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sábado, 12 de abril de 2025

ADOLESCENCIA

 


La serie de moda. Al final uno no tiene más remedio que verla. ¿Es tan interesante como la pintan?

Con las series tengo un problema. Muchos hablan de ellas, pero cuando las veo, nunca llegan al nivel que otros me prometen. Me ha pasado últimamente con varias: Querer, Los años nuevos, Malas Artes... Sin menoscabar su calidad -que la tienen- y su interés, mi sensación es que si no las hubiera visto tampoco mi vida hubiera cambiado mucho. Son interesantes, se dejan ver, se disfrutan, te ríes o te emocionas, tienen grandes momentos y otros que prefiero olvidar, pero tanto como la serie del año... Va a ser que no. 

Adolescencia sí es la serie de la temporada para muchos. ¿Tiene la calidad que tantos alaban?

Técnicamente, por supuesto, no se pueden poner peros. Los planos secuencia requieren una planificación que siempre llama la atención. Sin embargo, uno ya está acostumbrado a esta nueva moda y mi atención va por otros derroteros. 

La pregunta es si los guiones están bien construidos. Y sí, lo están, pero...  las junturas se notan. 

En el segundo capítulo que se desarrolla en el instituto, nadie puede negar su dificultad para rodar con cientos de extras, la mayoría adolescentes. Impresionante, sin duda, pero la historia que se cuenta se mueve entre lo convencional y lo inverosímil. La visita de dos policías a un centro educativo me chirría; tal vez porque yo trabajo en uno y veo las costuras. No es creíble el descontrol ni las reacciones del personal del centro, después de un hecho de estas características. Es como si los guionistas quisieran cargar las tintas y lo exageraran en exceso. Por ejemplo, los alumnos utilizan el móvil sin que se tomen medidas disciplinarias y sin que nadie les pare; en casi todas las clases solo ponen vídeos porque los profesores, interpreto, no saben dar clases tradicionales; los alumnos no hacen caso a los profesores ni a a nadie. Es decir, el caos absoluto o casi. Tal vez quien no trabaje en un centro educativo pueda creérselo. Por otro lado, la clave de este capítulo es simplemente el acercamiento del policía, un padre, a su hijo. Y dejando a un lado que hablen idiomas diferentes y no se entiendan -la idea de los mensajes crípticos de Instagram, incomprensibles para los adultos, no es mala, lo admito-, el resto no logra llamar mi atención y me parece que ya lo he visto muchas veces con anterioridad.

El primer capítulo impacta y está bien construido. Es la detención de un menor con todos los pasos que se siguen. Esa mecánica te atrapa y, como buen primer capítulo, se obtiene el resultado: mantenerte en vilo.

El cuarto se centra en la familia y, sobre todo, en el padre. No logra ponerme del todo en el lugar de la familia. Busca la emoción y pienso que sí la consigue en el final, cuando el padre llora en la habitación de su hijo. Pero uno a estas alturas ya sabe qué procedimientos se utilizan y las trampas las conozco demasiado bien. Ya lo he visto demasiadas veces.

El mejor, sin duda, es el tercero, aunque imagino que una psicóloga encontraría la situación inverosímil en la vida real. Pero funciona muy bien por una razón: solo son dos personajes enfrentados con objetivos opuestos en un espacio limitado. Si el guion es bueno y los actores también, siempre dará un buen resultado. El capítulo final de Los años nuevos de Sorogoyen tenía las mismas pautas. 

En cuanto al tema, bueno, me parece que busca el límite para plantear controversia. ¿Todos los adolescentes son así? No, claro. ¿Tienen un lenguaje que los adultos no entendemos? Sí, sin duda, pero todas las generaciones han vivido eso. ¿Son educados por las redes? ¿Un chico de 13 años es consciente de la diferencia entre el bien y el mal? ¿Los padres y el sistema educativo, qué pueden hacer cuando están sobrepasados? 

¿No busca la serie, bajo este prisma, asustarnos para que la reacción, aparte de hablar de ella y vender el producto, sea conservadora y reaccionaria? Hay que tomar medidas, parece decirnos. ¿Cuáles? El modelo tradicional -el familiar, el educativo, el social- ha estallado. ¡Qué novedad! ¿Qué se puede hacer? Pues sí, algo habrá que hacer, pero sin medios económicos -y de eso no se habla en toda la serie- estamos jodidos. Y mientras, los votantes encumbrarán a políticos que se gastarán más dinero en ejércitos y parafernalias varias... mientras dejan la Educación y la Sanidad Pública por los suelos.

