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lunes, 1 de enero de 2024

FINALES DE CINE Y COMIENZOS (y XI): LA ROSA PÚRPURA DE WOODY ALLEN

 

Mi gato, Yume, descansa. 

El sol le acaricia; lo recibe como un regalo. 

Cierra los ojos.


Jano, el dios de las dos caras lo sabía. Somos como el ave fenix; mientras respiremos, mientras nuestro corazón lata y nuestro cerebro imagine palabras y emociones. 

Hay finales que son comienzos.

Fue la última película de Clark Gable y Marilyn Monroe: The Misfits; escrita por Arthur Miller como un regalo para ella: un regalo envenenado, porque el personaje que interpreta es, sin duda, la Norma Jean vulnerable y frágil que acabaría suicidándose. Es una historia de perdedores -Gable moriría a la semana de rodaje por un infarto; Clift, alcoholizado; y sus personajes son un reflejo de ese dolor y esa tristeza-. Por eso, tal vez, un final tan esperanzador te emociona tanto. 

El sur de Víctor Erice empieza por el final. 

¿Qué le espera en el sur a la protagonista después del suicidio de su padre? ¿Un aprendizaje vital? No lo sabemos; Erice hubiera querido contarlo, pero no pudo. Tal vez nos baste con imaginarlo... 


En El sol del membrillo el final es luz y crecimiento. El cine que alimenta los sueños y refleja el paso del tiempo. Y la primavera, que siempre llega. 

El mundo de Apu es la tercera parte de una trilogía de Ray. La vida de Apu comienza con una infancia en la que la figura de la madre es esencial; luego, llega la adolescencia donde se imponen las ansias de libertad. Finalmente, en esta tercera, asistimos a la madurez del personaje. 

Sin quererlo, se casa con una mujer a la que acabará amando, pero en el parto ella muere. Apu culpa al niño de la muerte de su amada y lo abandona junto a sus abuelos. Sin embargo, unos años después, vuelve. Quiere cerrar heridas. Sin darse cuenta, ha regresado, para asumir su paternidad, pero, por un lado, él tiene que perdonarse a sí mismo y, por otro, debe ser el niño quien le acepte como padre. 

Apu espera, desea que el niño se acerque. El niño duda. El padre lo anima. Se abrazan; ya no volverán a separarse. 

Los Dardenne dan a Rosetta una oportunidad. Una vida en la marginalidad ha convertido a nuestra protagonista en un monstruo que solo sobrevive, con escasos medios, tras una coraza insensible, llena de ira. Las lágrimas finales la convierten en un ser humano.

Hay un comienzo en la sonrisa y la mirada de esa joven a la que Marcelo no puede escuchar en La dolce vita de Fellini: la ingenuidad y la inocencia y, al otro lado, una sociedad superficial y corrompida. 

No olvido el buen consejo de Nanni Moretti en Caro diario. Un vaso de agua se transforma en un canto a la vida. 

En Antes del atardecer dirigido por Linklater y colaboración en el guión de ambos actores, tenemos a Julie Delpy marcándose un baile, seduciendo a su compañero. 

Vas a perder el avión -dice ella-. 

Lo sé -responde él-...

En Eternal sunshine of the spot de Michel Gondry y Charlie Kaufmann, tras intentar olvidar su fracasada relación -borrando sus recuerdos; ¡qué ilusos!, ¿no sabemos todos que sin memoria no tenemos identidad?-, de nuevo los dos protagonistas, reconociéndose a su pesar, volverán a intentarlo. El Ok final es una apuesta. ¿No es eso siempre amar: arriesgar? 

En la calumnia de William Wyler, basada en la obra de teatro de Lillian Hellman, el personaje que interpreta Audrey Hepburn ha perdido a su mejor amiga, que se suicidó: víctima de los rumores de una sociedad pacata e hipócrita, víctima de sí misma, incapaz de aceptar sus emociones y su identidad sexual. ¡Solo dos generaciones nos separan de estas tragedias que eran, no hace tanto tiempo, cotidianas! 

La mirada de Audrey Hepburn, su dignidad, despreciando a todos, caminando sola, orgullosa, segura de sí misma, no es un final, sino un comienzo brillante, espléndido.


