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sábado, 18 de noviembre de 2023

WHO KILLED MY FATHER: LOUIS EDOUARD, IVO HAN HOVE, HANS KESTING

 

Salíamos mi hermano, mi padre y yo de un restaurante; nos acababa de invitar a comer. 

Nos despedimos y cada uno siguió su camino. Cuando llevaba unos pasos, me di la vuelta y le miré. Me fijé en sus pies. Los arrastraba. 

En ese momento supe, no tuve ninguna duda, de que mi padre moriría muy pronto. Ocurrió a los cuatro meses. 

La obra de Louis Edouard, un autor francés de escasos treinta años, se ha empezado a construir recreando literariamente su infancia y adolescencia. Su estilo es directo, punzante, sin medias tintas. Poco importa que parte de esa memoria personal sea o no inventada; la literatura acepta esas mentiras, si están bien contadas. 

Ivo Van Hove ha adaptado al teatro algunas de sus obras. Hans Kesting se ha encargado de interpretarlas. De la adaptación de esta última, estrenada en el festival de Otoño, Who kill my father, podría poner algún pero... No lo haré. En realidad, me gusta esta versión, porque, sobre todo, destaca por su minimalismo. Sabe aprovechar con escasos elementos -una televisión, una cama- las posibilidades del texto. Los elementos externos -el humo, la música elegida (muy propia de los años noventa)- se adaptan perfectamente al tono. 

Sin embargo, lo que más me asombra y admiro es al actor. Hans Kesting está impresionante. No solo porque interprete varios papeles -sobre todo, el del padre o el autor, pero también el de la madre o la abuela-, sino también porque sabe darles una corporeidad que solo los grandes intérpretes son capaces de expresar con sus gestos, su voz y su presencia en el escenario. 

Las relaciones entre padre e hijo es uno de los grandes temas del teatro. Complejas, repletas de conflictos: odio y amor, incomprensión, decepción, miedo, respeto, admiración, ternura, rechazo... O de vergüenza: porque el hijo no es lo que deseábamos; porque el padre no llega a la altura de lo que imaginamos.

Los hijos solo entendemos a los padres, cuando nos hacemos mayores. O, al menos, los aceptamos, los comprendemos. No son perfectos; nunca lo fueron. Cuando mueren o cuando intuimos que pronto dejaremos de verlos, buscamos una manera de reconciliarnos con su memoria, que también, aunque no quisiéramos admitirlo cuando éramos jóvenes, es la nuestra. 

Encontramos en el discurso final de esta obra una reflexión política. Aunque más que reflexión debería decir un grito de dolor y de venganza: ellos, los poderosos, son responsables del dolor y las injusticias del mundo. Así que... voy a gritar sus nombres...

"Sí, dice el padre de Edouard, que ha tomado conciencia de las causas reales de su frustración, de su muerte, de su desesperación, tenías razón. Vendría bien que algún día hubiera una revolución..."


A veces, cuando veía a Hans Kesting arrastrar los pies, reconocí a mi padre... 

Estaba allí... 

Solo un gran actor puede resucitar a los muertos... 



