miércoles, 17 de abril de 2019

PALMARÉS DE VISION DU REEL

Aprovechando mi acreditación, a lo largo de estos días he podido ver los premios de este año por internet. Aunque hay gran variedad temática, sorprende encontrar similares influencias y planteamientos comunes. Vivimos en un mundo interconectado; nos alimentamos los unos de los otros. O nos copiamos, depende de cómo lo queramos ver.
Empezaré por los cortometrajes y mediometrajes.
Me sorprende no encontrarme entre los premiados con A los vivos. Un poderoso mensaje de denuncia, necesario en estos tiempos. Hace veinte años una inmigrante murió en manos de la policía, cuando iba a ser deportada. Las imágenes y los testimonios son brutales.
O con En las ruinas. Las ruinas de Pompeya y los recuerdos de un padre perdido.


Y, entretanto, algunos esbozos de vida cotidiana alrededor de la directora. O sus reflexiones y pensamientos.
En cambio, uno de los vencedores fue un documental boliviano, Compañía. Su comienzo hipnótico te atrapa. El resto del relato son episodios, sobre todo, de carácter etnográfico. De vez en cuando, aparece una mirada tierna, personal; por ejemplo, las palabras en off, los sueños narrados por los habitantes de La Compañía o los planos fijos que parecen insinuar siempre algo más, pero no llegó ni de lejos a impactarme como los dos anteriores.
El otro, Akaboum, pasa de la realidad a un final, convertido en una fantasía utópica deformada. Quizá es una visión demasiado optimista de la juventud actual -¿o eso aparenta?-. Está bien rodada y estructurada, pero me parece distante.
God, en cambio, es más atractiva. El tema es la visita del papa a Chile. Aunque a mí, personalmente, me resulta indiferente, está muy bien montado y tiene un sentido del humor muy sutil; a veces, cerca del surrealismo -algunos planos fijos son impagables-. Nos muestra, al mismo tiempo, una realidad contradictoria donde las visiones opuestas chocan entre sí constantemente. El documental nos dice una y otra vez que vivimos en un mundo en el que la imagen -deformada, transformada- sustituye y falsea una realidad muy compleja.
Aunque The outer space forest es un experimento curioso -una distopía en forma de documental- y en Camps on the wind´s road me impacta la sequedad y la rudeza -del paisaje, de los personajes, de los rituales- flaquean y no logran mantenerme atento.
Aunque sólo se presentara en Nyon, me gustó Behind our eyes. Es una apuesta experimental, visualmente muy poderosa.

DERRIÈRE NOS YEUX (EXTRAITS) from Anton Bialas on Vimeo.