De Woody Allen hay muchos finales que recordar. La despedida y Manhattan con la música de Gershwin es inolvidable. Solo por ese final Woody Allen formará parte para siempre de la historia del cine. 

También me gustan los de Macht point o el de Annie Hall...

O el de Septiembre, con cierto parecido al Tío Vania de Chejov o su adaptación de Malle o el Drive my car... 

Pero el que más me emociona termina en una pantalla de cine. 

El lugar que, en muchos malos momentos, me permitió, como a la protagonista de La rosa púrpura del Cairo, sonreír, seguir adelante y comenzar de nuevo...


Yume abre los ojos y me mira. 





jueves, 28 de diciembre de 2023

FINALES DE CINE (VII) EL AMOR: VIAGGIO IN ITALIA DE ROSSELLINI

 

El amor es un sentimiento muy complejo. Nos destruye, nos hace daño y también nos descubre lo que somos; abre caminos de felicidad... Estamos vivos y por tanto, amamos... Amamos y, por tanto, estamos vivos. 

Las relaciones de pareja siempre han sido un filón. En los últimos años esas relaciones se han ampliado más allá del convencional hombre-mujer. El matrimonio o las relaciones y su definición ha variado. 

Dos finales, escritos por mujeres y que, además, las convierten en protagonistas, me emocionaron no hace mucho. 

La primera fue Carol, una novela de juventud, escrita por Patricia Highsmith, que más tarde se especializó en el género de misterio. Sin embargo, Carol, dirigida por Todd Haynes, es solo una historia de amor entre dos mujeres, una madura y otra que empieza a vivir sus primeras experiencias en la Nueva York de los años cincuenta. En este final la joven ha decidido arriesgar: cambiará la vida de mujer tradicional, con novio, por otra muy diferente; busca a su amante en un restaurante. La música oculta el ruido de fondo; el violín de la orquesta y el piano abren el camino, nos despiertan la emoción, acompañan los latidos de su corazón, nos muestran sus dudas. De repente, cruzan sus miradas, sonríen: se abre un futuro lleno de interrogantes, pero, sin duda, apasionante. 

En Una mujer en llamas de Céline Sciama la visión es plenamente femenina; también nos encontramos en un mundo de hombres, en el siglo XVIII o XIX, donde las mujeres no pueden casarse con quien quieran y dependen de otros -marido, padre- para poder ser artistas. Hacía años que las dos no se veían. La protagonista, según nos confiesa en una voz en off, vio a su amante por última vez en la opera. Y mientras la otra escucha la obra de Vivaldi, todas las emociones -dolor, alegría, pasión, desesperación, aceptación- atraviesan como un huracán su rostro y su cuerpo. 


David Lean es tal vez el que mejor supo contar las historias de amor. Dr. Zhivago, la primera cita de mis padres, es un buen ejemplo. Sin ella, yo no estaría aquí. En Breve encuentro tenemos un final precioso. Ella ya no volverá a ver al hombre que ama; ha elegido a su marido, al que también quiere. Este intuye su tristeza y la arropa. Y le dice: "Gracias por volver conmigo". David Lean podía haber terminado con la despedida de los amantes, pero esta secuencia, sin duda, es un hermoso broche. 

Un amor puede estar condenado desde el principio. En El tercer hombre, ella nunca le perdonará que traicionara a su amigo, aunque fuera un asesino; nunca le perdonará que colaborara con los vencedores; por eso continúa su camino y nuestro protagonista debe aceptarlo con elegancia... 

Como antítesis perfecta de El tercer hombre tenemos a Charlie Chaplin en Tiempos modernos, la despedida de Charlot, una creación cinematográfica que ha superado el paso del tiempo.

La soledad puede ser una opción, si el entorno o las circunstancias no permiten otra salida. Además, la venganza se sirve en un plato muy frío. El personaje que interpreta Olivia de Havilland en La heredera de William Wyler, basada en el relato Washington Square de Henry James, cierra todas las puertas. Ya no es una mujer inocente y vulnerable; ahora es brutal y despiadada. 

                       

-"Antes quería mi dinero; ahora también quiere mi amor... 

-¿Cómo puedes ser tan cruel?... 

-He tenido muy buenos maestros..."

Es una mujer independiente, un témpano de hielo la que sube en el plano final las escaleras; escucha los gritos desesperados de su amante. Sonríe. 

