viernes, 31 de agosto de 2018

PETRÓLEO: COLAPSO O TRANSFORMACIÓN



Ayer por la mañana, aprovechando los últimos días que me quedan de la excedencia voluntaria, leí en twitter una reseña de David Fernández que se encuentra en el siguiente enlace:

RESEÑA

Despertó mi interés y fui a comprar el libro esa misma tarde. En realidad, son tres conferencias que formaron parte de un seminario del MACBA. Se pueden escuchar en su página web.

SEMINARIO PETRÓLEO

Son tres perspectivas diferentes que giran alrededor de una realidad que casi nadie quiere ver ni asumir. El capitalismo, el sistema en el que vivimos se agota y nos destruye. Puede parecer que es inmortal, invencible -¿acaso no vemos a miles y miles de personas en las grandes ciudades occidentales comprar en los centros comerciales, comer en restaurantes, beber en los bares? ¿No es cierto que cada vez hay más turistas, más viajes en avión o que los beneficios y las ganancias -a pesar de que estemos hipotecados- parezcan no tener fin?-.
Sin embargo, los avisos -la crisis del 2008 fue una llamada de atención- están ahí, si queremos verlos: cambio climático, desaparición de ecosistemas, contaminación, agotamiento de los recursos y energías; la explotación de los petróleos no convencionales -fracking- no sólo afecta al ecosistema, también está demostrando poca rentabilidad; escasa viabilidad de las renovables, consumismo sin freno, deceleración de las economías, explotación turística que está llegando al límite en los cascos históricos, subida de precios de las viviendas y los alquileres, corrupción sistémica y separación cada vez mayor entre la élite económica, el 1% de la población, y los más pobres, entre los países ricos y el resto, la gran mayoría. Por poner un ejemplo, ¿sería posible mantener los viajes en avión, los más contaminantes, sin la ayuda del petróleo? ¿Hay una alternativa ecológica en un futuro cercano?

El problema, como dirían los dos Marx, -tanto Groucho como Karl- es el capitalismo, este sistema económico que nos puede llevar al desastre, a la extinción.
En un apartado, escrito por Emilio Santiago Muíño, y tomado de Íñigo Capellán y alii, se exponen cuatro hipótesis de futuro:
La primera cree que es posible un crecimiento económico infinito, que nuestro planeta -u otros planetas- nos seguirá aportando recursos de manera indefinida. No debe haber límites a su explotación.
La segunda -una perspectiva socialdemócrata -aboga por un crecimiento económico regulado, controlado. Algo así como soluciones parciales o mejoras marginales dentro del estrecho margen que permite el sistema a cambio de acuerdos. Algo así como "darnos tiempo".
En realidad, sería fácil situar cada una de estas dos en una ideología política determinada. No hace falta que yo lo haga; llevan décadas haciéndolo, con el beneplácito y la colaboración de la mayor parte de la población.

La tercera y la cuarta son más creíbles. Serían lo que yo renombro, el colapso o la transformación.
El colapso sería "una dinámica de desglobalización y repliegue alrededor de la soberanía nacional para incentivar la competencia y, finalmente, la guerra por los recursos escasos".
Es fácil ver lo que eso supone. Yemen, Siria, Ucrania, Venezuela, Irak, Afganistán, Corea del Sur, la marea conservadora en Latinoamérica, el brexit, los inmigrantes de Ceuta y el Mediterráneo, los "espaldas mojadas", el auge de la ultraderecha, las tensiones nacionales y territoriales -Cataluña sólo es uno de los posibles ejemplos-, el recorte de libertades sociales, laborales -sueldos miserables, contratos basura- o fundamentales -libertad de expresión, control o manipulación de la información, sea por saturación u ocultamiento-. Bajo estas condiciones, que ya se dan, el futuro llevaría a "una alianza de las élites con sectores populares empobrecidos, convenientemente enfrentados con otros sectores populares también empobrecidos, pero convertidos en enemigo interno". Por otro lado, "salidas de tipo dictatorial, basado en un férreo autoritarismo interior, combinado con un militarismo militar exterior... El nuevo shock energético vendrá seguido de una dura recesión económica que profundizará en la fractura social... la respuesta, como siempre, será externalizar sufrimiento social, devaluación interna y abaratamiento de la fuerza de trabajo, tensiones centrífugas entre territorios ricos y pobres, agudización del conflicto bélico en todas sus formas". 
En realidad sería lo que Emilio Santiago llama "prepararse para matar". Ya lo estamos haciendo, nos dice. Nuestra cultura del weekend -usar el coche el fin de semana para escapar de nuestras ciudades, por ejemplo,- está alimentada con las guerras. ¿De dónde viene el petróleo de nuestros coches? De las guerras en Oriente Medio. "Nuestros ejércitos sí matan en nuestro nombre". 