En largometrajes The house tuvo dos premios. Una casa no sólo es el espacio, sino también las personas que lo hacen posible, que la mantienen en pie. En la sencillez de esta propuesta estriba su mayor cualidad. Elegante y sobria. Se enlazan perfectamente la experiencia personal de los personajes con el objetivo principal: construir el hogar en un lugar abandonado por otros.
Entre los documentales suizos fueron premiados, Taste of hope. 
Pequeñas ventanas de esperanza. Después de crear una cooperativa -tras casi cuatro años de lucha, 1336 días-, sus trabajadores deben sobrevivir y la empresa -especializada en el procesamiento y empaquetado de té- ha de competir con otros productos en un mercado que les obliga a tomar decisiones difíciles. Todos somos conscientes de los problemas que supone cambiar un sistema económico tan jerarquizado, mediatizado e injusto, pero son imprescindibles, si queremos un futuro para nosotros mismos y las generaciones que vengan. Aunque también te preguntas, al ver este documental, si no será necesario partir de cero completamente: hacer tabla rasa de todo el sistema. Incluidos nosotros mismos y nuestra percepción del mundo.
El otro, Lucky hours. Partiendo de unas bobinas encontradas, se nos cuenta la historia de un psiquiátrico, el hospital de St. Alban, convertido en modelo de institución pública desde 1936, durante la segunda guerra mundial y en los años cincuenta y sesenta -mientras en otros morían a cientos, aquí se salvaba a gente: se protegía a judíos y miembros de la Resistencia, se trataba con dignidad a los enfermos; se facilitaba el trabajo y la creación artística, como sucedió con Auguste Forestier, un ejemplo del llamado arte bruto-. Sólo fue necesario solidaridad y tratamientos modernos. Si hubo horas felices, fue gracias a la bondad de mucha gente y el esfuerzo de grandes profesionales. Y hoy en día, con graves recortes, -nos lo recuerda el último plano- se está olvidando.
En Midnight traveler, la denuncia. Si se quiere saber todo la odisea que deben superar los inmigrantes para llegar a Europa, este es un gran documento. Una familia, la del director, es ejemplo de otras muchas. Tres años en campos de refugiados, cruzando fronteras con miedo a ser disparados, recibiendo el rechazo de algunos. Esperando. Hecha con pocos medios -tres teléfonos móviles- no deja de lado las pequeñas alegrías de la vida cotidiana. Veracidad y sinceridad. Con una perspectiva muy parecida estaba I have seen nothing, I have seen all, olvidada entre los premios al cortometraje. Sólo con una imágenes y las grabaciones de varias llamadas de teléfono abre y cierra una historia dolorosa : ni siquiera los muertos de una guerra -en este caso su hermano- pueden descansar en la tierra donde fueron enterrados.
Looking for the man with the camera me atrajó porque construye la búsqueda de un hombre secuestrado y asesinado por Al Assad en Siria, con imágenes y reflexiones sobre su propia vida, tan similares a las nuestras, a veces.
                              
Quizá esa es la parte más interesante; la otra, adolece de falta de ritmo.
De los tres vencedores a mejor largometraje, no logra convencerme, When the persimonns grew. El espacio familiar -la casa, el paisaje- recreado en el presente; la vida cotidiana teñido de pasado. Los silencios adquieren un peso fundamental. La relación entre una madre y su hijo: compleja. Podría haber sido más conciso y hubiera ganado en intensidad.
Aunque es incluido, de manera tangencial en un premio menor, me emocionó más Norie. 



Un plano del padre, hablando de los recuerdos que duelen, de la mujer amada y perdida hace tanto tiempo, directamente a cámara, te deja sin respiración. Sabe moverse en ese ritmo tan delicado que sólo un oriental es capaz de hacer. Creo que hubiera merecido más.
El segundo premio -al menos, si consideramos la cuantía económica- sería para That which does not kill. Lo que no te mata...


Testimonios directos y valientes. Parte de un hecho concreto -una violación, en el fondo, aunque según la "justicia" de La Manada, no podría ser juzgada como tal- para, desde el principio con su elección formal, transformarlo en una denuncia colectiva. La historia no la cuenta una sola mujer -quien sufre esta violación-, sino muchas, reflexionando sobre este relato concreto y sobre sus propias experiencias. Y ese es su mayor acierto. La sencillez de este planteamiento y la veracidad de sus testimonios te golpean de lleno.
Finalmente, Heimat is a space in time.

                              

Es la obra de toda una vida, de un país: Alemania. Del siglo XX. Imágenes y una voz en off hipnóticas, poéticas. Abuelos, padres, hermano. Nazismo, holocausto, guerra, comunismo, capitalismo y libre mercado. Cartas, fotografías y, cuando llega su turno, recuerdos y reflexiones personales, correspondencia de su madre con Christa Wolf. Los espacios son reflejo y consecuencia del paso del tiempo;

                          

 el tiempo -las palabras y las voces recuperadas- completan esos espacios. Todo termina con la muerte de su madre. O comienza... Casi tres horas de buen cine.

Aún tengo tiempo hasta julio de disfrutar de otros documentales. Les echaré un vistazo.
Sí es cierto que nos movemos en una realidad compartida. Inmigración, feminismo, familia, capitalismo, recuerdos. El pasado, el presente y nuestro futuro. La voz propia -en la mayor parte aparecen voces en off, como en el nuestro-.
El documental, sin duda, está vivo. En mi opinión, mucho más que la ficción.