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domingo, 12 de febrero de 2023

LA ESPAÑA VACÍA: LAS MITOLOGÍAS FAMILIARES

 

Una tarde, cerca de los cines Renoir, M. -a la que no veo desde hace años- me dijo que, cuando nuestra generación desapareciera, la guerra civil dejaría de ser fuente de conflicto. Habrían muerto no sólo aquellos que la vivieron -nuestros abuelos- o los que sufrieron sus consecuencias -nuestros padres- sino también los que escuchamos de viva voz sus testimonios. Y, entonces, ya solo sería una entelequia, irreal, una fantasía contada por personas a las que no conocimos, carecería de emociones vividas; ya no serían tan intensas ni tan cercanas...

No estaba de acuerdo con ella; pero, en ese momento, no logré encontrar argumentos que refutaran su tesis. Una conversación quedó pendiente... Probablemente nunca se producirá... 

Leyendo La españa vacía de Sergio del Molino se comprenden mejor las mitologías familiares que construimos. Muchas de ellas vienen del mundo rural, de ese espacio en el que nuestros abuelos o bisabuelos vivieron. La identidad homogénea, de diseño y a cartabón que se nos impone cada día o el discurso apolítico y conformista, consumista y oficial, se rebela vacío, hueco, en cuanto lo tocamos levemente, y necesitamos recuperar esas viejas historias que nos contaron, esos lugares de los que otros escaparon en los años sesenta o que fueron abandonados; porque allí sobreviven las sombras y los silencios de memorias, más firmes, intemporales... 

¿No sería el documental que hicimos y gran parte de lo que he escrito una manera de regresar y de encontrar una identidad propia? ¿No es ese el punto de partida de una idea que me ronda y me obsesiona desde hace tiempo: el de un doble viaje, el de mi tía abuela, Críspula, con sus dos niñas, y el mío propio, separados por casi cien años, por tres o cuatro generaciones? 

La reflexión sobre la identidad de lo español, como cualquier reflexión sobre identidades nacionales -sea la catalana, la vasca o, como aquí encontramos, esbozada en una parte del texto, la argentina-, siempre acaba, inevitablemente, en la contradicción. El gran acierto del autor es haber evitado aquí la actualidad política en el que termina enfangándose cualquiera que intente profundizar en estos temas. Me temo que en sus obras posteriores -sobre todo, en su reciente biografía de Felipe González- ha cometido ese error; uno espera que logre salir del atolladero en el que se ha metido, porque sus reflexiones en la España vacía son inteligentes y maduras. 

Trata temas variados y muy complejos. En algunos casos se limita a esbozarlos. Explica la función y el origen de la actual ley electoral -que facilita el bipartidismo y el control de las élites-; se inhibe y evita desarrollar las razones económicas que explican la existencia de esa España vacía, muy ligadas a los intereses de esas mismas élites. Prefiere tocar algunos de los mitos -siempre presentes, como demuestra el triunfo en los Goya de As bestas-: las Hurdes, Fago, el carlismo, el romanticismo, Don Quijote, la Institución Libre de Enseñanza... La literatura y el cine reflejan ese conflicto, lo sacan a relucir. La España vacía explica nuestros problemas, aunque no vivamos en ella. Forma parte de nuestros sueños y pesadillas.

Es posible que las próximas generaciones no tengan testimonios directos de la guerra civil, pero los mitos como los sueños, pueden ser tan intensos como la realidad. Construimos fantasías alrededor de historias familiares; las heredamos, a veces, incluso, rechazándolas. Y estas levantan, a su manera, un imaginario. El imaginario que toda identidad colectiva e individual necesita, aunque pretenda, a veces, buscar panaceas o sustitutos. El imaginario por el que se vive, por el que se crea, por el que se muere, por el que se mata...

