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sábado, 24 de agosto de 2024

LA IMATGE PERMANENT

 

Si el buen cine se distingue del mediocre es que arriesga o, al menos, cuenta las historias de siempre de una manera diferente. El nuevo cine catalán con directoras, la mayoría, que salen de la ESCAC, han conseguido el beneplácito de la crítica y un determinado público. 

El primer largometraje de Laura Ferrés va en esa línea. Planos largos, sobriedad expresiva y actores no profesionales, movimientos precisos, cierta sequedad para contar la relación de dos mujeres que podrían ser madre e hija o podrían también no serlo. Tal vez no importe tanto. 

Es posible que exista -y lo vemos en algunas escenas- un humor soterrado en esa actuación tan extraña para lo que estamos acostumbrados y que te puede hacer recordar a Tati. Es tal vez la parte menos interesante; la he visto antes en otros directores jóvenes y no me aporta nada. Por otro lado, los personajes secundarios no dejan de ser comparsas de las dos protagonistas, fantasmas que acompañan la historia central.

El tono general busca otra cosa, como si a través de ese planteamiento formal la directora quisiera profundizar en los gestos repetidos, esos que la vinculan a otro director francés, Bresson. 

Como no podía ser de otra manera las entrevistas a personas corrientes en las que se pregunta por el primer recuerdo cuando llegaron a Barcelona sirven de hilo conductor y construyen un cierto tono documental en una película inclasificable. 

Imagino que Laura Ferrés tendrá más oportunidades de bucear y experimentar visualmente en el futuro. 


domingo, 6 de agosto de 2023

APUNTES PARA UN VIAJE (III): LLEIDA Y TÁRREGA


Lleida a principios de agosto es irreconocible. Muy pocos turistas.
¿Dónde están los leridanos de pura cepa? Uno imagina que en el mar o en la montaña, en el pueblo de sus padres y abuelos. Algunos, los que no han podido escaparse, sea por trabajo o por falta de dinero, se pasean por la calle Mayor, haciendo compras en las tiendas y, si se tercia, tomando su cervecita en los bares. 

La gran mayoría de los que viven por Lleida en estas fechas son inmigrantes. Hay dos zonas donde la concentración es más numerosa: entre la calle Mayor y la Seu Vella, en la parte alta del casco histórico, y en las calles aledañas a la estación de tren. Alquileres baratos, escasa infraestructura, un sutil abandono. Nos encontramos, sin duda, en Black Town: la mayoría son subsaharianos. Algunos, pocos, marroquíes.

Latinoamericanos, más escasos. Y los chinos que regentan algunos bares y que no paran de trabajar.

Así que tenemos a la clase media leridana paseando por la calle Mayor, como en los viejos tiempos. 

De vez en cuando, a los pies de las tiendas, encuentras en un letrero, que asemeja una baldosa dorada, un nombre, dos apellidos, una fecha y lugar de nacimiento -"aquí nació" y de muerte; está última, en un campo de concentración nazi. Nadie se fija en ella. 

Y, por otro lado, a unos metros, al este y al norte de la calle Mayor de Lleida, decenas de inmigrantes, en grupos o solos, matando el tiempo. O al sur, en la rambla, tomando un café, o bajo los árboles de un parque, al otro lado del río Segre. Ahora no hacen nada; consumen poco. Algunos son recogidos por furgonetas a primera hora de la mañana; les dejan de vuelta por la tarde: otros van y vienen en el tren regional o el bus, pero la gran mayoría espera a septiembre, para cuando les llamen para trabajar en el campo como temporeros.

La presencia de marroquíes era mayor en Tárrega; la plaza del pueblo era el lugar de encuentro de grupos más reducidos. 

Tárrega tiene sus edificios antiguos, pero, en general, ha perdido mucho de su encanto. 

Como en tantos pueblos, las casas viejas no se cuidan, se abandonan y, cuando llega el momento, se venden para tirarlas abajo y construir otras nuevas y deplorables. Aún así, en Tárrega aún hay calles que recuerdan su pasado medieval o algún palacete modernista. Nada que ver con Tarancón, por ejemplo, que ha acabado con casi todas. El que tenga estación de tren le da cierta vidilla a esta ciudad leridana: en media hora te plantas en Lleida y en una hora en Barcelona. 

Los judíos tenían su barrio. Y como en otras partes fueron el chivo expiatorio, cuando las cosas iban mal dadas. En 1247, en medio de guerras, impuestos y hambrunas, fueron asesinados en una noche, más de 300 judíos en Tarrega. Hace una década se realizaron excavaciones, al otro lado del río Ondara, donde los expertos situaban un cementerio judío. Allí se descubrieron los cuerpos de niños y mujeres, algunas de las víctimas de esa matanza. Años después en Lleida y otras ciudades del reino de Aragon se repetirían las persecuciones. 

Tuvieron, a principios del siglo XX, una fábrica de harina, que, incluso, poseía una estación propia, a unos metros de la oficial. Otra fábrica se ocupaba de producir materiales y maquinaria agrícola; era un terreno bastante amplio a las afueras.

Fue por aquí, por donde pasaron, en agosto del 36, Críspula y sus hijas. Por eso, estoy aquí, grabando unos planos. Ya veremos si salen o no el documental.

Según parece un beato fue asesinado por un grupo de la CNT en esas mismas fechas. Tenían previsto recordarle este 13 de agosto, con una misa y una caminata al cementerio. Es la única lápida de una víctima de esta guerra con nombre y apellidos que he podido encontrar en este camposanto. Allí, como pude comprobar, no hay ningún monumento a los enterrados en fosas comunes, sea por bombardeos o fusilamientos de la otra parte. Y los restos siguen allí, bajo tierra, sin nombres, en dos fosas comunes.

Cuando llegaron a Tárrega a Críspula y sus hijas las interceptaron en uno de esos controles que la CNT hacía a la entrada de los pueblos por la carretera, como en Tarancón. Allí, en la población meseteña, si mal no recuerdo, retuvieron a varios ministros anarquistas, que huían de la Madrid asediada, de camino a Valencia, amenazándoles con ejecutarles, sin juicio ni nada, como traidores y cobardes. Se salvaron y los dejaron en libertad... En el fondo, los anarquistas no eran tan duros. 