martes, 24 de diciembre de 2019

ANNA KAVAN


Cuando descubres de repente a una gran escritora siempre se te abre un mundo nuevo. La sorpresa y el agradecimiento se mezclan a partes iguales. Sabes que estará contigo hasta el último día. Como me sucedió con Virginia Woolf a los dieciocho años.
En este mes de septiembre la editorial Navona Ficciones ha publicado El descenso. Su título original es Asylum Piece. La autora lo escribió en 1940. La traducción de Ainize Salaberri es soberbia.
Hay libros que te llaman. No sabes porqué, pero ocurre. Me gusta dejarme atrapar.
Comparto el departamento con Filosofía. Dos días antes de terminar el curso algún compañero -tal vez la jefa de departamento- había dejado separado del resto este libro, en el borde del anaquel. Quizá con las prisas no había tenido tiempo de colocarlo en su lugar. Lo siento. No pude evitarlo. Lo cogí y me lo llevé prestado.
Lo he estado leyendo. A ratos. Son episodios independientes, aunque tengan un denominador común: la locura. Su forma de escribir es simple, llana, directa. Sabe describir con pocas palabras una emoción o un personaje. Unos pocos gestos le bastan para definir un carácter. Unas pocas frases para mostrar un ambiente.
Es desesperado, brutal, terrible. Y tierno, sensible, generoso. Pocas veces había visto un estilo como el de Anna Kavan.
Su vida fue un reflejo de su obra; entre el sueño y la pesadilla. Dos matrimonios; una depresión; la estancia en un centro psiquiátrico; la dependencia durante treinta años a la heroína; y la muerte por sobredosis. Y, por supuesto, la escritura como terapia y como grito sordo; dolor que no tiene curación.
De entre estos episodios me gusta, sobre todo, el que empieza así:
Tuve un amigo, un amante. ¿Acaso lo soñé? Hoy en día se me amontonan tantos sueños que apenas puedo discernir entre lo que es verdad y mentira: sueños en los que la luz está presa en cuevas de mineral brillante; sueños calurosos y pesados; sueños de la Edad Media de Hielo; sueños como máquinas en la cabeza. Me acuesto entre la pared desnuda y la medicina amarga con su poso que aguarda en el diminuto vaso e intento recordar el sueño... 
Y el sueño se nos cuenta; como recuerdo perdido. Pero, es inevitable; vuelve la pesadilla...
Pero ahora estoy acostada en una cama solitaria. Estoy débil y confusa... Fue él quien me trajo a este lugar... Luego me dijeron que se había ido. Durante mucho tiempo no lo creí. Pero el tiempo pasa y no llegan las palabras... Espero, espero, entre la pared y la amarga medicina del vaso... Durante toda la noche el ojo imparcial de la luz me observa. En la oscuridad hay sonidos extraños. Espero, espero, quizá a los sueños, que tan cerca están ya de mí. 
Tuve un amigo, un amante. Fue un sueño. 

Esta es Anne Kavan. Como diría Nietzsche, una flecha lanzada a nuestro presente. A nuestro incierto futuro. El arte nos salva, nos abre caminos, nos descubre a nosotros mismos.

sábado, 8 de diciembre de 2018

REALIDAD Y FICCIÓN


Realidad: Dinamarca planea enviar a número de inmigrantes indeterminado a una isla desierta. La ultraderecha crece en el mundo. El capitalismo es el gran vencedor de todas las batallas. Vivimos en burbujas de opinión, más o menos dirigidas, encerrados, ajenos a los demás...

Estoy escribiendo una novela; llevo unas ochenta páginas. Mira al pasado, al pasado de mi familia materna, a mi propio pasado, al de este país. Me está costando terminarla; ni siquiera sé si lograré que alguien la lea, algún día. No me ayuda, no me anima pensar en esta posibilidad, pero eso es otra historia...
Hay otra en el tintero desde hace un par de años. Mira al futuro. Es ciencia ficción. Tengo un esquema básico con personajes, situaciones, desarrollos argumentales, dos finales alternativos. Algunas páginas, muy deslavazadas. Me cuesta ponerme a escribirla. No sé si alguna vez lo conseguiré.
Lo que sí sé es cómo quería empezarla.
Capítulo primero.
En medio de una gran crisis económica miles, millones de inmigrantes son trasladados a islas en medio del Mediterráneo, del Pacífico o del Atlántico; sobre todo, a campos de concentración. Oficialmente trabajan en fábricas cuyos productos llegan a los países ricos, productos que son vendidos a precios "razonables". Eso es lo que les dicen a los inmigrantes, cuando llegan a las islas. Eso es lo que dicen a sus ciudadanos  los medios y los políticos, los empresarios, cuando justifican estas medidas.
La realidad es otra: la mayoría de los inmigrantes -mujeres, niños, ancianos- son eliminados e incinerados a las pocas horas de entrar. En los continentes hay quien lo sabe y no le importa o lo justifica; y hay quien prefiere no saberlo. También hay quien se rebela...

Me pregunto si, en el fondo, ya se está escribiendo esta historia. Ya la estamos escribiendo...