No, no estoy de acuerdo con M. Otras generaciones, las futuras también -apoyándose en esas nuevas realidades que construirán y transformarán cuando necesiten, frágiles, recuperar una identidad propia-, harán de la guerra civil o de nuestras guerras civiles su caballo de batalla, como lo hemos hecho durante los últimos doscientos años. Y sus emociones serán tan intensas como las nuestras, como las de nuestros padres y abuelos y bisabuelos... Vivirán y morirán por ellas...



sábado, 22 de diciembre de 2018

LA DESCOMPOSICIÓN DE UN SISTEMA


Me encanta la Historia. A veces mucho más que las lenguas clásicas o el cine, mis otras dos pasiones.
La Historia es un proceso muy largo, llena de recovecos. Y nosotros, que vivimos tan poco tiempo, inmersos en ella, no somos conscientes de sus cambios y transformaciones, hasta que se han producido. Aún así, tenemos la capacidad de salir del cascarón en el que vivimos y reflexionar desde fuera.

No siempre es posible. La vida cotidiana nos arrastra; es difícil ver desde arriba, como si tuviéramos un mapa. Me encanta observar el mundo desde esa perspectiva; a ras de suelo, es cierto, puedes ver lo más pequeño, pero se te escapa una visión general, imprescindible. Y con este mapa, aunque sólo sea la imaginación la que nos lo proporcione, podrías tener a tu disposición el conjunto de los elementos que influyen en nosotros. De todas formas, aunque los conociéramos, mucho más difícil sería cambiarlos.

A mis alumnos les doy clases de Historia a la par que les enseño Latín. En diciembre ya he hecho una introducción; en enero les hablaré de la descomposición del sistema republicano en la Antigua Roma. Hubo muchos factores que lo explican, conocidos por los investigadores: ante la expansión de Roma se produjo un empobrecimiento de las clases medias rurales, llegada de mano de obra esclava, riquezas que acabaron en pocas manos, creación de una clase media ecuestre que necesitaba de un nuevo sistema político que favoreciera sus intereses. Más de cien años y tres guerras civiles fueron necesarias para que la República moribunda pasara a ser un Imperio. Hubo intentos democratizadores -Los Graco-; rebeliones -tres guerras serviles: la de Espartaco es la más conocida-, una guerra social. Al final, una familia, un solo hombre apoyado en las nuevas clases emergentes y un ejército "popular", en una sociedad agotada, sedienta de paz social, consolidó un nuevo sistema. Quien vivió estos acontecimientos, desde dentro, no creo que fuera consciente de los cambios, como sí lo somos nosotros, pasados tantos siglos.

Nos ocurre lo mismo; está claro. El capitalismo, aunque tuvo precedentes en la Holanda del siglo XVII, nace con sus rasgos característicos en el siglo XIX: explotación, universalidad, clase media burguesa, mecanización. Necesitaba muros de contención. El socialismo y el comunismo funcionaron, con sus contradicciones, en ese papel. Las guerras -fueran mundiales o concentradas en lugares concretos- formaban y forman parte del mecanismo. El capitalismo las necesita para sobrevivir.
La caída del muro, el final del comunismo hacía pensar que el capitalismo había triunfado. En realidad, en estas tres décadas lo que ha hecho es agudizar sus propias y complejas contradicciones. Sin muros de contención que lo limiten el capitalismo muestra todos sus garras. La socialdemocracia y la izquierda, el estado de bienestar, el ecologismo, el desarrollo económico fueron los mecanismos que las democracias formales en un sistema bipartidista encontraron para suavizar sus aristas y ofrecer a la clase media una alternativa diferente al comunismo. Ahora se diluyen, se debilitan y no pueden detener al monstruo.