En Stromboli de Rossellini, en cambio, la soledad es impuesta. Ella huye de los hombres y mujeres que la han aislado -eligió amar a un hombre para escapar de la prisión y ahora es una paria y una extranjera, despreciada por todos-, busca refugio en una Naturaleza terrible, dura; se arrastra, desesperada, tropieza, cae, vuelve a levantarse, en una escena que dura casi diez minutos; al final, pide ayuda a un Dios que no la escucha. 


El grito final de Ingrid Bergman, en inglés. 


Este final me recuerda, salvando las distancias, al de Duelo al sol de King Vidor. Ella también se arrastra, se destroza las manos, para morir junto a su amor y su enemigo... Amor fou en estado puro.


En
 La vida de Adéle, Blue is the warmest color, la protagonista se aleja de nosotros; la historia de amor que cambió su vida, que le permitió descubrir quién era ha terminado. Imaginamos que otra comienza, cuando gire la esquina...

En los últimos veinte, treinta años -al menos, en el cine occidental-, este final se repite bastante a menudo. Como sucede en la obra de Lillian Hellmann La calumnia -escrita en los años treinta- o en Casa de muñecas de Ibsen -a finales del siglo XIX-, la protagonista toma una decisión que rompe con la idea tradicional de lo que debía o no debía hacer una mujer. Y encontramos así a una mujer que camina hacia nosotros, a otra que se aleja; la encontramos sentada, pensando, o trabajando en su despacho o bailando. Siempre sola, satisfecha, decidida, aunque el futuro esté repleto de incertidumbres. Las relaciones de pareja ya no acaban en matrimonio e hijos, ni ellas deben amoldar su vida a la del hombre, como antes; pero, está claro, tener una vida independiente supone sacrificios en esta sociedad competitiva nuestra y la mujer ha de elegir un camino propio, como se cuenta en dos planos y de manera muy sencilla en La peor persona del mundo. Toda elección supone perder y ganar algo. 

En Gloria de Sebastian Lelio, como también ocurre en Un amor de Coixet, el baile es liberador. 

Por eso la Jackie Brown de Tarantino intuye, adivina, mientras canta, que la libertad es siempre solitaria. Tiene sus pros y sus contras y hay que pencar con ello. 

Puede haber, a veces, otra oportunidad. 

Aunque pueda acusársele de suavizar la novela, sin duda, el final de Desayuno con diamantes de Blake Edwards, emociona gracias a Mancini y a una Audrey tan vulnerable y tan tierna...

No siempre se puede recuperar ese amor de juventud. El tiempo ha pasado. Y un asomo de tristeza se vislumbra, cuando escuchamos la música de Legrand en Los paraguas de Cherburgo de Demy.

Hay quien como Will Penny piensa que ya es demasiado tarde. It´s too late for me... confiesa a su amada; conmovedora y desoladora despedida con su trágica vulnerabilidad. 

Hay quien, al descubrir que alguien le ha amado de verdad, se dirige a la muerte con una sonrisa en los labios. El protagonista de Carta de una desconocida de Ophuls, reconociendo que su vida ha sido un fracaso, afronta su muerte con dignidad y valor. Ha sido amado; la vida valió la pena. 

¿Y el amor más allá de la muerte? El fantasma y la Sr. Muir por fin podrán vivir su amor para toda la eternidad.... 

El último gesto de amor puede ser matar al ser amado -porque no hay otro remedio- y ser enterrados juntos donde caiga una flecha; es una de las escenas finales más hermosas de la historia del cine y una declaración de amor maravillosa. Te amo más que... a Dios, dice Audrey Hepburn en el papel de lady Marian. Y Sean Connery, como Robin, lo entiende. ¡Quién no lo entendería!

Y junto a Audrey Hepburn en mi corazón está Romy Schneider. En Lo importante es amar tenemos otra declaración de amor desesperada... Esta vez, sin palabras. No son necesarias...


El final de Amor de Haneke es desolador. El sufrimiento de los dos es tan terrible que deseamos que se acabe ya... Matar a alguien que sufre tanto es la única manera que tienes de escapar de tanto dolor. 


Recuerdo después un epílogo. Él desaparece; ha muerto con ella. Y nos quedamos en las habitaciones vacías, el hueco que los espacios nos dejan: la ausencia...

