martes, 29 de julio de 2025
DE RERUM NATURA
sábado, 24 de mayo de 2025
HORMIGAS EN LA TIERRA
Cuando alguien nos recomienda un libro, sea un amigo o un compañero, nos señala un camino desconocido. Que lo sigamos o no, depende de nosotros. Que ese camino nos lleve a otros o se cierre en falso, forma parte de la vida y de las experiencias que tendremos. Siempre hay que agradecer que nos guíen en una dirección o un rumbo que, tal vez, sin ese gesto, nunca hubiéramos tomado. Nos lleve al infierno o al paraíso. Eso no importa tanto.
Dos de mis compañeros, buenos lectores, me han recomendado sendos libros. Siempre he tenido en cuenta sus gustos, porque, aunque puedan ser parciales, saben de lo que hablan. Cuando hice una selección de libros que el instituto pudiera comprar para la biblioteca del centro -esa biblioteca que nunca existirá como tal, que llevará ese nombre, pero será un espacio de libros sin lectores- les pedí listas de sugerencias. Cada uno a su manera me dio su perspectiva y amplió y mejoró un catálogo desigual.
Gracias a M. he descubierto a Richard Ford, un autor norteamericano, de esos que saben escribir la gran novela americana sin despeinarse. A., lo hizo con El jardinero y la muerte de Gospodínov; me dijo una frase que me atrapó de inmediato.
-Hay detalles en esa novela que solo pueden comprender los que han vivido la muerte de un padre o una madre.
El jueves, antes de asistir a una conferencia sobre el epicureísmo y el estoicismo, busqué el libro por el centro. Se había agotado en muchas de las librerías; finalmente, lo compré en La Central. Caminé hacia el museo de San Isidro, el lugar donde se celebraría la conferencia, con la bolsa de papel en la mano. Cada vez hace más calor y los días primaverales que hemos disfrutado en abril y mayo se acaban; como hacen los gatos, epicúreos por naturaleza, me dejé acariciar por esta brisa y esta luz.
Como llegué antes de tiempo, me animé a echar un vistazo al museo. En realidad, lo que buscaba era un sitio donde sentarme y descansar. Ni un solo banco; solo pasillos y objetos tras cristales en semipenumbra. Me fijé que, al otro lado de una puerta de cristal, había un pequeño jardín interior. ¡Y un banco donde podría sentarme! Y así lo hice. Dejé la bolsa de papel a un lado. Miré a mi alrededor. Enfrente tenía el exterior, o más exactamente, el ábside de la iglesia de San Andrés. El ruido de la cercana plaza de los Carros, lleno de turistas, bares y terrazas a pleno rendimiento, no llegaba hasta aquí. Esa misma mañana, durante la clase, me irritó el zumbido de los alumnos, su cháchara intranscendente. Es una tortura buscar el silencio y tener una profesión donde eso es casi imposible. Sin embargo, ahora podía escuchar el canto de los pájaros, el fluir de una fuente. Un madroño, un olivo, un majuelo; hiedra, salvia, romero... El jardín de Epicuro. ¿Estaba en Madrid, ciudad moderna donde hay manifestaciones, tráfico, movimiento perpetuo, o en una de esas islas griegas a las que me gustaría vivir, cuando me libre de la condena del trabajo? La luz suave del atardecer dejaba sus postreros guiños en las copas de los árboles.
Podía empezar la lectura.
Leía unas cuantas líneas. Llegué a esta:
¿Seguimos existiendo si se va la última persona que nos recordaba como niños?
Las imágenes se agolpan, una tras otra, una y otra vez. Cientos de palabras; no cabrían en un libro. Mucho menos en la entrada de un blog.
Quería estar solo. Caminaba por las calles de Buenos Aires o las de Burgos. Un lunes; la gente iba a trabajar, se cruzaba conmigo. Su ritmo no era el mío. No encajaba; disonancia melódica. En mitad de la Avenida 9 de julio delante de un semáforo no puedo moverme. Me he convertido en una piedra; el dolor te convierte en una piedra. El semáforo está en verde, la gente pasa a mi lado, caminan muy rápido; ya no puedo seguirlos. Me pongo a llorar.
Permanecer en la memoria de una niña.