Es cierto que podríamos pensar que no hay problemas, si nos paseáramos por los grandes centros comerciales y turísticos del mundo. Yo lo he hecho. Allí no parece que haya conflictos, sea en Argentina, en Los Ángeles o en Tokio. Si te alejas un poco, otra realidad se te muestra: pobreza, marginación, violencia... Allí están los votantes de extrema derecha o los que, decepcionados, ya no votan: el origen o la excusa de los conflictos, aunque no queramos verlos.
Existen realidades paralelas: la de los medios de comunicación, controlados por las grandes empresas con sus intereses; la de facebook o twiter, en la que, encapsulados, preferimos movernos en mundos pequeños, sólo con los nuestros. La realidad no es unívoca; pero lo parece, a no ser que nos fijemos más detenidamente.
Además, el planeta se queja; es explotado. No sólo mueren miles de personas buscando un mundo mejor -nadie se ha interesado por la muerte de diez inmigrantes en una patera esta semana-, también mueren cientos de seres vivos. El agotamiento de las energías fósiles es ya una realidad. Su sustitución requeriría de un modelo económico en el que primara el ahorro y no los gastos superfluos. El capitalismo y la Humanidad continúa su marcha progresiva hacia el desastre. El consumismo tiene sus límites. Podemos pensar en otras generaciones, decelerar el proceso o detenerlo. O no hacer nada.

Todos sabemos que habrá nuevas crisis económicas. Las deudas de los Estados son inmensas. No podremos pagarlas. ¿Y entonces, qué ocurrirá?
Cada país -aunque estemos interconectados- tiene sus conflictos. Estados Unidos necesita mantenerse como superpotencia, pero eso supone unos gastos que quizá no sea capaz de sostener. Rusia ha asumido, como China, que los derechos humanos queden en un segundo plano; el desarrollo ecónomico y la unidad del Estado se impone. Europa aún se mueve en esa contradicción: mantener los derechos sociales adquiridos por las generaciones precedentes y su historia compartida y, al mismo tiempo, la disgregación y los sentimientos nacionales que con nuevas crisis económicas se irán agudizando. Francia es un buen ejemplo de esta situación.
Europa, como entidad supranacional, es un cadáver que se niega a morir. El Brexit, la llegada de los partidos de ultraderecha, las políticas migratorias son sólo muescas de esta descomposición. Y como ocurrió con la República romana el proceso puede ser largo. Aunque, en este mundo en el que vivimos, se pueden acelerar a un ritmo vertiginoso.
España tiene sus contradicciones sin resolver. La transición del 78 -la creación de una democracia formal- dejó un régimen que también se descompone de manera más elocuente en los últimos años. No sé si el 11 M fue un primer aviso de debilidad. La anterior crisis económica abrió la espita: el 15 M y el encaje de Cataluña fueron sus síntomas visibles.

La violencia no resolvió el problema en Cataluña; y el diálogo vacío de contenido tampoco lo hará. Vivimos en una situación de transición. Ni Cataluña puede ser independiente -necesitaría de estructuras que aún no tiene y recursos de los que carece- ni puede aceptar volver a un autonomismo o un Estatuto que desde Madrid se volvería a recortar, cuando la derecha esté en el poder. Emocionalmente la mitad de Cataluña no se siente parte de este Estado. Y en el País Vasco creo que sólo el concierto económico los mantiene tranquilos. Si lo perdieran o se les quitara desde Madrid, también querrán marcharse.
Por otro lado, las válvulas de escape nacidas -Podemos, la Colau y la Carmena, por un lado, y Ciudadanos y Vox, por el otro, partidos y nombres creados desde el sistema para regenerarse, o la dimisión de Juan Carlos I y su sustitución por el hijo- no solucionan el grave problema de corrupción estructural del modelo del 78. Es más; el sistema los ha fagocitado, los ha convertido en meros comparsas, en farsantes.
El nacionalismo español, del que Vox sólo es la punta de lanza -que, incluso hasta gentes de izquierda, que se dicen republicanas, defienden y justifican, criticando a los catalanes, porque son insolidarios, mientras ellos sólo se miran el ombligo, aunque sólo los catalanes hayan salido a la calle para protestar, mientras esa izquierda española está dormida y anestesiada-, esa unidad del Estado, protegida por la violencia legal, es, en el fondo, sólo un mecanismo de defensa ante una enfermedad degenerativa.
Y los muertos, de tapadillo, los que estaban en fosas comunes, los del 39, se desentierran, o se cambian de lugar. No se puede esconder la mierda debajo de la alfombra; no se puede huir del pasado ni dejar de afrontarlo, como hacen tantos otros. Al final, sale de nuevo y se vuelve incontrolable.

