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domingo, 18 de mayo de 2025

CHATEAUBRIAND Y EL ETERNAUTA

 


"Las cosas que huyeron de mí en la tierra y que echo de menos me matarían si no estuviera al borde del sepulcro; pero próximo al olvido eterno, verdades y sueños son igualmente vanos: al término de la vida todo es tiempo perdido". 

                                                                                                    Chateaubriand, Memorias de ultratumba.


Al menos setenta palestinos han sido asesinados en la franja de Gaza en mitad de intensos bombardeos israelíes...   

Chateaubriand pertenecía al viejo mundo, pero comprendió que un nuevo mundo llegaba y se quedaba. Tenía talento para describir situaciones, caracteres con finura psicológica y política -las de Napoleón, Talleyrand, Byron o Washington son precisas-; veía más allá de la superficie que vislumbramos en una primera ojeada. Y, sobre todo, toma conciencia de ese paso del tiempo, irreversible, "profundo olvido, invencible silencio..."

La UER amenaza con multas si se vuelve a informar de los muertos en Gaza al presentar a Israel en Eurovisión... 

El eternauta es la novela gráfica más conocida de Argentina. La historia de Oesterheld y sus dibujos -sobre todo en la versión de Breccia- han influido en obras posteriores. La primera temporada de la serie producida por Netflix ha recogido gran parte del original. 

No lo ha traicionado en contenido -sí formalmente, haciéndolo comercial-, aunque tampoco lo ha desarrollado plenamente. 

Han aparecido los personajes centrales; se han añadido algunos personajes femeninos de los que carecía la obra gráfica. Su familia, su mujer, su hija, obsesiones idealizadas en el personaje del cómic, aquí adquieren matices diferentes. La idea principal se mantiene, en líneas generales, creando tramas paralelas nuevas, asumiendo el subgénero -tan en boga en estos tiempos-, apocalíptico o distópico, que necesita de hombres y mujeres preparados, fuertes, dispuestos a sobrevivir en un mundo sin Estados, internet o electricidad. ¿Hay que leer entre líneas? 

En estos primeros capítulos han aparecido la nieve mortal, los "perros obedientes": las cucarachas gigantes o cascarudos y los hombres o mujeres-robots. Los "Manos", los personajes más interesantes, se han insinuado ligeramente. Ninguna alusión todavía a los "Ellos", los verdaderos invasores. 

Israel, segunda en Eurovisión, mientras se bombardeaba un campamento en Gaza... Consigue la máxima puntuación entre el público europeo y español...

Es extraño escuchar el concepto de "milicos" como defensores de una Argentina invadida, teniendo en cuenta que fueron "otros milicos" quienes hicieron desaparecer a Oesterheld. Intuyo ironía y una ligera carga crítica de los guionistas en los comportamientos puntuales de estos "milicos", pero también podría ser una manera de justificar a la sagrada institución del Ejercito. Curioso me parece también que el protagonista, Juan Salvo, estuviera en su juventud en las Malvinas. Son referencias que Oesterheld hubiera rechazado. ¿Es una forma sutil de consolidar un discurso reaccionario o marcharán la próxima temporada en una dirección opuesta?

Las pequeñas victorias de los personajes se destacan con música, fanfarria y gritos de alegría. Hay demasiadas en los dos últimos capítulos y me desconectan de la trama. La influencia de La invasión de los ladrones de cuerpos o de Walking Dead o de Spielberg, entre otros, ha dejado su poso y su ponzoña, para bien o para mal.

Sigue siendo una lucha coral, tal como la planteó el hombre que, formando parte de los Montoneros, -guerrilleros peronistas-, acabó siendo asesinado por la dictadura militar. El héroe es colectivo y ha de enfrentarse a fuerzas poderosas y solo la solidaridad y la violencia guerrillera nos permitirá vencerlas. Estas no son terroristas o extraterrestres, sino simbolizan otros poderes invisibles, gigantescos. Me pregunto si la serie se atreverá a mostrarlos. 