Ellos morirán del todo, cuando mi hermano y yo no existamos. Es posible que ya sean inútiles las palabras que escriba, porque nuestra memoria es una sucesión de recuerdos falsos e inventados. Ellos dejaron de existir hace mucho tiempo. Cuando morimos, nuestra existencia es ligera, volátil: el vuelo de una mariposa, el llanto de un niño. Cuando mueren quienes nos conocieron, desaparecemos. Nadie nos recuerda. A no ser que antes se comparta con otros, a no ser que se deje algo por escrito. Y también desaparecerá. Engañaremos un poco más al tiempo, retrasaremos lo inevitable. Todavía escuchamos sus voces durante unos meses, pero tarde o temprano dejaremos de escucharlos. Todavía intuímos los trazos de una letra, el contorno de una palabra, antes de que se borren para siempre.
Nunca más volvió la Navidad. Con ellos murió la Navidad. Y las llamadas de teléfono en mis cumpleaños. Y la infancia donde somos casi inmortales.
Escribe con las manos las palabras en el aire.
No hay palabras al final: un estertor, una mirada perdida, respiración agitada. Y, después, el frío, la descomposición, el olor acre y ácido que impregna la ropa, el aire.
Apagón en el sur de Francia. Hace unas semanas en toda España y Portugal. La oscuridad acecha al futuro.
Llamadas de madrugada. Quien llama de madrugada no trae buenas noticias. Le cerré los ojos. ¿Quién nos cierra los ojos, los que ya no ven, los que yacen, muertos, en el fondo de las pupilas?
La enterramos un día soleado de enero. Me gusta visitar los cementerios. En París, Madrid, Roma, Atenas. En Buenos Aires, San Francisco, Kioto, Pekin. En Tarancón, Ondárroa, Palermo, Nauplia. Llueve en esos cementerios. Brilla el sol allí. Bajo un árbol, en un secarral, cerca del mar o de una montaña.
Las casas abandonadas. Murieron sus habitantes. Jardines abandonados; crece la maleza, las malas hierbas, los árboles se secan. También se mueren los jardines y las casas. Se mueren mundos, miles de mundos que ya no volverán. Del mundo antiguo, ¿qué nos ha quedado? Restos de un naufragio. Algunos nombres se conservan miles de años después, en las lápidas, en las inscripciones. Sus historias, los detalles, las pequeñas cosas que explicarían sus vidas se han perdido. Nombres. Solo los nombres.
Soñamos con los muertos. Creamos vidas paralelas. Mi abuela estuvo viva en mis sueños años y años. Se mezclan ahora las dos vidas: la que vivió en mis sueños y la otra, la que llamamos real. Sé que C. soñó con mi madre unos meses. Su espíritu se le apareció. Y con el tiempo también se marchó.
Lejos están la tristeza, el dolor punzante, la descarga que te aplasta, que remueve el cuerpo y lo atraviesa. A mi lado se quedó la suave ternura de la nostalgia que sobrevive al dolor y a la ausencia. Donde está el gato, ahí tienes que estar tú. He aquí el ciclo circular del mundo: transformación eterna que nos libera y nos encadena.
Las hormigas rodean la tumba de mi madre y mis abuelos. La tierra se llena de un negro sofocante, avasallador, brutal. Quisiera aplastarlas a todas, porque sé que se acercan a ese cuerpo que se descompone, lo roban, lo devoran para que el ciclo de la Naturaleza siga su curso. Son miles. No puedo acabar con todas. Me rindo.
"Un jardincito, higos, quesitos y tres o cuatro amigos: esa fue la opulencia de Epicuro".
Solo nos salva, solo nos salvará la escritura. O la filosofía.
domingo, 4 de junio de 2023
A LO CIORAN: AFORISMOS PARA UNA JUNTA DE EVALUACIÓN
"En los tiempos en que durante meses viajaba en bicicleta a través de Francia, mi mayor placer era detenerme en los cementerios rurales, tenderme entre dos tumbas y fumar durante horas. La considero la época más activa de mi vida"
E. M. Cioran, Del inconveniente de haber nacido.
Al empezar la junta:
Las cifras ya hablan por sí solas. ¡No dejemos huella, no digamos nada!¡Hagamos la mejor junta de evaluación!
Durante la junta:
"Solo el sufrimiento nos lleva al conocimiento". Las leyes educativas nunca comprenderán esta sencilla revelación.