Como muchas series exageran la realidad para conseguir el interés de una amplia audiencia. Y tiran balones fuera, mostrando las capas superficiales, y no hablan de lo esencial. Quizá a los que mueven los hilos, eso es lo que les interesa. 

Uno a estas alturas busca cosas más sencillas y reflexivas, más valientes, con menos pirotecnia. 

Quizá sea la edad. 


jueves, 4 de enero de 2024

TODOS MIENTEN... TODOS MENTIMOS

 


En junio del año pasado tuvimos que hacer entrevistas a cinco adolescentes; se abrió un expediente por posible acoso escolar. Al final llegamos, mi compañera y yo, a la conclusión de que no existía nada tan grave y quedó archivado. 

Lo más interesante, sin embargo, fue asistir al espectáculo de la mentira. Sí, todos mentían; algunos lo hacían para protegerse, otros para proteger a una amiga/o, y la mayoría, porque, pasados unos días, habían olvidado detalles. No necesitábamos ADN ni técnicas sofisticadas; bastaba con contrastar los testimonios de unos y otros. Evitamos una segunda tanda de "interrogatorio"; seguramente las contradicciones hubieran sido mayores y las mentiras más y más elaboradas. 

Cada vez que los vuelvo a ver, a cada uno de ellos, en los pasillos, en las clases, recuerdo la entrevista que les hice. Yo sé que mintieron; ellos, también. Seguramente siguen mintiendo... Imagino que yo también... 

Al ver el penúltimo capítulo de la segunda temporada de Todos mienten -estrenado hoy en Movistar-, las he recordado. Por supuesto no es igual verlo desde el papel de "entrevistador" o "policía", que ser el testigo o el "culpable" o el/la "colaboradora" o "encubridora". 

Podría pensar que lo mío era más cutre; no tanto. En Todos mienten, es cierto, casi todos son adultos -aunque parezcan, a veces, niños o adolescentes- y ocultan la autoría de dos asesinatos. El guión es elaborado y visualmente el producto tiene buena factura, pero si lo hubieran hecho con mis entrevistas, no hubiera habido mucha diferencia. Un buen guionista sacaría partido de lo que yo escuché... aunque no hubiera muertos. 

Cuando mentimos, pensamos que hilamos fino y que nadie nos va a descubrir. Si lo observamos con cierta objetividad, generalmente, todo es ridículo e inútil: siempre hubiera sido mejor decir la verdad. La mentira, eso nos dicen, tiene las patas muy cortas. Eso sí, no hubiera sido tan divertido o tan retorcido ni hubiera dado para una serie de televisión. 

¿Por qué mentimos? Los personajes de Todos mienten forman parte de una clase media con un buen nivel adquisitivo; en mi caso los adolescentes pertenecen a familias desestructuradas y tienen dificultades económicas graves. Da igual; quieren lo mismo: proteger lo que tienen, aunque sea ridículo o fútil para el que lo juzgue desde la distancia. 

¿La mentira nos ayuda más que la verdad para sobrevivir, para conseguir mantener lo que poseemos, sea una casa, un trabajo, un nivel de vida, una pareja? Además, mentimos porque olvidamos o deseamos olvidar, porque confundimos la realidad con los sueños o el mundo paralelo que hemos concebido, porque, si no, si dijéramos la verdad, o no la ocultáramos, la convivencia con los compañeros, con la pareja se haría insoportable; porque necesitamos contarnos una versión de los hechos que guste o agrade a los familiares o a los amigos o que nos haga quedar bien o que nos justifique, sin más. 

¿La verdad no existe? Es posible. Socrates y los sofistas introdujeron este debate en la cultura occidental. Quizá Rashomon de Kurasawa, basado en un relato corto de Kutagawa, desde otra perspectiva, es la película que mejor cuenta nuestras contradicciones y ambigüedades morales.
 




Mankiewicz, en casi todas sus películas, nos mostraba que la percepción de un hecho, sea el que sea, siempre es poliédrica. 


Somos mentirosos; nuestro cerebro necesita la mentira -la biología lo corrobora; por eso, nos gusta a todos que nos cuenten historias, ¿verdad?-. La diferencia es dónde ponemos los límites. Hay quien miente para proteger a su hija o a una propiedad o a su pareja. Hay quien miente para no enfrentarse a sus propios demonios. Hay quien miente porque quiere hacer daño. Hay quien miente para estar vivo. Hay quien miente contando solo una parte de la realidad y ocultando otra. Hay quien miente e inventa historias. Hay quien miente y ni se da cuenta...