Son los que matan a niños y mujeres en Gaza; son los que se enriquecen, fondos de inversiones o similares, mientras mueren miles de personas en las guerras de este mundo nuestro... 

La alegoría del eternauta de Oesterheld podría convertirse, para no perder millones de espectadores y clientes potenciales, en una simple serie palomitera de Netflix. Aún no han decidido en esta primera temporada qué camino tomar.

La idea de la máquina del tiempo, la del viajero del tiempo, es decir, la del eternauta, solo se intuye en las pesadillas e imágenes recurrentes que tiene el protagonista. Como suele suceder, Juan Salvo solo es un intérprete, recibe los mensajes del tiempo descarnado, del viaje circular...

Chateaubriand y uno de sus herederos, Proust, me devuelven a mi obsesión principal.

"Nuestra vida es tan vana, que solo es un reflejo de nuestra memoria".




jueves, 29 de diciembre de 2022

EL SALVAJISMO Y LA CIVILIZACIÓN

 

Dibujar es trazar ideas, metáforas de la realidad... Civilizar lo que nos aterra...


¿Es casualidad que las favoritas para los Goya y los Óscar del próximo año aporten su granito de arena en esa lucha eterna, en esa reflexión inmemorial desde el comienzo de la filosofía, entre el salvaje y el hombre civilizado, entre el caos y el orden? Quizá nos sentimos atraídos en estos tiempos, antes de que la catástrofe nos avasalle, por un dilema moral sin salida. 

¡Qué mayor grado de civilización que un mundial de fútbol en el que Argentina se ha impuesto en estadios construidos con el "sacrificio" de cientos de obreros muertos y para mayor gloria de una élite de tiranos amparados por los petrodolares y de unos empresas sin conciencia moral alguna, mientras en Perú dan un golpe de estado y matan en las calles a decenas de personas, sin que nos importe en absoluto! ¡Qué civilizado es esta guerra de Ucrania que enriquece a las grandes empresas armamentísticas, mientras las de reconstrucción esperan su momento, cuando ese país que ya no existe, se divida oficialmente en dos! Un nuevo telón de acero, aunque esta vez, sean dos sistemas capitalistas, ansiosos por controlar los recursos, los que se disputan la riqueza y el poder, bajo falsas premisas de democracia y libertad. Pero nos lo merecemos; somos cómplices, cuando los votamos o preferimos el mal menor o disfrutamos del panem et circenses... 

Me viene a la memoria la imagen inicial de la película de Peckinpah, Grupo salvaje.

Somos escorpiones y, rodeados por las llamas, nos clavaremos el aguijón. La Tierra, si sobrevive, estará mejor sin nosotros...


Mientras tanto, hacemos preguntas. El arte se encarga de hacerlas, plantea dudas... Y algunos, -directores o productores-, ganarán premios y dinero. Que el sistema, hasta que se clave el aguijón, se adaptará y sobrevivirá, incluso, a sus críticos o a sus artistas, más o menos amoldados al statu quo, es un hecho.

Me sorprende el tono ingenuo, casi bucólico de Almas en pena de Isherin, y la carga de violencia que aparece de manera puntuada. La sencillez de la trama, la simplicidad de los personajes no oculta el mensaje profundo que recorre toda la película.

Principios del siglo XX. Irlanda.
Al otro lado, en la costa, hay una guerra civil. A este lado, dos hombres, -hasta hace unos días, amigos-, se acabarán odiando. Uno busca dar sentido a su vida, civilizarse; el otro se siente a gusto en su entorno natural, no desea más que el terruño, sus animales y la pinta de cerveza diaria. ¿Por qué debería cambiar?
¿Quién es el salvaje? ¿Quién es el civilizado? La violencia, dicen, nos hace progresar. Sin ella, no habría evolución, nos quedaríamos en el mismo punto. No habría Mozart ni Einstein.
El salvaje pide “amabilidad”; el civilizado, como respuesta, se corta los dedos...