No sé si hay alternativas. La naturaleza humana y, en general, los sistemas tienden a buscar dos salidas, como ocurrió en la República romana. O el autoritarismo, sea dentro de una democracia o república formal, -Octavio Augusto, a su manera, eligió esta opción- o un modelo político sin derechos de ningún tipo - la dictadura o las propuestas que leemos en las obras de ciencia ficción, esas distopías- o una extensión de la democracia -aunque pueda derivar hacia un enfrentamiento con las élites que utilizarán la violencia legal para mantener su status quo, lo que incluirá guerras civiles-.
No invita al optimismo...

Dejo el mapa y regreso a mi vida cotidiana. Miro mi sueldo en el banco. Acaricio a Yume. Vuelvo a la escritura de mi novela. Es lo único que ahora mismo, hoy, en esta fría mañana de invierno puedo hacer. Esperaremos. Aún no ha llegado el momento.






lunes, 1 de octubre de 2018

UN AÑO DESPUÉS


Un año. Mucho o poco tiempo; depende del punto de vista. Ya se sabe que el tiempo es flexible, subjetivo, interpretable...

Esta entrada pretende abrir reflexiones; no es propaganda. Ni independentista ni nacionalista española. Para eso ya están los medios de comunicación o los discursos políticos.

Primero contaré mi visión. Ya la narré con fotografías y comentarios, estando allí, en el barrio del Raval. No ha cambiado demasiado mi perspectiva. A lo largo de este año ya lo he comentado a amigos o gente de izquierda, que criticaban el nacionalismo -el de otros, no el suyo-, y no veían el aspecto positivo de esta manifestación popular y colectiva, independiente, paralela, y que quienes la alentaron o se vieron obligados a subirse al carro en el último momento, ese día no la controlaron. ¿Fue una revolución burguesa que duró un día? Puede ser. Pero la revolución, aunque sea burguesa, es peligrosa para el poder, para cualquier poder, aunque luego pretenda ser ella misma gobierno.

Sí, fue un momento de rebelión popular. Podemos considerar que el objetivo es erróneo. Es posible, pero, lamentablemente, el único elemento de rebeldía en esta España adormecida en los últimos 365 días han sido los catalanes y los jubilados y pensionistas. Da que pensar.

Simbólico fue un objeto: la urna. En medios catalanes y alguno vasco, hoy mismo, se cuenta cómo llegaron a Cataluña. Y fue gracias no a unos políticos ni a unas instituciones que protegen sus intereses -como bien se está viendo en estos momentos-, aunque pusieran el dinero, sino a gente normal y corriente bien organizada. Este es el artículo.

¿DÓNDE ESTÁN LAS PUTAS URNAS?

Esto debería hacernos reflexionar a los que pensamos que otro mundo es posible o debería serlo, a los que creemos que vamos de cabeza al desastre sino cambiamos este sistema de raíz, desde la raíz.

Me parece también muy interesante la reflexión que hoy en Público escriben un griego y una catalana, que el mismo Julio Anguita podría suscribir. La izquierda, dormida, adocenada, -Podemos es un buen ejemplo- debería asumir lo que significó esos dos referéndum y por qué triunfaron y, después, se convirtieron en papel mojado. Quien manda es el dinero y quién lo mueve.

