi perspectiva. A lo largo de este año ya lo he comentado a amigos o gente de izquierda, que criticaban el nacionalismo -el de otros, no el suyo-, y no veían el aspecto positivo de esta manifestación popular y colectiva, independiente, paralela, y que quienes la alentaron o se vieron obligados a subirse al carro en el último momento, ese día no la controlaron. ¿Fue una revolución burguesa que duró un día? Puede ser. Pero la revolución, aunque sea burguesa, es peligrosa para el poder, para cualquier poder, aunque luego pretenda ser ella misma gobierno.

Sí, fue un momento de rebelión popular. Podemos considerar que el objetivo es erróneo. Es posible, pero, lamentablemente, el único elemento de rebeldía en esta España adormecida en los últimos 365 días han sido los catalanes y los jubilados y pensionistas. Da que pensar.

Simbólico fue un objeto: la urna. En medios catalanes y alguno vasco, hoy mismo, se cuenta cómo llegaron a Cataluña. Y fue gracias no a unos políticos ni a unas instituciones que protegen sus intereses -como bien se está viendo en estos momentos-, aunque pusieran el dinero, sino a gente normal y corriente bien organizada. Este es el artículo.

¿DÓNDE ESTÁN LAS PUTAS URNAS?

Esto debería hacernos reflexionar a los que pensamos que otro mundo es posible o debería serlo, a los que creemos que vamos de cabeza al desastre sino cambiamos este sistema de raíz, desde la raíz.

Me parece también muy interesante la reflexión que hoy en Público escriben un griego y una catalana, que el mismo Julio Anguita podría suscribir. La izquierda, dormida, adocenada, -Podemos es un buen ejemplo- debería asumir lo que significó esos dos referéndum y por qué triunfaron y, después, se convirtieron en papel mojado. Quien manda es el dinero y quién lo mueve.

LECCIONES PARA EL MOVIMIENTO POPULAR

Un referéndum no es malo per se, como repite una y otra vez un viejo amigo mío de la adolescencia, obsesionado, con razón, por el Brexit. Lo malo es el objetivo. Grecia y Cataluña, de manera diferente, buscaban más autonomía, más control del dinero, que siempre es la clave de todo o casi todo. En Grecia era la desesperación; en Cataluña y, también, en Gran Bretaña, es el que no se fía del "tutor" que le lleva las cuentas. Y se ha propuesto llevarlas por sí mismo. En la isla, desde la derecha. En Cataluña, no se sabe...
A Grecia se le impuso unas condiciones económicas férreas; a Cataluña, un "no cuela", tendréis que esperar. La pregunta es si en Cataluña, aunque el movimiento de izquierdas es bastante potente, no acabarán llevándose el gato al agua los de siempre.
Lo sabremos. Si Cataluña es independiente en unos pocos años, sólo lo será a costa de crear un Estado conservador, que protegerá sus intereses. Eso sí, se librarán de nosotros, -como Estado, no de las personas, me explico- al que considera seguramente un peso muerto. ¿Llegaría una República entonces también aquí? ¿De qué nos serviría, si es una República de derechas?
Es esa visión, demasiado parcial, sin embargo, aunque insinúe cambios, la que aparece en el siguiente artículo.

CRÓNICA DE UN RESCATE ANUNCIADO

pero olvida que un nuevo Estado no supondrá más justicia social, si los que dirigen el cotarro son los mismos.

Ni el segundo ni el tercer artículo tienen en cuenta el papel geoestratégico de las tres grandes potencias: China, Rusia y Estados Unidos. A Europa, probablemente, no le interesa la democracia, pero debe aparentar. Las otras tres potencias no lo necesitan.

Y volvemos al 1 de octubre. Si alguien, todavía, sigue leyéndome y ha terminado los tres artículos -largos, sin duda-, tal vez llegue a hacerse una pregunta: ¿Qué hacemos?

No lo sé. Veo fascismos -Brasil es un buen ejemplo- que se imponen convirtiendo la democracia en papel mojado -ya no necesitan golpes de Estado sangrientos, aunque se insinúen en Venezuela-. Veo recortes de libertades aquí y en Europa. No digamos en otros países menos respetuosos. Veo a gente que se enriquece -que Felipe VI se subiera el sueldo hace unos días o su padre salga sano y salvo de una investigación sobre corrupción, es quizá más una anécdota-.

También, es cierto, hay gestos de rebeldía. Pensemos lo que pensemos, y yendo más allá de lo que pensaban sus políticos, hace un año, los hubo en Cataluña.
Y eso es lo que viví.

Si fuéramos pesimistas, llegaríamos a la conclusión de que estamos condenados a hundirnos. Una nueva crisis económica podría acelerar el proceso, que nos podría llevar a un autoritarismo cada vez más acentuado.

Siendo optimistas, es posible que esos actos de rebeldía colectivos puedan darse más a menudo. Y surjan democracias participativas y no estructuras económicas al servicio de unos pocos, y que aceptamos, mientras no nos afecte demasiado. ¿Vender armas a un país que bombardea y mata a niños nos hace más democráticos? ¿Por qué miramos a otro lado? ¿Para no perder el empleo, la casa, pagar la hipoteca, tomarse una cerveza en el bar de la esquina, ver a nuestro equipo favorito en la televisión?

El tiempo, subjetivo, flexible, humano, nos dará la respuesta.
O quizá, como diría el poeta y cantante, esté en el viento...