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viernes, 1 de mayo de 2020

LA INCERTIDUMBRE


Querida R:

Hablamos de paseos en bici, de viajes o deseos sutiles, imprecisos, de encuentros, pero nunca de abrazos o besos. ¿Cómo podemos hablar del futuro, si no sabemos cuál será? Vivimos en la incertidumbre.

No seremos mejores, dice Antonio López, porque no sabemos escuchar. Sí, tal vez esa sea nuestra perdición.

Ayer D. subió un vídeo con grabaciones de alumnos durante este confinamiento. No me gustó. Había un optimismo que me resulta, cada día que pasa, más hueco.
"Saldremos adelante juntos, seremos mejores, todo saldrá bien, resistiré...". Los aplausos de las ocho de la tarde... No son más que frases hechas, ideas fijadas por otros, gestos vacíos que ocultan realidades, nos alejan de una actitud crítica ante el mundo, de las consecuencias en el presente y en el futuro, las que sufriremos en carne viva, las que ya están aquí, aunque no queramos verlas.
Perdemos derechos, sin darnos cuenta, y lo aceptamos con normalidad; controlan la información y nos controlan a nosotros; la pobreza se incrementará entre los más débiles; los prejuicios se convertirán en verdades absolutas. ¿Habrá quien sea más solidario? Es posible. Siempre se abren ojos en tiempos de crisis; pero la mayoría continuarán cerrados.
No, no seremos mejores. Tal vez seamos más cautos, pero eso no nos hará mejores.
Los buenos deseos, también entre nosotros, R, no nos cambiarán. Seguiremos queriéndonos; seguiremos teniendo miedo.
Miedos colectivos. Miedos individuales. Nos arrastran, nos llevan a tomar decisiones, equivocadas o no. Forma parte de nuestra naturaleza.
¿Qué saldrá de todo esto? No lo sé.
Una consecuencia, seguramente, será la incertidumbre. El futuro es un animal imprevisible e inquietante. De la incertidumbre se puede pasar a la angustia o a la revuelta. O a ambas cosas.
La otra es la constatación de que la Naturaleza no nos necesita. Y vive mucho mejor sin nosotros. Quien sabe si no nos ha dado el último aviso.
No cambiaremos; nuestro pasado, el sistema económico en el que estamos, no nos lo permitirá. Sólo es posible que retrasemos el momento en que no seremos más que una mota de polvo y desaparezcamos definitivamente.
Mientras tanto nos queda sólo una cosa: vivir.

Besos,

Santiago.





sábado, 4 de abril de 2020

EL CONFINAMIENTO Y ERIC ROHMER


Me ha costado volver a este blog.
Y podía haber aprovechado, porque desde mediados de marzo estoy encerrado. Como millones de personas.
No lo llevo mal. No me quejo. Si no fuera porque estoy enamorado de alguien que no me corresponde, en realidad reconozco que esta no sería una situación muy desagradable ni incómoda.
He trabajado a distancia, en casa, y me gusta; es cierto que no es lo mismo que tratar con los alumnos cara a cara, pero, para un solitario como yo, tiene sus ventajas. No voy a ocultar un hecho sangrante: que muchos alumnos no tienen ni ordenador ni wifi, reflejo palmario de esa brecha entre ricos y pobres que no va a cambiar, aunque debería ser lo primero que cambiáramos, al salir a la calle. Pero ellos, los que mandan, no lo harán y, mucho menos, con lo que se nos vendrá encima.
He escrito, he leído. Lo que he podido, mientras esta obsesión personal me dejara pensar y concentrarme.
No me preocupo por familiares cercanos de edad avanzada; murieron. Mi hermano está bien y vive conmigo.
El aislamiento no me vuelve paranoico ni me inquieta. No me preocupa ni la hipocondría ni la depresión. Mi única obsesión es una mujer que se me escapa de entre los dedos.
Si echo una mirada, más allá de la ventana, soy consciente de las consecuencias presentes y futuras de estos nuevos tiempos. Hay y habrá recortes de libertad, crisis económica, paro; hay y habrá miedo y solidaridad. Hay y habrá egoísmo, partidismo y sacrificios personales. No seremos diferentes; porque olvidaremos.
No logro emocionarme, cuando alguien echa de menos los abrazos. Sí, me gustaría abrazarla a ella, pero no es posible.
Si, ingenuamente, te dejas llevar por una propuesta torpe e hipócrita de la Comunidad de Madrid -un voluntariado "pagado"-, aportando esa información al claustro, los compañeros se sienten ninguneados e insultados, y no van más lejos, no hacen una crítica más profunda; y, si la hicieran, deberían fijarse, por un lado, en la improvisación, que lleva a la Administración a proponer ideas excéntricas, y, por el otro, en el desinterés, cuando no proporcionan facilidades y medios a las redes más o menos espontáneas de voluntariado.
Hay una intención política clara en lo que está ocurriendo, y la veríamos, si tuviéramos una perspectiva más amplia, pero se prefiere hablar de lo propio o, simplemente, sobrevivir al presente.
Es comprensible, pero decepcionante, porque nos protegemos y nos quedamos anclados en ideas fijas, las nuestras. Y eso hará imposible un cambio radical, que es el que necesitaríamos.
No logro emocionarme con los aplausos de las ocho de la tarde, aunque comparta el respeto y la admiración que me merece la gente que lo está dando todo en los hospitales. Pasados los días, tengo la sensación de que representamos, desde nuestras terrazas y ventanas, una obra de teatro. Todo me parece una tramoya; no logro integrarme en la colectividad. Seguramente el problema es sólo mío.
Hay gente que muere; datos falseados y propaganda en los medios de comunicación. La información aplasta, es repetitiva.
Quizá lo único real es que la Naturaleza puede vivir sin nosotros. No somos imprescindibles; es más, nosotros somos la enfermedad, el cáncer de este mundo. Tal vez deberíamos desaparecer como especie. La Tierra nos lo agradecería.
Sin embargo, si desapareciéramos, se perderían tantas cosas.
Ella no existiría, por ejemplo; y sería triste...
Otra, sin duda, es Rohmer.
Estos días se cumplió el siglo del nacimiento de Rohmer y diez de su fallecimiento. Pasó sin que nadie lo mencionara. El virus es el único protagonista; el resto no existe.
Estamos viendo, mi hermano y yo, sus películas y recupero cada día, cada tarde, cada noche, una melodía encantadora. La vida pasa y su fluir, sea con los diálogos, sea en los planos de la vida cotidiana, desde el campo o en la ciudad, se nos muestra con una sorprendente naturalidad. No niego que también haya impostación y una tramoya muy bien urdida, pero la aceptas, porque forma parte, lo queramos o no, de nuestra forma de ser. Es lo que somos: actores. Algunos más creíbles; otros, no tanto.
Releo las Memorias de Adriano. "... los males verdaderos: la muerte, la vejez, las enfermedades incurables, el amor no correspondido, la amistad rechazada o vendida, la mediocridad de una vida menos vasta que nuestros proyectos y más opaca que nuestros ensueños..."
Mentimos y nos mentimos. Y lo seguiremos haciendo.
Somos personajes de Rohmer, aunque no lo sepamos.
Libres y esclavos de nuestros sueños y pesadillas.