¿En esta época mentimos más que en otras? Tal vez simplemente somos más conscientes de que lo hacemos, aunque lo neguemos: en el chat, en el wasap, en internet, en las clases, en los pasillos, en la calle, en las tiendas... En la televisión, en el cine... entre los políticos, los actores, los periodistas... 

¿Es lo mismo una mentirijilla, que no hace daño a nadie o solo forma parte de un juego privado, que las grandes mentiras que matan a miles o millones de personas? No, claro, no es lo mismo. ¿O quizá sí?

No lo duden. He mentido en esta entrada, aunque ni siquiera yo mismo sepa dónde lo he hecho... 

jueves, 29 de diciembre de 2022

ZIGZAGUEOS

 

Contemplo el cielo nublado desde la ventana de la habitación de mi hermano. Ayer Yume tomaba el sol; hoy se refugia en la oscuridad, sobre un cojín, oculto, ovillo, círculo imperfecto. 

Fácil decepciona. Mucho más, si leíste el libro de Cristina Morales. La serie ha podado todo lo que pueda herir o molestar; incluso, incluye a dos personajes "normales" para que el espectador medio se diga a sí mismo: "sí, sí, los entiendo". ¿Política? Ni mentarla; si acaso, solo como fondo de armario, en las noticias del telediario. Uno se pregunta si la complacencia o lo políticamente correcto no es una forma sutil de censura. 

Mientras busco mensajes más profundos e inquietantes, No me gusta conducir se agradece. Alguien podría pedirle a Borja Cobeaga algo más de enjundia. ¿Qué podríamos decir de las relaciones entre padres e hijos? Están condenadas desde el principio. La vis cómica nos hace olvidar que somos, como dijo hace siglos un poeta griego, el sueño de una sombra. Sacarse el carné o no sacárselo, nos hace reír, mientras tanto...

Exterior Noche nos habla de un pasado reciente. Aldo Moro es la víctima que debe ser sacrificada; todos le quieren muerto: los americanos, las Brigadas Rojas, su partido. Los puntos de vista se multiplican y convergen. En Italia bucean en su pasado; aquí, nos negamos a afrontarlo.

Lars Von Trier recupera una idea de los años noventa. Un hospital da para muchas historias; este, ocupado por espíritus y demonios, nos arrastra al surrealismo. The Kingdom se mueve entre un humor delirante y un realismo espectral. No hay nada igual, ni lo habrá. 

Es la hora de comer; el nuevo invitado, Kenji, un gato, joven y pesado, se lanza sobre el plato. Yume, más pausado, lo observa. Yume San, sin duda. 

Observo los dibujos de Hiroshige. 

Los colores nos llenan de vida; las líneas y los trazos se pierden en el tiempo. 

lunes, 9 de noviembre de 2020

ANTIDISTURBIOS Y PATRIA

 

Imagino que serán las dos series de este año. Así que, vistas ya, puedo dar una opinión.

Lo haré desde dos perspectivas. La primera será ideológica; la segunda, artística.

Todo producto, toda obra de arte tiene una interpretación política, incluso aunque pretenda ser apolítica. Nadie es completamente objetivo, cuando elige una determinada visión de la realidad. Somos subjetivos y, además, quizá sería necesario que no lo ocultáramos. Y, sin embargo, parece conveniente hacerlo, ya sea porque queramos distanciarnos de cierto arte comprometido, o por razones económicas o sociales; quizá temiendo que ese compromiso nos ponga en un brete o limite nuestra presencia en el mundo.

Las dos series ocultan una visión, pero no lo hacen completamente. Si te fijas con atención, puedes observar lo que hay en la trastienda, los hilos que se mueven...

En Antidisturbios, a pesar de su formato de género -un thriller a la americana que se interesa más por la corrupción institucionalizada-, lo que encontramos es un mensaje muy sencillo: el sistema, el statu quo puede limpiar la podedumbre desde dentro -si no, habría que asumir algo inconcebible, que vivimos en una farsa-, aunque, está claro, tiene sus limitaciones y hay que aceptar ciertas reglas y asumir que no es posible cambiarlo del todo, si quieres medrar y sobrevivir.

Más o menos, como lo han interpretado los americanos desde hace mucho tiempo. 

Que los antidisturbios sean violentos y representantes de la represión más salvaje es sólo una excusa para hablar de otros temas. Que se les intente humanizar es loable y hasta resulta creíble -no pueden evitar ser cómo son- con algún toque de humor al final -el famoso "Piolín"-. 

Quizá hubiera faltado ver la otra parte de manera más compleja -los que luchan contra los desahucios o los inmigrantes sin papeles-, pero entonces el tono hubiera sido otro; estaríamos no ante una serie de género, sino ante otra de carácter social y tal vez, entonces, no hubiera tenido tantos espectadores.


