jueves, 31 de diciembre de 2020

KIESLOWSKI V: NO AMARÁS


No amarás. 

La vi siendo todavía un adolescente. El tema de la película era evidente: el amor existe. 

"El amor no existe", dice la protagonista. Se equivoca... 

Como en No matarás hubo un capítulo y una película paralelas. Y las diferencias son más notables. 
No aparece tanto en la estructura -una idea genial- que no cambia en líneas generales; pasa del punto de vista de él, Tomek, un joven ingenuo de 19 años, un voyeur enamorado, al de ella, Magda, mujer escéptica, al borde de los cuarenta; que toma conciencia de su soledad, en una parte final, contada de manera maravillosa por Kieslowski, con gran talento y delicadeza. 

Las interpretaciones son ligeramente diferentes; los detalles, recortados en la versión reducida para televisión, tienen más importancia en el tono y desarrollo de lo que parece en un principio, y te conducen, sobre todo, a otro final. Más optimista o esperanzador. O, por decirlo con otras palabras, abre la puerta al sueño. 

Termina no, como en la serie, con una sonrisa triste que certifica el final de una historia y la constatación de una realidad cruel y desoladora, sino con una caricia tierna y sutil que enlaza pasado y futuro. 

Ha transcurrido el tiempo. He amado. He vivido. Como todos. Ha habido más dolor que felicidad, más tristezas que alegrías en esos amores. Aún sigue habiendo más dolor que felicidad, hoy mismo, echándola muchísimo de menos, sin certezas de que ella sienta lo mismo. 

Y aún así, seguiré amando, tal vez, sin esperanza. Aunque duela... y mucho. Aunque el riesgo te haga sufrir. No puedo evitarlo. 

Creo en el amor... aunque me mate. Porque sin él, la vida no tiene sentido. 

¡Feliz 2021!


KIESLOWSKI IV: DECALOGO I-V

 


Siempre he pensado, desde la primera vez que los vi, que Kieslowski alcanza su madurez en los capítulos del Decálogo, serie rodada para la televisión polaca en 1988, una revisión moderna de los diez mandamientos. Incluso me emocionan más que sus películas francesas. Es cierto que estas son perfectas y deslumbran por su brillantez, pero me gusta esa "aparente" rudeza estética del Decálogo; me permite sentir y acercarme mejor a las historias que cuenta. 

En el primer mandamiento, la reflexión gira alrededor de la muerte y Dios. Un niño morirá. Es, tal vez, la más religiosa. Parecería una crítica a la ciencia y a su fiabilidad frente a la grandeza de Dios. No logra interesarme como otras, tal vez, por esta razón. Sin embargo, sus imágenes son tan poderosas como en el resto y la reflexión -minuto 5 del enlace- sobre la muerte es una perfecta síntesis de la mirada de Kieslowski. 


En realidad, nada, ni siquiera la ciencia puede salvarnos del azar, del destino, de la fragilidad de la existencia humana, tan frágil como la capa de hielo en un lago. 

En el segundo la historia gira en torno a dos personajes: un médico y una mujer que debe decidir si aborta o no. De nuevo la ciencia, como algo falible y la vida, imprevisible. Y la mentira, a veces, muy necesaria. 


En el tercero, una mujer, a lo largo del día de Nochebuena, consigue estar con el hombre que amó, ya casado y con hijos. Es un recorrido por la oscuridad de nuestros deseos y el dolor de los recuerdos. 


El cuarto te atrapa desde el principio. Lo que parece ser una relación convencional entre padre e hija va mucho más allá, cuando ella descubre una carta escrita por la madre, antes de morir. Es una película sencilla, con dos personajes que se aman y deben decidir cómo lo harán a partir de entonces. 


Y finalmente, una maravilla. La quinta fue también estrenada como película. No matarás. ¿Qué decir de uno de los mejores alegatos contra la pena de muerte? Un guión medido, equilibrado, con tres personajes que se cruzan una mañana de invierno. El asesinato será el final de esa primera parte; después, elipsis. No vemos el juicio, pero sí las consecuencias. Y, sobre todo, la ejecución. 


Si al principio la historia se mueve entre los tres personajes: el joven -un chico obsesionado, perdido, sensible-, el taxista -una víctima con la que no congeniamos, porque es un tipo desagradable, pero, en cambio, creíble y humano- y el abogado idealista, al final el punto de vista será el de este último.  


Su mirada será la nuestra; su rabia, su desesperación ante dos muertes sin sentido también es la nuestra. Nos emociona y nos deja heridos. Sin remedio. 

sábado, 26 de diciembre de 2020

KIESLOWSKI III: PELICULAS DE TRANSICION, El AZAR Y SIN FIN.


En primer lugar, dos películas de transición, reflejos de la situación política e histórica: la Polonia de los años setenta y ochenta. 

Paz y tranquilidad, título irónico. Un conflicto laboral en medio de los sueños de un tipo normal, salido de la cárcel, imposibles de reconciliar con el egoísmo de un jefe corrupto y la actitud inflexible de unos compañeros que no admiten medias tintas y exigen derechos en tiempos convulsos. 

El otro, Una corta jornada laboral, la descripción detallada de unos acontecimientos reales: protestas ocurridas en 1975 y 1981 por la inflaccion y la subida de precios. Y la represión posterior. El protagonista, en voz en off, cuenta sus dudas; es un mando intermedio que busca, sobre todo, salir del embrollo. 

En ambas, aparece una mirada sobre el principio del fin del comunismo. Externa. La mirada interior y sus consecuencias emocionales en la vida de la gente común llegará en obras posteriores. 

El azar se rodó en ese mismo año, 1981, pero la censura impidió que se estrenará hasta 1987. 

Una situación como la de subir o no a un tren le sirve a Kieslowski para que el personaje principal tenga tres vidas muy diferentes. La política tiene un papel fundamental -en una de esas vidas es comunista, en otra, opositor, en la tercera, equidistante-, pero ya encontramos ideas claves en su filmografia -la casualidad o el destino, personajes que se cruzan o no, decisiones que marcan nuestra vida sin que lo sepamos, metáforas, como aquí, los malabaristas; el amor como motor, salvación o decepción-. 

La planificación es la de una obra de ficción, incluido el papel de la música, que, por primera vez, nos ayuda a profundizar en las emociones de los personajes, aunque todavía no llegue a alcanzar la altura y calidad de obras posteriores. 


Sin fin es un cambio de lenguaje profundo y definitivo. Han pasado 4 años. Se incorporan a su equipo el músico Preisner y el guionista Piesiewicz. La estética es, por tanto, mucho más cuidada. 

El tema de la película -una mujer, Ulla, que descubre tras la muerte de su marido algunos de sus secretos- y otros detalles te recuerdan enseguida a Azul. Hay una parte política -entre medias está el toque de queda de los años 81-83-, pero es solo la tramoya. Los cambios y transformaciones de los personajes y de la protagonista son ya interiores. 

La sexualidad y sensibilidad femenina aparece por primera vez en el cine de Kieslowski y lo hace, a veces, de manera descarnada. La tenemos en el plano sexual  -la relación puntual con un extraño y una masturbación-, pero, sobre todo, en el terreno emocional.

Tres planos. 

Ulla -una maravillosa Grazyna Szapolowska-, con una vela, en un cementerio iluminado, de noche, mira a cámara. Se dirige a su marido muerto, al que puede ver; ella ya está fuera de nuestra realidad, más cerca de su marido que de su hijo: "Te quiero". 

El gas, encendido; interior del horno, negro, infinito. 

Ulla, de espaldas, llora. La cámara se aleja. Música de Preisner. 

Algunos de estos personajes - la mujer, el marido muerto que continúa presente físicamente, el niño, el abogado-, volverán a aparecer en los capítulos del Decálogo. 

Ya tenemos al director y a sus personajes. Y el dolor y la soledad y la tristeza y la desesperación y la muerte: su humanismo, en esencia, espiritual, poético y filosófico.

viernes, 25 de diciembre de 2020

KIESLOWSKI II: PRIMEROS LARGOMETRAJES

 


El primero sería, más bien, un mediometraje, El personal. 

