martes, 30 de enero de 2024

PERFECT DAYS

 

"La próxima vez será la próxima vez... Hoy es hoy".

¿Qué es la felicidad? ¿Cuándo una vida es plena o no lo es? ¿No son los pequeños detalles los que hacen que una vida tenga sentido? ¿Y esos instantes, como el movimiento de las hojas de un árbol, que solo suceden una única vez, no hemos de vivirlos intensamente? 

¿El personaje de Perfect days se refugia en los rituales para superar un trauma o una vida anterior frustrante, como insinúa la relación con su hermana o la mención de un padre al que prefiere no volver a ver? Esto no tiene ninguna importancia. El gran acierto es que este personaje hizo una elección: una vida que le permitiera disfrutar de placeres sencillos, aunque otros le consideren lo más bajo en el escalafón social y le desprecien. 

Nos encontramos delante de un ser bondadoso en un mundo clasista, agresivo e infeliz. ¿La bondad emociona? Sí. La sobrina comprueba que limpia urinarios; cuando entiende que él está a gusto, los prejuicios sociales se resquebrajan. La sonrisa los une. 

Días perfectos es levantarse todas las mañanas, mirar al cielo y observar el mundo como si fuera nuevo. Días perfectos es sonreír al paso del tiempo, aceptarlo, hacerlo tuyo, como solo Oriente sabe transmitirnos. Días perfectos es lavar urinarios públicos y hacerlo lo mejor posible, porque las cosas bien hechas te hacen sentirte bien. Días perfectos es leer un buen libro, fotografiar un rayo del sol, escuchar una buena canción, beber un café, cuidar de tus plantas, sonreír a un niño, pasear en bici, no tener miedo... Días perfectos es soñar y abrir los ojos por la mañana como si volvieras a nacer...

Siempre queda la opción de vivir otra vida, cambiar el rumbo, arriesgar... pero solo si llega sin forzar, sin desearla demasiado, sin perseguirla desesperadamente. El presente hay que disfrutarlo; el futuro... "la próxima vez será la próxima vez". 

Todos queremos ser felices. Todos, aunque a veces no lo parezca, aspiramos a la bondad. 

Wenders y Takasaki han creado un personaje que busca esa utopía. 

Pensé al ver el final de Perfect days en el último plano de Jackie Brown de Tarantino.

Sí hay parecidos; ambos conducen y escuchan una canción. Sin embargo, hay más tristeza en el personaje de Tarantino, aunque la vida de la protagonista sea a partir de ahora una gran aventura. El capitalismo no deja otra salida: la insatisfacción permanente.

No, en Perfect days, aunque en su plano final haya lágrimas, reconocemos la felicidad; está ahí, en el rostro de este personaje bondadoso, tierno, optimista...

El sol sale; un nuevo día comienza...



domingo, 14 de enero de 2024

EL BOSQUE

 


¿Por qué llevaban calcetines los bailarines?

¿Por razones prácticas? ¿Para evitar perder el equilibrio en un suelo de linóleo? ¿Si hubieran bailado con los pies desnudos, nos hubiera emocionado más? Esta duda existencial no me deja vivir...

¿Qué hacía en esta obra -que busca la intimidad- una parte tan extensa, donde se impone la música disco y tecno con gestos, ideas o movimientos que me recordaban a Crepúsculo? ¿Querían provocar desagrado? En ese momento deseé tener fiebre y no solo tos; lo hubiera llevado mejor... 

Allí estaba Orfeo. Si aparece un músico en un bosque es que es Orfeo, aunque toque con un piano y una guitarra electrónica... Y los tres espíritus se dejaban llevar por esa melodía o la escuchaban extasiados... Hubo un momento en que pensé que el músico sería devorado por los espíritus, pero luego recordé que no, que fueron mujeres, seres humanos, quienes lo descuartizaron. 

Nos evitamos ese epílogo tan cruento. Aunque a mí no me hubiera importado... Le hubiera dado muchísima intensidad dramática...

Hay un trabajo y una preparación brutal en esta obra. Notas y observas el sudor de los bailarines y todos los detalles, hasta los más nimios, para expresar a lo largo de una hora ideas o emociones primarias. 

A mí me pareció un bosque gallego; pero es mi percepción... en mi opinión solo los bosques gallegos conservan ese hálito de misterio y fantasía. 