Patria se apoya en una novela, que ya, de por sí misma, es parcial. Nos encontramos ante una perspectiva sobre el conflicto vasco tan respetable como cualquier otra. Quizá el problema es que, del Ebro para abajo es la única que existe, la que se ha alimentado en los medios durante décadas. Tampoco se plantean otras visiones, que existen, y que sería muy interesante que se difundieran. Por el momento, no interesa...

Dejo aquí la de Asier eta biok, muy diferente y, en mi opinión, más interesante. 

ASIER ETA BIOK

En cuanto a Antidisturbios, si asumimos el presupuesto ideológico, nada que objetar. Es una serie que funciona, muy bien dirigida y que se devora con placer. Me surge cierta duda en el desarrollo de alguno de los antidisturbios, pero el personaje central, la investigadora de asuntos internos, te atrapa y no creo, en el fondo, que Sorogoyen busque otra cosa que entretener, y eso lo consigue sin problemas.

En Patria se busca algo más: emocionar. Si asumes los postulados, quizá lo consiga, pero, sin haber leído la novela, lo que veo son estereotipos. Tanto en el planteamiento general sobre el conflicto -los buenos, las víctimas de ETA (que son no sólo los familiares de las víctimas directas, sino también las familias de los presos) frente a ETA, el gran mal- como en los personajes con reacciones y discursos o diálogos, que no me convencen y tampoco encajan con la realidad que conozco. Es cierto que hay otras realidades y otros personajes. Se tiende a la simplificación en el tema y eso empobrece las historias de este tipo. Los grises requieren más tiempo y venden menos... 

Hay una virtud, que, tal vez, también esté en la novela: la estructura -yendo constantemente del pasado al presente- y, además, el papel coral de todos los personajes -un intento, fallido, de que la perspectiva sea múltiple-. Y los actores que,  -sobre todo, las dos madres- hacen creíbles unos personajes que sin esa carga ideológica serían, por sí mismos, bastante interesantes y humanos, muy humanos. 

Errores de dirección artística me parecen más leves. Por supuesto, se habla de tortura - aquí, al menos, hay alguna escena-, de asesinatos del GAL, de manipulación periodística, pero, en general, no se ven. Y eso siempre dejará coja cualquier visión, ya sea porque no se atrevan a mostrarlo con toda su crudeza o porque no encaje en los intereses crematísticos de la serie. 

El discurso ideológico se reduce a estereotipos; un buen ejemplo es la conversación sobre el euskera de un cura con uno de los personajes; ¡cómo si un escritor euskaldun necesitara que le echaran ese sermón! O que no hablen euskera en un pueblo de Guipúzcoa... llamándose a sí mismos euskaldunes... Pero eso, me temo, está ya en la novela y seguramente es uno de sus defectos. Es una novela-tesis con diálogos previsibles e imposibles, ridículos y tendenciosos, si profundizas en este complejo conflicto. 

Tal vez esos diálogos sobran; hay demasiadas palabras y pocos silencios... Por eso, el final es un buen final. 

Imagino que, aunque no se difundan tanto, otros habrán de contar más historias sobre esta tragedia colectiva.

Necesitamos contarlas; porque son muchas las que aún están por llegar. Y no serán el discurso oficial como esta; esperemos que maduren y con el tiempo, sean más complejas.

Como la misma realidad... 


viernes, 3 de enero de 2020

DOS HERMANOS


Un corazón se puede romper. Se quiebra. La impaciencia, la desesperación, el dolor, la tristeza, la soledad.
¿Qué hacemos? Protegernos, inventar mundos alternativos, personajes imaginarios, finales felices; a veces, aunque nos atraviese y nos parta en dos, afrontar la verdad, asumir lo que somos, aceptar la realidad. Y, al final, deseamos encontrar una mirada que nos comprenda; alguien que nos coja de la mano.
Mr. Robot apartó las ideas sociales y políticas en su última temporada para centrarse en la psicología del personaje central. Y acierta. En esos momentos, sin duda, están las mejores escenas de la serie.
Hay un autodescubrimiento: el de Elliot. Y también, una historia de amor: la de los dos hermanos, Darlene y Elliot.
Dos corazones rotos, desesperados que se necesitan, se buscan y se encuentran.
Dicen que sólo el amor nos salva o nos puede devolver, aunque sea por un momento, nuestra condición de seres divinos.
Es posible. Me gustaría que fuera verdad.
Que la mirada entre dos personas que se quieren, no sea un final, sino un principio.

sábado, 21 de septiembre de 2019

LABORDETA Y UN PAÍS EN LA MOCHILA


Durante el mes de septiembre están reponiendo Un país en la mochila.
Veinte, treinta años nos separan.
Después Labordeta iría al Congreso, daría varias lecciones morales a unos políticos corruptos y soberbios y se retiraría para morir dos años después.