Un joven entra como ayudante de vestuario en las bambalinas de un teatro. Aún reconocemos al Kieslowski documentalista, cuando vemos una asamblea de trabajadores en plena acción o elige un formato visual, con la cámara en mano, captando los entresijos de ese microcosmos. 


Pero es una obra de ficción y tenemos un conflicto ético. El personaje deberá tomar una decisión: integrarse en el sistema, aceptar las reglas de juego, que suponen, en su caso, traicionar a un amigo, -aunque eso le dará oportunidad de ofrecer y aportar su pasión y su talento a otras personas, haciendo realidad su sueño- o ser apartado como un paria. 


El último plano, fijo, con una luz tenue, sutil, cuidada, al más puro estilo Kieslowski, es un final abierto. Habrá un antes y un después de esa decisión... 

En su primer largometraje, La cicatriz, no desaparece tampoco el tono documental. La vemos en las reuniones y en el formato sobrio, al que nos tiene acostumbrados. 

Esta es la historia de un arquitecto y de los intereses urbanísticos que rondan alrededor de un proyecto controvertido, el cual defiende, a pesar de las concesiones que debe hacer para que salga adelante.


Nos cuentan también de manera muy tangencial una historia del pasado. Dejó una huella profunda en su familia; en su esposa o en su hija, obligada a abortar. 

Y, claro, la corrupción de las instituciones está ahí. 

Quizá el mensaje está resumido en la última conversación con el periodista, un tipo íntegro, que quiere dar a conocer esa realidad ocultada por los burucratas de turno. "¿Cuándo dejó de hacer lo que quería?", le pregunta. El protagonista no tiene respuesta. 

Al final, es defenestrado y encuentra en su nieto, en el entorno familiar, la libertad; quizá, la única posible en ese entorno podrido... 

En El aficionado, el carácter documental aparece reflejado en el mismo protagonista. Un hombre normal, con una vida tranquila, que acaba transformada por una pasión: la del cine. 

Empieza a rodar documentales; se decide por contar lo que le rodea: primero, graba a su familia y amigos. Después, la fábrica donde trabaja. Al final, cuando otros comienzan a interesarse por su trabajo, el entorno, el barrio, la ciudad. Pierde a su familia en el camino, pero lo acepta a cambio de la pasión que ocupa toda su vida. 

La corrupción sale a la luz, y empieza a sentirse como un artista, dispuesto a denunciar las carencias que contempla, con una mirada personal; pero nada es tan simple. El director de la fábrica no es un explotador ni un censor de la creatividad del protagonista; en realidad, es un tipo muy consciente de los engranajes del sistema: si quieres conseguir algo en este mundo, debes sacrificar tu libertad. No hay absolutos. No hay buenos ni malos. 


El último plano es el giro final que sólo un talento como el de Kieslowski haría. Si no puedes contar lo que hay a tu alrededor con absoluta libertad creativa -de eso seguramente él mismo era muy consciente-, porque todo tiene sus consecuencias y hay gente que es sacrificada o a la que decepcionas, quizá lo único que queda es girar la cámara y contar tu propia historia. 

Hay mucho más, sin duda, en una obra con múltiples interpretaciones, que nos recuerda ya sus obras de madurez. 

Cuando un amigo, que acaba de perder a su madre, le pide a nuestro protagonista ver lo que rodó unos días antes, de manera mágica se da cuenta, toma conciencia de qué es el cine. 

Ha recuperado a su madre; la ha vuelto a ver, viva... Y le dice, emocionado.

"Lo que haces es hermoso"...

jueves, 24 de diciembre de 2020

UN PÁJARO EXTRAÑO

 


Hace seis años la Navidad dejó de existir. 

Quedan algunos rituales, huecos, vacíos; huellas inútiles que dejamos en la tierra húmeda. Se niegan a desaparecer: poemas imaginados, sueños de un niño. Alguna felicitación, cenas sobrias, la visita a su tumba el día de Navidad, las uvas; el miedo de Yume, nuestro gato, a los petardos, el roscón...

Una nueva familia le daría sentido; una pareja, un hijo... Improbable; más bien, parece imposible.  ¿Pensará ella en mí?... 

"Sé feliz", me dicen. La felicidad es un pájaro extraño, ajeno, distante... La encuentras en una rama, al borde del precipicio.

Vuelvo a leer La vergüenza de Annie Ernaux. También sentí vergüenza, hace mucho tiempo. Me refugié entonces en la cultura, en el cine, en los libros... 

Mi madre, en cambio, se negaba a desaparecer; recreaba un mundo, lo hacía suyo, lo compartía con nosotros. En ese tiempo la observaba escéptico, muy lejos... Los excesos, la comida y bebida a granel, las espumas y el ruido; letras absurdas de villancicos, conversaciones ridículas, chistes tontos; decoración navideña, el belén, espacios teatrales. 

Sí, se representaba una obra...

Escenas de entonces, tristezas del porvenir... 

Rituales, recuerdos que se difuminan, se pierden... Palabras y cuerpos desenfocados... 

Quedan el olvido, el paso del tiempo, la muerte...

Los echo de menos... 


miércoles, 23 de diciembre de 2020

HONG SANG SOO: SENCILLEZ Y PROFUNDIDAD



Si algo sorprende cuando descubres el cine de Hong Sang Soo, es la sencillez de sus historias.

Siempre encuentras los mismos elementos: relaciones de pareja, amistades, largas conversaciones en restaurantes -mientras se come muy bien y se bebe, casi siempre demasiado... Eso libera a los personajes de la ferrea educación oriental y les anima a cometer excesos verbales, o de otro tipo, de los que se arrepienten muchas veces-. 

Hay también desde el principio de su filmografía un interés por la repetición o la rima. Observar el mismo hecho desde diferentes perspectivas o con finales alternativos e historias paralelas en las que los mismos actores o idéntico espacio sirven para contar algo parecido o completamente diferente. Volver al pasado, a un pasado del que queremos alejarnos, pero al que necesitamos regresar, es otra de sus obsesiones. El tiempo y el espacio es el mismo y siempre es diferente.

Nos parece que estamos ante historias sencillas en las que trabaja con pocos espacios, cuatro o cinco personajes y escasos medios y, sin embargo, el guion, la clave de toda obra, gira sobre sí mismo y nos sorprende volviendo al mismo punto. Al final, resulta que todo era más complejo y profundo de lo que pensábamos. En este caso, más que en ningún otro director, las apariencias engañan... 

Si al principio de su filmografía los personajes masculinos tenían más presencia, en sus últimas películas son ellas las que construyen la narrativa. Tal vez, en este caso, tengamos que hablar de una madurez; todos sabemos que ellas, como personajes, son más complejas e interesantes. Contradictorias, saben y no saben lo que quieren. Han tomado decisiones y se arrepienten. Giran sobre sí mismas y vuelven al mismo punto. Sí, siempre dan más juego; sobre todo, si hablamos, del mundo emocional. O de la vida. 

Sería difícil elegir entre su amplia filmografía que mi hermano y yo hemos visto completa en estos últimos dos meses -como Woody Allen ha hecho una película al año y no hay ninguna que esté mal-, pero haré una elección. Elegir es vivir, ya se sabe... 

En Ahora sí, antes no, hay una segunda oportunidad para los personajes. Es un juego que Hong Sang Soo ha hecho desde el principio de su filmografía. Aquí se decide por dos personajes que caminan juntos a lo largo de un día entero en dos historias paralelas. La palabra y los gestos los acercan o los alejan. El azar se encarga del resto. 


En La película de Oki asistimos a un triple juego de miradas; tres películas diferentes se mezclan, tres puntos de vista sobre un mismo hecho, transformado por la perspectiva de cada uno. ¿Cuál es la verdadera? Probablemente todas las miradas lo sean.


En la playa sola de noche sitúa a su actual pareja en el centro de atención, como protagonista central, sin matices. 


No se deja de hablar de ruptura y un amor roto: la decepción, el dolor, la desesperación. 


Es la calidez de la mirada lo que me atrae de esta película. 


En las dos últimas tengo la sensación de que Hong Sang Soo ha empezado a transitar por un camino diferente. 

En la penúltima, El hotel a orillas de un río, aunque aparezcan también sus temas favoritos, el personaje principal es un hombre que va a morir. Y un padre que quiere volver a ver a sus hijos, antes de que eso ocurra. Quizá por primera vez en su filmografía hay una reflexión sobre la muerte y el paso del tiempo.