También les ocurrió a Críspula y sus hijas. Según me dijeron las metieron en un camión junto a otras mujeres y niños para llevárselas quién sabe dónde; lograron escapar. Es posible que los anarquistas cambiaran de opinión o que las mujeres aprovecharan un descuido. 

En Lleida hay un museo local bastante moderno y aceptable para el baremo actual. Las explicaciones son claras y sencillas y cualquier profesor podría traer a sus alumnos y proporcionarles una mañana instructiva para así sacarles de la monotonía de sus clases. Quizá el único pero es que hay poco conservado de la propia ciudad. De Roma, por ejemplo, no hay ninguna excavación que hayan mantenido -lo habitual es destrozarlas- y la única que les permitiría montar un museo, la de unas termas, a unos metros de la estación de tren, lleva más de veinte años, cubierta por la hierba, sin que se decidan a invertir unos cuantos milloncejos. 

También, además de la desidia o los intereses urbanísticos, algunas obras se han perdido por una destrucción intencionada o el saqueo. En 1711 las tropas de Felipe V arrasaron con Lleida. Los franquistas en 1938 hicieron lo mismo. También le ocurrió a esta Virgen con José y el niño, la que abre esta entrada. 

¿Dónde está San José y la cara rechoncha del niño? Los de la CNT quemaron la otra parte en el 36, de camino al frente de Aragón. Sin embargo, es difícil no sentir asombro, cuando contemplas la mitad del rostro y el pelo de esta virgen. Como sucede con muchas obras que han superado el paso del tiempo, te preguntas cómo es posible que algo tan hermoso haya sobrevivido y el resto, no. ¿En el último momento un tipo duro, un anarquista con cierta sensibilidad, se arrepintió y la salvó de la quema? ¿El azar? ¡Quién sabe!

A unos metros, detrás del museo, casi por casualidad descubrí una joya desconocida del último románico y el primer gótico: la iglesia de San Lorenzo. A oscuras pude intuir en dos retablos sus imágenes, a medio camino hacia la plena expresividad del Renacimiento. 

Volviendo al museo, hay una pared, en la parte medieval, dedicada a todos los presos políticos de este país. Los mantendrán, hasta que vengan todos los exiliados y liberen a sus presos.

Me gusta la idea. Es parcial, pero no está mal que los museos reflejen la realidad política. 

Eso sí, reconozco que en una hora y media recorrí el museo yo solo -los bedeles, aburridos, se paseaban de vez en cuando y me saludaban, por si se me ocurría tocar algún cristal o llevarme algún sílex, una madona o una terra sigilata-; así que muy frecuentado, no es, la verdad. Como ya dije, turistas no había muchos en estas fechas. 

Los bares, no sé si lo he comentado antes, estaban llenos. Así que, si quieres reflexionar sobre el sentido de la vida, es mejor pasarse por aquí. Los museos, ya se sabe, son lugares tranquilos y silenciosos. 

Prometen tirar lo que parece una antigua fábrica cerrada y abandonada -un edificio que merecería, al menos, por su fachada, que se conservara- y convertirlo en la nueva estación de autobuses. No dudo que merezcan una estación mejor -en Bilbao, Iruña y Donosti las consiguieron tras décadas en las que los buses paraban en garajes de mala muerte, oscuros y asfixiantes, como aquí, o sin techo, al albur de la variable meteorología-, pero ¡qué manía de echarlo todo abajo! 

O de cerrar centros ocupados. ¿Para qué? ¿Propiedad de un banco? 

Un poco más de imaginación no les vendría mal. Y menos obsesión por la ganancia rápida. 

¡Ay, el capital!


Un hombre, de unos treinta años, -aunque aparenta más-, drogadicto, recorre, se arrastra por todas las terrazas de la Rambla y la calle Mayor, caminando a un lado y a otro, entre las dos estaciones, la del tren y la de bus. Nadie le da dinero, ni los catalanes de pura cepa ni los inmigrantes.

Es un cadáver que anda. 


sábado, 19 de octubre de 2019

HAN PERDIDO EL CONTROL


Día 5 de protestas.
Más de medio millón de personas se manifiestan en Barcelona. Pacíficamente.
A unos quince minutos a pie, muy cerca de la plaza Urquinaona, comienzan cargas contra un grupo que rondará los mil.
Ocho horas después, el lugar parece un campo de batalla: semáforos y señales de tráfico destrozados; contenedores quemados, piedras en lugar de aceras. Los policías han golpeado indiscriminadamente a la gente. Bolas de foam, pelotas de goma; heridos. Palizas innecesarias. Un periodista de El País detenido.
Han perdido el control. No sólo los policías; está claro. Se piden condenas a la violencia sin mencionar la que lleva a cabo la policía. Algunos o muchos -mandos y antidisturbios- pensarán que estos independentistas se merecen todos los palos. La mayoría de los policías, tras cinco días de protestas, estarán agotados. Falta de previsión, sin duda. Y manifestantes, muy bien preparados, que estaban dispuestos de manera pacífica y unos pocos, utilizando medios más combativos y agresivos, a protestar de manera continuada. Y este es el resultado. Pero los policías no son los principales culpables. Estoy hablando de los políticos.
Nunca ha quedado más claro la incompetencia de los que nos gobiernan. De los españoles, ¿qué se puede decir? La derecha, llamando a los catalanes independentistas, terroristas y violentos, cuando todos sabemos que en general han tenido una paciencia infinita. Y los medios de comunicación alimentando una realidad falsa y tergiversada. ¿Les han hecho caso después de más de una década pidiendo votar, simplemente? Como quien oye llover. Cientos de manifestaciones pacíficas y los han ninguneado. Y no sólo eso.
Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, por ser pacíficos, estarán 9 años en la cárcel. ¿Qué esperaban, que la gente ante esa injusticia, después de tanta humillación, protestaran un día y luego se fueran a su casa? Y la izquierda, si se la puede llamar así, mirando a otro lado, criticando a los que sí intentan cambiar las cosas, sin que ellos hayan hecho una mierda.
¿Y los políticos catalanes? Empezaron apoyando el movimiento, porque les venía bien, hasta que se dieron cuenta el 1 de octubre del 2017 que podían perder el control; se les había ido de las manos. Durante dos años se han movido entre la impotencia, la cobardía y los intereses partidistas de cada cual. Y ahora, con la gente enfadada, dejan hacer a los Mossos, su policía, justificándolos, permitiendo que sus propios votantes o los hijos de sus votantes reciban los golpes.
Es una vergüenza lo que está ocurriendo en este país.
Y es difícil saber qué pasará en los próximos días.
La solución es muy sencilla. Siempre ha sido la misma: un referéndum acordado. Pero empiezo a tener la sensación de que, si las cosas siguen así, se acabarán yendo, sin necesidad de tal referéndum. ¿Cómo quieres convencer a más de la mitad de los catalanes de que se queden en España? ¿Dándoles palos? ¿Prohibiendo derechos fundamentales o recortándolos? Sí, parece una manera muy inteligente de solucionar el problema.
Está en juego la democracia o lo poco que queda de ella. Y quien no quiera verlo, está ciego y sordo. Y mudo. Luego, vendrán a por nosotros. Y nos mereceremos lo que nos pase.
Mañana será el sexto día de protesta.