En No amarás Kieslowski salva a su protagonista. En la versión televisiva la condenaba en la última secuencia con un gesto de desprecio y de indiferencia por parte del joven; ella le había humillado y él intentó suicidarse. Sin embargo, en la película imagina una caricia, un gesto sencillo. Ella también es capaz de amar y de ser amada... Cierra los ojos.


Solo el amor nos puede salvar del infierno... El ratero en Pickpocket de Bresson lo comprende en el plano final...


También hay amores que pueden surgir por carta. La carta final. 84 Charing Cross Road es la dirección de la librería en la que trabaja un Anthony Hopkins contenido y elegante y a donde la cliente, una Anne Bancroft espontánea y vital, le envía una y otra vez cartas pidiéndole libros descatalogados. Las cartas que se leen a lo largo de los años desde Nueva York a Londres construyen piedra a piedra una relación íntima, imposible de catalogar. Los libros -su olor, su tacto- son el material físico con los que ese amor se realiza. Aunque hay un epílogo -ella finalmente visitará la librería, pero para entonces él está muerto-, este, para mí, es el final. Es la última carta que se escriben. La complicidad que hay entre ellos me emociona. 


Una pareja viaja a Italia. La relación no va bien, naufraga. Ambos, aunque no lo digan, piensan que el divorcio es la mejor solución. Mientras dudan qué decisión tomar, visitan museos, recorren las calles de Nápoles. Una mañana visitan Pompeya. Discuten. Parece que es el final. Un guía italiano les comenta que en una excavación han encontrado dos cuerpos, el de un hombre y una mujer. Asisten a la excavación. Los dos están abrazados. 

Hanno trovato la morte insieme, uniti... 

Ella, Ingrid Bergmann, no puede soportarlo más y se marcha. 

Ci sono tante cose que non t´ho detto. 

Y llega el final. Se topan con una fiesta, una celebración religiosa. Entre la muchedumbre, se separan; se llaman, se necesitan, se reencuentran. ¿Tendrán una segunda oportunidad? 

Quizá lo importante sea esa luz, esa energía que el lugar les transmite. Un plano final, puro documental, cierra la película. Italia y el Mediterráneo: una celebración de la vida, del amor...

Nunca debemos arrepentirnos de amar, aunque fracasemos una y otra vez; es eso lo que nos hace humanos. 

domingo, 3 de abril de 2022

RECUERDOS EN MOVIMIENTO (IV): ROBIN Y MARIAN

                                 


Mi generación vio desaparecer los cines de barrio. En una décadas, que coincidieron con mi infancia y adolescencia, serían sustituidos o por los multicines de los centros comerciales o por las salas que recibían, al principio, el pretencioso nombre de arte y ensayo, y que ahora están perfectamente integradas en el mecanismo y maquinaria de producción y distribución comercial.

La generación de nuestros padres sí vivieron esa experiencia en su plenitud. Nosotros sólo asistimos a sus estertores.

Los cines de mi infancia... tal vez me anime a recordarlos en otra entrada, aunque ya no tuvieran que ver con los de nuestros padres. La Filmoteca, los Alphaville, los Renoir tendrán su espacio. Los descubrí, cuando entré en la Universidad. En esa época estuve más tiempo en las salas de cine que en las aulas; solo, la mayor parte de las veces, o acompañado; y es una de las pocas cosas de ese periodo de las que no me arrepiento.

Antes de descubrirlas, Madrid, para un chico del sur, de las ciudades obreras del extrarradio, era un mundo nuevo, lleno de posibilidades. Visitábamos a mi abuela, a mis tíos, a Regina y José, mis tíos-abuelos, casi todos los domingos; es decir, a la familia materna, a los mismos que alimentarían mis leyendas infantiles, aquellas que se recuerdan pasados los años. Alguna visita turística al centro. Poco más...

Y llegó la adolescencia. Un tormento sin pausa. La literatura y el cine me protegieron.

En Móstoles solo había dos cines y proyectaban películas de estreno para el gran público. Si buscabas otra cosa, y mis gustos a esas alturas ya habían cambiado, no tenías más remedio que subirte al tren o al bus e irte a Madrid.