En la última, La mujer que huyó, las mujeres monopolizan la historia. Una, la protagonista, visita a tres amigas a las que no veía desde hacía tiempo. Cuatro vidas, contadas, como sólo sabe hacerlo un director que domina su oficio como pocos. Sin necesidad de enfatizar o remarcar nada, al final, la sensación es que la vida ha fluido, sin más. 



El último plano del mar; el sonido rítmico de las olas nos lleva de la sencillez a la profundidad de las emociones. 


A la vida. 



domingo, 20 de diciembre de 2020

KIESLOWSKI I: CORTOS Y DOCUMENTALES

 


En marzo de 2021 se cumplirán los 25 años de la muerte de Kieslowski. Dejó tanto en mi hermano como en mí una huella muy profunda. Lamenté su muerte. El paso del tiempo no me ha hecho olvidarla. Su percepción de la realidad era la de un humanista cristiano. Aunque mi elección fuera ya, por entonces, la de un ateísmo consecuente y rebelde, su mirada, cercana, solidaria con el dolor y la soledad, continúa emocionándome. No hay prejuicios en mi relación con Kieslowski. Nunca los hubo. 


Hemos empezado a repasar su obra completa. Tal vez no muchos sepan que antes de la ficción hizo documentales para la televisión polaca.


En su primera etapa, en la escuela de cine, rodó varios cortos. Dos historias de amor muy sencillas, una de ellas, El tranvia, 

y un primer documental donde ya aparece la crítica, nada velada, a una burocracia absurda y opresiva: La oficina. 


Al salir de la escuela empieza a rodar documentales. La burocracia, la falta de medios materiales, la incomunicación y la distancia entre el ideal comunista y la realidad a veces aparece con gran crudeza. Para mí destacan dos:
En Currículum Vitae asistimos a un juicio. Un hombre es investigado; puede ser expulsado del Partido. La vida privada no existe. Nada escapa al control del Sistema. 


En El hospital la dureza la vemos en los aspectos formales. Sin música o una planificación cuidada, no esperemos idealizaciones o loas al esfuerzo humano, tan en boga en estos tiempos tan políticamente correctos. Los médicos y enfermeras de Urgencias hacen lo que pueden con lo que tienen. Son humanos, secos, incluso, desagradables, sin dejar de ser excelentes profesionales. Sorprende que, a pesar de la censura, pudiera hacer estos documentales con una libertad que, seguramente, ahora mismo no tendría. El libre mercado impone una censura más sutil: la económica... O el pensamiento amable que contente a todos... 


Después de El hospital empezó a rodar películas de ficción. Y en los pocos documentales que hizo en ese periodo inicial de aprendizaje hay un cambio fundamental. Notamos ya una visión diferente sin que abandone completamente su actitud crítica. 
En Punto de vista de un portero de noche, es decir, lo que llamaríamos ahora un vigilante, tenemos más que la historia de un elemento del engranaje de un sistema represivo, a un personaje de Kieslowski, a un hombre solitario y sin expectativas, mediocre. Le falta tomar conciencia, como sí veremos en sus películas de ficción, para convertirse en un personaje. 
Parte de ese juego de miradas, está en una pregunta repetida a diferentes personas: desde un bebé recién nacido hasta una mujer de 100 años. ¿Qué deseas para el futuro? Cabezas parlantes. 


Las respuestas construyen una visión poliédrica de los deseos de los polacos, a unos años de la caída del Muro. Las personas se convertirán en los años ochenta en el centro de sus historias. Es probable que siempre lo fueran...

En la estación, en el giro final, cuando tras contemplar durante diez minutos a los pasajeros que transitan por una estación de tren, de repente, Kieslowski nos muestra al hombre que vigila, detrás de las cámaras, ese último gesto, nos hace pensar no tanto en la mirada que controla, sino en el propio Kieslowski. Ya no es un documentalista, sino un creador con un mundo propio y personal. 


Y esa será su mirada a partir de entonces. 






lunes, 9 de noviembre de 2020

ANTIDISTURBIOS Y PATRIA

 

Imagino que serán las dos series de este año. Así que, vistas ya, puedo dar una opinión.

Lo haré desde dos perspectivas. La primera será ideológica; la segunda, artística.

Todo producto, toda obra de arte tiene una interpretación política, incluso aunque pretenda ser apolítica. Nadie es completamente objetivo, cuando elige una determinada visión de la realidad. Somos subjetivos y, además, quizá sería necesario que no lo ocultáramos. Y, sin embargo, parece conveniente hacerlo, ya sea porque queramos distanciarnos de cierto arte comprometido, o por razones económicas o sociales; quizá temiendo que ese compromiso nos ponga en un brete o limite nuestra presencia en el mundo.

Las dos series ocultan una visión, pero no lo hacen completamente. Si te fijas con atención, puedes observar lo que hay en la trastienda, los hilos que se mueven...

En Antidisturbios, a pesar de su formato de género -un thriller a la americana que se interesa más por la corrupción institucionalizada-, lo que encontramos es un mensaje muy sencillo: el sistema, el statu quo puede limpiar la podedumbre desde dentro -si no, habría que asumir algo inconcebible, que vivimos en una farsa-, aunque, está claro, tiene sus limitaciones y hay que aceptar ciertas reglas y asumir que no es posible cambiarlo del todo, si quieres medrar y sobrevivir.

Más o menos, como lo han interpretado los americanos desde hace mucho tiempo. 

Que los antidisturbios sean violentos y representantes de la represión más salvaje es sólo una excusa para hablar de otros temas. Que se les intente humanizar es loable y hasta resulta creíble -no pueden evitar ser cómo son- con algún toque de humor al final -el famoso "Piolín"-. 

Quizá hubiera faltado ver la otra parte de manera más compleja -los que luchan contra los desahucios o los inmigrantes sin papeles-, pero entonces el tono hubiera sido otro; estaríamos no ante una serie de género, sino ante otra de carácter social y tal vez, entonces, no hubiera tenido tantos espectadores.


Patria se apoya en una novela, que ya, de por sí misma, es parcial. Nos encontramos ante una perspectiva sobre el conflicto vasco tan respetable como cualquier otra. Quizá el problema es que, del Ebro para abajo es la única que existe, la que se ha alimentado en los medios durante décadas. Tampoco se plantean otras visiones, que existen, y que sería muy interesante que se difundieran. Por el momento, no interesa...

Dejo aquí la de Asier eta biok, muy diferente y, en mi opinión, más interesante. 

ASIER ETA BIOK

En cuanto a Antidisturbios, si asumimos el presupuesto ideológico, nada que objetar. Es una serie que funciona, muy bien dirigida y que se devora con placer. Me surge cierta duda en el desarrollo de alguno de los antidisturbios, pero el personaje central, la investigadora de asuntos internos, te atrapa y no creo, en el fondo, que Sorogoyen busque otra cosa que entretener, y eso lo consigue sin problemas.

En Patria se busca algo más: emocionar. Si asumes los postulados, quizá lo consiga, pero, sin haber leído la novela, lo que veo son estereotipos. Tanto en el planteamiento general sobre el conflicto -los buenos, las víctimas de ETA (que son no sólo los familiares de las víctimas directas, sino también las familias de los presos) frente a ETA, el gran mal- como en los personajes con reacciones y discursos o diálogos, que no me convencen y tampoco encajan con la realidad que conozco. Es cierto que hay otras realidades y otros personajes. Se tiende a la simplificación en el tema y eso empobrece las historias de este tipo. Los grises requieren más tiempo y venden menos... 

Hay una virtud, que, tal vez, también esté en la novela: la estructura -yendo constantemente del pasado al presente- y, además, el papel coral de todos los personajes -un intento, fallido, de que la perspectiva sea múltiple-. Y los actores que,  -sobre todo, las dos madres- hacen creíbles unos personajes que sin esa carga ideológica serían, por sí mismos, bastante interesantes y humanos, muy humanos. 

Errores de dirección artística me parecen más leves. Por supuesto, se habla de tortura - aquí, al menos, hay alguna escena-, de asesinatos del GAL, de manipulación periodística, pero, en general, no se ven. Y eso siempre dejará coja cualquier visión, ya sea porque no se atrevan a mostrarlo con toda su crudeza o porque no encaje en los intereses crematísticos de la serie. 

