Siempre encuentras los mismos elementos: relaciones de pareja, amistades, largas conversaciones en restaurantes -mientras se come muy bien y se bebe, casi siempre demasiado... Eso libera a los personajes de la ferrea educación oriental y les anima a cometer excesos verbales, o de otro tipo, de los que se arrepienten muchas veces-.
Hay también desde el principio de su filmografía un interés por la repetición o la rima. Observar el mismo hecho desde diferentes perspectivas o con finales alternativos e historias paralelas en las que los mismos actores o idéntico espacio sirven para contar algo parecido o completamente diferente. Volver al pasado, a un pasado del que queremos alejarnos, pero al que necesitamos regresar, es otra de sus obsesiones. El tiempo y el espacio es el mismo y siempre es diferente.
Nos parece que estamos ante historias sencillas en las que trabaja con pocos espacios, cuatro o cinco personajes y escasos medios y, sin embargo, el guion, la clave de toda obra, gira sobre sí mismo y nos sorprende volviendo al mismo punto. Al final, resulta que todo era más complejo y profundo de lo que pensábamos. En este caso, más que en ningún otro director, las apariencias engañan...
Si al principio de su filmografía los personajes masculinos tenían más presencia, en sus últimas películas son ellas las que construyen la narrativa. Tal vez, en este caso, tengamos que hablar de una madurez; todos sabemos que ellas, como personajes, son más complejas e interesantes. Contradictorias, saben y no saben lo que quieren. Han tomado decisiones y se arrepienten. Giran sobre sí mismas y vuelven al mismo punto. Sí, siempre dan más juego; sobre todo, si hablamos, del mundo emocional. O de la vida.
Sería difícil elegir entre su amplia filmografía que mi hermano y yo hemos visto completa en estos últimos dos meses -como Woody Allen ha hecho una película al año y no hay ninguna que esté mal-, pero haré una elección. Elegir es vivir, ya se sabe...
En Ahora sí, antes no, hay una segunda oportunidad para los personajes. Es un juego que Hong Sang Soo ha hecho desde el principio de su filmografía. Aquí se decide por dos personajes que caminan juntos a lo largo de un día entero en dos historias paralelas. La palabra y los gestos los acercan o los alejan. El azar se encarga del resto.
En La película de Oki asistimos a un triple juego de miradas; tres películas diferentes se mezclan, tres puntos de vista sobre un mismo hecho, transformado por la perspectiva de cada uno. ¿Cuál es la verdadera? Probablemente todas las miradas lo sean.
En la playa sola de noche sitúa a su actual pareja en el centro de atención, como protagonista central, sin matices.
No se deja de hablar de ruptura y un amor roto: la decepción, el dolor, la desesperación.
Es la calidez de la mirada lo que me atrae de esta película.
En las dos últimas tengo la sensación de que Hong Sang Soo ha empezado a transitar por un camino diferente.
En la penúltima, El hotel a orillas de un río, aunque aparezcan también sus temas favoritos, el personaje principal es un hombre que va a morir. Y un padre que quiere volver a ver a sus hijos, antes de que eso ocurra. Quizá por primera vez en su filmografía hay una reflexión sobre la muerte y el paso del tiempo.
En la última, La mujer que huyó, las mujeres monopolizan la historia. Una, la protagonista, visita a tres amigas a las que no veía desde hacía tiempo. Cuatro vidas, contadas, como sólo sabe hacerlo un director que domina su oficio como pocos. Sin necesidad de enfatizar o remarcar nada, al final, la sensación es que la vida ha fluido, sin más.
El último plano del mar; el sonido rítmico de las olas nos lleva de la sencillez a la profundidad de las emociones.
A la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario