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martes, 24 de septiembre de 2024

MI MADRE MURIÓ DOS VECES

Mi madre murió dos veces.

La primera vez ocurrió hace diez años: en Argentina, en un cama de un barrio de cuyo nombre no quiero acordarme.

Sin embargo, como sucedió con mi abuela, mucho tiempo después de esa muerte mi madre cocinaba, paseaba, iba de compras, hablaba conmigo, hacía un crucigrama, veía en la televisión su serie favorita. Y yo sabía que había muerto: lo decían los demás; los documentos oficiales lo confirmaban. Sin embargo, estos hechos cotidianos lo desmentían. Ella seguía viva.

Un día murió por segunda vez. No sé cuándo, cómo ni por qué...


Este sábado paseamos juntos por Pacífico. Hablamos de sus niñas, de las gemelas; me pedía que les escribiera una carta. Se lo prometí…

Hace unas horas he estado en una fiesta con ella; teníamos que subir a un avión a la mañana siguiente. Y pensaba que debía escribir esto en un blog, que mi madre está bailando, riendo, que está viva, aunque yo sé que murió hace mucho tiempo, aunque yo vi su cuerpo descomponiéndose.

Está cansada; quiere irse a dormir, como la primera vez que murió. Sé que tengo que abrazarla porque tal vez sea la última vez que pueda hacerlo. La beso en la mejilla; noto el tacto de su piel, el color de sus mejillas...

Hay vidas que una y otra vez se resisten a desaparecer de nuestra memoria.

viernes, 6 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES DE ROMA. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍAS 4 Y 5.


I

22 de abril de 2016

Noto vibraciones en la habitación. ¿Será la resaca por la borrachera de anoche? ¿La reminiscencia de un sueño erótico nocturno o por una noche loca con una mujer de bandera?

No, no es nada de eso. Ni bebo tanto ni mis sueños son tan interesantes. Y de conquistas, mejor pasemos un tupido velo por el asunto.

No puedo asegurarlo, pero debe ser el metro. Las obras de la línea C se hacen eternas. Sólo hay dos líneas de metro, porque en cuanto las excavadoras levantan un poco de terreno, se encuentran con piedras de incalculable valor arqueológico y todo se paraliza y hay que volver a planificar un nuevo recorrido.

Me ducho y desayuno. En dos paradas estoy frente a las ruinas de las termas de Caracalla. Se alzan como un esqueleto, orgulloso, gallardo. Caracalla quiso pasar a la posteridad levantando un monumento público del que disfrutaron generaciones. Sus termas responden al planteamiento convencional: los baños fríos, templados, calientes. Y espacios para el ocio: bibliotecas, saunas, jardines...

                                                      


Caracalla asesinó a su hermano delante de su madre. Fue brutal y despiadado. Eran tiempos duros, que requerían de mano de hierro para mantenerse en el poder. No le sirvió de mucho; se granjeó poderosos enemigos, incluso, en el ejército. Su asesinato estuvo a la altura de sus crímenes; mientras hacía sus necesidades, -no hay muerte más humillante que la que tuvo- un hombre de su guardia, probablemente pagado por los verdaderos conspiradores, lo apuñaló. A continuación, mataron al asesino con una jabalina, cuando intentaba huir. Una conspiración en toda regla, vamos. Como Kennedy y Lee Harvey Oswald.

Las cornejas, los cuervos levantan el vuelo entre las cúpulas y los arcos que han sobrevivido al paso del tiempo. Las lagartijas encuentran un escondite entre los huecos y las junturas. El ruido del tráfico, a lo lejos, de un viernes por la mañana.

Hoy quiero ir al campo. Y sí, con que camines un rato sales de Roma y retornas a las viejas raíces en las que Roma se fundó. Tal como Cincinato la conoció. O casi...