LECCIONES PARA EL MOVIMIENTO POPULAR

Un referéndum no es malo per se, como repite una y otra vez un viejo amigo mío de la adolescencia, obsesionado, con razón, por el Brexit. Lo malo es el objetivo. Grecia y Cataluña, de manera diferente, buscaban más autonomía, más control del dinero, que siempre es la clave de todo o casi todo. En Grecia era la desesperación; en Cataluña y, también, en Gran Bretaña, es el que no se fía del "tutor" que le lleva las cuentas. Y se ha propuesto llevarlas por sí mismo. En la isla, desde la derecha. En Cataluña, no se sabe...
A Grecia se le impuso unas condiciones económicas férreas; a Cataluña, un "no cuela", tendréis que esperar. La pregunta es si en Cataluña, aunque el movimiento de izquierdas es bastante potente, no acabarán llevándose el gato al agua los de siempre.
Lo sabremos. Si Cataluña es independiente en unos pocos años, sólo lo será a costa de crear un Estado conservador, que protegerá sus intereses. Eso sí, se librarán de nosotros, -como Estado, no de las personas, me explico- al que considera seguramente un peso muerto. ¿Llegaría una República entonces también aquí? ¿De qué nos serviría, si es una República de derechas?
Es esa visión, demasiado parcial, sin embargo, aunque insinúe cambios, la que aparece en el siguiente artículo.

CRÓNICA DE UN RESCATE ANUNCIADO

pero olvida que un nuevo Estado no supondrá más justicia social, si los que dirigen el cotarro son los mismos.

Ni el segundo ni el tercer artículo tienen en cuenta el papel geoestratégico de las tres grandes potencias: China, Rusia y Estados Unidos. A Europa, probablemente, no le interesa la democracia, pero debe aparentar. Las otras tres potencias no lo necesitan.

Y volvemos al 1 de octubre. Si alguien, todavía, sigue leyéndome y ha terminado los tres artículos -largos, sin duda-, tal vez llegue a hacerse una pregunta: ¿Qué hacemos?

No lo sé. Veo fascismos -Brasil es un buen ejemplo- que se imponen convirtiendo la democracia en papel mojado -ya no necesitan golpes de Estado sangrientos, aunque se insinúen en Venezuela-. Veo recortes de libertades aquí y en Europa. No digamos en otros países menos respetuosos. Veo a gente que se enriquece -que Felipe VI se subiera el sueldo hace unos días o su padre salga sano y salvo de una investigación sobre corrupción, es quizá más una anécdota-.

También, es cierto, hay gestos de rebeldía. Pensemos lo que pensemos, y yendo más allá de lo que pensaban sus políticos, hace un año, los hubo en Cataluña.
Y eso es lo que viví.

Si fuéramos pesimistas, llegaríamos a la conclusión de que estamos condenados a hundirnos. Una nueva crisis económica podría acelerar el proceso, que nos podría llevar a un autoritarismo cada vez más acentuado.

Siendo optimistas, es posible que esos actos de rebeldía colectivos puedan darse más a menudo. Y surjan democracias participativas y no estructuras económicas al servicio de unos pocos, y que aceptamos, mientras no nos afecte demasiado. ¿Vender armas a un país que bombardea y mata a niños nos hace más democráticos? ¿Por qué miramos a otro lado? ¿Para no perder el empleo, la casa, pagar la hipoteca, tomarse una cerveza en el bar de la esquina, ver a nuestro equipo favorito en la televisión?

El tiempo, subjetivo, flexible, humano, nos dará la respuesta.
O quizá, como diría el poeta y cantante, esté en el viento...

martes, 3 de octubre de 2017

YA SE HAN IDO


Ya se han ido. Tardarán semanas o meses, pero los catalanes ya no forman parte de España. Emocionalmente. De facto, habrá declaraciones oficiales, detenciones, tensiones, amenazas y procesos constituyentes, pero sólo confirmarán lo que se ha producido.