Había un cine, cerca de Moncloa, que empecé a frecuentar por esa época. Y es ahí donde vi por primera vez Robin y Marian. Pero antes de hablar de esa película de Lester y recordar a Audrey Hepburn, mi mito "erótico" personal junto a Rommy Schneider, no puedo dejar de mencionar mi experiencia con Pretty Woman.

La película llevaba casi un año en cartel. A esas alturas sólo sobrevivía en dos cines. No sé porqué quise verla. Era verano y me aburría, o eso creo. O a lo mejor fue el último día del año y quería despedirme, con una película sin chicha ni limoná, después de dar un paseo por Madrid. Fuera invierno o un tórrido y seco verano, ahí estaba, buscando en las páginas de un periódico los sitios donde podría "disfrutarla". Solo la proyectaban o en Villalba -es un misterio, al que no encuentro explicación, que aún estuviera por allí- y en una sala pequeña de Puente de Vallecas. Esta coincidencia, pasado el tiempo, resulta paradójica. Los ricos y los pobres, unidos por gustos similares. O tal vez no lo sea tanto. 

Podía pasarme por el de Vallecas, así que miré dónde estaba: Avenida de la Albufera. Años después nos trasladaríamos a vivir al barrio, pero para mí, en esa época, Puente de Vallecas era un barrio desconocido, con mala fama, que debías evitar a ciertas horas. No debería haberme preocupado; a esas alturas, como en Móstoles, los tipos desesperados que te pedían dinero para drogas o estaban muertos o en la cárcel o habían sido apartados a otras zonas. El Puente, como luego pasaría con Vallecas, empezaba a transformarse en un barrio de clase media empobrecida y a olvidar no sólo la marginalidad, sino también el fuerte potencial colectivo, las agrupaciones de todos los ámbitos, muy implicadas en el tejido social del día a día, o -y no es un detalle menor-, se arrumbaban esos bares alternativos, rockeros en su mayor parte, de los que quedan escasísimos restos en la actualidad. 

Pues sí, ahí estaba yo, bajándome del metro, en la última parada. En unos años la línea 1 iría ampliándose hasta más allá de la M-40. No recuerdo gran cosa del cine; en unos meses lo cerraron. No me sorprendió. Fuimos cuatro o cinco espectadores en una sesión a las cuatro de la tarde. Al salir, mientras sonaba a nuestras espaldas la melodía de Pretty Woman de Roy Orbison


ya se había hecho de noche. ¿O era de día y sufríamos un calor asfixiante? La única imagen que me viene a la cabeza es que había mucha gente, comprando, paseando, volviendo a casa...

Volvamos al cine de Moncloa. Resistió más que el de Puente de Vallecas. Seguí yendo allí hasta bien entrado el siglo XX, ya que ponían versiones originales subtituladas. Era el Rosales, de la calle Quintana; lo chaparon en el 2003. Me gustaba, porque mantenía una particularidad que otros cines, si alguna vez lo tuvieron, ya lo habían perdido. 

Cuando llegaba la mitad del metraje, de repente, al final de una escena, ponían un anuncio en el que nos decían en un tono que se movía entre el humor y la cutrez: "¡Visite nuestro baaaaaaaaar!". Me encantaba. Es más, creo que muchos esperábamos ese momento, aunque luego no visitáramos el bar. Como mucho, yo aprovechaba para bajar al baño, que, si la memoria no me engaña, era tan cutre en los noventa como el anuncio, con un inodoro turco y moscas revoloteando, incluso en invierno. Ahora que tenemos esa otra publicidad, tan perfecta estéticamente, echo de menos la gracia y la espontaneidad que tenía ese anuncio de tiempos tan lejanos.

Como ya he dicho, vi muchas películas allí. Una de ellas fue Robin y Marian. Audrey Hepburn, en esos años de adolescencia, fue mi mito cinéfilo por excelencia. Murió entrados los noventa, y desde ese instante, la tengo en esa categoría en la que sólo caben unas cuantas actrices, contadas con los dedos de una mano. Por supuesto estaban sus clásicos, conocidos por todos, pero fue en esos años cuando tomé conciencia de que era una gran actriz. En Dos en la carretera y con Robin y Marian. Si en la primera, que tal vez también viera en los Rosales, el guion era un engranaje perfecto que desentrañaba la crisis de una pareja dirigido con tacto y elegancia por Donen, donde no faltaban las pizcas de humor,


en la segunda, Lester, con un realismo sucio, mostrándonos las ladillas, el barro y la decepción, nos invitaba, por contraste, a transformarlo en un canto lírico y épico: el amor más allá de la muerte. 

