domingo, 22 de octubre de 2023

EL SOL DELL`AVVENIRE O MORETTI DISFRUTANDO

 

En largas filmografías uno tiene la sensación de que el director recoge toda su obra -tal vez pueda ser la última- y se recuerda a sí mismo. Erice o Woody Allen lo han hecho. Tal vez lo haga Scorsese en su reciente estreno, Los asesinos de la luna. Moretti, también. 

Palombella rossa o Caro diario son referencias que uno tiene en mente, cuando contempla esta última, El sol dell`avvennire. Probablemente haya muchas más. 

Encontramos en Moretti siempre dos películas. En El sol dell`avvenire, una habla del cine. El cine que fue y el que es. La escena en la que detiene un rodaje para reflexionar sobre la violencia -Woody Allen lo hizo más de una vez; recordemos la famosa secuencia en la cola del cine de Annie Hall-.

En este caso, su reflexión incluye la descripción de otra secuencia brutal, la de Kieslowski en No matarás... Para constatar que la violencia en el cine no solo debe ser estética sino, sobre todo, moral. Que cuando la veamos, queramos alejarnos de ella...  Aquí está a partir del minuto 9. Recomiendo verla, para conseguir lo que desea Moretti. 

Por supuesto, todo cinéfilo puede encontrarse estos homenajes más o menos velados. ¿Cómo no pensar en Fellini cuando vemos a los integrantes del circo, personajes secundarios de la película que el protagonista está rodando?

Por otro lado, ¿cómo sostener el cine? ¿Hay que aceptar las exigencias de los nuevos productores occidentales como Netflix, ridiculizadas por Moretti, aunque es probable que no se alejen demasiado de la realidad? ¿Apostamos por el dinero de Oriente, Corea o China, que te ofrecen, curiosamente, más libertad creativa? 

Preguntas que cada uno deberá responder por sí mismo.

No olvidemos su interés sempiterno por rodar una película musical. ¿La del pastelero trotskista de Aprile? En este caso, le gustaría bailar o cantar clásicos italianos de los años sesenta y setenta. Y lo hace, y porque es Moretti se lo permitimos. Yo, al menos, sí. 

Cuando baila esa familia ideal, la de los dos protagonistas jóvenes e ilusionados, que se dieron el primer beso al terminar la película de Fellini La dolce vita -¿hay una rima en la despedida de la niña y Marcelo en la playa con el final de El sol dell`avvenire?-,

lo hacen junto a un niño y una niña. La hija, ya crecida, sí la vemos en el metraje, pero no al hijo. ¿Será que murió, como ocurre en La habitación del hijo? ¿Será otro detalle autoreferencial?

En medio de un atasco, esta pareja se pelea. Y Moretti decide participar, recrear el diálogo que tuvieron él y su mujer. ¿Fue así o lo imagina Moretti o lo inventa? No importa. También Moretti, a su manera, sabe construir una historia de amor o de desamor. 

La otra película es política. O una reflexión política. El año 1956 se rompió el sueño comunista. La URSS no dejaba sitio a sueños de comunas alternativas. En ese momento se sitúa la narración de la película rodada. Como siempre en Moretti uno desearía, como él, imaginar una posible utopía, ingenua, en la que el comunismo, el real, el que traiga la justicia a todos, hubiera sido posible, fuera posible con Trotski como referente y no con Stalin. 

En cambio lo que nos queda es una Israel asesina, que masacra a palestinos, justificada por Occidente y una Rusia y una China dispuestas a enfrentarse militar y económicamente a Occidente que hace mucho -a no ser que creamos en la propaganda-, dejó de ser una referencia moral. 

Solo así podemos entender y aceptar su final, el de un soñador, escéptico, pero que, con los años, puede permitirse hacer y rodar lo que le de la gana. 

Moretti pasea por un barrio popular, el de Mazzini, como lo hacía en Caro diario, -aunque esta vez sin la vespa y con un patinete eléctrico-, sonriendo como un niño. 

En el último plano, Moretti nos mira y se despide de nosotros con la mano. Uno desearía que no fuera una despedida sino solo un "hasta luego". 

sábado, 21 de octubre de 2023

UN GOLPE DE SUERTE O WOODY VA DE SOBRADO

 


Suena una música de jazz, ligera, divertida. 

Dos matones, hermanos, para más señas, llaman a la puerta del joven amante de la protagonista. La abre, sin mirar por la mirilla -¿este hombre en qué mundo vive? ¡Es gilipollas! ¡Hay que mirar siempre! ¿No sabe que puede haber un asesino al otro lado?-. En fin...

Al mismo tiempo, la protagonista está preparando una subasta de cuadros. Poco después, estos chicos salen por el portal con una bolsa bastante pesada y la meten en el coche. Vemos uno de los cuadros: la cabeza de Holofernes ensangrentada. No hay más que decir.

Los matones, profesionales -por si alguien lo dudaba-, suben a un avión. Ya en las alturas, uno de ellos cierra la bolsa con un candado del siglo pasado. Y, más relajado, antes de tirarlo al océano, se toma un lingotazo...