Así que dicen que el fin del mundo está cerca. 

Que en dos meses subirán los precios -más, todavía-; que Gaza y Yemen solo es el comienzo de una conflagración mundial; que hay meteoritos en camino... 

Quizá tengamos que recibirlo bailando... 

viernes, 5 de enero de 2024

LAS CHICAS ESTÁN BIEN, BARBIE, OPPENHEIMER Y SECRETOS DE UN ESCÁNDALO: FEMINISMO Y EL FIN DEL MUNDO

 


Las cuatro películas que he visto durante estos días de descanso merecen unas palabras. Ninguna es perfecta; alguna lo busca; otra disfruta siendo sencilla. 

Barbie de Greta Gerwig funciona bien como divertimento feminista. Como en Las chicas están bien, el protagonismo femenino de las dos -actrices y dirección- abre nuevas perspectivas a los temas de siempre: la muerte, la soledad, el amor, la aventura de vivir. 

En Barbie se inventa un mundo paralelo donde las mujeres dirigen, toman decisiones y los hombres quedan fuera de las esferas del poder, son ninguneados: se necesita el choque con la realidad para que tanto ellos como ellas den un giro y tomen conciencia de sí mismos, rompan los estereotipos de masculinidad, feminidad, familia, relaciones de pareja. La estética es kitsch; el humor no va muy lejos; le falta mucha más mala leche.

Las chicas están bien de Itxaso Arana elige otro tono; se apoya en un estilo muy definido: el de Jonás Trueba. Esta vez quienes escriben son ellas: cinco actrices que cuentan sus recuerdos e impresiones en medio del ensayo de una obra de teatro. Es un cuento tradicional desde una mirada femenina. Es agradable, amable y tierna, sin que haya ningún tipo de pretensión. Toca temas fundamentales, sin que nos demos cuenta. Deja una buena impresión, sin que vaya más allá. Como Jonas Trueba. 


Se agradece este tipo de cine sencillo y libre, aunque siempre me gustaría que profundizara, que arriesgara y se abriera en carnes, que fuera menos amable y más doloroso.

Secretos de un escándalo es más compleja. Todd Haynes sabe medir los tiempos. Hay una reflexión sobre la mentira y la verdad; profundiza en un aspecto que una sociedad, cualquiera, aunque se enorgullezca de su igualdad, no admite tan bien: una mujer que se enamora de un adolescente. Años después, los tres personajes -la actriz que va a representar a esa mujer en una película y los dos implicados, con más años a sus espaldas y tres hijos- se mueven en aguas enfangadas. Asistimos a una falsedad medida, a una cotidianidad resbaladiza. La interpretación de las dos -la protagonista y la actriz que hará su papel- juega con la ambigüedad; no hay un final feliz que satisfaga a ambas, ni quien parece más frágil lo es tanto, en el fondo. 

El último plano son tres tomas de ese rodaje, ya en marcha. Y cuando la actriz pide otra toma para conseguir más veracidad, Todd Haynes corta. ¿Hemos asistido a una sucesión de mentiras? ¿Es posible que hubiéramos visto la verdad en esa última representación? 

Oppenheimer de Nolan es un tour de force brutal. 


En tres horas se nos da tanta información, que casi parece imposible que la podamos asimilar. Sin embargo, sí se consigue. El guión está bien construido y, excepto en el tramo final, con un personaje secundario, un antihéroe, que pierde fuelle en cuanto muestra sus cartas, la película mantiene un buen ritmo. 

Y si el tema principal de las otras tres era el feminismo, aquí, tal vez, sea el fin del mundo. La primera vez que se hizo estallar una bomba atómica fue un mes antes de Hiroshima y Nagasaki en una prueba en los Álamos. Esa parte, tal como se cuenta, es, sin duda, lo mejor de la película. Hay un antes y un después y el director nos lo hace saber con una planificación que te atrapa como una tela de araña. 

La perspectiva cambia; a partir de ese momento la conciencia del personaje se rebela. Su realidad ya no es tan firme. Eso es más interesante que todo el juicio posterior que le aparta del poder, promovido por ese antagonista mediocre. 