Recuerdo mis lágrimas, cuando escuché por primera vez la declaración de amor de Marian. Sabiendo que los van a capturar, ha envenenado a Robin; también a ella misma. Asesina y suicida. ¿Por qué? Se acabaron los sueños; no está dispuesta a vivir sin él. Te quiero más que a Dios... 

Nadie me ha querido así...

Él la entiende. Le pide a su amigo que le dé el arco. "Donde caiga la flecha, entiérranos allí... "


Y la flecha no cae nunca. Va directa al cielo, al infinito, a la inmortalidad...



viernes, 1 de marzo de 2019

EL CUERPO QUE BAILA Y CANTA: LA ALEGRÍA DE VIVIR


Muchas veces, abrumados por el estrés del día a día, olvidamos lo más importante: ¡Vivir, coño, vivir!
Pasear como hoy he hecho, acariciado por los rayos del sol. Disfrutar de amigos o amigas a los que puedes perder en cualquier momento, cuando menos lo esperas. Contemplar a unos niños mientras juegan en un parque.
Durante estos dos meses, agotado por un resfriado y un problema de garganta que no he logrado superar del todo, por la preparación de dos viajes que haré en abril: uno, a Roma con cuarenta y tres alumnos y el otro, a Nyon para conseguir una más que difícil distribución del documental; o por los exámenes y las clases y el ajetreo diario, no he podido recordar como merecían a artistas que me hicieron soñar, llorar o reír, que consiguieron que mi tristeza desapareciera cuando escuchaba su música o veía sus películas.
Dos músicos.
Michel Legrand y André Previn.
De Legrand, ¿qué podría elegir? ¿Los paraguas de Cherburgo o las señoritas de Rochefort? Amante del jazz, trabajó con Miles Davis o Coltrane.
Me decido, aunque sea tan nostálgica -o precisamente, por ello- con la música de Verano del 42. 


De André Previn es la música de Gigí, de Irma la dulce. Me quedo con My fair lady, aunque sea una adaptación de Broadway.
Siempre que he escuchado esta melodía, me he sentido feliz. Yo tampoco podía dormir.


La casualidad ha hecho que Albert Finney, un gran actor, con títulos memorables y Stanley Donen hayan muerto con una diferencia de pocas semanas. Coincidieron con Audrey en una de esas películas que marcan mi memoria sentimental. Dos en la carretera. 
Recuerdo haberla visto con otro catarro de traca en una habitación de Calatayud junto a una amiga a la que hace mucho tiempo que no veo. Y en un cine de barrio cuando era un veinteañero confuso. Siempre me ha admirado su guion de Frederic Raphael: maravilloso; un rompecabezas preciso, irónico, cínico y romántico.


¿Qué decir de Stanley Donen? Es cine y música. Un día en New York, Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos, Una cara con ángel, Bodas Reales...

También está Charada, por supuesto. Con baile incluido.


Es imposible colgar en una sola entrada los mejores números musicales de este director. No hay uno, ni dos, ni diez; son decenas.
Gene Kelly, Fred Astaire.
Bailando bajo la lluvia, A funny face, New York, New York... Interminable. Infinito. A Donen le emocionó ver a Fred Astaire bailar en París.


A mí, Good morning. ¡Cuántas veces he bailado a solas con esta canción!


La felicidad sólo es posible cuando el cuerpo se olvida de que es mortal. Cuando ama, ríe, baila, vuela... Aunque llueva, lo demás no importa.


¡No, joder! No dejo de bailar ni de cantar. No dejaré de hacerlo, mientras esté vivo.

miércoles, 4 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍA 2.




20 de abril de 2016

Los museos de Roma con una única excepción -los Vaticanos- son mucho más humanos, menos mastodónticos que los de otras ciudades europeas. El Louvre, el Metropolitan de Nueva York, el Museo Británico, el Prado... No puedes contenerlos entre las manos; te agobian, te saturan. Roma tiene tanto que ha decidido sabiamente distribuirlo en espacios diferentes.