El discurso ideológico se reduce a estereotipos; un buen ejemplo es la conversación sobre el euskera de un cura con uno de los personajes; ¡cómo si un escritor euskaldun necesitara que le echaran ese sermón! O que no hablen euskera en un pueblo de Guipúzcoa... llamándose a sí mismos euskaldunes... Pero eso, me temo, está ya en la novela y seguramente es uno de sus defectos. Es una novela-tesis con diálogos previsibles e imposibles, ridículos y tendenciosos, si profundizas en este complejo conflicto. 

Tal vez esos diálogos sobran; hay demasiadas palabras y pocos silencios... Por eso, el final es un buen final. 

Imagino que, aunque no se difundan tanto, otros habrán de contar más historias sobre esta tragedia colectiva.

Necesitamos contarlas; porque son muchas las que aún están por llegar. Y no serán el discurso oficial como esta; esperemos que maduren y con el tiempo, sean más complejas.

Como la misma realidad... 


domingo, 18 de octubre de 2020

AYKA Y LA ROSA PURPURA DEL CAIRO

 


Recupero la última entrada. Vuelvo a los finales. 

Acabo de ver una película del 2018, Ayka. 


Es incómoda, brutal, dura. No hay ni siquiera un espacio, una mínima rendija para la esperanza. Bebe, tanto formal como temáticamente, de la tradición que abrieron en los años noventa los hermanos Dardanne, sobre todo con su Rosetta. 



Pero, al menos, allí, las lágrimas encontraban a alguien que las comprendiera, a una persona que se pusiera en su lugar. La empatía, la humanidad llegaba, tarde, pero, al menos, la teníamos al final. 

Aquí, aunque haya algún personaje que nos haga concebir esperanzas, este no puede hacer nada. Hay demasiado dolor y egoísmo; el frío de Moscú te deja helado: la supervivencia, sin más, de una mujer sin trabajo, sin derechos, sin refugio, sin familia que la pueda ayudar, acosada por mafiosos que le exigen un dinero que nunca podrá pagar, con un bebé recién nacido, al que abandona, en un primer momento. Sus lágrimas son el final. 


¿Hay una decisión moral o ética en salvar al niño en esa última escena o es puro instinto maternal, irracional, inútil? Su desesperación sólo encuentra soledad. Nadie la ayudará... 

Después de ver esta película necesito volver al final de La rosa púrpura del Cairo. ¿El cine nos puede salvar? 


Seguramente, no. Hay millones de personas que mueren, morirán en los próximos días, semanas, meses, abandonadas, solas, sin esperanza; sí, es un mundo despiadado el que tenemos, un sistema brutal que sacrifica a millones de personas en el altar de la economía de mercado. Antes y ahora. 

Y, sin embargo, necesitamos la sonrisa final de Mia Farrow, la que imaginó Woody Allen. Necesitamos pensar que el mundo que hemos creado no es tan terrible, que no es una pesadilla concebida por monstruos con rostros humanos; que tal vez la Humanidad tenga su razón de ser, un sentido. Que valga la pena que hayamos existido como especie. 

Necesitamos esa sonrisa... 


domingo, 6 de septiembre de 2020

FINALES



Los finales son importantes. Hay que saber cerrar una historia. En la vida real no es fácil hacerlo y no suelen salir tan bien como en la ficción; por eso, cuando terminan, no nos damos cuenta de que se han acabado o, si nos damos cuenta, ya no somos los mismos y te decepcionan. Tal vez por eso, prefiero el cine.
A veces los finales surgen de repente -aunque haya detrás mucho trabajo-, como en Casablanca. Otras veces se criba, tras horas y horas de una búsqueda infernal. O aparece desde el principio, antes de que haya siquiera una historia que contar.
Puede haber películas terribles con finales maravillosos -si has sido capaz de llegar hasta allí-. O películas muy interesantes o que te atrapan desde el principio con conclusiones decepcionantes, en un primer momento. Un buen ejemplo de este último sería la última película del gran guionista Charles Kaufmann, autor de Olvídate de mí, llamada, no sin retranca, Pienso en el final. Aunque es posible que, en este caso, sea intencionado... Y estemos ante una parodia de Una mente maravillosa... El final es un juego con el espectador metalingüístico, cinéfilo y atrevido.


Estaríamos ante un sueño o una pesadilla con múltiples referencias al mundo de Kaufmann y juegos espacio temporales y, como no puede ser de otra manera, el final es fallido, falso, porque la vida, parece decirnos el autor, o la ficción o el sueño son como son: una representación absurda y surrealista...

Otras veces, no muchas, el final te emociona. Elijo dos clásicos -que he vuelto a disfrutar esta semana-, pero también puede ocurrir con películas más modernas o lejos del engranaje de Hollywood. Si quieres contar algo importante y que deje huella, basta con contarlo de otra manera. Kaufmann lo hace; Wilder y Allen también supieron hacerlo. Y para eso, necesitas un buen final...

Manhattan de Woody Allen.


-"...No todo el mundo se corrompe. Tienes que tener un poco de fe en la gente..."

El apartamento de Billy Wilder.


-La adoro... 
-¡Cállese y reparta!

¡Ay, los finales! El último suspiro de la vida...

PELESJAN: EL CONFLICTO CON EL TIEMPO


El ritmo es un aliado de la memoria, dice Irene Vallejo en su interesante ensayo sobre los libros en la Antigüedad, El infinito en un junco. Aunque se refiera a Homero, encaja perfectamente en la obra del autor armenio Pelesjan.
¿Cómo se podría entender la obra de Pelesjan, sino es a través del ritmo? No hay palabras en su filmografía, sólo montaje y música.
Siempre se apoya en opuestos.
Alegría y tristeza, luz



y sombras,



distancia y unión, pasado y nostalgia -suele utilizar Pelasjan imágenes de archivo- y presente, sobre todo, en su obra más redonda, Nosotros, una mirada hacia su propio pueblo,



realismo y experimentación.



Entre la tierra



y el cielo. 

Observar la realidad es también interpretarla, darle forma, transformarla. Pelesjan lo hace. Como el tiempo.
Y así, nos transforma a nosotros también.

domingo, 30 de agosto de 2020

MIZOGUCHI: EL ÚLTIMO CRISANTEMO


Año 1888.
La película comienza con un largo plano secuencia tras la representación de una obra de teatro kabuki. Los personajes, al terminar, entre bambalinas, comienzan a hablar de un actor, el hijo adoptivo de una gran figura del teatro. Todos están de acuerdo, incluido su padre: no está a la altura; sin embargo, cuando aparece todos le mienten y lo adulan.
Esa misma noche descubre en un prostíbulo lo que piensan los demás -sus compañeros, las geishas- de su talento. Le desprecian. Es un hombre débil; se hunde y pierde la fe en sí mismo.
Cuando vuelve a su casa, -en otro maravilloso plano secuencia, a distancia, sin necesidad de acercarnos- se encuentra con una criada, Otoku, que está cuidando a su hermano menor. Y ella le dice la verdad: podría ser un buen actor, pero debe cambiar de actitud.


Habrá una historia de amor, sí, pero ella es una criada y él, pertenece a una gran familia de actores; la sociedad no les permite ser marido y mujer. Pero, a lo largo de los años, sólo ella lo mantendrá a flote y creerá en su triunfo. A costa de su propio sacrificio...

Mizoguchi la rodó en 1939, antes de sus grandes obras maestras. Una de sus grandes virtudes -ya entonces- son precisamente los planos secuencia. Aquel en el que los dos comparten una sandía; ese en el que nuestro protagonista la busca desesperadamente, abriendo y cerrando compartimentos del tren, hasta que descubre que ella se ha marchado; este otro en el que se reencuentran en una habitación, tras estar un año separados, y Mizoguchi nos muestra -de manera sencilla, con sus actos cotidianos- un reflejo de lo que será su vida en común.

Hay escenas que nos cuentan mejor que ningún diálogo el destino marcado de los dos personajes: mientras él triunfa en el escenario, a sus pies, bajo el estrado, ella reza para que todo salga bien, aunque sabe que eso significará perderlo.