sábado, 22 de diciembre de 2018

LA DESCOMPOSICIÓN DE UN SISTEMA


Me encanta la Historia. A veces mucho más que las lenguas clásicas o el cine, mis otras dos pasiones.
La Historia es un proceso muy largo, llena de recovecos. Y nosotros, que vivimos tan poco tiempo, inmersos en ella, no somos conscientes de sus cambios y transformaciones, hasta que se han producido. Aún así, tenemos la capacidad de salir del cascarón en el que vivimos y reflexionar desde fuera.

No siempre es posible. La vida cotidiana nos arrastra; es difícil ver desde arriba, como si tuviéramos un mapa. Me encanta observar el mundo desde esa perspectiva; a ras de suelo, es cierto, puedes ver lo más pequeño, pero se te escapa una visión general, imprescindible. Y con este mapa, aunque sólo sea la imaginación la que nos lo proporcione, podrías tener a tu disposición el conjunto de los elementos que influyen en nosotros. De todas formas, aunque los conociéramos, mucho más difícil sería cambiarlos.

A mis alumnos les doy clases de Historia a la par que les enseño Latín. En diciembre ya he hecho una introducción; en enero les hablaré de la descomposición del sistema republicano en la Antigua Roma. Hubo muchos factores que lo explican, conocidos por los investigadores: ante la expansión de Roma se produjo un empobrecimiento de las clases medias rurales, llegada de mano de obra esclava, riquezas que acabaron en pocas manos, creación de una clase media ecuestre que necesitaba de un nuevo sistema político que favoreciera sus intereses. Más de cien años y tres guerras civiles fueron necesarias para que la República moribunda pasara a ser un Imperio. Hubo intentos democratizadores -Los Graco-; rebeliones -tres guerras serviles: la de Espartaco es la más conocida-, una guerra social. Al final, una familia, un solo hombre apoyado en las nuevas clases emergentes y un ejército "popular", en una sociedad agotada, sedienta de paz social, consolidó un nuevo sistema. Quien vivió estos acontecimientos, desde dentro, no creo que fuera consciente de los cambios, como sí lo somos nosotros, pasados tantos siglos.

Nos ocurre lo mismo; está claro. El capitalismo, aunque tuvo precedentes en la Holanda del siglo XVII, nace con sus rasgos característicos en el siglo XIX: explotación, universalidad, clase media burguesa, mecanización. Necesitaba muros de contención. El socialismo y el comunismo funcionaron, con sus contradicciones, en ese papel. Las guerras -fueran mundiales o concentradas en lugares concretos- formaban y forman parte del mecanismo. El capitalismo las necesita para sobrevivir.
La caída del muro, el final del comunismo hacía pensar que el capitalismo había triunfado. En realidad, en estas tres décadas lo que ha hecho es agudizar sus propias y complejas contradicciones. Sin muros de contención que lo limiten el capitalismo muestra todos sus garras. La socialdemocracia y la izquierda, el estado de bienestar, el ecologismo, el desarrollo económico fueron los mecanismos que las democracias formales en un sistema bipartidista encontraron para suavizar sus aristas y ofrecer a la clase media una alternativa diferente al comunismo. Ahora se diluyen, se debilitan y no pueden detener al monstruo.

Es cierto que podríamos pensar que no hay problemas, si nos paseáramos por los grandes centros comerciales y turísticos del mundo. Yo lo he hecho. Allí no parece que haya conflictos, sea en Argentina, en Los Ángeles o en Tokio. Si te alejas un poco, otra realidad se te muestra: pobreza, marginación, violencia... Allí están los votantes de extrema derecha o los que, decepcionados, ya no votan: el origen o la excusa de los conflictos, aunque no queramos verlos.
Existen realidades paralelas: la de los medios de comunicación, controlados por las grandes empresas con sus intereses; la de facebook o twiter, en la que, encapsulados, preferimos movernos en mundos pequeños, sólo con los nuestros. La realidad no es unívoca; pero lo parece, a no ser que nos fijemos más detenidamente.
Además, el planeta se queja; es explotado. No sólo mueren miles de personas buscando un mundo mejor -nadie se ha interesado por la muerte de diez inmigrantes en una patera esta semana-, también mueren cientos de seres vivos. El agotamiento de las energías fósiles es ya una realidad. Su sustitución requeriría de un modelo económico en el que primara el ahorro y no los gastos superfluos. El capitalismo y la Humanidad continúa su marcha progresiva hacia el desastre. El consumismo tiene sus límites. Podemos pensar en otras generaciones, decelerar el proceso o detenerlo. O no hacer nada.

