miércoles, 30 de noviembre de 2016

ALOYS Y MADRE SOLO HAY UNA


El lunes y el martes pude ver dos pre estrenos.
Creo, en mi humilde opinión, que son dos películas fallidas. Aún así, cualquiera de las dos es más interesante que muchos de los bodrios que estrenarán este viernes. Por tanto, voy a comentarlas.

Aloys es un intento muy valiente de mostrar el punto de vista de un adulto con síndrome de Asperger y la relación que establece tras la muerte de su padre con una mujer muy inteligente, atrevida, desorientada, depresiva y al borde de la locura.

El síndrome de Asperger ha sido tratado en el cine con desigual fortuna.

SINDROME DE ASPERGER EN EL CINE

Con estos personajes sólo cabía un drama y, sí, lo es, bajo una capa de profundización psicológica con planos vacíos o espejos que separan a los personajes de la realidad casi desde el primer momento. La puesta de escena es muy atrevida y dura. Ponerse en la piel y en los ojos de una persona con Asperger es complicado y hay momentos en que el director consigue que sintamos y pensemos como él.



El misterio en el que se nos presenta el personaje femenino, Vera, que, al principio, parece un juego para hacer reaccionar al protagonista deriva hacia una relación en la que ambos eligen una realidad ficticia para escapar de sus propios fantasmas. Separados por el espacio -ella se encuentra en un psiquiátrico; él, en su casa que es otra cárcel, en el fondo- consiguen estar juntos a través de su imaginación.

La parte central y algunas de esas creaciones compartidas -sobre todo, la fiesta, demasiado larga y repetitiva- no cuajan del todo. Sin embargo, el final, cuando ella apuesta por la realidad y él debe decidir si prefiere el mundo alternativo que ha construido o aceptar una relación difícil, tal vez imposible o irrealizable, pero verdadera, está muy bien contada.


Madre sólo hay una es más convencional, pero la historia de partida es muy interesante.

El Estado brasileño descubre que dos niños fueron robados. Y se los devuelven a sus padres biológicos. La madre adoptiva, responsable del robo, acaba en la cárcel.

La opción lacrimógena queda descartada. Se agradece. El punto de vista es el de un adolescente de diecisiete años, al que le gusta vestirse de mujer y disfruta de experiencias sexuales con hombres y mujeres. En menos de dos semanas pierde a su madre que acaba en la cárcel, a su hermana que acaba con otra pareja y debe aceptar a sus nuevos padres y a su nuevo hermano.



La sensación que uno tiene es que la película de verdad empieza cuando quedan quince minutos para que termine. Que hay muchos temas. Demasiados.
Un adolescente en busca de su identidad sexual. La frialdad del Estado que no prepara a ninguno de ellos para todo lo que se les viene encima. La actitud de los nuevos padres, demasiado protectora e ingenua, que no comprenden la bomba de relojería que tienen en casa.

A la madre adoptiva se le dedica un último plano a los treinta minutos en la cárcel. Y se olvidan de ella. No se explica nada. ¿Por qué robó a los niños? ¿Hubo razones sociales? ¿O políticas? Esa parte queda soslayada y me parece un error. ¿Y el protagonista? ¿No intenta ver a su madre y que le de explicaciones? Lo piensa y eso es lo que parece que va a hacer, pero... en otra película. En esta sólo hay amagos...

La hermana desaparece también. Un personaje que, como demuestra el plano final, podría ser muy interesante. Y el del nuevo hermano, esbozado sólo cuando quedan ¡¡¡cinco minutos!!!

Prefieren centrarse en la nueva madre y el nuevo padre, cuando en realidad, son los que menos interés despiertan en el espectador.

El final es sencillo. Nuestro protagonista, vestido de mujer y en la cama, está buscando a su hermana por internet. El nuevo hermano entra en la habitación y se tiende junto al protagonista. Apoya su cabeza en el hombro de nuestro chico. Y él lo acepta. Probablemente buscarán juntos a la hermana.

El problema es que ese no es el final de la historia sino su comienzo. Lo que no se ha contado, lo que no se cuenta es mucho más interesante que lo que hemos visto.

Una lección que todos debemos aprender.


viernes, 25 de noviembre de 2016

LA FAMILIA


Este año en Cannes hubo dos películas rumanas de calidad. 
No creo que sea casualidad que las dos tengan como tema central el de la familia. Y que de refilón aparezca la crítica a una sociedad enferma. 

En Los exámenes, Bacalaureat en el original, unos exámenes finales de bachillerato le sirven a Mungiu para hablar de las relaciones de pareja, del modelo competitivo, de la honradez, de la corrupción, de las mentiras, de la obsesión de los padres por conseguir que sus hijos tengan más oportunidades que ellos, de la frustración y, sobre todo, del eterno conflicto entre padres e hijos: los padres deben enseñar a sus hijos a tener recursos para sobrevivir por sí mismos y luego, dejarles volar. El punto de vista en este caso es el paterno. 



En SieraNevada el tono es distinto. Hay más humor. El punto de vista es otro: el del hijo. El padre ha muerto hace cuarenta días. Toda la familia se reúne para recordarlo. Lo que es un rito social y religioso se convierte de la mano de Cristi Puiu en un reflejo de todas las contradicciones de esa institución que es un refugio necesario y tantas veces puede llegar a ser como una china en el zapato. O peor. Ríes la mayor parte del metraje, pero bajo esa capa de humor absurdo late la frustración latente, el engaño, las mentiras para protegerse los unos a los otros.

Hay un elemento más evidente en Los exámenes que en SieraNevada. La sociedad lejos de la familia es fría, hipócrita, a veces cruel. Es como si en Rumanía -y no sólo allí- sólo los tuyos pudieran protegerte. No vale la religión ni el dinero ni las influencias. El resto intenta sobrevivir y mirará a otro lado, cuando necesites su ayuda, a no ser que tengas deudas pendientes con ellos. Y te traicionarán cuando les interese.

O dicho de otra manera, sólo podemos encontrar amparo o abrigo al individualismo y al capitalismo feroz y despiadado de nuestra sociedad occidental en los de nuestra sangre, en el entorno familiar. 

No nos queda otra cosa. En el fondo, es una conclusión descorazonadora. 
O tal vez no. Estamos ante una paradoja. Quizá sólo la familia que engendra las mayores angustias y temores nos salve y nos proteja al final de nuestras peores pesadillas.