Mizoguchi conocía perfectamente la psicología femenina; su madre y su hermana dejaron un poso muy profundo en su infancia. La madre sufríó la violencia sistemática de su padre; la hermana fue vendida como geisha.

El personaje masculino no es desagradable ni egoísta. La quiere y se esfuerza por ser mejor; simplemente es un hombre débil. Necesita más que una amante, a una madre; cuando ella lo arropa, como hacía con el niño pequeño, al principio de la película, ahí tenemos una definición perfecta de su relación de pareja. Al final, cuando podría hacerlo, no dejará a un lado su éxito y a su familia por el amor de Otoku; le falta una personalidad y un carácter que nunca tendrá.

Otoku, en cambio, sacrificará su vida para hacer realidad un sueño, que, en este caso, es el de convertir a este hombre inseguro en un gran actor, pero eso tiene consecuencias. En una sociedad como la japonesa -cerrada, estratificada- el sacrificio es la única opción posible. La felicidad durará muy poco.

Esta película es mucho más que un drama; tiene el perfume de una tragedia y deja un sabor amargo. Los aplausos finales, el éxito han llegado, pero un corazón está roto. Para siempre...
Sólo quedará la sublimación de este dolor a través de su arte.

sábado, 29 de agosto de 2020

JAMES ELLROY: MIS RINCONES OSCUROS


Ayer soñé con Ella; y hoy, otra vez. Se baja de un tranvía; antes me da dos besos en las mejillas. O desaparece en las escaleras mecánicas del metro, distante, sin preocuparse si la sigo; la busco en el andén, pero ya no está.

¿Es una mujer real en estos sueños? ¿Es de carne y hueso? ¿Sólo transmiten mis miedos y obsesiones: esos rincones oscuros?

En 1996 James Ellroy se decidió a escribir una especie de autobiografía tras su cuarteto de Los Ángeles. Yo, como tantos otros, le conocí por la adaptación de su novela más conocida. L. A. Confidential. 


Pero Mis rincones oscuros no es ficción, o, al menos, no lo parece... Cuatro partes diferenciadas con un estilo sobrio y frío. En la primera sólo tenemos un informe policial que refleja la investigación de un asesinato, cometido en junio de 1958, el de una pelirroja: era la madre de James Ellroy. Nunca se supo quién la violó y asesinó.
En la segunda, sin abandonar su estilo preciso y seco, el autor nos cuenta su infancia y juventud. El asesinato de su madre le lleva con el paso del tiempo a un mundo de fantasía y autodestrucción; sólo le salvará la literatura.
En la tercera contrata a un investigador, un policía jubilado, para descubrir al asesino: un MacGuffin clásico; el Hombre Moreno y la Rubia son sólo la excusa para contar otras cosas. En la cuarta descubrimos quién fue su madre.

Ellroy es despiadado; consigo mismo, con su padre y con su madre. Los disecciona; necesita hacerlo. Los tres son mentirosos y farsantes. La mentira es una constante en los personajes que aparecen: testigos, asesinos, violadores, mujeres divorciadas o casadas con hombres borrachos y violentos... El mundo de Elrroy se recrea en la obsesión, la violencia y la mentira.

Nosotros también mentimos. Mis padres mintieron. Yo, por supuesto. Ella, también. A veces la memoria nos hace creer que esas mentiras son la verdad, que eso fue lo que sucedió realmente; el paso del tiempo, nuestra percepción subjetiva, los prejuicios que nos acompañan, aunque no los aceptemos como tales, o repetirnos una y otra vez la excusa que hemos aceptado y asimilado con los años, porque nos interesaba o nos protegía, deforma los hechos. Los sueños se confunden con la realidad. Buscamos la verdad, porque mentimos. Siempre lo hacemos. Ocultamos hechos; los suavizamos, cambiamos detalles. La realidad es compleja; necesitamos la mentira para sobrevivir. Ante los otros; ante nosotros mismos.

¿Pueden unos datos constatar que esos hechos son falsos? ¿O los testimonios de otros? Sí y no. Se abren caminos que no conducen a ningún sitio; otros sólo sirven para despertar fantasías, hipótesis... Cualquier investigación, sea la de Ellroy o la mía, deja cabos sueltos. Desaparecen documentos, se destruyen. Y, aunque tuviéramos todos los números, direcciones, fechas, no nos serviría para saber quiénes eran ellos, quiénes somos nosotros.

Nos preguntamos si la búsqueda de la verdad nos pueda servir. ¿Será útil? ¿No será otra ficción, imaginada, inventada para salvarnos de nuestras propias obsesiones, una manera de sublimarlas, como hace Safo, de enfrentarnos a ellas con valor, como Atenea? El sexo, el juego, el trabajo, la literatura: formas de escapar de nuestro destino y de nuestras pesadillas...

Ayer y hoy he soñado con Ella.

La memoria es frágil; no te puedes fiar de lo que te cuente. La imaginación nos hace libres y transforma el mundo y lo deforma y lo manipula. Somos seres fallidos; y es ese detalle el que nos hace tan atractivos, tan humanos.







martes, 18 de agosto de 2020

CHEEVER, POSTEGUILLO, PETER BROWN Y... ¡CÓMO NO!, OZU

Cheever es de esos autores con el que sentimos que los acontecimientos fluyen. Y que estos no son tan importantes; es mucho más interesante lo que se oculta o no se quiere admitir que las apariencias y el mundo y la sociedad en el que estamos obligados a participar. El mundo de Cheever es el de la clase media americana, la que disfrutaba en los años cincuenta del siglo pasado de un nivel de vida privilegiado, aunque, a cambio, tuviera a los monstruos -el miedo, la soledad, la muerte, la pobreza- ocultos en el desván. El talento de Cheever lo descubrimos en la manera en cómo muestra con sutileza las obsesiones bajo esa aparente felicidad perfecta que la publicidad y la propaganda se encargaban de difundir.
Los personajes no se atreven a romper las convenciones; y, si lo hacen, no deja de ser una cana al aire, un brindis al sol. Al final del relato, el mundo no ha cambiado, sigue igual. El paisaje y el entorno -hermoso, espléndido, si describe la naturaleza; perfecto y soñado, si es el de un barrio residencial- es el mismo que al principio. Esa es precisamente la ironía; que tras contarnos e insinuar las pesadillas u obsesiones de los protagonistas, sabemos que ya nada puede ser igual. Sabemos lo que hay detrás de las máscaras... La serie Mad Men lo tomó como referencia...

                                

De entre los relatos me gustan, sobre todo, el nadador. La cura me parece un ejemplo perfecto: un mecanismo de relojería; ves a los mismos personajes de Hooper.



Adiós, hermano mío asombra porque sabe preparar un acto espontáneo de violencia y hacerlo necesario y creíble en una naturaleza paradisíaca. El marido rural podría ser una novela; al final, encontramos varias historias que se entrelazan con naturalidad. El brigadier y la viuda del golf es un relato de soledad y frustración sin medias tintas. Reunión resume la relación entre un padre y su hijo en dos páginas.


De El nadador hay una adaptación con Burt Lancaster. O como quince páginas pueden ser mejores que una hora y media de metraje. Pero, con todo, la historia te atrae -a pesar de que sobren detalles- y Lancaster es un gran actor.

A esta lectura le ha seguido otra al que también hay que dedicar un tiempo. En Por el ojo de una aguja, Peter Brown, uno de los mayores expertos en el último periodo del Imperio Romano, nos ofrece en su ensayo o investigación de más de mil páginas una visión amplia y concienzuda de cómo el cristianismo pasó de ser una religión más para convertirse en la única referencia para millones de personas. Leemos a Símaco, Ausonio, Paulino de Nola, Ambrosio y San Jerónimo. Y Peter Brown los interpreta con inteligencia.