Todos sabemos que habrá nuevas crisis económicas. Las deudas de los Estados son inmensas. No podremos pagarlas. ¿Y entonces, qué ocurrirá?
Cada país -aunque estemos interconectados- tiene sus conflictos. Estados Unidos necesita mantenerse como superpotencia, pero eso supone unos gastos que quizá no sea capaz de sostener. Rusia ha asumido, como China, que los derechos humanos queden en un segundo plano; el desarrollo ecónomico y la unidad del Estado se impone. Europa aún se mueve en esa contradicción: mantener los derechos sociales adquiridos por las generaciones precedentes y su historia compartida y, al mismo tiempo, la disgregación y los sentimientos nacionales que con nuevas crisis económicas se irán agudizando. Francia es un buen ejemplo de esta situación.
Europa, como entidad supranacional, es un cadáver que se niega a morir. El Brexit, la llegada de los partidos de ultraderecha, las políticas migratorias son sólo muescas de esta descomposición. Y como ocurrió con la República romana el proceso puede ser largo. Aunque, en este mundo en el que vivimos, se pueden acelerar a un ritmo vertiginoso.
España tiene sus contradicciones sin resolver. La transición del 78 -la creación de una democracia formal- dejó un régimen que también se descompone de manera más elocuente en los últimos años. No sé si el 11 M fue un primer aviso de debilidad. La anterior crisis económica abrió la espita: el 15 M y el encaje de Cataluña fueron sus síntomas visibles.

La violencia no resolvió el problema en Cataluña; y el diálogo vacío de contenido tampoco lo hará. Vivimos en una situación de transición. Ni Cataluña puede ser independiente -necesitaría de estructuras que aún no tiene y recursos de los que carece- ni puede aceptar volver a un autonomismo o un Estatuto que desde Madrid se volvería a recortar, cuando la derecha esté en el poder. Emocionalmente la mitad de Cataluña no se siente parte de este Estado. Y en el País Vasco creo que sólo el concierto económico los mantiene tranquilos. Si lo perdieran o se les quitara desde Madrid, también querrán marcharse.
Por otro lado, las válvulas de escape nacidas -Podemos, la Colau y la Carmena, por un lado, y Ciudadanos y Vox, por el otro, partidos y nombres creados desde el sistema para regenerarse, o la dimisión de Juan Carlos I y su sustitución por el hijo- no solucionan el grave problema de corrupción estructural del modelo del 78. Es más; el sistema los ha fagocitado, los ha convertido en meros comparsas, en farsantes.
El nacionalismo español, del que Vox sólo es la punta de lanza -que, incluso hasta gentes de izquierda, que se dicen republicanas, defienden y justifican, criticando a los catalanes, porque son insolidarios, mientras ellos sólo se miran el ombligo, aunque sólo los catalanes hayan salido a la calle para protestar, mientras esa izquierda española está dormida y anestesiada-, esa unidad del Estado, protegida por la violencia legal, es, en el fondo, sólo un mecanismo de defensa ante una enfermedad degenerativa.
Y los muertos, de tapadillo, los que estaban en fosas comunes, los del 39, se desentierran, o se cambian de lugar. No se puede esconder la mierda debajo de la alfombra; no se puede huir del pasado ni dejar de afrontarlo, como hacen tantos otros. Al final, sale de nuevo y se vuelve incontrolable.

No sé si hay alternativas. La naturaleza humana y, en general, los sistemas tienden a buscar dos salidas, como ocurrió en la República romana. O el autoritarismo, sea dentro de una democracia o república formal, -Octavio Augusto, a su manera, eligió esta opción- o un modelo político sin derechos de ningún tipo - la dictadura o las propuestas que leemos en las obras de ciencia ficción, esas distopías- o una extensión de la democracia -aunque pueda derivar hacia un enfrentamiento con las élites que utilizarán la violencia legal para mantener su status quo, lo que incluirá guerras civiles-.
No invita al optimismo...

Dejo el mapa y regreso a mi vida cotidiana. Miro mi sueldo en el banco. Acaricio a Yume. Vuelvo a la escritura de mi novela. Es lo único que ahora mismo, hoy, en esta fría mañana de invierno puedo hacer. Esperaremos. Aún no ha llegado el momento.






lunes, 1 de octubre de 2018

UN AÑO DESPUÉS


Un año. Mucho o poco tiempo; depende del punto de vista. Ya se sabe que el tiempo es flexible, subjetivo, interpretable...

Esta entrada pretende abrir reflexiones; no es propaganda. Ni independentista ni nacionalista española. Para eso ya están los medios de comunicación o los discursos políticos.

Primero contaré mi visión. Ya la narré con fotografías y comentarios, estando allí, en el barrio del Raval. No ha cambiado demasiado mi perspectiva. A lo largo de este año ya lo he comentado a amigos o gente de izquierda, que criticaban el nacionalismo -el de otros, no el suyo-, y no veían el aspecto positivo de esta manifestación popular y colectiva, independiente, paralela, y que quienes la alentaron o se vieron obligados a subirse al carro en el último momento, ese día no la controlaron. ¿Fue una revolución burguesa que duró un día? Puede ser. Pero la revolución, aunque sea burguesa, es peligrosa para el poder, para cualquier poder, aunque luego pretenda ser ella misma gobierno.

Sí, fue un momento de rebelión popular. Podemos considerar que el objetivo es erróneo. Es posible, pero, lamentablemente, el único elemento de rebeldía en esta España adormecida en los últimos 365 días han sido los catalanes y los jubilados y pensionistas. Da que pensar.

Simbólico fue un objeto: la urna. En medios catalanes y alguno vasco, hoy mismo, se cuenta cómo llegaron a Cataluña. Y fue gracias no a unos políticos ni a unas instituciones que protegen sus intereses -como bien se está viendo en estos momentos-, aunque pusieran el dinero, sino a gente normal y corriente bien organizada. Este es el artículo.

¿DÓNDE ESTÁN LAS PUTAS URNAS?

Esto debería hacernos reflexionar a los que pensamos que otro mundo es posible o debería serlo, a los que creemos que vamos de cabeza al desastre sino cambiamos este sistema de raíz, desde la raíz.

Me parece también muy interesante la reflexión que hoy en Público escriben un griego y una catalana, que el mismo Julio Anguita podría suscribir. La izquierda, dormida, adocenada, -Podemos es un buen ejemplo- debería asumir lo que significó esos dos referéndum y por qué triunfaron y, después, se convirtieron en papel mojado. Quien manda es el dinero y quién lo mueve.