Hay en esta serie un aroma de vino añejo. De esos que dejan poso.
Técnicamente, por supuesto, se nota el paso del tiempo, pero, incluso eso se agradece. Las entrevistas duran muy poco y a veces los cortes son bruscos, pero, sin duda, sabe elegir a la persona adecuada. No son gente rica ni cultivada. Son personas normales: agricultores, pastores; jubilados, ancianas y ancianos. Parejas que huyen al campo para empezar una nueva vida. Jóvenes que heredan los oficios de sus mayores, pesimistas, la mayoría; adaptándose a los nuevos tiempos. Y con ellos bebe un vino, comparte un trozo de queso o, como invitado, come las migas que acaban de preparar.
Él es uno de ellos. Y ellos lo saben.


¿Y qué decir de Labordeta? Con su cultura y curiosidad. Serio o sonriente, cuando habla con la gente. Irónico o crítico, cuando nos describe el abandono de algunos pueblos por los que pasa o la desidia de muchos políticos. Reflexivo. Sobre un puente o en una mina abandonada. Sentado en el banco de piedra o bebiendo agua de una fuente. A veces recita un poema; otras, canta una canción o escucha a quien entona una melodía perdida. Como en este capítulo, en el que un hombre, al principio, toca una dulzaina y, en la conclusión, él mismo, al borde de un acantilado, nos recuerda una de sus composiciones más conocidas.

SANTANDER

Hay gente que no muere; está viva, con nosotros.
Y lo que hicieron, no envejece, sino que conserva lo más importante: su esencia, su dignidad, su humanidad.

jueves, 29 de agosto de 2019

EL FINAL DEL VERANO


Aunque es cierto que Verano Azul ha tenido muchas reposiciones, esta -la que hoy acaba de terminar- ha coincidido con el cuarenta aniversario de su rodaje. Y 40 años es ese momento de la vida en la que tomas conciencia de que empieza el lento declive. Ya no eres tan joven; y pronto llegará la vejez y la muerte. El tiempo, cuando sientes que te encuentras intelectualmente en el mejor momento de tu vida, se te empieza a escapar de las manos. Muchas personas a las que quisiste han desaparecido; están muertas.
Te hallas, como diría el poeta, en la mitad del camino...

Verano Azul es una serie diferente en muchos sentidos. Hay tres formas de verla.

En primer lugar, estéticamente. Es evidente que en ese sentido ha envejecido. Cuarenta años después, nuestra visión ha cambiado. En el tratamiento fotográfico de las escenas, en el uso de la cámara fija o el zoom. Técnicamente nadie admitiría hoy la estética de Verano Azul; es otra época y su mirada es diferente.
Además, creo que no es la mejor serie de esa época, si me ciño al contenido. Creo que La huella del crimen es mucho mejor -tiene capítulos de gran calidad-; y fuera de España, Retorno a Bridshead o Yo, Claudio -aunque estas últimas parten de obras literarias de gran envergadura- tienen más calado; sin embargo, para mí es un buen ejemplo de serie familiar de la Transición.