Hay factores sociales, económicos y políticos, por supuesto. Ninguna realidad histórica se transforma por una única causa. Los siglos IV, V y VI son más complejos de lo que podríamos pensar. ¿Cambiaron tantas cosas? Sí y no. La concepción del mundo dio un vuelco, sin duda; se perdieron muchos conocimientos antiguos en el camino, pero las estructuras sociales no variaron tanto... La ideología se transformó, sin cambiar mecanismos mentales y sociales fundamentales -como el patronazgo y el clientelismo-, y el dinero de los ricos, el que construía los edificios públicos de una ciudad o servía para celebrar los munera o levantaba, en el siglo IV, esas villas suburbanas con mosaicos y mármoles espléndidos, acabó en las iglesias. Y el autor explica bien este proceso; es decir, hay un experto que conoce el material que tiene a su disposición y sabe cómo contarlo.
Tengo, casualmente, como marcapáginas de esta obra, una publicidad de la última novela de Posteguillo: la segunda parte de Julia, la emperatriz, esposa de Septimio Severo.
Posteguillo representa todo lo contrario. Hay que admirar que tenga, como dice su publicidad, cuatro millones de lectores, pero no olvidemos a cambio de qué.
Escribe con facilidad; aunque su estilo no vaya a ser recordado como el de un gran autor. Sus tramas son simples y los personajes, estereotipos; se llamen Aníbal, Escipión, Trajano o Septimio Severo. Se mueve bien en lo "políticamente correcto" y da a su público lo que pide. Ha descubierto la manera de ganar dinero, pero seamos sinceros... Esto no es novela histórica, aunque se haya documentado; sólo es un placebo. Nunca le perdonaré que convirtiera a Adriano en un "malo", un tipo perverso en la trilogía de Trajano. Adriano -según Posteguillo- me recordaba a los actores del cine mudo, los que interpretaban a un "malvado", haciendo gestos, maquillados a la sazón, iluminados de tal manera que parecían salir de las tinieblas. Esa cutrez es imperdonable en un personaje histórico complejo que Yourcenar sí supo describir con talento.
Como rima final termino con Ozu. ¡Cómo no!
Había un padre... 


En 1942, con Japón ya inmerso en la segunda guerra mundial y en un contexto de propaganda brutal, Ozu nos cuenta la historia de un padre y su hijo a lo largo de veinte años. De manera sencilla. Sin florituras ni ningún tipo de exceso. Pasan muchas cosas, sin duda, pero, como siempre, con Ozu la sensación es de que no ocurre nada especialmente importante. O sí... se muere, se envejece; hay aprendizaje -ambos son profesores-; es sólo la historia de dos personas que no pueden estar más tiempo juntos, aunque lo deseen. Como suele ser habitual en Ozu se habla del sacrificio, del sentido del deber -que en Japón, y mucho más entonces, es terrible y aplasta- y del paso del tiempo.
¿Por qué una historia tan cotidiana en manos de Ozu se convierte, cuando llegamos al final del metraje, en poesía? ¿Por qué nos emociona? No lo sé.
Y tal vez eso mismo, ese ingrediente desconocido, sea lo que hace que una obra se olvide, en cuanto terminamos de leerla o verla, y otra permanezca y sobreviva al tiempo, generación tras generación.



domingo, 16 de agosto de 2020

LA COLABORACIÓN CON EL NAZISMO Y EL FASCISMO


The sorrow and the pity es un documental de Marcel Ophuls, hijo del gran Max Ophuls. Por primera vez se trataba el tema del colaboracionismo en profundidad. La versión oficial, la interesada en mantener desde arriba, quedaba desacreditada. No habían sido unos pocos, sino que muchos franceses habían participado en esa colaboración con los nazis.


Uno de los aciertos del documental es que Ophuls decide centrarse en la ciudad de Clemont Ferrand y su región. Se parte de un lugar concreto para hacer una reflexión general sobre lo que significó la ocupación y sus consecuencias posteriores. Aparecen las dos Francias, la de Petain y la que apoyaba la Resistencia -minoritaria en el año 1940-, tanto la comunista, como la nacionalista; esta última se apropiaría, con la ayuda de los aliados, las élites y con la figura de De Gaulle, del triunfo. Tras las venganzas iniciales -muchas de ellas particulares- se prefirió pasar página. Un buen ejemplo es el general alemán, que, en la boda de su hija, luce sus medallas. O la peluquera que aún sigue pensando que Petain era lo mejor para Francia.

Formalmente las entrevistas me recuerdan a Shoah de Lanzmann, aunque el tema principal sea otro: el holocausto. Rodeado de gente o en solitario, el entrevistador -fuera de campo- va preparando el camino para que el protagonista nos cuente su experiencia. Este es un buen ejemplo del talento silencioso y lento y de cómo la verdad surge, poco a poco, si hay alguien que sabe hacer las preguntas adecuadas en el momento apropiado y tiene la paciencia para esperar que llegue.


En el contenido me recuerda más a Modiano, el escritor y Nobel de Literatura. Es de ese mismo año su famosa trilogía de la ocupación. Tanto Modiano como Ophuls comenzaban a reabrir unas heridas que la generación anterior había decidido ocultar. Como aquí, son los hijos y los nietos los que necesitan desenterrar los cadáveres, abrir las fosas comunes, diseccionar a "sus mayores": sus padres... Recuperar la memoria; no olvidar ni manipular el pasado bajo una falsa e interesada alabanza de héroes que no fueron tales o el olvido de otros que se despreciaron y apartaron.
Sobre la memoria, aunque sea un tema y una época diferente -China y Shanghai, antes de la guerra con Japón y la guerra civil-, también va el documental biopic sobre una actriz china del cine mudo, desconocida en Occidente, Ruan Lyng Yu, cuya carrera fue corta, ya que se suicidó en 1935 por la presión de los medios y la prensa. Se mezclan imágenes y fragmentos de sus películas -quedan sólo restos, mágicos- con entrevistas reales y una dramatización ficticia. El resultado es interesante; en el fondo, lo que se intenta es recuperar una memoria perdida y fragmentada. Tal vez, y sin duda, deformada. ¿No es siempre así toda memoria o recuerdo?


En los años setenta Modiano escribió el guión de Lacombe Lucien de Louis Malle. El personaje podría haber sido un héroe, con su nombre en el callejero de la ciudad natal, -como aparece alguno en el documental-, pero, al final, se convierte en un villano. ¿Por qué? La ignorancia, el ambiente, el pragmatismo, la avaricia. Humano, demasiado humano...


Nos explica muy bien la base, el origen del fascismo y cómo bien dice uno de los protagonistas del documental de Ophuls: "estamos para aquí para que no vuelva el fascismo... pero, aunque sea con otro nombre, volverá..."

Ha vuelto.

Por eso, siempre necesitamos esa memoria: para enfrentarnos al monstruo, al lado oscuro que todos tenemos, en el que podemos caer en cualquier momento, como sociedad o individuos.




sábado, 15 de agosto de 2020

WOODY ALLEN: AUTOBIOGRAFÍA


En junio del año pasado recuerdo que, en medio de la comida de fin de curso, entre los profesores del Felipe II, comentamos la noticia sobre Woody Allen: su hija adoptiva le acusaba -otra vez, casi más de veinte años después, y tras haber sido exculpado- en una carta pública de abuso sexual. Allí, nadie le defendió; tampoco nos echamos sobre él y le quemamos en la plaza pública, como han hecho tantos. Como mucho, entre vaso de vino y botellín de cerveza, comenté/comentamos que, fuera inocente o culpable, su talento como artista no disminuiría. Woody Allen seguirá siendo Woody Allen.

Era inevitable; de las cuatrocientas páginas dedica más de cien a este asunto. Debo reconocer que leídos sus argumentos y las pruebas presentadas, le creo. En realidad, es sentido común; sus otras mujeres le han defendido -a las que describe, a veces, con un realismo brutal y tierno- y él y Soon-Yi han criado a dos niñas, en sus últimos años, sin que nada haya pasado. Pero cuando hay tantos intereses en juego, el sentido común desaparece. El movimiento #MeToo tiene aspectos muy positivos; pero hay también un lado oscuro al que deberíamos estar alerta.

Bien es cierto que la imagen de Mia Farrow está distorsionada, pero ¿quién podría evitarlo? Y la historia, al completo, no deja de ser un argumento para el sensacionalismo más vomitivo.


Y aquí acaba mi opinión sobre esta parte de la autobiografía. Que le ha dado juego, porque, como él mismo dice, "añade un fascinante aspecto dramático a una vida que sería bastante rutinaria". Que concluya mejor él mismo: "ser un artista cuya obra no puede verse en su país... Pienso en Henry Miller, D.H.Lawrence, James Joyce. Me veo de pie entre ellos, desafiante. Es más o menos en ese momento cuando mi mujer me despierta y dice: estás roncando..."