LECCIONES PARA EL MOVIMIENTO POPULAR

Un referéndum no es malo per se, como repite una y otra vez un viejo amigo mío de la adolescencia, obsesionado, con razón, por el Brexit. Lo malo es el objetivo. Grecia y Cataluña, de manera diferente, buscaban más autonomía, más control del dinero, que siempre es la clave de todo o casi todo. En Grecia era la desesperación; en Cataluña y, también, en Gran Bretaña, es el que no se fía del "tutor" que le lleva las cuentas. Y se ha propuesto llevarlas por sí mismo. En la isla, desde la derecha. En Cataluña, no se sabe...
A Grecia se le impuso unas condiciones económicas férreas; a Cataluña, un "no cuela", tendréis que esperar. La pregunta es si en Cataluña, aunque el movimiento de izquierdas es bastante potente, no acabarán llevándose el gato al agua los de siempre.
Lo sabremos. Si Cataluña es independiente en unos pocos años, sólo lo será a costa de crear un Estado conservador, que protegerá sus intereses. Eso sí, se librarán de nosotros, -como Estado, no de las personas, me explico- al que considera seguramente un peso muerto. ¿Llegaría una República entonces también aquí? ¿De qué nos serviría, si es una República de derechas?
Es esa visión, demasiado parcial, sin embargo, aunque insinúe cambios, la que aparece en el siguiente artículo.

CRÓNICA DE UN RESCATE ANUNCIADO

pero olvida que un nuevo Estado no supondrá más justicia social, si los que dirigen el cotarro son los mismos.

Ni el segundo ni el tercer artículo tienen en cuenta el papel geoestratégico de las tres grandes potencias: China, Rusia y Estados Unidos. A Europa, probablemente, no le interesa la democracia, pero debe aparentar. Las otras tres potencias no lo necesitan.

Y volvemos al 1 de octubre. Si alguien, todavía, sigue leyéndome y ha terminado los tres artículos -largos, sin duda-, tal vez llegue a hacerse una pregunta: ¿Qué hacemos?

No lo sé. Veo fascismos -Brasil es un buen ejemplo- que se imponen convirtiendo la democracia en papel mojado -ya no necesitan golpes de Estado sangrientos, aunque se insinúen en Venezuela-. Veo recortes de libertades aquí y en Europa. No digamos en otros países menos respetuosos. Veo a gente que se enriquece -que Felipe VI se subiera el sueldo hace unos días o su padre salga sano y salvo de una investigación sobre corrupción, es quizá más una anécdota-.

También, es cierto, hay gestos de rebeldía. Pensemos lo que pensemos, y yendo más allá de lo que pensaban sus políticos, hace un año, los hubo en Cataluña.
Y eso es lo que viví.

Si fuéramos pesimistas, llegaríamos a la conclusión de que estamos condenados a hundirnos. Una nueva crisis económica podría acelerar el proceso, que nos podría llevar a un autoritarismo cada vez más acentuado.

Siendo optimistas, es posible que esos actos de rebeldía colectivos puedan darse más a menudo. Y surjan democracias participativas y no estructuras económicas al servicio de unos pocos, y que aceptamos, mientras no nos afecte demasiado. ¿Vender armas a un país que bombardea y mata a niños nos hace más democráticos? ¿Por qué miramos a otro lado? ¿Para no perder el empleo, la casa, pagar la hipoteca, tomarse una cerveza en el bar de la esquina, ver a nuestro equipo favorito en la televisión?

El tiempo, subjetivo, flexible, humano, nos dará la respuesta.
O quizá, como diría el poeta y cantante, esté en el viento...

domingo, 29 de octubre de 2017

REFLEXIONES: HIPÓTESIS DE FUTURO

A principios de septiembre -es probable que antes- supe que habría un referéndum. El 2 de octubre no dudé que habría DUI y 155. Que haya acertado, me hace pensar que tengo un cierto talento para adivinar el futuro. Al menos, en este caso. Debo reconocer que a partir de ahora la situación me plantea más dudas. Con todo, haré previsiones.

En primer lugar, debo admitir que el tema catalán se utiliza para alimentar dos nacionalismos: el español y el catalán. Por supuesto, para que miremos a un lado y no nos demos cuenta de lo que hacen en secreto, por el otro. Que el Senado, después de aprobar el 155, votara el CETA, que nos quita derechos a los consumidores y ciudadanos por la puerta de atrás, no es más que uno de los ejemplos más evidentes. Que Rusia y China -que mueven los hilos, más de lo que pensamos- no hayan dicho nada me hace sospechar que, en el fondo, no les incomoda lo que está ocurriendo, si eso puede perjudicar a Europa y a EEUU.

También reconozco que mucha gente -seamos anarquistas o republicanos, (de verdad, no los de boquilla), o escépticos- admiramos la capacidad de organización y la rebeldía de una parte de Cataluña y rechazamos la incapacidad y el autoritarismo del Estado Español. En España, como bien se ha demostrado, ya no hay tal rebeldía; estamos solos los que queremos otra realidad. Esa España, en la que yo no me veo reflejado, se construye con represión y servilismo, con corrupción y mentiras. Ha demostrado su incapacidad para el diálogo. Ahora sólo quiere vencer, humillar.

Dicho esto, me atengo a las impresiones y datos que tengo a mi disposición. La intuición puede ayudar, sin duda, sobre todo, cuando se abren tantos interrogantes.

Veamos. Es evidente que pensar que esto se ha acabado y que con unas cuantas detenciones y juicios en los próximos días, todo volverá a la normalidad, es ridículo. Quien piensa que se celebrarán elecciones autonómicas con "normalidad", que Arrimadas será presidenta y los independentistas desaparecerán como por arte de magia, o es imbécil o está ciego. Sin embargo, eso es lo que se está vendiendo ahora en España. Y una mentira, aunque tengas todos los medios de comunicación, no es real, aunque la repitas una y otra vez.

Por otro lado, es evidente que el Govern -o si son detenidos- los municipios y ayuntamientos no podrán controlar el territorio. Incluso, aunque quieran normalizar la independencia.

Así que nos encontraremos con dos realidades paralelas, con dos legitimidades, con dos Cataluñas y una tercera, en medio, la de Colau, que no sabrá dónde situarse, que eligirá y haga lo que haga, se equivocará. Si acepta las elecciones autonómicas, asumirá el 155 y se convertirá en una farsante. Si se une al independentismo, otra parte de sus bases no lo entendería.