Hay culpables, por supuesto. El principal ha sido una derecha española rancia e incapaz de darse cuenta de los cambios políticos que se avecinaban. Esa misma derecha que ahora intenta movilizar a la gente contra Cataluña, la que justifica una violencia brutal. Nos engañan. Ellos son los máximos responsables.

Hay otros que supieron ver, que intentaron buscar soluciones -con mayor o menor fortuna-; el PSC, gente del PSOE -poca, lo admito-, Podemos e IU, pero o no tenían el suficiente apoyo social o no fueron capaces de enfrentarse a un sistema corrupto. Porque, sí, este es un sistema corrupto, nacido en el 78, en circunstancias difíciles, que podría haber salido adelante, si hubiera habido gente que cambiara el modelo económico y político. Un modelo económico y político que intentaba sobrevivir dando dinero a las élites, para callar las bocas de los nacionalismos, mientras les quitaba derechos, a ellos y a los demás, modelo que además, controla los medios de comunicación, la judicatura. Todos son culpables. Culpables, los periodistas, que han formado parte del sistema y que ahora alimentan el odio hacia Cataluña. Culpables, los jueces, que sostenían una justicia intolerante e incapaz. Culpables, los políticos, porque no han aportado soluciones. Culpable, un rey títere del gobierno, representante y heredero de un régimen en descomposición.

Este es un sistema que viene de atrás, de los años sesenta, en pleno franquismo. Pero lo que servía para entonces, ya no sirve en el siglo XXI. Se está viniendo abajo, se pudre...

El 15 M fue un aviso que no se quiso escuchar. La gente salió a la calle para decir que el sistema no funcionaba, que había que cambiar cosas. No se cambió nada. La corrupción ha seguido en el poder en España. Pensaron que una mejoría económica haría olvidar las grietas del sistema. Y ha sido en Cataluña, donde supieron verlo muy bien. La crisis aceleró el proceso; los corruptos de CIU perdieron el control. Los independentistas,  -ERC, sobre todo, y también, la CUP-, subieron como la espuma. La sociedad catalana desconectó poco a poco de España. Y lo hizo pacíficamente. Ese es su gran triunfo.

En otras sociedades, la respuesta hubiera sido inteligente, pero la derecha española, no ha sabido, porque no podía. Es incapaz de darse cuenta que la solución no es el 155, ni el estado de sitio; la solución era dialogar, aceptar un referéndum. No tenía cultura democrática. Nunca la tuvo. Se negó a dialogar, porque eso significaba asumir cambios. Por eso, ha enviado a la policía a dar golpes; por eso, ha perdido. Y si utiliza el 155 o el estado de sitio, la independencia se acelerará. Cuando se den cuenta, Cataluña se habrá ido y el País Vasco -ya sin la violencia de ETA- será el siguiente.

No olvido que esto también es una crisis europea. El Brexit fue también un aviso. Europa ha sido incapaz de resolver los problemas de este nuevo siglo y este también le ha superado. Es posible que España deje de existir; Europa, la que conocemos, me temo, también. Alguien diría que, en el fondo, esto ha sido dirigido desde EEUU o desde China o, sobre todo, desde Rusia, para debilitar Europa. Es posible; no lo descarto, pero sería una visión simplista. Hay más elementos.

¿Qué ocurrirá ahora? España necesita una regeneración completa. Probablemente, será sin Cataluña. La opción es derechizarse más -eso me parece un suicidio- o aceptar cambios estructurales. Y aquí incluyo el final de la monarquía. Europa también debe hacerlo. El Brexit y Cataluña son puntos de inflexión. Si no sabe verlo, también la historia le pasará por delante. O se regenera o la ultraderecha, en todas sus formas, -incluidas las grandes multinacionales y sus intereses-, acabará con ella. El tiempo dirá.