Hay que alabar las derrotas, los fracasos o los suspensos más que los éxitos. Se aprende más de ellos; revelan nuestra naturaleza.
La mentira y la calumnia tienen un origen evidente: nuestro miedo y nuestras inseguridades; sobre todo, cuando nos mentimos a nosotros mismos.
Ahora también se sacrifica a los Dioses... No hay mayor sacrificio humano que una guerra o un suspenso. Y después están los refugiados y los aprobados de última hora para demostrar clemencia y falsa generosidad ante altares ensangrentados.
Como bien decía Cioran, cuando se juzga o critica a los demás, uno no descubre el interior del que es juzgado sino el de quien juzga.
Es un bien tan escaso encontrar la brillantez en alguien, que necesitamos hacerlo destacar con dos cifras y dos mayúsculas.
Cuando nos acercamos al final de la junta:
Todas estas cifras son ya pasado. Aunque estén impresas, escritas, han dejado de ser.
¿Dónde ha estado lo esencial? ¿Dónde el estupor, el grito, el silencio, el estallido?
Y para terminar la junta:
Todas estas palabras, innecesarias. Todos estos deseos, superfluos. Volvamos, pues, a casa y durmamos plácidamente...
lunes, 30 de agosto de 2021
VARIAE
Habiendo vista una media de una película por día - a veces, tres- tendré que hacer una selección. Elegiré una de cada apartado temático.
1. Animación:
La mejor sin discusión o, al menos, la que más me impactó fue Watership Down -Orejas largas (desafortunada traducción; sería más bien, la colina de Watership).
Fiel adaptación de un relato infantil en el que se narra la odisea de un grupo de conejos que deben encontrar un nuevo lugar donde poder sobrevivir. La historia que comienza con una especie de explicación mítica del origen de los conejos con dioses y castigos, que se asemejan al Génesis, es cruel y no oculta la dureza de la naturaleza y su violencia -con planos terribles de conejos desangrándose o asfixiados-. Una parte recuerda a Animal Farm, otra maravilla de la animación,
con su crítica a los regímenes autoritarios -el mayor enemigo de estos conejos resulta ser una especie de dictador que anula la libertad de los demás-.
Aunque pueda parecer una historia para niños, va dirigida a los adultos.
Alegro, non troppo es una selección de extractos musicales animados -al estilo de Fantasía, con cierto aire paródico-; dos de ellos destacan por su imaginación y sensibilidad.
El vals triste de Sibelius: fantasmas o recuerdos de un gato, podría llamarse. Seis minutos llenos de ternura.
Y el Bolero de Ravel. Intenso, apasionado, brutal. Quince minutos sin descanso.
2. Películas de vampiros:
Aparte de los clásicos; ya se sabe, Bela Lugosi, Christopher Lee, Coppola, volvimos a ver Nosferatu de Murnau.
Aunque algunos aspectos nos resulten extraños, no ha envejecido casi nada. Sigue manteniendo la inquietud que debió provocar en los espectadores de su época.
Cincuenta años después Herzog hizo un Nosferatu, fiel al original. Su gran acierto es mantener los aciertos de aquel, adaptándolos a un estilo de cine muy diferente. Y consigue, por ejemplo, que la Naturaleza nos parezca inquietante o que los actores principales -Kinski y Adjani- encajen con el estilo a la perfección.
El comienzo es un gran acierto -cadáveres momificados en el estertor de la muerte-. En general mantiene, como he dicho, su fidelidad al estilo y el espíritu de la obra original, pero aporta una visión personal y particular.
3. Películas "filosóficas":
O de filósofos. La de Wittgenstein de Derek Jarman serviría para dar a conocer de manera sencilla su filosofía y vida. No es un obra redonda, pero nos ofrece una visión interesante; rodada con muy pocos medios, casi como una obra teatral. No oculta el carácter irascible y obsesivo de este genio, como se refleja muy bien en su incapacidad para enseñar a los niños -cuentan las crónicas que estos le tenían miedo-.