Pensar que la Cataluña independentista va a aceptar el control del Estado es ingenuo. Por supuesto, no creo que en el independentismo piensen que son libres, al menos, plenamente.

¿Cuáles son las próximas decisiones? Veamos, la convocatoria de elecciones por Rajoy será aceptada por una Cataluña; la otra, no lo hará.

El siguiente paso lo tendrá que dar el independentismo. Sólo le quedan dos opciones: aceptar esas elecciones o no aceptarlas. En realidad, sólo le queda una: no aceptarlas. Si no las acepta, tiene varias posibilidades. En primer lugar, puede apostar por la resistencia tanto en las instituciones como en la calle. Sería viable; hay gente que está dispuesta a hacerlo. ¿Todos? No, claro, hay gente en el PDCAT o en ERC que dudan; pero, a estas alturas, ¿qué les queda? ¿Aceptar unas elecciones, enmascararlas como constituyentes, con detenciones de sus dirigentes? Si el Estado Español fuera generoso, permitiría que se presentaran, pero no lo van a hacer. Como se ha visto en la manifestación de hoy y durante estos días, quieren la humillación, la derrota total. Y luego, irán a por los demás, se llamen País Vasco, Navarra, Podemos... Es absurdo, porque eso, curiosamente, es un boomerang, es un arma de doble filo. Hay que saber ganar; no ha ocurrido tal cosa, pero, si lo piensas, no puedes buscar la humillación. Es un error tremendo, que hace imposible que el independentismo pueda aceptar tal situación, aunque una parte sea pactista por naturaleza.

Bien, no hay elecciones o montas unas elecciones y consideras las "autonómicas" un referéndum participativo. O puedes construir dos legitimidades y eso, acompañado de huelgas, boicots, rebeliones pacíficas, demostraría que nadie tiene el control de Cataluña. Sería la derrota de Rajoy y una pequeña victoria para el independentismo. Pequeña, porque necesitaría reforzarse con urnas. Sean en un referéndum, unas elecciones constituyentes o otro proceso participativo. En esa situación, la otra Cataluña, se sentiría engañada. ¿No me dijisteis que todo se solucionaría?, preguntarían. Habría frustración también por la otra parte.

Pongamos que, se decide resistir y tomar decisiones. Se crea una realidad paralela, un gobierno paralelo. Bien, es evidente que Rajoy apostará por la represión. ¿Hasta qué grado? Y esta es la clave. Si se está dispuesto a humillar al oponente, convertido en enemigo -y hablamos de más de dos millones de personas- una opción inteligente sería hacer una represión parcial -alimentar el miedo contra los funcionarios, prohibir manifestaciones, control de medios-, pero tiene un problema. ¿Y si no te hacen caso? ¿Y si la gente -esos dos millones- salen a la calle? Si detienes a sus gobernantes -que ellos consideran legítimos-, lo harán. ¿Disolverás las manifestaciones? ¿Quitarás el empleo a miles de funcionarios? ¿Cerrarás los ayuntamientos que no te obedezcan? ¿Meterás en la cárcel a miles de personas? Eso se puede hacer en Turquía, en Egipto, en Rusia, pero en España, todavía hay un límite. Todavía.

El unionismo o el españolismo piensa que todo se quedará en un par de manifestaciones y luego todo el mundo aceptará la realidad, como si no hubiera ocurrido nada. Si esa Cataluña fuera Podemos, sí. Eso le vale en España, con una izquierda impotente, pero no sirve en Cataluña. Yo vi el 1 de octubre a gente que ponía su cuerpo porque quería votar, aunque les golpearan. Yo vi a gente el 1 de octubre desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, defendiendo su derecho a votar. Yo vi a gente, dispuesta a llegar hasta el final.

Si hay víctimas, aunque sólo sea una, aunque la justifiquen desde los grandes medios -la culpa es suya, dirán- se habrá acabado. Todos lo sabemos.

Dicen que esto se resuelve con unas "elecciones autonómicas". Mienten y ocultan la realidad. Nadie lo ha entendido, nadie entiende la complejidad catalana; se apuesta por maximalismos. Nosotros contra vosotros. Y ese es el problema. Porque podría ocurrir que en Cataluña, alguien cercano, que no piensa como tú, esté muerto, antes de final de año. Y, entonces, para esa persona ya no habrá futuro.

Y los demás tendrán que asumir esa carga.



martes, 3 de octubre de 2017

YA SE HAN IDO


Ya se han ido. Tardarán semanas o meses, pero los catalanes ya no forman parte de España. Emocionalmente. De facto, habrá declaraciones oficiales, detenciones, tensiones, amenazas y procesos constituyentes, pero sólo confirmarán lo que se ha producido.

Hay culpables, por supuesto. El principal ha sido una derecha española rancia e incapaz de darse cuenta de los cambios políticos que se avecinaban. Esa misma derecha que ahora intenta movilizar a la gente contra Cataluña, la que justifica una violencia brutal. Nos engañan. Ellos son los máximos responsables.

Hay otros que supieron ver, que intentaron buscar soluciones -con mayor o menor fortuna-; el PSC, gente del PSOE -poca, lo admito-, Podemos e IU, pero o no tenían el suficiente apoyo social o no fueron capaces de enfrentarse a un sistema corrupto. Porque, sí, este es un sistema corrupto, nacido en el 78, en circunstancias difíciles, que podría haber salido adelante, si hubiera habido gente que cambiara el modelo económico y político. Un modelo económico y político que intentaba sobrevivir dando dinero a las élites, para callar las bocas de los nacionalismos, mientras les quitaba derechos, a ellos y a los demás, modelo que además, controla los medios de comunicación, la judicatura. Todos son culpables. Culpables, los periodistas, que han formado parte del sistema y que ahora alimentan el odio hacia Cataluña. Culpables, los jueces, que sostenían una justicia intolerante e incapaz. Culpables, los políticos, porque no han aportado soluciones. Culpable, un rey títere del gobierno, representante y heredero de un régimen en descomposición.

Este es un sistema que viene de atrás, de los años sesenta, en pleno franquismo. Pero lo que servía para entonces, ya no sirve en el siglo XXI. Se está viniendo abajo, se pudre...