Y con esto, me centro en el segundo aspecto.
La serie es el discurso oficial progresista de esa época, el correcto. No en el terreno político -que se evita de manera muy inteligente; si no, no hubiera tenido tanto éxito-, sino, más bien, en el sociológico.
Y dejo a un lado, la muerte de Chanquete, que fue un hito para nuestra generación. O el No nos moverán. Que todavía dan que hablar entre risas y lágrimas.
Desde esa perspectiva podemos contemplarnos a nosotros mismos y observar cómo hemos cambiado. No siempre a mejor.
Sin móvil. Alguien se imagina a Pancho escribiendo un wasap del tipo: Chanquete ha muerto? No sería lo mismo. Existía vida antes de la explosión tecnológica de las últimas décadas.
Entonces había más negocios a pie de calle; ahora, más centros comerciales. Aunque el lugar elegido intenta representar el pueblo que todavía no ha sido devorado por el turismo de masas, ya en los ochenta ese turismo estaba teñido de corrupción, pesadillas arquitectónicas y destrucción del medio ambiente. La masificación estaba a la vuelta de la esquina. Y no lo hemos parado.
Estaba el sueño de la segunda vivienda en la playa y el coche para la familia. Ahora mucha gente es desahuciada o tiene hipotecas de treinta años. Del "ponte a trabajar" de los padres a "no hay trabajo y con los que tienes no llegas a 1000 euros" de los jóvenes actuales.
No aparecen inmigrantes -como mucho, en uno de los capítulos, un grupo de hippies que van en moto-; y mucho menos, homosexuales; así que no hay opción para hablar de racismo o homofobia o violencia de género -aunque está todavía la educación "a base de hostias"-; sin embargo, hay cierto desprecio hacia el otro -expresiones como "el del pueblo", "la divorciada", "la pintora", "los barbudos"- en los personajes adultos -los padres- de la ciudad que deja traslucir esa capa de franquismo sociológico bien asentada tras cuarenta años de dictadura y reforzada, creo, tras cuarenta años de Transición, aunque ahora los objetivos a despreciar o perseguir sean otros.
Los protagonistas van en bicicleta, pero nadie más. Las familias representan más o menos los estereotipos que se esperan; los padres de Beatriz y Tito serían los más progresistas; los de Javi, conservadores -el padre es un nuevo capitalista, el individualista que se ha hecho a sí mismo-. Las mujeres son las señoras de la casa -no trabajan; no hay espacio para el feminismo todavía-. Encontramos, por supuesto al chico del pueblo, el currante, Pancho.
Julia y Chanquete serían, un poco, como la intelectual -con sus canciones amables- y el hombre del pueblo, sabio y sensato, aunque, en este caso, los guionistas y los actores -Ferrandis y María Garralón están maravillosos- saben crear personajes que van más allá de ese estereotipo inicial. Y por eso, siguen atrayéndonos.
Algunas expresiones lingüísticas -las de los adolescentes o niños que éramos- ya no se utilizan o nos hacen gracia; tiene un regusto a tiempos pasados.
El humor era indispensable. El dúo humorístico -el de Piraña y Tito- sigue siendo impagable. Estos no han envejecido.
Hay temas tratados por primera vez para la época en un estado muy embrionario: el ecologismo, la corrupción urbanística. Y otros, ya superados o en situaciones ya superadas: el divorcio, la sexualidad del adolescente, los extraterrestres, la violencia, la maternidad sin pareja, el conflicto generacional, el peso de la fama, los medios de comunicación.
La religión -la existencia de Dios o lo que hay más allá- es tratado con respeto; a veces, a través de cuentos o fábulas. Otras, en conversaciones razonadas y sencillas; con argumentos, no impuestas.
Siendo una serie familiar los temas no podían llegar más allá de un planteamiento que sirviera para darlo a conocer, sin molestar a nadie ni profundizar en exceso. Y así se hace. Se admite el discurso moral y comprensivo -sobre todo, cuando hablan Julia o Chanquete-, pero no desentona demasiado en el tono general de la serie.

También es cierto, como conclusión, que nosotros y la sociedad, en general, en estos 40 años hemos cambiado. Somos más cínicos, más escépticos. El futuro parece más oscuro.

Finalmente, en tercer lugar, está la parte emocional. Y esta, sí nos ha sobrevivido.
Sobre todo para aquel que la vivió como una parte de su infancia o educación sentimental. Recuerdo dónde y cuándo lo vi por primera vez; los domingos por la tarde en el salón de mi casa. El espacio -el de mi infancia- está indisolublemente unido a una emoción que va mucho más allá del valor intrínseco de la serie. Dos de las personas con las que vi Verano azul, ese primer Verano azul, en el otoño-invierno del 81-82 ya no están aquí.
Por eso continúo llorando, cuando muere Chanquete o cuando el verano se acaba al son del Dúo Dinámico, el grupo preferido de mi madre.



 O me enternezco con la ingenua historia de amor entre Pancho y Beatriz. Ahora estarían follando y no pararían de soltar tacos y de drogarse, como en Euphoria.

Sus conflictos no se resolverían con una charla de Julia. Los tiempos han cambiado.

Visto ahora, tiene muchos defectos, como he dicho, pero con la mirada del adulto en que me he convertido, reconozco que hay un personaje que probablemente cuando se estrenó me resultó lejano. Chanquete era el mito. Los adolescentes o los niños éramos nosotros. ¿Y Julia? Es evidente que detrás de Julia estaban Mercero y sus guionistas. En el primer capítulo es ella quien con su voz en off nos habla del "mejor verano de su vida". En los mejores -que siguen funcionando muy bien-, Algo se muere en el alma, El final del verano o No nos moverán su papel es fundamental.