Woody Allen, a estas alturas, se lo pasa bien. El trío de protagonistas es una sucesión de tópicos. Las referencias y autoreferencias son constantes. Es difícil no mantener una sonrisa de oreja a oreja durante toda la película. 

-"Chicos -parece decirnos Woody, cuando pone la música de jazz-, que estoy de broma. No os lo toméis demasiado en serio". 

¿Y qué decir del profesional, Dragos, asesino a sueldo, todo un clásico en sus películas, rodeado de patanes o estúpidos? ¿O el de la suegra, curiosa, que acabará con el asesino, embrollándolo todo? 

Y París, claro. Porque están su lengua -Woody Allen ha rodado en francés-, sus parques, sus bocadillos, sus vestidos elegantes, sus casas de campo, sus buhardillas, sus cafés, sus mercados... 

En fin, si hay una moraleja en esta historia es que el ser humano es estúpido y no tiene remedio. Hay que admitir que el mundo es absurdo, un azar ridículo, o como diría Woody: "Ya se sabe, las suegras lo joden todo y los profesionales te sacan del embrollo". 

Y lo demás, es un sinsentido. 

¡Bravo, Woody! Eres un grande...

viernes, 13 de octubre de 2023

TERENCE DAVIS: TRILOGY

 

Un niño observa por la ventanilla del autobús las calles de Liverpool. Su madre está sentada a su lado. Suena una melodía muy sencilla de Shostakóvic. Un plano fijo de más de dos minutos: la vida cotidiana y una mujer, rota, con la mirada fija en el vacío. Cuando el plano cambia, vemos a la mujer llorando. El niño, sorprendido, no sabe qué hacer. El autobús para; se bajan algunos pasajeros. Después, vuelve a ponerse en marcha y se aleja.

Solo por esto Terence Davis, recientemente fallecido, merecería estar en la Historia del cine. Pero hay mucho más. La escena es parte de un conjunto de tres cortometrajes -su opera prima- que cuentan la vida de un hombre atormentado. 

Terence Davis habla de su infancia y también de la represión, de la clandestinidad de un homosexual en los años de posguerra británica. Y de la muerte. Y de un amor dependiente, obsesivo hacia su madre. Y lo hace con silencios, con imágenes transformadas por la memoria, eligiendo unas canciones populares que encajan perfectamente en la trama. 

Logras compadecerte de un personaje derrotado, de sus pesadillas. No hay esperanza. El sexo es sucio y desolador; triste. Solo algunos momentos de alegría y de ternura, muy pocos, junto a su madre.

Y la muerte no es embellecida. Sí, así se muere. Así murió mi madre. 

Así imagino que murió mi padre.

sábado, 7 de octubre de 2023

O CORNO Y LAS OTRAS VÍCTIMAS

 


Hay temas que pocos se animan a tratar. Hasta hace poco el aborto clandestino fue uno de ellos. La tortura es otro. ¿Quién se atrevería a hacer una película de ficción donde viéramos a policías o guardias civiles torturando? Y eso ha sucedido en este país. De manera sistemática y estructural, al menos, hasta los años noventa. 

Pilar Miró en El crimen de Cuenca situó la acción a principios del siglo pasado. Solo eran un par de minutos de torturas. Aún así, secuestraron su película y tuvo que pasar por los juzgados. Algunos documentales -vascos y catalanes- lo han intentando. Por supuesto, han recibido escasa difusión. Y si alguno llegara a las grandes pantallas, la presión mediática de las grandes asociaciones de víctimas del terrorismo lo condenaría. 

Recuerdo sólo una miniserie muy reciente de Barroso, donde uno de los personajes era Meliton Manzanas; el tratamiento, suavizado y justificativo, daba, en mi opinión, vergüenza ajena. Y, con todo, Covite protestó y puso una cruz a la serie, porque otro de los personajes, Etxebarria, el primer muerto integrante de ETA, había sido humanizado. 

Pero la autocensura actualmente es más sutil de lo que pensamos. Si alguien escribe sobre la amnistía en el País -ayer mismo, sin ir más lejos-, pone ejemplos en Chile o Gran Bretaña, pero no se atreve a decir que aquí en 1977 miles de policías fueron perdonados y que a otros muchos no solo se les indultó, sino que incluso se les condecoró. Hay miles de víctimas de segunda o de tercera olvidadas.

Un alto cargo de la judicatura habló ayer de igualdad ante la ley. No sé si la palabra hipócrita le podría definir. A veces me pregunto si hay libertad cuando muchos no se atreven a decir determinadas cosas, porque eso les podría dejar sin trabajo y sin medios de subsistencia. Las democracias modernas no siempre son tan modélicas como pretenden hacernos creer. China y Rusia son menos sutiles, pero Europa y Estados Unidos también saben controlar a sus ciudadanos.

Las otras víctimas: la violencia policial durante la Transición de David Ballester es un estudio serio y concienzudo que merecería ser más difundido. Poca gente sabe que hubo, al menos, más de 150 muertos, ya fuera por "gatillo fácil", en manifestaciones o dependencias policiales en el periodo 1975-1982. 