Salgo del caos circulatorio. Para dirigirte a la Vía Appia Antica debes superar un cruce. Los semáforos ayudan; que la luz verde sólo dure cinco segundos, no tanto. Tras hacerte una buena carrera y demostrarte a ti mismo unas dotes de atleta que desconocías, encaminas tus pasos hacia la puerta de San Sebastián. Dudas en esperar al autobús 118. Tarda demasiado tiempo y aún eres joven y con buena disposición para el esfuerzo físico; tu ánimo ha decidido: ¡Viva el camino!

El día acompaña. El tiempo es primaveral. En sombra, una ligera brisa. Bajo el sol, un picorcillo alegre. A un lado y a otro, fincas o chalets de personajes influyentes. El Mausoleo de los Escipiones como único reclamo turístico.

La puerta de San Sebastián te devuelve a la Via Appia Antica. Hay un grupo numeroso de alumnos, acompañado de cuatro profesores. Parecen dispuestos a caminar.

El primer tramo no es muy alentador. La frecuencia del tráfico es muy alta. Y el espacio para el peatón, escaso. Vamos en fila de a uno. Como mi ritmo es más animado que el de estos muchachos, tengo que estar atento cuando los adelanto a los coches que me vienen de frente. Caminar exige estar con todos los sentidos alerta.

Llegamos al lugar donde Jesús le dijo a Pedro: Quo vadis? Es un cruce de caminos. Probablemente lo fue hace dos mil años. La Vía Appia continúa por la izquierda. La carretera se estrecha; la acera, también. Mi constitución -soy bastante delgado- permite que sobreviva a los carros con motor; el caminante atisba la salvación. Uno no sabe cómo ha llegado a la primera parada del recorrido: las catacumbas de San Calixto.

Lo tienen muy bien organizado. Hay visitas guiadas en italiano, español, alemán, francés. Elijo la de italiano; tengo que practicar. El grupo lo formamos tres amigos de Perugia, un servidor y un grupo de alumnos de Bachillerato de Ciencias de Siena. El recorrido es rápido. Nos detenemos puntualmente en alguna tumba o capilla. La guía se para ante una lápida escrita en latín. Los estudiantes no tienen ni idea de latín. La guía lo intenta.

- Esto es nominativo. Y esto es dativo. Números romanos seguido de annis. Entonces, ¿cómo se traduce?... Bene merenti, que significa...

Silencio. Los chicos italianos de Ciencias no saben latín. Estamos perdidos...

A unos metros están las catacumbas de San Sebastián. Mucho menos interesantes. Destaca un cenotafio subterráneo, construido por un senador para toda su familia, incluidos sus libertos.

La carretera se acabó. Encontraré algún coche que se cuela -dos turistas se hacen una fotografía, subidos a un coche; siempre podrán decir que “caminaron” por la Vía Appia-, pero a partir de este momento, el camino es peatonal. Sólo me cruzaré con ciclistas y parejas de caminantes.



A un lado y a otro vas encontrando lugares en los que detener tu mirada. El circo de Majencio y la tumba que construyó para su hijo Rómulo. La tumba de Cecilia Metella. La tumba de los Veti.

                                                 

Hay zonas más restauradas, con baldosas, colocadas como si no hubiera pasado el tiempo por ellas. Otras torturan tus maltrechos pies.


La Villa Quintili o de Cómodo será la parada final. Cómodo se enamoró de la villa y se la “compró” a sus propietarios. Comprar es una forma sutil de decir que se la quitó. 





Cómodo, sin duda, sabía cómo convencer a la gente. Parece que en verano disfrutaba de las ventajas que le ofrecía vivir lejos de Roma y que allí entrenaba con gladiadores -una de sus grandes pasiones-.

Cuando salgo de la villa, me encuentro con un grupo numeroso de cabras. ¿No querías ir al campo? Pues, aquí lo tienes. 