Tal vez lo que ocurre es que Julia ya soy yo mismo.
No puedo cerrar los ojos, cuando ellos piensan en Chanquete, después de enterrarle, porque no me puedo engañar.


Aunque no mueran del todo, como le dice Julia a Tito, ellos sí están muertos. No puedo verlos, no puedo oírlos, no puedo escuchar ni su acordeón, ni su voz ni su risa. Él no volverá a pescar en el mar. Él no volverá a traernos el pan. Ella no volverá a bañarse en la playa.
Y por eso, Julia tampoco cierra los ojos en ese plano final.
Aunque les diga, al final del verano, que tal vez se vuelvan a ver, todos sabemos que no ocurrirá. Olvidaremos. Nuestras vidas y las suyas se separarán.

Sin embargo, al final, entonces sí, después de ver imágenes del pueblo, desde el coche, Julia cierra los ojos.


Ha comprendido que ese verano ha pasado. Y sólo nos queda el recuerdo. Amable, triste, nostálgico. Agridulce.

"Aunque ya nada pueda devolver la gloria del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse; porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo..."

Y abrir los ojos de nuevo. 

El final del verano, de nuestro verano ha llegado. 






lunes, 12 de agosto de 2019

SERIES: CHERNOBIL, YEARS AND YEARS, MR. ROBOT, BETTER CALL SAUL


Es un hecho que desde hace más de una década las mejores ideas y algunas de las mejores historias están llegando de la televisión. Las cuatro series de las que voy a hablar -aunque lo hagan desde perspectivas que puedan parecer diferentes- son un buen ejemplo de cómo se reflejan nuestros miedos ante un presente y un futuro repleto de incognitas. Sobre todo, políticas. Y de estas voy a hablar.

Estética o artísticamente todas son de gran calidad. Los guiones son buenos, aunque haya aspectos de cierta fragilidad. Sobre todo, en la parte ideológica. Porque no lo olvidemos, toda obra artística conlleva un posicionamiento sobre la realidad. Que es también ideología y propaganda.

Por ejemplo, Years and years en el sexto y definitivo episodio no es capaz de llevar hasta las últimas consecuencias el discurso político que había iniciado. Son interesantes sus previsiones tecnológicas, pero, al final, comete varios errores de guion -sobre todo en este episodio final- que le lleva a buscar una "conclusión feliz" que no resulta creíble. Es decir, asume el discurso del sistema -los extremos se tocan- sin profundizar mucho más en los mecanismos del poder. O dicho de otra manera, promueve la equidistancia. En esto, Years and years es decepcionante.
La otra distopía, Mr. Robot, tiene más consistencia, aunque sitúa a China como el enemigo; seria una lucha de intereses en la que el sistema simplemente cambia de dueño. Nada se puede hacer para derribarlo; o, al menos, por el momento...
En ambas el planteamiento es muy similar: quien controle las nuevas tecnologías dominará el mundo. En Mr. Robot bajo el prisma de la locura del personaje -dividido en dos personalidades- es más oscura y enfermiza. Years and years, al contrario, resulta más convencional -la familia británica de clase media- y, si se aleja de su espacio, propone ideas ridículas -como que en España gobierne la extrema izquierda-. En el fondo, en una serie que critica el populismo y las políticas migratorias -la idea de los campos de concentración-, el cambio climático o la democracia, es incapaz de ir más allá, de atreverse a afrontar una visión apocalíptica o crítica hasta las raíces, sin límites que la coarten; y eso explica el decepcionante último episodio, más propio de una película americana de Hollywood que de una serie de calidad.
Mr. Robot, sin embargo, vuelve al punto de partida, como si todo hubiera sido un juego de ideas. Después de cuatro temporadas, el protagonista nos sitúa de nuevo en la casilla de salida; pero esta vez ya sabemos quién mueve los hilos. En Years and years no se habla de quién controla los mecanismos -mass media, multinacionales-; y ese es su mayor error.

Chernobil mira al pasado. Es una serie cuidada, muy bien escrita, con personajes consistentes, pero, al final, uno tiene la sensación de que sólo ha servido para justificar el uso de la energía nuclear; eso sí, con las medidas de protección adecuadas. O para reflejar el entorno comunista, en el que el miedo y la delación estaban a la orden del día. Y aquí la visión es parcial. ¿Accidentes como estos sólo pueden suceder si el sistema está esclerotizado y el miedo y las dificultades económicas impiden tomar decisiones de seguridad básicas? Es posible, pero se pierde una oportunidad para explicar más ampliamente y con seriedad el final del comunismo. Se simplifica desde la perspectiva occidental y eso siempre supone un error. Y no se atreve a afrontar que el capitalismo también podría llevarnos a ese desastre.