En este enlace, podemos leer sus historias. Vale la pena dedicarles un poco de nuestro tiempo para conocerlos, para no olvidarlos. 

La tortura, como bien explica el autor, se extendió durante mucho más tiempo. No hubo limpieza ni depuración ni intención de hacerla en los cuerpos de la Benemérita o la Policía Nacional. No parece que importe demasiado. Esa Transición modélica tuvo muchos muertos que, como los de las cunetas de la guerra civil, se esconden bajo la alfombra. Quien manipula la Historia, construye el futuro con pies de barro.

Mientras esperamos una película directa y atractiva sobre la tortura de alguien valiente o de un "suicida", sí tenemos en los últimos años el tratamiento del aborto clandestino. Fuera de nuestras fronteras gran número de escritoras han tratado el tema desde diferentes perspectivas. Recuerdo, sin ir más lejos, la reciente premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux, en su libro El acontecimiento. Muchas han escrito sobre esa experiencia. El aborto era peligroso, te podía costar la vida, pero existía, aunque se ocultara. 

Jaione Camborda ha situado su historia en 1971, a las puertas de la Transición. Silvia Munt, el año pasado, en Las buenas compañías, también ponía el foco en sus consecuencias. 

Por cierto, dejo claro que ahora mismo el cine español más interesante llega del País Vasco, Galicia o Cataluña y se rueda en gallego, euskera o catalán. El resto del panorama es desolador. O grandes producciones o películas de género -necesarias para la industria, rodadas profesionalmente, pero previsibles-. El cine que busca otros caminos llega de la periferia. 


Así que tenemos la segunda película de Jaione, que ha conseguido la Concha de Oro en San Sebastian. Se estrenará en unos días. Vale la pena verla, aunque pondré algunos peros. 

Jaione Camborda no ha nacido de la nada. Lleva trabajando en esto mucho tiempo. Ha sido diseñadora de producción y directora de arte antes de ponerse a escribir y dirigir sus películas. En Arima, su primer largometraje, asistíamos a un protagonismo coral. El estilo que le caracteriza -diálogos breves y concisos, personajes femeninos en un entorno rural, cierta frialdad o distanciamiento estético que oculta pasiones y emociones intensas-, ya aparece en esta opera prima. 

Los primeros diez minutos, que han despertado cierta controversia, no son para tanto. Me explico. Asistimos a un parto en tiempo real. Al menos, a su última parte. Se centra en el dolor y, sí, es muy físico y animal. Sin embargo, pocos han visto una película japonesa de un director de la nueva ola rodada en la década de los setenta, Kazuo Hara, Extreme private Eros: love song. Es una obra irregular, pero es imposible de olvidar el parto de su mujer. Mucho más realista que el de O corno. Vemos la sangre, el niño saliendo de la vagina. Literalmente. Jaione es más sutil. 

Incomoda el aborto, por supuesto, donde también apuesta por la fisicidad, aunque, al final, nos regale una imagen hermosa en su simplicidad; lírica, en su sentido más amplio: dos gotas de sangre. 

Hay una mirada, como no podía ser de otra manera, al placer femenino, un par de escenas más tarde. Ya tenemos todo: nacimiento, muerte y sexo. Sí, hay esa necesidad de querer contar todas las experiencias de una mujer -partera, abortera, libre sexualmente-, en muy poco tiempo. ¿Forzado? Podría ser, aunque no se nota mucho, mientras lo ves.

No hay interés por desarrollar personajes masculinos. Los que hay son sólo estereotipos, figuras externas: el marido de la mujer que pare y el padre de la que aborta, el amante, el contrabandista, el barquero, el propietario de una finca. No los necesitamos o no se atreve a darles más entidad. Es una elección. 

Tenemos después la historia de una huida. 

Quizá todo es previsible. Sabes perfectamente qué va a ocurrir. Lo importante, no obstante, es cómo se cuenta. 

Y aquí debo objetar que O corno podría haber sido más experimental. Jaione quiere un público -nunca será el gran público, pero necesita llegar, al menos, a las salas de cine- y pienso que no se atreve a romper completamente la baraja. Construye una historia sencilla, centrada en un solo personaje -este único punto de vista solo se aparta en tres ocasiones, y muy brevemente, con la chica joven que aborta, la familia que vive del contrabando en la frontera y la prostituta portuguesa, que la acoge en la parte final del metraje- y apostando por un tratamiento formal medido y casi documental. Sin embargo, en cada una de las escenas, siempre podría haber ido más lejos. Si lo hubiera hecho, es cierto, muy poca gente lo hubiera visto. Entiendo que, como hizo Erice, solo el cortometraje te permite esa libertad. 

El final, el último plano, me sobra. Reitera una idea que ya quedaba clara en el plano anterior, mucho más hermoso y sutil, pero también entiendo que quiera cerrar su historia de manera circular. 

En realidad, lo que me gusta más de O corno es que es una promesa. La promesa de un cine diferente. Espero que Jaione nunca busque al gran público. Su mirada, íntima, sensible, personal no debería hacerlo. El tiempo nos dirá.