                                                

Un pastor alemán surge de repente en el horizonte y empieza a perseguirlas; al principio, pienso que es el perro del pastor o pastora que aparecerá de repente con su flauta en la mano, pero no... pronto escucho la voz de su propietario, llamándole insistentemente. El pastor alemán se obsesiona con una cabrita; al final, la deja escapar y obedece la voz de su amo. La cabra se queda quieta, mirándole, mientras se marcha. Las otras se han alejado de la Vía Appia. La cabrita, sola, descolgada, vuelve con sus compañeras.

Vuelvo a verlo más tarde. El propietario, que aprovecha para hacer footing. El pastor alemán abriendo el camino. Y otro perrito, más lanudo, con la lengua fuera, intentando no perderlos de vista.

La vuelta a la ciudad es más cansada. Una siesta y una ducha siempre es de agradecer, después de una ardua caminata.

Promocionan una fiesta de la Naturaleza en Villa Giulia. Hago una escapada. Encuentro tenderetes con comida y bebida vegetariana y un concierto de pop. Todo muy políticamente correcto. Me aburre; así que prefiero pasear por Roma.

Ya es de noche.

En Vía del Corso me cruzo con parejas que han hecho sus compras. Ellas, con las bolsas de tiendas de marca, apoyándose en los brazos de sus compañeros.

Un indigente me dice que quiere enseñarme algo. Se lo agradezco, pero rechazo su oferta. ¿Qué querría mostrarme? Siempre me quedará la duda...

Rastros del pasado. La sede del PCI, Partido Comunista Italiano, ahora pertenece a la coalición de izquierdas que detenta el poder. Gramsci sustituido por Renzi; es la música de nuestros tiempos.



Sólo queda una placa que lo recuerda.

En la antigua Suburra el ambiente nocturno está en su punto álgido. Parece una zona de marcha. Vendedores ambulantes meditan en las escaleras sobre el sentido de la existencia. Un tipo duerme su borrachera, apoyado en la barandilla.

Vuelvo a notar las vibraciones en la habitación. Cierro los ojos...


II.

...Llegamos a la cúpula, el tercer nivel del espacio interior, el elemento que distingue al Panteón.

Se compone de cinco filas de casetones, que decrecen a medida que se acercan al punto más alto, el centro, donde encuentran un óculo de nueve metros de diámetro. Se piensa que estarían forrados de bronce.

En el exterior se arranca desde una sobreelevación del muro con siete anillos superpuestos. El primer anillo debía estar cubierto de mármol; el resto, con bronce, perdido a excepción de la zona del óculo.

¿Cómo se sostiene la cúpula? Hay varios elementos arquitectónicos que lo explican.

En primer lugar, los muros de opera latericia, -hormigón y ladrillos- ocultos en un primer nivel tras los nichos, pero que cumplen una función más importante, la de sostener el peso de la cúpula a través de arcos de descarga, visibles en la parte posterior del edificio en la actualidad.

Por otro lado, los anillos están construídos de manera parcial y sucesiva, sosteniendo cada uno de ellos al otro. Y la abertura de casetones, los nichos, las ventanas e, incluso, el óculo, además de su aparente función decorativa -aunque se hayan perdido con el paso del tiempo los elementos que los integraban- aligeraban el peso de los anillos.

El material utilizado también tiene su importancia. Hormigón, tufo y escoria volcánica. Es un hormigón mezclado con agua y los elementos señalados. Eso permitía más resistencia y más porosidad al ser mezclado con otros materiales. Se disminuyó el espesor utilizando piedra pómez en lugar de la piedra travertina más pesada y, para concluir, se reduce el peso de los materiales de manera progresiva desde la base hasta el óculo.

Son procedimientos que se utilizaban ya en los edificios termales de la época y que los ingenieros romanos habían aprendido tras largos siglos de experiencia constructiva. Es Adriano quien toma la decisión de que se utilicen por primera vez en la construcción de un templo.


III.

Una noche.

El sueño es ligero; no logro que sea continuo y profundo.