El 15 M fue un aviso que no se quiso escuchar. La gente salió a la calle para decir que el sistema no funcionaba, que había que cambiar cosas. No se cambió nada. La corrupción ha seguido en el poder en España. Pensaron que una mejoría económica haría olvidar las grietas del sistema. Y ha sido en Cataluña, donde supieron verlo muy bien. La crisis aceleró el proceso; los corruptos de CIU perdieron el control. Los independentistas,  -ERC, sobre todo, y también, la CUP-, subieron como la espuma. La sociedad catalana desconectó poco a poco de España. Y lo hizo pacíficamente. Ese es su gran triunfo.

En otras sociedades, la respuesta hubiera sido inteligente, pero la derecha española, no ha sabido, porque no podía. Es incapaz de darse cuenta que la solución no es el 155, ni el estado de sitio; la solución era dialogar, aceptar un referéndum. No tenía cultura democrática. Nunca la tuvo. Se negó a dialogar, porque eso significaba asumir cambios. Por eso, ha enviado a la policía a dar golpes; por eso, ha perdido. Y si utiliza el 155 o el estado de sitio, la independencia se acelerará. Cuando se den cuenta, Cataluña se habrá ido y el País Vasco -ya sin la violencia de ETA- será el siguiente.

No olvido que esto también es una crisis europea. El Brexit fue también un aviso. Europa ha sido incapaz de resolver los problemas de este nuevo siglo y este también le ha superado. Es posible que España deje de existir; Europa, la que conocemos, me temo, también. Alguien diría que, en el fondo, esto ha sido dirigido desde EEUU o desde China o, sobre todo, desde Rusia, para debilitar Europa. Es posible; no lo descarto, pero sería una visión simplista. Hay más elementos.

¿Qué ocurrirá ahora? España necesita una regeneración completa. Probablemente, será sin Cataluña. La opción es derechizarse más -eso me parece un suicidio- o aceptar cambios estructurales. Y aquí incluyo el final de la monarquía. Europa también debe hacerlo. El Brexit y Cataluña son puntos de inflexión. Si no sabe verlo, también la historia le pasará por delante. O se regenera o la ultraderecha, en todas sus formas, -incluidas las grandes multinacionales y sus intereses-, acabará con ella. El tiempo dirá.

Estoy triste, porque nuestro mundo está cambiando, y la violencia puede ser la respuesta. Pero, -yo soy optimista, por naturaleza, no lo puedo evitar-, creo que aún hay esperanza. Ojalá...

martes, 29 de agosto de 2017

UNA TRISTE SEPARACIÓN


En este blog suelo evitar la política tradicional, esa que separa a las personas y se apoya en intereses económicos. Sin embargo, vienen meses terribles en los que la palabra será un arma de manipulación. Aunque, ¿cuándo no lo ha sido? Los medios de comunicación lanzarán andanadas, misiles, bombas de racimo. La guerra de propaganda, a partir de ahora, será brutal -esta vez, al contrario que en la guerra civil, ¡menos mal!, sin armas ni muertos-, y no sabemos qué quedará al final del combate.

¿Cuándo empezó este principio de divorcio? Algunos irían a un pasado lejano: Reyes Católicos, Borbones y Felipe V, Reinaxença, guerra civil, franquismo, transición fallida, estatuto recortado... Sí, son muescas, piedras. Una a una han ido alimentado la separación.

Otros acusarían al independentismo y al catalanismo, en general, de pesetero, interesado, insolidario, chantajista, victimista, fanático. Es una larga retahíla que he escuchado desde niño, incluso en personas que se llamaban progresistas.


Cuando la palabra se convierte en ruido, sólo nos queda el silencio...


La relación actual entre España y Cataluña me recuerda al divorcio de mis padres -salvando las distancias, por supuesto-.

Principio de la década del 90. Mi padre se amparaba en el contrato de matrimonio; mi madre, en cambio, decía que ya no lo quería. Mi madre tenía un objetivo claro. Mi padre sólo repetía una palabra, una y otra vez: no. Por supuesto, se divorciaron. Como no podía ser de otra manera. ¿Qué hubiera ocurrido si, cuando mi madre le pedía cambios, soluciones, a finales de los ochenta, mi padre hubiera sido capaz de dárselas? Tal vez no se hubieran separado. Pero mi padre se negó, no cambió. Y mi madre se cansó...

Por supuesto, no es lo mismo. Es más complejo, pero encuentro una similitud. El nacionalismo catalán y el independentismo está mejor organizado, tiene claros sus objetivos y su proyecto. Saben lo que quieren y, a estas alturas, no van a detenerse. Quien lo pensara, se ha equivocado.

Sin embargo, el nacionalismo español, tanto el de derechas -con una idea de España cerril y reaccionaria- como el de izquierdas -acobardada, por el miedo a perder votos-, sólo responde con la amenaza y la prohibición. A veces, me pregunto si, en el fondo, muchos españoles no desean que Cataluña se marche. No son capaces de promover un proyecto ilusionante de país en el que Cataluña se sienta a gusto. Se amparan en la ley -la constitución-, una ley viciada, que han hecho inflexible. Ahora es una cadena, no una mano tendida.

Como mi padre, España es un títere sin cabeza, incapaz de comprender por qué muchos catalanes desean romper con ella. No escuchan; no han escuchado. Ni siquiera lo han intentado. Es posible que como hizo mi madre con mi padre, los independentistas hayan convertido a España en la raíz de todos sus males, ocultando que algunos de entre sus filas, han colaborado en las desgracias propias.

No sé lo que pasará el uno de octubre. Creo que la gente votará. No sé lo que votarán. Ellos decidirán su futuro; no, nosotros. Creo que los políticos españoles no cometerán el error de impedir esa votación con soldados o guardia civil o policías, quitando las urnas, deteniendo a gente o prohibiendo partidos o con el artículo 155. Y, si lo hacen, sería un grave error, porque ya no habrá marcha atrás.

Me temo que Cataluña se irá, a no ser que se sea flexible e inteligente. Quizá pido demasiado para un país que es en Europa el quinto por la cola en inversión educativa. Un país que no ha sabido en cientos de años contruir un proyecto común. Quizá merezcamos que se vayan.