Estoy triste, porque nuestro mundo está cambiando, y la violencia puede ser la respuesta. Pero, -yo soy optimista, por naturaleza, no lo puedo evitar-, creo que aún hay esperanza. Ojalá...

martes, 29 de agosto de 2017

UNA TRISTE SEPARACIÓN


En este blog suelo evitar la política tradicional, esa que separa a las personas y se apoya en intereses económicos. Sin embargo, vienen meses terribles en los que la palabra será un arma de manipulación. Aunque, ¿cuándo no lo ha sido? Los medios de comunicación lanzarán andanadas, misiles, bombas de racimo. La guerra de propaganda, a partir de ahora, será brutal -esta vez, al contrario que en la guerra civil, ¡menos mal!, sin armas ni muertos-, y no sabemos qué quedará al final del combate.

¿Cuándo empezó este principio de divorcio? Algunos irían a un pasado lejano: Reyes Católicos, Borbones y Felipe V, Reinaxença, guerra civil, franquismo, transición fallida, estatuto recortado... Sí, son muescas, piedras. Una a una han ido alimentado la separación.

Otros acusarían al independentismo y al catalanismo, en general, de pesetero, interesado, insolidario, chantajista, victimista, fanático. Es una larga retahíla que he escuchado desde niño, incluso en personas que se llamaban progresistas.


Cuando la palabra se convierte en ruido, sólo nos queda el silencio...


La relación actual entre España y Cataluña me recuerda al divorcio de mis padres -salvando las distancias, por supuesto-.

Principio de la década del 90. Mi padre se amparaba en el contrato de matrimonio; mi madre, en cambio, decía que ya no lo quería. Mi madre tenía un objetivo claro. Mi padre sólo repetía una palabra, una y otra vez: no. Por supuesto, se divorciaron. Como no podía ser de otra manera. ¿Qué hubiera ocurrido si, cuando mi madre le pedía cambios, soluciones, a finales de los ochenta, mi padre hubiera sido capaz de dárselas? Tal vez no se hubieran separado. Pero mi padre se negó, no cambió. Y mi madre se cansó...

Por supuesto, no es lo mismo. Es más complejo, pero encuentro una similitud. El nacionalismo catalán y el independentismo está mejor organizado, tiene claros sus objetivos y su proyecto. Saben lo que quieren y, a estas alturas, no van a detenerse. Quien lo pensara, se ha equivocado.

Sin embargo, el nacionalismo español, tanto el de derechas -con una idea de España cerril y reaccionaria- como el de izquierdas -acobardada, por el miedo a perder votos-, sólo responde con la amenaza y la prohibición. A veces, me pregunto si, en el fondo, muchos españoles no desean que Cataluña se marche. No son capaces de promover un proyecto ilusionante de país en el que Cataluña se sienta a gusto. Se amparan en la ley -la constitución-, una ley viciada, que han hecho inflexible. Ahora es una cadena, no una mano tendida.

Como mi padre, España es un títere sin cabeza, incapaz de comprender por qué muchos catalanes desean romper con ella. No escuchan; no han escuchado. Ni siquiera lo han intentado. Es posible que como hizo mi madre con mi padre, los independentistas hayan convertido a España en la raíz de todos sus males, ocultando que algunos de entre sus filas, han colaborado en las desgracias propias.

No sé lo que pasará el uno de octubre. Creo que la gente votará. No sé lo que votarán. Ellos decidirán su futuro; no, nosotros. Creo que los políticos españoles no cometerán el error de impedir esa votación con soldados o guardia civil o policías, quitando las urnas, deteniendo a gente o prohibiendo partidos o con el artículo 155. Y, si lo hacen, sería un grave error, porque ya no habrá marcha atrás.

Me temo que Cataluña se irá, a no ser que se sea flexible e inteligente. Quizá pido demasiado para un país que es en Europa el quinto por la cola en inversión educativa. Un país que no ha sabido en cientos de años contruir un proyecto común. Quizá merezcamos que se vayan.