Tu respiración es un leve parpadeo, un hilo fino que se rompe, se diluye. Una ligera punzada cerca del corazón. Imágenes que se evaporan. Aire que se escapa. Susurros. Oscuridad intuída a través de la luz.

Amanece. La vida sigue, continúas vivo...


IV.

23 de abril de 2016.

Para llegar a Villa Adriana, has de subir al metro y a un autobús interurbano; me deja a unos diez minutos de la entrada.

Hoy es un día nuboso; amenaza lluvia. Invita a la nostalgia. Muy apropiado, porque las ruinas de la Villa de Adriano son las ruinas de un tiempo perdido, desaparecido, aniquilado...

Adriano eligió bien el lugar, cerca de las montañas, lejos de los conflictos de una Roma que le despreciaba.

Han descubierto recientemente un complejo constituido por templos y pórticos. Parecen ligados a Antinoo y su culto.

El Canopo es el límite. Más allá, se encuentra la zona que Adriano concedió y reservó para su esposa, Sabina. No se puede visitar; es propiedad privada.



A un lado y otro del Canopo, me fijo en una chica que se hace selfies. Y en un chico, que se sienta y reflexiona sobre la caducidad del mundo. O eso parece.

Recorro los espacios que Adriano levantó como homenaje a lo que más amaba y que no pudo ver terminar. Teatro, termas, habitaciones privadas, salones de recepción, bibliotecas... 

                                                 

Una ciudad construida a su medida, aislada de todo y de todos. Le imaginamos caminando por las noches. Un viejo solitario, acercándose a la muerte, asumiéndola con entereza y desesperación.

Unas gotas de lluvia caen al salir de Villa Adriana.

De camino decido visitar Santa Constanza. Como Santa Agnese ambas iglesias están vinculadas a la figura de Constantino y su madre. La iglesia está abierta; coincido con un duelo y una misa en memoria de un fallecido. Ropas negras, rostros serios y meditabundos. Un mosaico brillante que promete la resurreción de los muertos y un juicio final a todos los hombres.

El Museo Nacional Romano es una delicia. No sólo te ofrece escultura -encuentras las mejores aportaciones y copias de época romana-, o mosaico. Además en la planta segunda tienes la mejor pintura parietal que se ha podido conservar.

Por supuesto, entre las esculturas, están Augusto como Pontífice Máximo o una copia del Discóbolo o Níobide moribunda. Prefiero una Musa con el hombro al descubierto o una koré que lleva un peplo muy sugerente.

                                     

De la pintura destacan los de la Villa de Livia. La Naturaleza en su faceta más delicada y elegante.

Que también aparece en una tumba en la zona del Vaticano.

                                                


Más variadad temática observamos en las que se encontraron en la Villa de la Farnesina; son de una riqueza sorprendente. Se piensa que pudo ser una residencia de verano de Augusto y su familia en la zona del Trastevere.


Las dos son reconstrucciones que aprovechan un amplio espacio para acercarnos, aunque sólo sea de manera tímida, lo que pudieron ver los romanos que la visitaron o habitaron.

También podemos admirar una máscara crisoelefantina o la explicación extensa de una historia desconocida por el gran público: la de los barcos del lago Nemi, recuperados en los años 30, del fondo del lago 



-fueron verdaderos palacios flotantes para uso y disfrute del emperador Calígula, de los que se hace eco Suetonio en La vida de Calígula, XXXVII.2- y, lamentablemente, destruidos durante la segunda guerra mundial durante un bombardeo o un incendio provocado.



                        



V.

Llueve al otro lado del cristal. 
En los sueños se cuelan las gotas de lluvia: tal vez sean resquicios de felicidad. 
Las noches primaverales en Roma arrullan tu sueño.


domingo, 1 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍA 1



19 de abril de 2016

I.

El viaje continúa. ¿Cómo empieza un viaje? ¿Cuándo termina?