Better call Saul va en otra línea. Se centra en dos personajes secundarios de otra serie de éxito, Breaking bad. Gran parte del trabajo ya estaba hecho: había un entorno construido con anterioridad con la ciudad de Alburquerque como epicentro, en Nuevo México -de corrupción, droga, carteles-, y personajes atractivos. Los creadores de la serie juegan sobre seguro y sigue funcionando. Quizá lo que interesa ideológicamente de esta serie es la constatación -que se da una y otra vez en las series actuales- del nivel de corrupción, asumido y aceptado por la sociedad, como mal menor, y que, de manera más o menos sutil, se nos dice que la única posibilidad de sobrevivir para muchos es engañar; es decir, sólo nos queda manipular las reglas de juego, porque, en el fondo, éstas sólo sirven a unos pocos y consolidan un mundo injusto.
Y la respuesta, como en Mr. Robot, sólo puede ser la de utilizar esas reglas para intentar dinamitarlo. O para aprovecharse de él, sin importar las consecuencias éticas, en Better call Saul.
Las soluciones, en ambos casos, son individualistas. Y te condenan a la locura, la soledad o la autodestrucción. En Years and years, refugiarse en un pequeño entorno familiar o social que te proteja no resuelve los conflictos; sólo permite resistir durante más tiempo.
A no ser que sirvan para enfrentarse a ellos.

No es un presente ni un futuro muy halagüeño el que reflejan estas series.
Pero, según parece, es el que tenemos.


jueves, 16 de junio de 2016

CITES Y BARCELONA.


Cites/Citas es una serie muy interesante. En TV3, la televisión catalana, la ponen los lunes, creo. Va por su segunda temporada.

Es en catalán. El doblaje en castellano es un desastre-como siempre cuando doblan algo del catalán; ¿lo harán a propósito?-. Si se puede ver con subtítulos en castellano, mejor. En esta página web están todos los capítulos hasta la fecha.

CAPITOLS CITES

El punto de partida es sencillo: las primeras citas de varios personajes por internet en la ciudad de Barcelona. Nos encontramos ante una obra coral.


No todas las historias salen bien. Algunas, sí. Otras, quedan a medias, esperando una segunda cita...

Los personajes -unos más que otros, por supuesto- son cercanos, creíbles. Los diálogos están bien construidos. Los actores -algunos muy conocidos; otros, no tanto- tienen talento. La directora, Patricia Font cuida el material y nos lo ofrece con naturalidad...


Lo único que necesita una buena serie.

Es sencilla. Y lo agradezco. Ha tenido la oportunidad de una segunda temporada.


Una serie necesita tiempo para que su forma de mirar se quede en nuestra retina, para que los guionistas afiancen un estilo, un mundo propio... para que arriesguen y vayan más lejos del punto de partida inicial. Como sucede con las series americanas. El tiempo dirá...


Les deseo suerte. Y estaré atento...

El autor de la idea y productor ejecutivo, Pau Freixas, ama Barcelona. Y quiere a sus personajes, que a su vez, buscan el amor o el sexo o, simplemente, dejar de estar solos...


Viendo esta serie echo de menos Barcelona... Y a ella... La echo de menos...

Pero la vida continúa, ¿no?

Nos quedará el cine, la escritura o el arte para que lo que fue bello no muera del todo... O para seguir buscando la belleza a nuestro alrededor ... O para escribir un final feliz...

Siempre me han gustado los finales felices, aunque sólo sean posibles en nuestra imaginación...



miércoles, 30 de julio de 2014

VERANO AZUL



"Al final de nuestra búsqueda volveremos al lugar donde comenzamos para conocerlo por primera vez"   T. S. Elliot.

Volvemos una y otra vez al punto de partida.
Volvemos a nuestra infancia y a veces al lugar donde estuvimos.
El anciano que va a morir recupera su niñez...

Algunos hemos vuelto a ver la muerte de Chanquete el día que mueren miles de niños, hombres y mujeres en Gaza, Ucrania, Libia, Siria... o se nos recortan derechos fundamentales.
He vuelto a vivir el final de un verano, un verano azul, el verano de nuestra infancia, pero ya no somos los mismos.
Tenía razón el Dúo Dinámico.

Nunca volvemos a recuperar lo que tuvimos.
Nunca volverá a repetirse ese verano; Julia lo sabe.
Chanquete nunca volverá y nuestra inocencia tampoco.
Sólo nos queda la nostalgia y la melancolía...