Si así ocurre, yo los echaré de menos.






viernes, 30 de diciembre de 2016

LA HISTORIA OFICIAL



La protagonista es una profesora de historia, y no es casual, pero los temas que aparecen en esta película van mucho más allá del momento histórico en que se sitúa: la incipiente democracia argentina tras la brutal dictadura de Videla y la situación concreta: los niños robados y las abuelas de la Plaza de Mayo. Hay una reflexión que en esta escena -clave, más importante de lo que parece en un principio; como se suele decir: aquí está el mensaje- se resume en dos comentarios. Uno, en la frase de un tal Mariano Moreno pronunciada a principios del siglo XIX: "Si no dejan publicar la verdad, va a triunfar la mentira, el embrutecimiento..." Y la segunda, brutal, escupida por uno de sus alumnos: "La historia la escriben los asesinos". 

Es una bofetada, un puñetazo en la cara. 

La protagonista tomará conciencia, dejará de mirar a otro lado, descubrirá la verdad. El final es demoledor.





Y, en realidad, las dos frases podrían servir para cualquier lugar del mundo en cualquier momento de nuestra historia. En el Egipto de Akenatón, en la Roma de los Graco, Augusto o Trajano, en la Grecia de Pericles o Alejandro Magno o en la China de los emperadores. En la Europa medieval o en la América conquistada. En la Francia de Vichy o en la Alemania de Hitler. En la antigua Yugoslavia y los países que nacieron tras su desmembramiento, en la Rusia comunista o en los Estados Unidos del macartismo. Y ahora. En la Siria de Al Asad, en el infierno del ISIS, en la Turquía de Erdogan, en la Rusia de Putin, en los Estados Unidos de Obama o de Trump o... en España...


Siempre, detrás de la historia oficial -la que escriben y escribirán los vencedores o los asesinos- está y estará la verdad, mucho más compleja y contradictoria

Aunque me temo que los seres humanos preferimos o aceptamos muchas veces la historia oficial. La verdad no es agradable; nos refleja en un espejo tal como somos.

viernes, 20 de mayo de 2011

ESPAÑA EN CRISIS: DE BILDU A 15-M



Esta campaña electoral empezó con una prohibición: Bildu no podía presentarse.
Otro tribunal decidió recuperar la sensatez y permitir que miles de personas pudieran votar este domingo.
Semanas después otra prohibición. De nuevo jueces politizados deciden qué deben hacer los ciudadanos. Y lo hacen interpretando la ley restrictivamente.
España está en crisis, sí. Pero la crisis no sólo es económica. Va mucho más lejos: la gente está harta de sus políticos, de unas instituciones anquilosadas... y cada vez más.
Ya es hora de que cambiemos esto: y lo haremos no sólo con el voto; también saliendo a la calle, haciendo otras propuestas, diciendo no a tantas cosas.

domingo, 1 de mayo de 2011

VERGUENZA POLÍTICA





La justicia española como la política española hoy no ha estado a la altura. Podemos esperar que el Constitucional tenga aún algo de dignidad y decida permitir dentro de cuatro días que Bildu esté en las elecciones. Es dudoso, aunque la esperanza es lo último que se pierde.

Puedo entender a mucha gente que piense que esto es una verguenza. Lo es. También es cierto que esto dará más votos a la izquierda abertzale si se pueda presentar ahora o dentro de unos meses o unos años.

Con esta decisión han creado más independentistas que con cualquier otra.

El problema de jugar a corto plazo que es lo que hacen todos los políticos empezando por Rubalcaba y terminando con Urkullu es que han perdido la escasa credibilidad que tenían. Y la justicia se ha dejado tanto en el tintero... Buen comentario éste que aquí añado de noticias de guipúzcoa.

Esto no fortalece a una democracia; la convierte en una farsa; pero eso a los políticos de medio pelo que tenemos les importa un carajo...