Al final, el mayor enemigo de Oppenheimer es él mismo. En la conversación final con Einstein se pregunta: ¿Hemos destruido el mundo? Sí, lo hemos hecho; hemos puesto la primera piedra, al menos, para que eso ocurra, nos asegura.

El último plano es una imagen del apocalipsis que nos espera. 

Barbie y Las chicas están bien miran al presente; Secretos de un escándalo al pasado. 

Oppenheimer es posible que esté mostrando nuestro futuro.  


jueves, 4 de enero de 2024

TODOS MIENTEN... TODOS MENTIMOS

 


En junio del año pasado tuvimos que hacer entrevistas a cinco adolescentes; se abrió un expediente por posible acoso escolar. Al final llegamos, mi compañera y yo, a la conclusión de que no existía nada tan grave y quedó archivado. 

Lo más interesante, sin embargo, fue asistir al espectáculo de la mentira. Sí, todos mentían; algunos lo hacían para protegerse, otros para proteger a una amiga/o, y la mayoría, porque, pasados unos días, habían olvidado detalles. No necesitábamos ADN ni técnicas sofisticadas; bastaba con contrastar los testimonios de unos y otros. Evitamos una segunda tanda de "interrogatorio"; seguramente las contradicciones hubieran sido mayores y las mentiras más y más elaboradas. 

Cada vez que los vuelvo a ver, a cada uno de ellos, en los pasillos, en las clases, recuerdo la entrevista que les hice. Yo sé que mintieron; ellos, también. Seguramente siguen mintiendo... Imagino que yo también... 

Al ver el penúltimo capítulo de la segunda temporada de Todos mienten -estrenado hoy en Movistar-, las he recordado. Por supuesto no es igual verlo desde el papel de "entrevistador" o "policía", que ser el testigo o el "culpable" o el/la "colaboradora" o "encubridora". 

Podría pensar que lo mío era más cutre; no tanto. En Todos mienten, es cierto, casi todos son adultos -aunque parezcan, a veces, niños o adolescentes- y ocultan la autoría de dos asesinatos. El guión es elaborado y visualmente el producto tiene buena factura, pero si lo hubieran hecho con mis entrevistas, no hubiera habido mucha diferencia. Un buen guionista sacaría partido de lo que yo escuché... aunque no hubiera muertos. 

Cuando mentimos, pensamos que hilamos fino y que nadie nos va a descubrir. Si lo observamos con cierta objetividad, generalmente, todo es ridículo e inútil: siempre hubiera sido mejor decir la verdad. La mentira, eso nos dicen, tiene las patas muy cortas. Eso sí, no hubiera sido tan divertido o tan retorcido ni hubiera dado para una serie de televisión. 

¿Por qué mentimos? Los personajes de Todos mienten forman parte de una clase media con un buen nivel adquisitivo; en mi caso los adolescentes pertenecen a familias desestructuradas y tienen dificultades económicas graves. Da igual; quieren lo mismo: proteger lo que tienen, aunque sea ridículo o fútil para el que lo juzgue desde la distancia. 

¿La mentira nos ayuda más que la verdad para sobrevivir, para conseguir mantener lo que poseemos, sea una casa, un trabajo, un nivel de vida, una pareja? Además, mentimos porque olvidamos o deseamos olvidar, porque confundimos la realidad con los sueños o el mundo paralelo que hemos concebido, porque, si no, si dijéramos la verdad, o no la ocultáramos, la convivencia con los compañeros, con la pareja se haría insoportable; porque necesitamos contarnos una versión de los hechos que guste o agrade a los familiares o a los amigos o que nos haga quedar bien o que nos justifique, sin más. 

¿La verdad no existe? Es posible. Socrates y los sofistas introdujeron este debate en la cultura occidental. Quizá Rashomon de Kurasawa, basado en un relato corto de Kutagawa, desde otra perspectiva, es la película que mejor cuenta nuestras contradicciones y ambigüedades morales.
 




Mankiewicz, en casi todas sus películas, nos mostraba que la percepción de un hecho, sea el que sea, siempre es poliédrica. 


Somos mentirosos; nuestro cerebro necesita la mentira -la biología lo corrobora; por eso, nos gusta a todos que nos cuenten historias, ¿verdad?-. La diferencia es dónde ponemos los límites. Hay quien miente para proteger a su hija o a una propiedad o a su pareja. Hay quien miente para no enfrentarse a sus propios demonios. Hay quien miente porque quiere hacer daño. Hay quien miente para estar vivo. Hay quien miente contando solo una parte de la realidad y ocultando otra. Hay quien miente e inventa historias. Hay quien miente y ni se da cuenta...