Del resto, ¿qué puedo decir? Se ha divertido haciéndolo. No se lo ha tomado muy en serio y esa es su mayor virtud. Literariamente sabe que no será un Tennesee Williams ni lo pretende. Me encantan sus digresiones, caóticas y divertidas. Sabe reírse de sí mismo; sobre todo cuando habla de sus aportaciones al arte del clarinete...
Es discreto y humilde hasta la exageración. Con los años es difícil saber dónde está el personaje y dónde la persona. Se confunden. Y le agrada que así sea. Es capaz de conseguir la sonrisa con un comentario final ingenioso. No en todas las ocasiones acierta, pero no se le puede pedir que siempre lo haga.


No dejas de pensar en Días de radio cuando habla de sus padres o de su prima Rita.


Entiendes que el personaje con el que más se identifique sea el de La rosa purpura del Cairo. 


Sólo empezó a leer libros y ver películas de "calidad", cuando se dio cuenta que eso podía funcionar con las chicas que le gustaban. Es posible, pero hay algo de impostado en esa pose. El personaje se impone sobre la persona.


Excepto en algunos casos, contados, donde aparece alguna crítica, en general, sólo encuentras alabanzas y elogios hacia la gente que ha conocido. Hace una excepción con los productores "metomentodo". Es demasiado duro con su propio talento, aunque es posible que eso forme parte de su manera de concebir el mundo y a sí mismo.


Políticamente sus posiciones no son muy interesantes -aunque en Zelig haya una referencia muy sutil de cómo se puede acabar en el fascismo- y, a pesar de haber querido escribir como Chejov o Tennesee Williams o, al menos, haberlo intentado, ha disfrutado de la vida y no se arrepiente. Ha hecho lo que le gusta y prefiere la tranquilidad de una vida hogareña a los riesgos de un mundo extraño. Es un tipo que se ha dejado llevar por otros en la vida cotidiana, con cierto grado de autismo social, y eso, seguramente, le ha supuesto grandes dolores de cabeza, pero también, muchos amigos.

Bueno, con sus filias y sus fobias, es Woody Allen.


Quizá lo mejor de esta autobiografía -como decía al principio- es que tienes ganas de volver a ver sus películas. Hasta las malas...
Que es, sin duda, lo que haré.


domingo, 9 de agosto de 2020

LA MUERTE, EL AMOR Y LA SOLEDAD


Hay temas que siempre se repiten desde que el primer hombre o mujer decidió contar una historia, real o imaginada, a otros. Y en esa primera narración, estoy seguro, aparecieron estos tres grandes temas: la muerte, el amor y la soledad. O tal vez los tres...

Toda obra que tenga visos de permanecer y dejar un poso profundo en nosotros debe contenerlos. Es inevitable. Aparece, por supuesto, en la película que en el 2010 hizo Raúl Ruiz apoyándose en textos decimonónicos.


Hay un juego de cajas chinas; historias que cuentan otras historias; relacionadas de una u otra manera se cruzan y crean un caleidoscopio. El rencor, los arrepentimientos, el olvido. ¿Reales, imaginadas? La memoria es una perversión de la realidad; la manipula y transforma. Un niño, el protagonista, el narrador, ya adulto, es el leitmotiv y nos acompaña en esas diferentes narraciones que intentan descubrir el mundo, hacerlo comprensible. ¿Fue todo un sueño, una posibilidad entre muchas? Nos queda la duda.

En Ozu la naturaleza adquiere un peso fundamental. En el Comienzo de la primavera el tema principal es la crisis de una pareja, pero, como siempre, sea por sus famosos planos vacíos o a causa del ritmo, intuimos que nos está contando otra cosa. Este comienzo es un buen ejemplo.


Precedido de dos planos vacíos -el tren es un elemento constante en Ozu- sólo vemos cómo una pareja se despierta y el marido, como cientos de vecinos, se dirigen al trabajo. Nada hay más sencillo. Ni más difícil. Las situaciones cotidianas nos llevan mucho más lejos, más allá...


Pueden aparecer amigos cantando una canción 2:14:00, una mujer que descubre el engaño de su marido y la soledad de ambos 1:45:00; una jovencita que se enamora, aunque se sabe la amante y, por tanto, la primera en perder lo que desea 2:02:10 y 2:15:00; el día a día de una pareja; el trabajo 40:00, las conversaciones en un bar 2:08:40.
Y, con todo, sí, sin duda, nos habla de la muerte, del amor y de la soledad.

Termino con Early Summer. Dos mujeres dialogan; se acercan... Al borde del mar: ese infinito...



Hay obras que permanecen, dejan huella. Porque nos hablan y hablarán, como los primeros hombres y mujeres que comenzaron a contar historias al calor de un fuego, de lo más importante: de nosotros mismos.


AMIANTO: UNA HERENCIA ENVENENADA


¿Cómo definir Amianto? ¿Es una autobiografía familiar con un padre como protagonista? ¿O estamos ante un libro de denuncia? ¿Es una obra política, en el sentido más amplio del término? ¿Es el documento y el reflejo de una época, de un país y de un sistema, el capitalismo? 
Sí, es todo eso.

Empecemos por lo general para terminar en lo particular. 

Amianto habla de los años sesenta y setenta, donde el capitalismo mejoraba las condiciones de una clase obrera, les hacía soñar con más derechos y libertades; a cambio las élites empresariales y políticas obtenían paz social, tranquilidad y debilitaban el movimiento obrero. 
Desde los años ochenta y, a pesar del hundimiento del bloque comunista, que favoreció cierto despegue económico en la siguiente década, al aprovechar un amplio mercado sin explotar, se han ido perdiendo esos derechos conquistados; las burbujas, una tras otra, -la turística, la de la construcción, la tecnológica- han ido estallando; las democracias parlamentarias no son más que representaciones ficticias dirigidas por multinacionales y grandes medios de comunicación, ancladas en una corrupción institucional, desde los "jefes de Estado", -sean monarcas o presidentes, se exilien en Abu Dabi o escondan sus dineros en Suiza-, hasta los ayuntamientos, pasando por los partidos, grandes empresarios y estructuras de poder; la sociedad ya no se rebela o lo hace sin continuidad o de manera parcial, sin profundizar ni disparar al enemigo real: el capitalismo. Todo está atado y bien atado, como diría aquel... 

Sí, de eso habla Amianto, sin duda. Los sindicatos no hicieron nada para proteger a sus trabajadores, consiguieron ventajas y privilegios y se amoldaron a los nuevos tiempos; los partidos de izquierda -el partido comunista en Italia- pisaron las moquetas -¿en quién estoy pensando si hablo de España? Sí, en ellos- y olvidaron que nada se puede cambiar, si no se hace desde abajo, con un pueblo crítico y combativo. Y este ha desaparecido o ya no cree en revoluciones. 

El hecho concreto: miles de trabajadores fueron acumulando en sus pulmones el veneno que acabaría con sus vidas. En el camino el trabajador fijo se convirtió en autónomo; llegaron los contratos basura. La explotación tiene múltiples caras. Y las responsabilidades no se asumen. 

También está el hijo que habla de su infancia, de su familia, de su padre. Anécdotas que nos devuelven a esa época, porque no somos tan diferentes a los italianos. Él también veía jeringuillas en los parques o edificios en estado ruinoso, transformados en otros espacios con la imaginación. O jugaba al fútbol. O leía revistas porno con los amigos. Nos cuenta otras en las que se refleja la conflictividad social o el desprecio por la salud del trabajador. Esas pequeñas historias, narradas con ternura y sin sentimentalismo, aportan un toque diferente. Transforman una obra política en un testimonio cercano y emotivo. La transforman en una "novela". 

Hay personajes secundarios que dejan su huella; sólo aparecen durante un párrafo, pero no logras olvidarlos. Los entrenadores de fútbol, los profesores, los amigos, los curas, el palarmitano que les vendía los huevos de gallina...  
Sí, es cierto, como he leído en una crítica, que las mujeres no existen. La madre, en su mayor parte. Y pocas más. Es un mundo masculino. Quedaría pendiente esa visión femenina; porque la explotación llega a todos, sea del sexo que sea. Pero esta es la percepción del autor. Será otro u otra quien tenga que escribir esa historia. 

