viernes, 10 de noviembre de 2017

LA REBELIÓN Y EL PODER


En la última semana, mi hermano y yo hemos estado viendo películas de Peter Watkins. Los años sesenta aportaron una explosión de ideas y frescura que, en la actualidad, se ha perdido. Y un atrevimiento formal y, también político, que ahora muy pocos creadores tienen; ni siquiera en las democracias.

Hace pocos años, la televisión francesa vetó la distribución de un falso documental que ella misma había producido, La comuna. En los años sesenta la BBC hizo lo mismo con otro falso documental, The war game. El autor de los dos es el mismo hombre, Peter Watkins, inasequible al desaliento, por lo que se ve.


Es la constatación de que la libertad de la expresión tiene unos límites, cuando pone en riesgo el modelo actual, el statu quo. Lo estamos viendo en el asunto catalán. Las democracias no eliminan físicamente a sus "enemigos interiores". No sería aceptado. Utilizan otros mecanismos: la cárcel, la amenaza, el miedo -si puedes perder tu empleo o tu libertad, ya sabes lo que debes hacer-, la ley -más o menos manipulada-, los medios de comunicación, la propaganda y, la mejor de todas, la censura económica. Si no tienes distribución ni medios, nadie te escuchará. No importará lo que digas, porque la información se puede controlar, manipular y dirigir de múltiples maneras.

Curiosamente, de todo eso habla Peter Watkins en sus películas. Incluso en las que podríamos llamar, históricas.



En Culloden, su primer falso documental, no deberíamos engañarnos. El esquema se repetirá en el resto de su filmografía. Siglo XVIII. 1746. La última revuelta escocesa. Una estructura de poder -un rey, un ejército, un Estado- que elimina físicamente a sus "enemigos", utilizando mecanismos como la propaganda, el uso de la fuerza o la desinformación. Hay una batalla -los escoceses "rebeldes" confían en un incompetente, un noble que, al final, salvará su pellejo-, pero lo que más impacta es que, tras la victoria, se elimina -ahora hablaríamos de genocidio- a una parte importante de la población escocesa con leyes y violencia indiscriminada, alimentada desde el poder, utilizando recursos sencillos como la ignorancia y la cosificación del "enemigo", repetida hasta la saciedad en las escuelas, en los periódicos. Watkins insinúa que la unidad de la Gran Bretaña se construyó con la sangre de miles de personas, eliminadas, apartadas, olvidadas por la Historia. Y nos muestra los mecanismos que utiliza siempre el poder para alcanzar ese objetivo. No es nuevo, pero hay que decirlo. Pocos lo hacen. En España, también ocurrió. Y en muchas ocasiones, a lo largo de nuestra historia, aunque algunos quieran que lo olvidemos.



En The War game Watkins se encarga de informar: esto es lo que pasaría si nos atacaran con material nuclear desde Rusia. Y pone en tela de juicio la falsa seguridad, trasmitida desde los grandes medios y los políticos, los de ahora y los de aquella época. No gustó a los poderosos de entonces. Por eso, la prohibieron.


Punishment Park se pregunta qué ocurriría si un presidente americano decidiera detener a todos los que se "rebelaran" contra el sistema. La respuesta es desoladora: juicios farsa, violencia policial y eliminación más o menos justificada de los "rebeldes". La ley, retorcida para imponer un modelo de sociedad, en el que no cabe la disidencia. Una distopía, quizá no tan lejana.




La comuna se pregunta sobre el sentido de la rebelión en el mundo actual. ¿Es posible? ¿Se tienen medios económicos y de información para poder transformar la sociedad? La revuelta popular de la Comuna de París en 1871 no es más que una excusa para hablar de nuestra realidad actual. Cualquier rebelión o revolución está condenada al fracaso, porque el control de la información es fundamental. Y si un Estado tiene los recursos de la represión se impondrá de manera brutal -como en La comuna o en Yemen o en Egipto- o más sutilmente, como en las democracias occidentales. La desmovilización de la izquierda, su incapacidad para construir un discurso alternativo, el auge de los nacionalismos de los Estados que no admiten igualdad de trato y de derechos con otras estructuras menores -el caso catalán es bastante evidente; se impone una unidad, porque se es incapaz de acordar un modelo que no sea cerrado y excluyente; el enfrentamiento superficial entre dos nacionalismos oculta una realidad más profunda en la que combaten la rebelión y las ansias de libertad frente al autoritarismo, envuelto de leyes y palabras vacías de contenido-. No olvidemos los conflictos internos y externos: la inmigración, la explotación de las multinacionales en otros países, el capitalismo feroz que recorta derechos y alimenta el consumismo acrítico, que está destruyendo la Tierra, poco a poco, la propaganda de los grandes medios; son un buen reflejo de lo que nos espera o de lo que ya tenemos.

Es posible que ya vivamos en una distopía. Hay quien nos lo dice. A veces, con mensajes subliminales -el mundo es violento, cruel y corrupto, nos cuentan en Juego de Tronos, que, al mismo tiempo, se convierte en un gran éxito y un buen negocio para el capitalismo triunfante-; otras veces, directamente, sin ocultarlo, como Peter Watkins. Al sistema, con él, sólo le queda vetarlo o despreciarlo, pero la realidad, al final, no se podrá ocultar eternamente.

Para entonces, es posible que ya sea demasiado tarde.

Para todos.