Si así ocurre, yo los echaré de menos.






martes, 20 de junio de 2017

ESTIU 1993



A finales de junio, el 30, se estrenará Estiu 1993.

La historia es sencilla: una niña -la guionista y directora del largometraje, Carla Simon; lo que cuenta es autobiográfico- pierde a su madre. Es acogida por sus tíos y tendrá que adaptarse a un ambiente diferente -el de un pueblo del interior de Gerona.

No hay nada más. Es suficiente. No sólo hay una mirada nostálgica a la infancia -que existe; es inevitable-; también nos ofrece, por un lado, la complejidad de la mente de una niña que es inocente y tierna y también puede ser egoísta y cruel -necesitamos afecto y normas y límites-, y, por otro lado, es capaz con detalles de ambientación mínimos hacer creíble que nos encontramos en el año 1993. Cualquiera que haya vivido su infancia en los años 80 y principios de los 90 se podrá sentir identificado con algunas de las experiencias que cuenta Carla Simon.

En el coloquio posterior Carla Simon habló de algunos aspectos de la pre y post producción. Me quedo con la escritura del guion. Vivía y trabajaba en el extranjero. En un verano de hace cinco años visitó a sus padres adoptivos. Habló con ellos. Miró fotografías -que también le sirvieron en la planificación durante el rodaje- recordó imágenes, emociones de esa época -sentimientos de culpabilidad, alegría, rabia- y contrastó esos recuerdos fragmentados con los de sus padres, más racionalizados y extensos. Volvió al extranjero. Escribió el guion en una semana...

Carla Simon ha contado una historia personal y familiar y lo ha hecho de la mejor manera posible. Con sencillez. Y emociona. Es suficiente.




lunes, 9 de junio de 2014

TIEMPO DE CAMBIOS


Reflexiones sobre la actual situación política:

Algo está cambiando. Esperanza e ilusión.
En el País Vasco -con el lema Gure Esku dago, "Está en nuestras manos"- y en Cataluña la gente sale a la calle y pide votar. Quiere decidir su futuro y hacerlo en libertad y pacífícamente. En España también.
Y no sólo sobre la Monarquía o la República. La gente quiere participar, desea una nueva transición, no la que nos vendieron hace cuarenta años desde arriba. La gente quiere construir desde abajo.
Las inercias existen: medios de comunicación que trasladan la propaganda de un modelo democrático que se descompone; un PSOE, perdido, a la deriva, que acabará desapareciendo del panorama político -y eso es bueno para la democracia; aunque sea triste para muchos de sus militantes- un PP que aguantará el embite, aunque ya no podrá disponer de mayorías absolutas que le permitan hacer lo que quiera, y un discurso del miedo o de la "sensatez" que todavía escuchamos en personas tan inteligentes como David Trueba.
Las inercias existen, pero el cadáver se está descomponiendo más rápidamente de lo que se pensaba. La crisis económica, la corrupción, el agotamiento del sistema ha acelerado el proceso.



La opción de cambiar algo para que todo siga igual es la de aquellos que han dirigido nuestras vidas desde los últimos 40 años. Creo que ya no cuela. O habrá cambios de verdad o no los habrá.


Ayer en la Sexta preguntaban cómo será España en los próximos cinco años. Las tendencias parecen conducirnos a algo parecido a esto:
En cinco años, PSOE será un partido minoritario, desaparecido. Poco quedará de él. En una última encuesta Podemos tiene 54 escaños y el PSOE 84. En dos años puede ser aún peor, porque el PSOE ha demostrado estos días su incapacidad para dar un giro a su política de componendas. O cambia de verdad o les ocurrirá como en Grecia.
Las fuerzas de izquierda como Podemos, Equo o IU habrán ocupado su espacio, aunque no sé si en una gran coalición o reforzando a alguno de ellos más que a otros. IU debería liberarse de las trabas de su propia estructura, si quiere crecer y recibir el apoyo de sus votantes. Hay gente preparada y joven -pienso en Alberto Garzón- y otros que llevan demasiado tiempo con las ideas de siempre. Podemos tiene aire fresco y una gran capacidad mediática. Su único riesgo es que pierda esa frescura. Su modelo es Syriza como en Grecia.
El PP habrá aguantado, pero habrá perdido algo de su electorado en formaciones como UPyD o Ciutadans.
Los nacionalistas de izquierda como Bildu o ERC se reforzarán y el PNV -aunque su capacidad de adaptación es mayor- y CIU estarán más debilitados. En el caso vasco, el factor Otegi -cuando salga de la cárcel- es un misterio. Despierta una emoción difícil de calcular. Y las emociones mueven montañas.




La gente quiere hechos, pero también necesitan ilusión y esperanza. Nunca hay que olvidarlo.


Los catalanes y los vascos decidirán si quieren quedarse con nosotros o quieren marcharse. Eso es inevitable, sea dentro de unos meses o unos años. Y nosotros deberemos ofrecerles una alternativa más interesante que la actual. Si no, se irán.
Por otro lado, los españoles decidirán qué quieren: si Monarquía o República, si una constitución participativa o una cárcel que no permita otra cosa que la obediencia a una ley o leyes que se alejan de la realidad... Pueden ofrecernos también como en el 78 un paquete en el que nos digan: o esto o nada. Pueden intentarlo los de siempre, pero no creo que esta vez funcione.

Muchos no han entendido nada o no quieren entenderlo o lo ocultan, porque se preparan para estos nuevos tiempos. Tertulianos, voceros, "cortesanos", políticos tradicionales, reyes jóvenes o viejos... Saben que algo está cambiando. Algunos se adaptarán antes; otros se hundirán y desaparecerán. Ellos no nos representan, porque ya no nos ilusionan.

No hay miedo, ni dos frentes, aunque se intenta y se intentará alimentar ese discurso.
Hay un cambio. Y la gente decidirá esos cambios. Lo hará en la calle, lo hará en las municipales y autonómicas del próximo año -no olvidemos que la II República llegó tras unas elecciones- , lo hará en las generales del 2016. Y cerca estarán los bancos, las estructuras macroeconómicas que esperarán su momento para intervenir y apostar o controlar y dirigir al caballo ganador.

Sin duda, es tiempo de cambios.
Gure esku dago. Está en nuestras manos.