En A bestas, encontramos algo parecido. El civilizado es un francés -¿quién podría serlo, si no? ¿No es allí donde nacieron nuestras normas sociales de comportamiento y la democracia moderna, tras unas cuantas cabezas cortadas en la guillotina y varias revoluciones aplastadas a sangre y fuego?-; quiere llevar solidaridad y revitalizar una zona empobrecida; se esfuerza y trabaja como lo haría un Hesíodo amable y optimista que desea volver a la utópica Edad de oro. Pero los pobres no son buenos salvajes; no quieren seguir trabajando como bestias; prefieren el dinero que les ofrece una multinacional de la energía eólica.
Aquí, el salvaje, quiere civilizarse, conduciendo un taxi, convirtiéndose en un empresario autónomo, un emprendedor, aceptado por el sistema capitalista; rico o pobre, el salvaje 
detesta al nuevo inmigrante, sea elegante, cultivado y educado o nos venga en harapos, tras sobrevivir a una vallas en Melilla, a las palizas de un policía o a las olas del Mediterráneo: fronteras de una Europa en declive. Así que, el civilizado desea volver a nuestras raíces, ecologista de nueva planta, un Rousseau que no busca el beneficio inmediato. Las leyes no protegen la civilización, aunque, al principio de los tiempos, esa fuera su objetivo, como pensaría un Solón o un Voltaire, un Montesquieu o un Tiberio Graco; miran a otro lado o son impotentes.

En Alcarrás, el motivo es similar –una multinacional eólica (¿casual o es una realidad que no aparece en las crónicas oficiales de nuestros regímenes democráticos, preocupados porque el petróleo o el gas sea demasiado caro, despierte al pueblo narcotizado y les obligue a buscar alternativas?) ofrece dinero por las tierras-, pero aquí el documental se impone a la ficción, sin apartarla del todo. El conflicto se transforma en algo más íntimo, familiar: otra guerra civil entre hermanos. Los niños no entienden el lenguaje de los mayores. El mundo rural se transforma, pero no se sabe en qué dirección.

El monstruo en Mantícora o en Tar no es colectivo, sino individual. Ni siquiera él/ella sabe que lo es o no quiere admitirlo. Un hombre amable, tierno, educado/una mujer genial, arrogante, influyente esconden al salvaje que sueña con devorar al inocente niño/a. El monstruo solo puede sobrevivir, si, por un lado, él, el protagonista de Mantícora se convierte en un enfermo, impotente, atendido por una mujer “madre” que se transforma, a su vez, en una devoradora de almas, en una cruel y tierna cuidadora. O por otro, ella, Tar en una desterrada, una exiliada, paria y olvidada por un mundo hipócrita que antes la adoraba y ahora la ha expulsado del paraíso.

¿La película de Spielberg, The Fabelmans, responde a este paradigma? Tal vez no, aunque, si quitamos los conflictos familiares de clase media norteamericana -recurrente en todo el cine de Spielberg- y las pesadillas diarias que vive un adolescente de instituto, ¿no podríamos decir que el cine, en este caso, revela, ilumina los monstruos que nos acosan?

El cine le sirve al protagonista para afrontar sus miedos, deteniéndolos en el tiempo, repitiéndolos una y otra vez; también para descubrir la verdad, la que sus padres prefieren no ver. La sala de montaje se convierte en un lugar donde el mundo, el verdadero, - no el que creemos que es real-, se revela. El arte nos convierte en parias, como al tío materno; nos aleja de los seres queridos, pero nos descubre el horizonte que busca John Ford, interpretado por un gran David Lynch.

Debemos elegir: entre el arte o la vida. Entre ser salvajes o civilizados.

Sabemos que eso es imposible.


Escribir es trazar líneas con tinta para que sobrevivan al tiempo... 





lunes, 30 de agosto de 2021

VARIAE


Habiendo vista una media de una película por día - a veces, tres- tendré que hacer una selección. Elegiré una de cada apartado temático.

1. Animación:

La mejor sin discusión o, al menos, la que más me impactó fue Watership Down -Orejas largas (desafortunada traducción; sería más bien, la colina de Watership).