¿En esta época mentimos más que en otras? Tal vez simplemente somos más conscientes de que lo hacemos, aunque lo neguemos: en el chat, en el wasap, en internet, en las clases, en los pasillos, en la calle, en las tiendas... En la televisión, en el cine... entre los políticos, los actores, los periodistas... 

¿Es lo mismo una mentirijilla, que no hace daño a nadie o solo forma parte de un juego privado, que las grandes mentiras que matan a miles o millones de personas? No, claro, no es lo mismo. ¿O quizá sí?

No lo duden. He mentido en esta entrada, aunque ni siquiera yo mismo sepa dónde lo he hecho... 

lunes, 1 de enero de 2024

FALLEN LEAVES DE AKI KAURISMAKI

 


Si mencionas a Kaurismaki siempre se te vienen a la cabeza conceptos muy simples: sobriedad expresiva, sencillez argumental, conflictos sociales desde una perspectiva crítica, humor seco con aroma a cine mudo, cinefilia elegante. 

Hay eso y mucho más en un cineasta que hace mucho encontró un estilo propio que le distingue del resto de su generación. Es un creador inclasificable, singular, único; es un director contenido, minimalista.

En Fallen Leaves recoge todo esto para destilarlo, sin dejar de contarnos uno de sus cuentos modernos, no exentos de moraleja. 

La cinefilia la encontramos en los carteles de cine: desde Breve encuentro hasta Fat City pasando por Pierrot el loco y Rocco y sus hermanos. Los protagonistas tienen su primera cita en una película de Jim Jarmusch. El plano final es un homenaje, nada velado, a Tiempos modernos de Chaplin; en este caso, con perro, incluido.

Su peculiar humor es uno de esos rasgos que le caracterizan; cada cierto tiempo, de repente, añade un toque, una frase, un gesto que suaviza las aristas de lo que se esté contando. Porque, al final, de lo que se habla es de la historia de dos personas normales que viven al borde del precipicio, con trabajos precarios, obligadas a reinventarse, en una Finlandia gélida, en un otoño frío, y con un mundo en guerra, aunque esta parezca lejana. 

La insistencia en la guerra de Ucrania, donde Rusia aparece como el único culpable, tal vez sea su única debilidad. Con el paso del tiempo, ahora uno no piensa en esa guerra, sino en otras, como la de Gaza, cuando escucha en numerosas escenas las noticias de la radio.

Sigue teniendo talento para narrar mucho en un solo plano, sin palabras: por ejemplo, si te llega una factura y no tienes dinero, con que la protagonista apague la radio y la luz, basta para decírnoslo. Las visitas a los bares y las canciones que escuchan -el alcoholismo es otro de los temas-, puede ser una válvula de escape para personas solitarias y tristes y nos lo cuenta, sin necesidad de enfatizarlo en exceso. La escasa expresividad y los silencios de los personajes dicen mucho más que largas parrafadas. O, por citar una frase genial: 

-Bebo, porque estoy deprimido; estoy deprimido, porque bebo... 

-Parece un círculo... 

Lo que vemos es una historia sencilla de dos personajes que quieren ser felices. Y, sí, también se habla de solidaridad, humanidad. Optimismo antropológico: así podríamos definir todo el cine de este finlandés. O una bendita ingenuidad, que, sin duda, uno, escéptico consumado, agradece. 

El ser humano merece existir, eso nos dice Kaurismaki. 

Al menos, mientras disfrutamos de sus películas, creemos en ello. 


FINALES DE CINE Y COMIENZOS (y XI): LA ROSA PÚRPURA DE WOODY ALLEN

 

Mi gato, Yume, descansa. 

El sol le acaricia; lo recibe como un regalo. 

Cierra los ojos.


Jano, el dios de las dos caras lo sabía. Somos como el ave fenix; mientras respiremos, mientras nuestro corazón lata y nuestro cerebro imagine palabras y emociones. 

Hay finales que son comienzos.