La transformación aboga por "una desglobalización cooperativa basada en la descentralización de los gobiernos, el incremento de la cooperación, el fin del crecimiento económico y el cambio masivo de estilos de vida en un sentido ecológico". O dicho de otra manera, prepararse para empobrecerse un poco; vivir bien con menos. O como dice Riechmann: "Menos segundas viviendas, más años sabáticos". Eso supone como afirma el propio Riechmann que cambiemos nuestra mentalidad, "fuera del horizonte del consumismo totalitario". O "poder aprovechar una ventaja, al precio de dañar a otro, y no hacerlo: eso es lo que nos humaniza". O, más fácil, por ejemplo, dejar el coche e ir en bici o transporte colectivo. Yayo Herrero, por su lado, desde el feminismo, habla de una actitud colaborativa frente a la estructura patriarcal y explotadora de los recursos y el medio ambiente.

El ser humano es egoísta; el capitalismo lo sabe y lo aprovecha. Si sólo fuéramos eso, los políticos, las multinacionales, los Estados y los medios de comunicación, cabalgando en el cortoplacismo nos llevarán al desastre. Tendremos guerras, hambrunas, genocidios, desastres ecológicos -más cerca de lo que pensamos- en unas pocas generaciones o quizá, en décadas. La distopía. Sin vuelta atrás.

Existe otra posibilidad; el ser humano es también generoso, colaborativo, busca el acuerdo; sabe que depende de los demás. No sólo las guerras; la ayuda mutua nos ha traído aquí como especie. ¿Seremos capaces de destruir de raíz un sistema como el capitalista y plantear alternativas viables? ¿O él nos destruirá antes a nosotros?

Quizá ha llegado el momento de ser utópicos. Todos los días.




jueves, 23 de agosto de 2018

ELISA K


Elisa K está basada en una novela de la escritora catalana Lolita Bosch.
Elisa K trata de una violación; la sufre una niña de once años. Es violada por el amigo de su padre, sin que éste se entere. La madre intuye que algo ha ocurrido, pero no logra que su hija lo cuente.
Elisa K olvida, se protege.
Elisa K recuerda todo catorce años después; lo vomita.

Sabemos lo que va a ocurrir: la violación, el recuerdo que vuelve de repente. La voz en off - el narrador cuenta lo que la niña no puede articular- nos avisa con antelación.
No vemos la violación; la reacción de la niña y de la mujer adulta nos hace comprender su dolor.
Es una película sensorial: los sonidos, los olores nos devuelven al pasado...

Este punto de vista es lo que distingue a esta película de otras, la que hace que sea diferente.

Hay dos escenas con el padre que me emocionaron.
En la primera, él se despide de sus hijos -incluida Elisa- en la estación de tren. El padre lo ignora; nosotros sí lo sabemos: su hija ha sido violada el día anterior. Cuando se pone el tren en marcha, les hace muecas a través de la ventanilla para que se rían...


Años después su hija le cuenta lo que ocurrió. No escuchamos gran parte de la conversación; los vemos a través de otro cristal, el de un bar. El padre se derrumba.

Elisa K. Magnífica literatura; gran cine.