Me adormezco en el avión. Cierro los ojos. Un gesto de ternura de mi madre; acaricia mi frente.

Te despiertas. Escuchas el ronroneo del motor. Idea fija. No se aparta. Los ojos abiertos. La lengua se te ha secado. No recuerdas el sueño; lo acabas de perder. Se te ha escapado de entre los dedos. Los oídos se llenan de aire.

Miras por la ventanilla. Azul oscuro. Mar en calma. Sólo ves remolinos, reflejos de luz, arrugas en la piel del mar. Una capa fina y brillante separa el cielo del agua. Se vislumbra el horizonte.

La mano escribe. Un círculo de luz ilumina tu muñeca. Los dedos permanecen en la sombra, las palabras fluyen, se graban en la hoja del cuadernillo…

Una amable azafata recorre el pasillo. Tendrá unos cuarenta años; lleva recogido el pelo en una cola de caballo, tiene patas de gallo alrededor de los ojos y arrugas, marcadas en el cuello. El paso del tiempo no se puede ocultar. Se ha quedado sin café y hace un mohín, encantador; es su respuesta a la contrariedad.

Un niño aupado por su madre en volandas. Espera a entrar en el baño. Imágenes opuestas del vuelo de Buenos Aires, el último vuelo de mi madre: niños jugando por el pasillo, gestos de desprecio de la azafata. Las aparto. Lejanas y cercanas.

Allí, aquí. El pasado no existe. El futuro aún no ha llegado. Presente. El que viene ahora mismo. El que recordaré cuando pase a limpio estos apuntes en el salón de mi casa.

Los oídos se abren. Los tímpanos se quiebran en mil trozos. El motor ruge. Nos acercamos a la orilla. Sombras de nubes cubren la vegetación y las ruinas de Ostia Antica, el antiguo puerto de Roma.

El avión golpea la tierra.


II.

El tren rápido Leonardo da Vinci me acerca a Termini. Reconozco en el trayecto detalles de la ciudad: árboles en forma de cono invertido, arquitectura de barrio periférico, muy propia de los años sesenta o setenta. Sí, estoy en Roma, por si tenía alguna duda. Despierto, con los sentidos a flor de piel, abiertos a las sensaciones que lleguen. Un hombre, a mi izquierda, bien trajeado, habla por el móvil. Parece que con un compañero de trabajo.

Al otro lado de la ventanilla logro distinguir a un guardia de seguridad; se ha apartado y entre las vías, en un descampado, también habla por teléfono. ¿Con un amigo, una esposa, un amante?

Noto, al llegar a la estación central, más seguridad de la habitual. Y no sólo allí, también en las calles. Observo la presencia de soldados –siempre, en pareja-, con fusiles en la mano. Forman parte de una operación especial llamada “Calles seguras”. Los atentados de París y Bruselas, imagino, han sido la causa de esta singular vigilancia. Al principio tengo una sensación extraña e incómoda: me inquieta encontrarme con hombres armados a la vuelta de la esquina o al bajar al andén; nunca sabes qué pueden hacer con sus armas. Con el tiempo y a lo largo de los días, iré olvidando que te puedes tropezar con ellos en algunas zonas, -las más transitadas de la ciudad- o en las bocas de metro. Como si pasaran a ser cotidianos, corrientes y, al igual que algunos animales, acabaran formando parte del ecosistema urbano, camuflándose, discretos, sin hacer ruido. Debería preocuparnos la facilidad con la que asumimos una situación tan anormal: unos soldados, que patrullan en tiempos de paz por las calles de una ciudad moderna y europea. Todo ha cambiado; ellos nos están cambiando. El miedo. El miedo mueve los hilos. Y no nos damos cuenta.

Atravieso a toda velocidad los metros, semáforos, pasos de cebra que me separan del alojamiento que he reservado en la calle Cavour. Aprecio el tráfico habitual de un día de diario. Nada que le diferencie de Madrid o Barcelona.