Y en esta, también hay que destacar los espacios, descritos con realismo y crudeza. No hay que ocultar la dureza ni suavizarla ni esconderla. Estaba allí. En los solares, en las fábricas, en las calles... En Piombino o en Móstoles... 

Y terminemos con su padre, claro, un trabajador incansable. Un buen padre. Con sus borracheras, sus prejuicios, sus defectos. Un hijo debe también saber contar, incluso, lo que duele, lo que hace que su padre nos resulte más humano. También su lento declive físico y mental y su muerte. No caben medias tintas. Hay que escribirlas. Duele. Y libera. 
Un padre que tomó conciencia muy tarde del veneno, el real, el que nos destruye y destruye poco a poco este planeta en el que vivimos. 

Su hijo ha recibido una herencia. Que no sólo es la de la memoria y el recuerdo, sino la de la lucha. 

La única que nos queda... 

"Los callos en las manos de los obreros son bonitos, como las arrugas en el rostro de los viejos". 




miércoles, 29 de julio de 2020

WYLER Y OPHULS


Ayer pusieron en la 2 La heredera de W. Wyler. Es curiosa una coincidencia: Olivia de Havilland había muerto dos días antes a los 104 años y, como homenaje, pusieron esta película cuando se cumplían treinta y nueve años de la del director. Así que William Wyler fue trending topic en twiter.

William Wyler fue uno de los mejores directores del Hollywood clásico. Y no es de los más conocidos. Sin embargo, si repasas sus películas te das cuenta del talento que tenía.
Están Jezabel, Cumbres borrascosas, La carta, la señora Míniver, Los mejores años de nuestra vida, La heredera, Carrie, Vacaciones en Roma, Horizontes de grandeza, Ben-Hur, La calumnia, El coleccionista... 
Bien es cierto que otras, la mayoría, son las que veríamos en un buen artesano. En realidad, nos encontramos ante un gran profesional que sabía aprovechar y organizar el material que tenía a su disposición: actores y actrices, guiones, medios y que aportaba él mismo a la obra artística sus cualidades. Ese es el papel de un buen director de cine y Wyler lo era.


Y eso me lleva a algunas intrahistorias o detalles; en el siguiente vídeo hay una selección de escenas. La escena final de la escalera -uno de los finales más espléndidos de la historia del cine que puede interpretarse como la venganza de una mujer, su toma de conciencia o la tragedia a la que lleva el rencor- (17:30-18:40 en el vídeo)- es muy conocida. Había olvidado su rima; la planificación es idéntica a la de la subida final -no es la única; hay varias a lo largo del metraje-. En el vídeo, 13:41-14:22 Catherine, la protagonista, tras ser abandonada, sube las escaleras. Está destrozada.
Una anécdota cuenta que Wyler le hizo subir las escaleras con una maleta llena de libros... Una y otra vez...
No sé si con de Havilland el director necesitaba un truco así, pero la historia è ben trovata...
Lo que sí está confirmado es que la idea de la escalera es de William Wyler. No es la única. Al principio de la escena en que Catherine le dice a su padre que le desprecia, nunca le mira directamente -en casi toda la escena 20:30-21:00-; incluso lo hace a través de un espejo; esta es una idea de Wyler, sin duda. Y que al final, sea ella la que le mire y el padre no lo haga (22:00-22:33), mientras Catherine le dice, Nunca lo sabrás... porque pronto te vas a morir... -estas últimas palabras no salen de su boca, pero queda bastante clara la intención- es una decisión también de planificación muy sencilla y potente -aunque quizá esta ya esté en la obra de teatro en la que se basa la adaptación de la novela Washington Square de Henry James-. La mirada cruzada, al final, es de esas que lo dicen todo. El rencor y el odio de ella; la fragilidad y la impotencia de él y su fracaso como padre.


Frente a Wyler, o más bien diría, junto a Wyler, está el genio de Ophuls. La escena que pongo a continuación es de una de sus primeras obras, Libelei; por tanto Ophuls está todavía aprendiendo. Y, sin embargo, tiene muchísimo talento. Hay que recordar que sus siete últimas películas, desde Carta a una desconocida hasta Lola Montes, entre 1947 a 1955 son obras maestras. Nadie las pone en duda.
¿Qué hay en Libelei que insinúe el genio de Ophuls? Los últimos quince minutos...


Sería largo de explicar, pero la planificación del mejor Ophuls con sus movimientos de cámara, su ritmo pausado o su elegancia ya están ahí. También sus temas: la fugacidad del tiempo, lo frágil que es la felicidad, la nostalgia por lo que se ha perdido. Y sabe con un único plano mostrar todo el drama de una situación -en este caso, una mujer a la que le dicen que su amor ha muerto en un duelo-. El resto no importa; sólo vemos cómo ella -la actriz es la madre de la futura Romy Schneider, Magda Schneider- pasa de la ilusión a la desesperación. Y es creíble. Y es emotivo, cruel. Y terrible. Y te atrapa.

Lo fácil no es tan fácil. Ni en la vida ni el arte. A veces necesita de suerte; otras -casi siempre- de mucho trabajo y esfuerzo. Y algunas veces, sólo algunas veces- es un momento de inspiración, de talento y genio.

No siempre se da, pero, cuando sucede, creo que a eso lo llamamos magia.



martes, 23 de junio de 2020

PRIMAVERA TARDÍA DE OZU: LO COTIDIANO Y EL PASO DEL TIEMPO


El protagonista, un anciano, pela una manzana. Cuando termina de hacerlo, deja caer la piel y se hunde en la silla; sabe que se ha quedado solo. Después, un plano del mar... Fin.



Es una película donde la vida cotidiana se desliza a su ritmo, sin prisas. La historia es sencilla; una hija se ha de casar. El padre debe dejarla irse; la hija se marchará. No ocurre mucho más. O sí...
Comen, van en el tren a Tokio, asisten a una representación de teatro kabuki, hacen el último viaje juntos, a Kyoto...


Un paseo en bici que, sin palabras, nos habla de libertad. Silencios o miradas cómplices, de tristeza, alegría, decepción, dudas... Planos vacíos de un pasillo o el de una colina, el de dos bicicletas, un jarrón o, simplemente, el de unas revistas que caen de la silla, se transforman en una emoción y una historia por sí mismas.
Situaciones cotidianas, tratadas con delicadeza y sensibilidad, que nos trascienden y acercan a la verdad de las cosas.



La poética zen: la ley de la vida, el fluir de la naturaleza, aceptar la finitud, el cambio, la soledad...


La poesía de Ozu nos habla del paso del tiempo, de la muerte y de la vida...


sábado, 30 de mayo de 2020

EL MUELLE DE LAS BRUMAS: EL AMOR CONDENADO


Si una película puede definir el concepto de romanticismo, esta se llevaría la palma con creces.
Hay una modernidad, integridad y fuerza que pocas películas tienen. Y esta la conserva, aunque pertenezca al 39. A veces los años no pasan; simplemente nos devuelven a ese tiempo, porque también es el nuestro.
Es un amor condenado, porque los dos saben que sólo serán felices un tiempo muy breve; y lo viven con la intensidad que sólo es posible, cuando se sabe que se escapa de entre los dedos.
Los diálogos de Prevert y la elegancia y la poesía de Carné se encuentran y nos emocionan. No es un amor hueco, ni siquiera naïf. Es triste y desesperado; sobrio y elegante.
Jean Gabin encarnaba con Carné en todas sus películas un personaje muy similar; un hombre que no puede admitir las injusticias, que se revuelve ante el mundo; íntegro y popular, cercano y exiliado. Un romántico, a su pesar, o, precisamente, porque es un hombre honrado.
Fue una película vetada, considerado inmoral en su época; tal vez porque ambos despiertan en una habitación de hotel -ella, aún en la cama; él, terminando de vestirse-; o porque no oculta la desolación de sus personajes o por los hermosos diálogos entre los dos protagonistas.
Jean, el personaje de Gabin, va a morir en los brazos de Nelly: -Bésame, ¡date prisa!





Hoy en día lo que podemos ver es una hermosa historia de dos perdedores.
Contada como lo haría un poeta.