Con otro estilo tenemos El caballo de Turín de Bela Tarr, su testamento fílmico. Sólo se menciona al comienzo y en una narración en off la anécdota de Nietzsche y el derrumbe mental que supuso la visión de un caballo golpeado en las calles de Turín. El resto del metraje, empezando por un plano inicial sin concesiones,
es otra cosa... o tal vez no lo sea; tres personajes: un caballo, el propietario y su hija. La repetición de gestos: levantarse, vestirse, comer, recoger agua, entrar en el establo, sólo conduce a los personajes a lo largo de seis días a un hastío existencial sin salida. La Naturaleza hunde al ser humano, a los seres vivos -también al caballo- los condena al infierno. El estilo frío, seco no da opción al espectador. Quizá sea la película más nietzchiana y existencialista, sin que tengamos necesidad de que aparezca él mismo. Su espíritu sí está ahí... Como ejemplo, estos quince minutos de metraje...
4. Películas recientes:
Me atrajo Annette. Todo musical es una estilización. Leo Carax siempre ha buscado eso en sus películas; pero en esta lo lleva al extremo. La historia es sencilla; podría haberse contado en media hora. Quizá su mejor aportación es ser capaz de ir más allá de lo convencional y jugar con el espectador -lo hace en el prólogo y el epílogo donde los actores se dirigen a nosotros sin dejar de cantar-. Logra emocionar -aquí está la escena final-, aunque para eso tengamos que aceptar sus reglas de juego.
Las mil y una es una película argentina estrenada este mes de enero. Realista con cámara en mano recuerda en el fondo y forma a ese cine que quiere mostrar los entresijos de un mundo duro y despiadado que ha dado, en mi opinión, lo mejor del cine francés o latinoamericano. En muchos aspectos, sobre todo en los temas tratados, me recuerda a películas como La vida de Adèle o Girlhood de Sciamma.
Los medios no son los mismos que tienen en Europa y Clarisa Navas, muy inteligente, apuesta por centrarse en un único tema: el desarrollo de la identidad sexual de una adolescente, jugadora de baloncesto, y, de manera secundaria, la de sus dos hermanos. Y se apoya no sólo en sus propias experiencias sino, sobre todo, en un estilo sencillo, sin música ni grandes efectos ni un guión muy complejo, que le permite reflejar de fondo el ambiente en el que se mueven los personajes: un barrio donde, con unos pocos trazos, señalados, mientras seguimos a la protagonista, intuimos que hay marginación, pobreza y delincuencia.
Sin embargo, el contexto social -ese barrio de una ciudad de provincias- tras esa elección se convierte en un escenario, mostrado con gran talento, como ya he mencionado, sin necesidad de remarcar ni enfatizar; está en un segundo plano -escuchamos disparos, vemos en una ráfaga a unos policías deteniendo a un joven, se habla de drogadicción, prostitución-. Nada de violencia; ni siquiera vemos -solo lo escuchamos- cómo un hombre golpea a su caballo. Se insinúa en alguna escena -determinados comentarios machistas, miradas de los hombres, sexualidad, más o menos, forzada y despreciativa de estos (en la sala de fiestas o en una escalera de un edificio)-. Es una elección e, incluso, me parece muy atractiva, como si lo viéramos a través de una mirilla, tanto ella como nosotros, los espectadores.
Echo en falta, eso sí, que los protagonistas, la protagonista o los adultos se hagan una pregunta clave: ¿qué vas a hacer con tu vida si los estudios no sirven para nada, como dice ella en dos ocasiones, tras haber sido expulsada del centro educativo y del club de baloncesto? ¿Y los adultos? ¿Dónde están? La directora ha decidido que no lleven a cabo su tradicional función represiva o correctora; la madre es sensible y tierna, pero no se entera de nada; las tías son cotillas, pero no ejercen ningún control. El padre está desaparecido.
No es el tema; decide centrarse en la relación que mantiene la protagonista con una chica conflictiva de pasado turbio y presente inquietante que, por otra parte, está muy bien contada desde sus inicios hasta el abrupto final.
La conclusión abre otra historia. No parece que la protagonista pueda vivir, como lo ha hecho ese verano, en un mundo en el que solo caben la toma de conciencia de sus emociones y la madurez de su identidad sexual, ajena al mundo que la rodea o intentando mantener distancias. Ni que nosotros, como espectadores, podamos tampoco ser ajenos. Deberá enfrentarse a él y tomar decisiones; pero esa es quizá otra película, una que Clarisa Navas tendrá que hacer algún día, si quiere convertirse en una gran directora. Talento no le falta.
Bueno, se acabó el verano. Y el tiempo de las cerezas.