Llego al Bed and Breakfast. Chiara, una de las dueñas, me recomienda un par de restaurantes de la zona. La comida será mi primer objetivo...

III.

Amatriciana. La pasta al dente. En España, solemos cocerla más tiempo. Me encanta el sabor del tomate. Añado al plato, un cuarto de litro del vino de la casa, guardado, protegido en una jarrita de cristal. Me sienta bien; alcanzo ese “puntito” justo en el que la sangre fluye y baila por tu cuerpo. Es agradable la temperatura a esta hora, la una de la tarde. El cielo no está demasiado cubierto.

El restaurante, La vaca embriagada, se encuentra en la Vía Urbana, paralela a Cavour. Hace más de veinte años, viví en el número 96 durante dos semanas en una habitación alquilada. Tengo recuerdos parciales y muy desvaídos de esa primera mirada a Roma. Era joven, muy joven. Estaba perdido...

Al llegar a las puertas de las iglesias de San Pietro in Vincoli y San Clemente, me las encuentro cerradas. Volveré otro día. A unos metros de San Pietro está la facultad de Arquitectura. Hoy es día laborable, así que los universitarios pululan por los alrededores.

Primeras impresiones de un día primaveral. Grupos de mujeres, parejas cogidas de la mano. Un beso. Fotografías con el Coliseo al fondo. Piernas al aire, sin nada que las oculte; piel que brilla, reflejo de la luz en la carne. Tentaciones.

Hay más inmigrantes que hace veinte años: africanos, paquistaníes, chinos... En el Esquilino copan todas las tiendas de ultramarinos. Y no digamos los que se sitúan cerca de los grandes monumentos de la ciudad en busca y captura del turista.

Observo carteles electorales en los muros. O ha habido o habrá elecciones municipales. En uno de ellos una frase que me hace temblar: Roma para los romanos. Fuera inmigrantes. Uno espera que sólo sea una excepción: el cartel electoral de un partido minoritario; sin embargo, los hechos de estos días en los que Europa levanta muros en las fronteras del Mediterráneo, presagia nubes muy oscuras sobre nuestro futuro. Roma, como ha sido siempre, es un reflejo de nosotros mismos.

Espero unos minutos para entrar en la Basílica de Santa María Maggiore. Medidas de seguridad para evitar posibles atentados. La paciencia que hay que tener en los aeropuertos me la encuentro ahora a plena luz del día, ante la fachada de una de las iglesias más importantes de Roma. El interior no me enamora. Siempre he preferido las iglesias en las que la intimidad del espacio devuelve tu propia mirada. En estas otras, te sientes muy pequeño y, al mismo tiempo, muy distante, lejos del Dios único. Incitan más al ateísmo que a una fe sincera.

Un hombre, un japonés dispara su cámara de fotos a todas las esquinas, sin descanso, sin pausa. ¿Disfrutará por el simple hecho de apretar el botón? Sus fotografías no tendrán vida. Para hacer una foto, primero debes mirar. Después, apretar el botón. Y a continuación, tienes que volver a mirar de otra manera. Este hombre no sabe hacer fotografías. Podrá enseñarlas para afirmar que ha estado en Roma, pero no habrá estado... sólo habrá pasado por Roma.

De nuevo me hallo delante del Panteón. En el interior del Panteón. Protegido por el Panteón. Debajo de su óculo, del ojo que todo lo ve, del ojo que nos permite ver más allá de nosotros mismos. Es el centro del mundo. Desde aquí la Tierra, en movimientos concéntricos, elípticos, se mueve hacia las estrellas...

En San Luis de los Franceses están restaurando un cuadro de Caravaggio, La vocación de San Mateo. Si ves un cuadro de Caravaggio, todo lo demás te parecerá mediocre y vulgar.

