El primero sería, más bien, un mediometraje, El personal.
Un joven entra como ayudante de vestuario en las bambalinas de un teatro. Aún reconocemos al Kieslowski documentalista, cuando vemos una asamblea de trabajadores en plena acción o elige un formato visual, con la cámara en mano, captando los entresijos de ese microcosmos.
Pero es una obra de ficción y tenemos un conflicto ético. El personaje deberá tomar una decisión: integrarse en el sistema, aceptar las reglas de juego, que suponen, en su caso, traicionar a un amigo, -aunque eso le dará oportunidad de ofrecer y aportar su pasión y su talento a otras personas, haciendo realidad su sueño- o ser apartado como un paria.
El último plano, fijo, con una luz tenue, sutil, cuidada, al más puro estilo Kieslowski, es un final abierto. Habrá un antes y un después de esa decisión...
En su primer largometraje, La cicatriz, no desaparece tampoco el tono documental. La vemos en las reuniones y en el formato sobrio, al que nos tiene acostumbrados.
Esta es la historia de un arquitecto y de los intereses urbanísticos que rondan alrededor de un proyecto controvertido, el cual defiende, a pesar de las concesiones que debe hacer para que salga adelante.
Nos cuentan también de manera muy tangencial una historia del pasado. Dejó una huella profunda en su familia; en su esposa o en su hija, obligada a abortar.
Y, claro, la corrupción de las instituciones está ahí.
Quizá el mensaje está resumido en la última conversación con el periodista, un tipo íntegro, que quiere dar a conocer esa realidad ocultada por los burucratas de turno. "¿Cuándo dejó de hacer lo que quería?", le pregunta. El protagonista no tiene respuesta.
Al final, es defenestrado y encuentra en su nieto, en el entorno familiar, la libertad; quizá, la única posible en ese entorno podrido...
En El aficionado, el carácter documental aparece reflejado en el mismo protagonista. Un hombre normal, con una vida tranquila, que acaba transformada por una pasión: la del cine.
Empieza a rodar documentales; se decide por contar lo que le rodea: primero, graba a su familia y amigos. Después, la fábrica donde trabaja. Al final, cuando otros comienzan a interesarse por su trabajo, el entorno, el barrio, la ciudad. Pierde a su familia en el camino, pero lo acepta a cambio de la pasión que ocupa toda su vida.
La corrupción sale a la luz, y empieza a sentirse como un artista, dispuesto a denunciar las carencias que contempla, con una mirada personal; pero nada es tan simple. El director de la fábrica no es un explotador ni un censor de la creatividad del protagonista; en realidad, es un tipo muy consciente de los engranajes del sistema: si quieres conseguir algo en este mundo, debes sacrificar tu libertad. No hay absolutos. No hay buenos ni malos.
El último plano es el giro final que sólo un talento como el de Kieslowski haría. Si no puedes contar lo que hay a tu alrededor con absoluta libertad creativa -de eso seguramente él mismo era muy consciente-, porque todo tiene sus consecuencias y hay gente que es sacrificada o a la que decepcionas, quizá lo único que queda es girar la cámara y contar tu propia historia.
Hay mucho más, sin duda, en una obra con múltiples interpretaciones, que nos recuerda ya sus obras de madurez.
Cuando un amigo, que acaba de perder a su madre, le pide a nuestro protagonista ver lo que rodó unos días antes, de manera mágica se da cuenta, toma conciencia de qué es el cine.
Ha recuperado a su madre; la ha vuelto a ver, viva... Y le dice, emocionado.
"Lo que haces es hermoso"...
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