No es posible contar ni ver todo lo que estos museos contienen. Necesitarías meses, tal vez, años para profundizar, comprender, disfrutar de cada uno de los detalles, de cada escultura, pintura, cerámica... Toda una vida. Y, como es de suponer, la vida es mucho más que el interior de unos museos, aunque sean tan ricos y variados como los de Roma.

Los Museos Capitolinos.

Situados en la mismísima colina Capitolina. No rechaza su pasado; lo asume. Lo convierte en una parte del mismo. Integrados en las salas encontramos las ruinas del templo de Júpiter, el de Veoive o el de Juno Moneta, sin olvidar el Tabularium.

Del templo de Júpiter sólo queda el basamento. Y, aún así, ¡qué impresión de grandeza dejan en tu retina! Era el templo del Dios de Dioses; era el símbolo del poder de Roma, del Dios que les proporcionaba el dominio del Mediterráneo. Sólo puedes imaginar la reacción de asombro y admiración que provocaría en aquellos que pudieron verlo. Y el terror que los enemigos de Roma sentirían al contemplarlo. Pensarían: Quien es capaz de construir esto, nos someterá sin compasión. Y no se equivocaban. Aunque los partos y los germanos no se amilanaran y conservaran su independencia a pesar de todo.

Del Tabularium no queda más que un largo pasillo que aprovecha todas las posibilidades arquitectónicas que Roma había aprendido de los pueblos conquistados: el arco, la bóveda, el uso del ladrillo y el mortero. Me emociona este lugar. No por lo que veo ahora, sino por lo que estuvo aquí. Documentos oficiales, pergaminos, papiros, la recopilación sistemática y continua de siglos y siglos de historia. Todo eso se ha perdido, pero estuvo allí, ocupó ese lugar. Y su presencia no ha quedado diluida por el tiempo.

Acepto que cada uno tiene sus preferencias. Algunos recordarán a sus lectores u oyentes que pueden ver a la Loba Capitolina cuyo origen etrusco se puso en duda. O a una Medusa de Bernini, que retrata a un ser humano dolorido más que a un monstruo, o los retratos de las damas de época flavia, elegantes y refinados. ¿Qué decir de esa mano inmensa de Constantino apuntando al cielo, separada del cuerpo al que perteneció? ¿Y la estatua de un Marco Aurelio en bronce, seguro, firme, conservada sólo porque los cristianos creyeron que era de Constantino?

A mí me gusta más un mosaico, sencillo en su disposición que representa una escena cotidiana: palomas que beben de una fuente. 



O la estatua encantadora de un chico que alza su pierna izquierda y la apoya sobre la derecha para quitarse, simplemente, la espina de un pie. O la del Gálata Capitolino, un bárbaro, herido de muerte, en su último gesto, digno, sereno. O la voluptuosidad de la Venus Capitolina o púdica. 

Todos ellos aspiran a captar un momento, un instante. Y lo consiguen...

Me cruzo esa mañana con muchos grupos de estudiantes. No sé si la mejor manera de enseñarles el mundo antiguo es obligarlos a hacer visitas de este tipo. Veo caras cansadas, agotadas, ajenas al espacio en el que se encuentran o a muchachos subiendo y bajando escaleras, huyendo tal vez del profesor o del guía, aprovechando el tiempo libre que les han concedido, riendo y bromeando.

Si queremos un pueblo culto, que no sea manipulado, necesitaríamos que conocieran toda la riqueza cultural que Occidente ha aportado hasta ahora. Que la historia no se olvide y que seamos conscientes del pasado del que venimos; sin embargo, a veces, pienso que es una batalla perdida. La minoría cultivada, los pocos que descubran y adquieran esa cultura, están condenados a ser sólo eso: una inmensa minoría. En las nuevas generaciones, como en las anteriores, la mayoría acabará por olvidar y enterrar el pasado. Y, con todo, hay que despertar esa sensibilidad o, al menos, intentarlo...

La Cripta Balbi es un lugar curioso, aunque sólo lo sea para apasionados por la arqueología y las excavaciones. La evolución de ese espacio a lo largo de los siglos es un buen ejemplo de lo que ha ocurrido en toda Roma. Fue un templo pagano, luego, un templo de Isis, iglesia cristiana, viviendas medievales adosadas, palacio renacentista. Restos de todas esas épocas puedes encontrarlas en ese espacio, una sucesión de estratos, mientras subes y bajas escaleras. Incluso unas canalizaciones y las trazas de un acueducto de época augústea.