Fiel adaptación de un relato infantil en el que se narra la odisea de un grupo de conejos que deben encontrar un nuevo lugar donde poder sobrevivir. La historia que comienza con una especie de explicación mítica del origen de los conejos con dioses y castigos, que se asemejan al Génesis, es cruel y no oculta la dureza de la naturaleza y su violencia -con planos terribles de conejos desangrándose o asfixiados-. Una parte recuerda a Animal Farm, otra maravilla de la animación, 


con su crítica a los regímenes autoritarios -el mayor enemigo de estos conejos resulta ser una especie de dictador que anula la libertad de los demás-. 

Aunque pueda parecer una historia para niños, va dirigida a los adultos. 

Alegro, non troppo es una selección de extractos musicales animados -al estilo de Fantasía, con cierto aire paródico-; dos de ellos destacan por su imaginación y sensibilidad.

El vals triste de Sibelius: fantasmas o recuerdos de un gato, podría llamarse. Seis minutos llenos de ternura.


Y el Bolero de Ravel. Intenso, apasionado, brutal. Quince minutos sin descanso. 

2. Películas de vampiros:

Aparte de los clásicos; ya se sabe, Bela Lugosi, Christopher Lee, Coppola, volvimos a ver Nosferatu de Murnau. 


Aunque algunos aspectos nos resulten extraños, no ha envejecido casi nada. Sigue manteniendo la inquietud que debió provocar en los espectadores de su época. 

Cincuenta años después Herzog hizo un Nosferatu, fiel al original. Su gran acierto es mantener los aciertos de aquel, adaptándolos a un estilo de cine muy diferente. Y consigue, por ejemplo, que la Naturaleza nos parezca inquietante o que los actores principales -Kinski y Adjani- encajen con el estilo a la perfección.


El comienzo es un gran acierto -cadáveres momificados en el estertor de la muerte-. En general mantiene, como he dicho, su fidelidad al estilo y el espíritu de la obra original, pero aporta una visión personal y particular. 

3. Películas "filosóficas":

O de filósofos. La de Wittgenstein de Derek Jarman serviría para dar a conocer de manera sencilla su filosofía y vida. No es un obra redonda, pero nos ofrece una visión interesante; rodada con muy pocos medios, casi como una obra teatral. No oculta el carácter irascible y obsesivo de este genio, como se refleja muy bien en su incapacidad para enseñar a los niños -cuentan las crónicas que estos le tenían miedo-.


Con otro estilo tenemos El caballo de Turín de Bela Tarr, su testamento fílmico. Sólo se menciona al comienzo y en una narración en off la anécdota de Nietzsche y el derrumbe mental que supuso la visión de un caballo golpeado en las calles de Turín. El resto del metraje, empezando por un plano inicial sin concesiones,


es otra cosa... o tal vez no lo sea; tres personajes: un caballo, el propietario y su hija. La repetición de gestos: levantarse, vestirse, comer, recoger agua, entrar en el establo, sólo conduce a los personajes a lo largo de seis días a un hastío existencial sin salida. La Naturaleza hunde al ser humano, a los seres vivos -también al caballo- los condena al infierno. El estilo frío, seco no da opción al espectador. Quizá sea la película más nietzchiana y existencialista, sin que tengamos necesidad de que aparezca él mismo. Su espíritu sí está ahí... Como ejemplo, estos quince minutos de metraje... 


4. Películas recientes:

Me atrajo Annette. Todo musical es una estilización. Leo Carax siempre ha buscado eso en sus películas; pero en esta lo lleva al extremo. La historia es sencilla; podría haberse contado en media hora. Quizá su mejor aportación es ser capaz de ir más allá de lo convencional y jugar con el espectador -lo hace en el prólogo y el epílogo donde los actores se dirigen a nosotros sin dejar de cantar-. Logra emocionar -aquí está la escena final-, aunque para eso tengamos que aceptar sus reglas de juego. 