Caravaggio no era un buen tipo. O era un anarquista. ¿Quién sabe? Hay opiniones para todos los gustos. Amigo de prostitutas e indigentes; los utilizaba en sus cuadros como modelos. Los convertía en santos o vírgenes. Les proporcionaba la inmortalidad. Mató a un hombre en una pelea callejera. Tenía esa pasión capaz de crear una obra de arte y, al mismo tiempo, destruir salvajemente todo lo que encontrara a su paso.

Y esa pasión nos atrae y nos repele. Ese es su talento. Y pocos lo tienen.

En la Piazza Navona un mimo actúa en la calle. La Piazza Navona fue un circo, el de Domiciano. Las carreras de carros han sido sustituidas por representaciones de todo tipo. Los mimos en la antigua Roma solían ser una de las actividades preferidas por la plebe. Sus temas, a menudo, soeces, despertaban la risa y la burla. A veces, la crítica de las escenas representadas llegaban a tocar al poder establecido o a personas influyentes. Algo de eso queda en la estatua del Paschino, a unos metros de la Piazza. Voces escritas en un papel que protestan, en los tiempos de internet, por las injusticias. Voces en el desierto. Voces calladas. Gritos sordos.

Paso al otro lado del Tíber, al Trastevere. Santa María de Trastevere me agrada. Sus mosaicos relajan la mirada, la suavizan. Tal vez ayude a tener esa impresión el entorno: el barrio conserva un aire de sencillez que otras zonas de Roma han perdido.

Siento la humedad del Tíber en la piel. Respiro el aire del mar, que llega por los huecos del río. Las gaviotas, en busca de comida, vienen de allí, y se paran ante nosotros en busca de un pedazo, un alimento que las mantenga en pie. Hago una parada. Bebo un zumo de naranja junto a la orilla. Al otro lado de la calle, en un palacio, propiedad, tal vez, en otro tiempo de nobles o vicarios de Cristo, una mujer joven baila. Aparece y desaparece de la ventana. ¿Será un fantasma, un reflejo? Al otro lado del espejo, una vida desconocida salta, baila, vive...

Atravieso la isla Tiberina, refugio de enfermos en otro tiempo. He vuelto a la Roma de este lado del Tíber. Me encuentro con un rodaje frente el Templo de Vesta -mal llamado de Hércules- y el de la Fortuna Viril. Son unos diez estudiantes. Debe ser un corto de ficción. Un hombre mayor, con canas -puede que sea el profesor-, les marca determinadas pautas. Al actor, a la chica que lleva la cámara...

A unos metros, la fachada del teatro de Marcelo. El primer heredero de Octavio, muerto prematuramente. A unos metros, el pórtico de Octavia, la hermana del emperador, la madre de Marcelo. Una madre y un hijo. Los monumentos que los recuerdan. Octavia, al morir su hijo, se retiró de la vida publica. Cuando Virgilio leyó un trozo de la Eneida, en el que mencionaba el fallecimiento, la madre se emocionó y no pudo soportar su dolor, desmayándose. No puedo dejar de pensar que Livia también estaba allí, en esa misma lectura, junto al emperador, su marido. Eran dos mujeres muy diferentes. Livia era mucho más astuta; no permitía que las emociones le apartaran de su objetivo.

Ahora entre las ruinas de los monumentos dedicados a la madre y al hijo no veo más que roca, y ruinas. Y amapolas rojas...

El foro republicano al atardecer. Luz y sombras en el Capitolio. La luz ilumina el pelo de las mujeres; las convierte en diosas o santas. Diosas y santas a mi lado. Despierto. Es sólo un delirio romano. Sin duda, necesito ya llenar el estómago...

Ceno alcachofas a la romana y pido macedonia de postre en la Osteria della Suburra, de nuevo en la Vía Urbana. No logra convencerme del todo. Las alcachofas nunca han sido mi comida preferida.

El cuerpo está agotado. Que descanse. El de mañana será otro día...