Fue la última película de Clark Gable y Marilyn Monroe: The Misfits; escrita por Arthur Miller como un regalo para ella: un regalo envenenado, porque el personaje que interpreta es, sin duda, la Norma Jean vulnerable y frágil que acabaría suicidándose. Es una historia de perdedores -Gable moriría a la semana de rodaje por un infarto; Clift, alcoholizado; y sus personajes son un reflejo de ese dolor y esa tristeza-. Por eso, tal vez, un final tan esperanzador te emociona tanto. 

El sur de Víctor Erice empieza por el final. 

¿Qué le espera en el sur a la protagonista después del suicidio de su padre? ¿Un aprendizaje vital? No lo sabemos; Erice hubiera querido contarlo, pero no pudo. Tal vez nos baste con imaginarlo... 


En El sol del membrillo el final es luz y crecimiento. El cine que alimenta los sueños y refleja el paso del tiempo. Y la primavera, que siempre llega. 

El mundo de Apu es la tercera parte de una trilogía de Ray. La vida de Apu comienza con una infancia en la que la figura de la madre es esencial; luego, llega la adolescencia donde se imponen las ansias de libertad. Finalmente, en esta tercera, asistimos a la madurez del personaje. 

Sin quererlo, se casa con una mujer a la que acabará amando, pero en el parto ella muere. Apu culpa al niño de la muerte de su amada y lo abandona junto a sus abuelos. Sin embargo, unos años después, vuelve. Quiere cerrar heridas. Sin darse cuenta, ha regresado, para asumir su paternidad, pero, por un lado, él tiene que perdonarse a sí mismo y, por otro, debe ser el niño quien le acepte como padre. 

Apu espera, desea que el niño se acerque. El niño duda. El padre lo anima. Se abrazan; ya no volverán a separarse. 

Los Dardenne dan a Rosetta una oportunidad. Una vida en la marginalidad ha convertido a nuestra protagonista en un monstruo que solo sobrevive, con escasos medios, tras una coraza insensible, llena de ira. Las lágrimas finales la convierten en un ser humano.

Hay un comienzo en la sonrisa y la mirada de esa joven a la que Marcelo no puede escuchar en La dolce vita de Fellini: la ingenuidad y la inocencia y, al otro lado, una sociedad superficial y corrompida. 

No olvido el buen consejo de Nanni Moretti en Caro diario. Un vaso de agua se transforma en un canto a la vida. 

En Antes del atardecer dirigido por Linklater y colaboración en el guión de ambos actores, tenemos a Julie Delpy marcándose un baile, seduciendo a su compañero. 

Vas a perder el avión -dice ella-. 

Lo sé -responde él-...

En Eternal sunshine of the spot de Michel Gondry y Charlie Kaufmann, tras intentar olvidar su fracasada relación -borrando sus recuerdos; ¡qué ilusos!, ¿no sabemos todos que sin memoria no tenemos identidad?-, de nuevo los dos protagonistas, reconociéndose a su pesar, volverán a intentarlo. El Ok final es una apuesta. ¿No es eso siempre amar: arriesgar? 

En la calumnia de William Wyler, basada en la obra de teatro de Lillian Hellman, el personaje que interpreta Audrey Hepburn ha perdido a su mejor amiga, que se suicidó: víctima de los rumores de una sociedad pacata e hipócrita, víctima de sí misma, incapaz de aceptar sus emociones y su identidad sexual. ¡Solo dos generaciones nos separan de estas tragedias que eran, no hace tanto tiempo, cotidianas! 

La mirada de Audrey Hepburn, su dignidad, despreciando a todos, caminando sola, orgullosa, segura de sí misma, no es un final, sino un comienzo brillante, espléndido.


De Woody Allen hay muchos finales que recordar. La despedida y Manhattan con la música de Gershwin es inolvidable. Solo por ese final Woody Allen formará parte para siempre de la historia del cine. 

También me gustan los de Macht point o el de Annie Hall...

O el de Septiembre, con cierto parecido al Tío Vania de Chejov o su adaptación de Malle o el Drive my car... 

Pero el que más me emociona termina en una pantalla de cine. 

El lugar que, en muchos malos momentos, me permitió, como a la protagonista de La rosa púrpura del Cairo, sonreír, seguir adelante y comenzar de nuevo...


Yume abre los ojos y me mira.