Las mil y una es una película argentina estrenada este mes de enero. Realista con cámara en mano recuerda en el fondo y forma a ese cine que quiere mostrar los entresijos de un mundo duro y despiadado que ha dado, en mi opinión, lo mejor del cine francés o latinoamericano. En muchos aspectos, sobre todo en los temas tratados, me recuerda a películas como La vida de Adèle o Girlhood de Sciamma. 


Los medios no son los mismos que tienen en Europa y Clarisa Navas, muy inteligente, apuesta por centrarse en un único tema: el desarrollo de la identidad sexual de una adolescente, jugadora de baloncesto, y, de manera secundaria, la de sus dos hermanos. Y se apoya no sólo en sus propias experiencias sino, sobre todo, en un estilo sencillo, sin música ni grandes efectos ni un guión muy complejo, que le permite reflejar de fondo el ambiente en el que se mueven los personajes: un barrio donde, con unos pocos trazos, señalados, mientras seguimos a la protagonista, intuimos que hay marginación, pobreza y delincuencia. 


Sin embargo, el contexto social -ese barrio de una ciudad de provincias- tras esa elección se convierte en un escenario, mostrado con gran talento, como ya he mencionado, sin necesidad de remarcar ni enfatizar; está en un segundo plano -escuchamos disparos, vemos en una ráfaga a unos policías deteniendo a un joven, se habla de drogadicción, prostitución-. Nada de violencia; ni siquiera vemos -solo lo escuchamos- cómo un hombre golpea a su caballo. Se insinúa en alguna escena -determinados comentarios machistas, miradas de los hombres, sexualidad, más o menos, forzada y despreciativa de estos (en la sala de fiestas o en una escalera de un edificio)-. Es una elección e, incluso, me parece muy atractiva, como si lo viéramos a través de una mirilla, tanto ella como nosotros, los espectadores.

Echo en falta, eso sí, que los protagonistas, la protagonista o los adultos se hagan una pregunta clave: ¿qué vas a hacer con tu vida si los estudios no sirven para nada, como dice ella en dos ocasiones, tras haber sido expulsada del centro educativo y del club de baloncesto? ¿Y los adultos? ¿Dónde están? La directora ha decidido que no lleven a cabo su tradicional función represiva o correctora; la madre es sensible y tierna, pero no se entera de nada; las tías son cotillas, pero no ejercen ningún control. El padre está desaparecido. 

No es el tema; decide centrarse en la relación que mantiene la protagonista con una chica conflictiva de pasado turbio y presente inquietante que, por otra parte, está muy bien contada desde sus inicios hasta el abrupto final.

La conclusión abre otra historia. No parece que la protagonista pueda vivir, como lo ha hecho ese verano, en un mundo en el que solo caben la toma de conciencia de sus emociones y la madurez de su identidad sexual, ajena al mundo que la rodea o intentando mantener distancias. Ni que nosotros, como espectadores, podamos tampoco ser ajenos. Deberá enfrentarse a él y tomar decisiones; pero esa es quizá otra película, una que Clarisa Navas tendrá que hacer algún día, si quiere convertirse en una gran directora. Talento no le falta. 

Bueno, se acabó el verano. Y el tiempo de las cerezas. 







sábado, 9 de mayo de 2020

LA FLOR


Hace dos años Mariano Llínás estrenó una película en 6 episodios, La flor. Su duración: 14 horas.
Por supuesto, muy pocos la han visto en cine. Y, algunos más, en internet.
En estos momentos se puede aprovechar para verla; tal vez no dure mucho, sólo durante el confinamiento.

LA FLOR

Aquí se encuentran todas las partes.

Si tienes tiempo, vale la pena, sin duda.


Los episodios tienen como hilo conductor al director y a cuatro actrices de un grupo de teatro. Fue un rodaje largo, más de diez años.
Si algo tiene esta cinta es imaginación. Y un juego metalingüístico, literario y cinematográfico continuo en el que el espectador debe aceptar desde el principio las reglas que el director propone.
Se juega con el género -sobre todo, de serie B o Z, películas de espionaje, musicales peculiares-, modelos literarios que se mueven entre Borges y Lucano, pasando por Sarah Evans y su diario de cautiverio, e, incluso, la presencia del equipo de rodaje y guiños al espectador.
Tres de las historias no tienen final; la cuarta es un caos ordenado; la quinta y la sexta, mudas, vuelven a los orígenes del cine. Y hasta en los títulos de crédito el juego, durante más de treinta minutos, continúa.

Si la vida fluye despacio, poco a poco, esta obra es un buen ejemplo, sin que haya tiempo para el aburrimiento.
Y en estos tiempos quizá deberíamos aprovechar para retornar a las raíces del cine, experimentando, como lo hace el director, visual y, sobre todo, por medio de la palabra y el juego de espejos.
Lo convencional no tiene cabida aquí. O sí, pero desde una perspectiva postmoderna e irónica.




viernes, 20 de octubre de 2017

FEDERICO LUPPI Y UN LUGAR EN EL MUNDO


Tendría unos veinte años. Fue entonces cuando vi Un lugar en el mundo. Descubrí a un gran actor: Federico Luppi. Luego, disfruté de muchas de sus películas, de un talento enorme, difícil de explicar, porque el talento o se tiene o no se tiene. Pero, sobre todo, construyó en mi imaginario una conciencia social y política que, con todas mis contradicciones y miedos -la realidad siempre te obliga a traicionar tus sueños-, nunca he perdido del todo. Siempre formará parte de mi memoria y de mis emociones más íntimas.

Luppi ha muerto. Y lo han insultado. Y, por eso, me he indignado. He leído comentarios en Argentina y en España, tachándole de maltratador, recordando sus amistades con Chávez o el comunismo, echando mierda sobre un muerto. No le perdonan que apoyara a los Kirchner y criticará al corrupto Macri y un sistema económico vergonzoso.




Esta es la sociedad que tenemos allí, aquí y en todos los sitios. Hay gente cobarde, inútil, estúpida, ignorante, porque hay empresarios, políticos, periodistas, jueces que los manipulan, como quieren y cuando quieren, con banderas y sin ellas. Dan asco.



Sí, sé que también hay gente con dignidad que lucha cada día por decir que este mundo es injusto y que deberíamos cambiarlo. Muchos de ellos, sólo se dan cuenta, lamentablemente, cuando les afecta directamente. Otros lo vemos todos los días. No necesitamos un 155 o el cierre de una televisión pública o que metan en la cárcel a dos de los nuestros o que quemen nuestros bosques o que levanten un muro en el centro de Murcia. No necesitamos el asesinato de un Santiago Maldonado o el recorte de derechos y libertades. Ha existido siempre. Sigue existiendo. Y seguirá existiendo, porque los cobardes, los inútiles, los estúpidos y los ignorantes mirarán a otro lado o jalearán al sistema, el mismo que los esquilma y les roba. A otros, impotentes, sólo nos quedará gritar, llorar, protestar, reflexionar o, de vez en cuando, un corte de mangas...

Un lugar en el mundo va de dignidad. De hombres y mujeres, que quieren un mundo mejor y lo encuentran, aunque sólo sea durante un breve instante.




Al final de la película, después de una carrera entre un carro y un tren, el amigo y el hijo del personaje que interpreta Federico Luppi, -simbolizan, en esa secuencia, los que luchan sin armas, con ideales, frente a los poderosos- consiguen una pequeña victoria. El carro ha vencido al tren. El joven levanta el puño; el maduro, el amigo, lo acompaña con un corte de mangas. Y grita: "¡A la mierda!"

Joder, Federico Luppi, eras un actorazo del copón. Y me hubiera gustado conocerte. Y a los que te critican, ¿sabes lo que les digo?

¡Iros a la mierda!

Seguiré buscando mi lugar en el mundo, Federico. Llevo más de veinte años haciéndolo, desde que vi tu película. Aún no lo he encontrado. Y, aunque sólo sea durante un breve instante, espero, -como le sucedió al personaje que interpretas-, poder encontrarlo algún día...