El largo Argentina es una plaza abierta, abierta en canal literalmente. Es una excavación que cualquiera que pase puede contemplar al otro lado de unas vallas. Han mejorado la información con paneles explicativos y, como era de esperar, han hecho descubrimientos en estos últimos años. Los cuatro templos, uno de ellos, circular, siguen allí, con sus restauraciones.

Eso sí, hay dos cosas que no han cambiado. Julio César fue asesinado muy cerca -eso es un hecho que nadie discute-. Las fuentes -Suetonio, Plutarco- coinciden que ocurrió en un edificio anexo al pórtico de Pompeyo que ahora se encuentra debajo del Teatro Argentina. Otra son los gatos, que los romanos protegen y alimentan. Es la colonia de gatos más numerosa de Roma, aunque he visto menos que en otras visitas. O se están domesticando o están desapareciendo.

La visita diaria del Panteón. Como siempre contemplar el interior me devuelve al ritmo lento, sereno, fluido...

En la plaza de Santa María sopra Minerva está el obelisco y el elefante de Bernini, símbolo de la inteligencia y la constancia de la fe.

Santa María sopra Minerva. Antiguo templo de Minerva, diosa de la sabiduría. En el interior otros Bernini y una obra del joven Miguel Ángel. Me conmueven los restos de Santa Catalina de Siena.

El escultor ha sabido plasmar una serenidad y tranquilidad que contrasta con la dureza y el realismo que encontraré en otra tumba similar, esa misma tarde, en la iglesia de Santa María della Victoria, la de una mujer con un vestido azul, en el instante de la muerte: la boca abierta, una herida en el cuello, ojos cerrados, la corona de flores blancas. 

                                          


Es un cuerpo conservado en formol. He visto dos veces algo así: con mi padre y con mi madre. Mis labios tiemblan. No hay serenidad alguna; sólo la constatación de que algún día nuestro cuerpo llegará a ese estado. La muerte nos espera...

O el placer o el éxtasis. La Santa Teresa de Bernini, a unos pasos solamente. 



La vida y la muerte de dos mujeres, 


una junta a la otra.






Cuando contemplas pinturas con cierta parsimonia y tranquilidad, con el paso de tiempo la mirada va adquiriendo una sensibilidad que, al principio, uno pensaba que no conseguiría. Por ejemplo, si ves en una capilla o en una sala del museo Barberini a Caravaggio y, luego, en la siguiente a Lippi, descubres las diferencias, a veces, sutiles, entre el artesano y el genio. 



Un experto podría proporcionarnos elementos de juicio que nos servirían para desentrañar la técnica utilizada. Bien sabemos que no es eso lo que los separa. ¿Por qué partiendo de temas parecidos o idénticos, uno refleja sólo una visión pálida, aunque digna, de la realidad que quiere transmitir y el otro, brilla con tanta intensidad que acabas ciego y sordo y mudo. ¿Es el punto de vista, la elección de los modelos, el tratamiento de la luz, los juegos de líneas, el uso del color? Sí y no. También es algo indefinible que ningún experto podrá explicar, que nos hace disfrutar de un cuadro más allá de la técnica; el misterio del arte que nos remueve por dentro, que nos transforma sin que podamos evitarlo.

Contemplo a la Fornarina, pintada por Rafael. 



El pintor amó a esa mujer. Y esa mujer le amó. No necesitas más. La complicidad de una pareja resumida con la mirada de una mujer.  

El Palazzo Altemps es un palacio renacentista. Como suele ocurrir, uno entra en este palacio para disfrutar de su colección de arte y escultura antigua.

El Trono Ludovisi es un buen ejemplo de la elegancia del mundo griego. Lo que es posible hacer con un trozo de mármol, si tienes talento: insuflarle vida. No hay otro bajorrelieve que me emocione de tal manera.

La parte frontal representa el nacimiento de Afrodita. 



¿Qué nos queda? El rostro de Afrodita mirando a dos mujeres, las Horas, que la ayudan a levantarse, apoyándose en ellas; sus pechos, desnudos. El resto, cubierto por un lienzo. Lo que más me gusta de esta imagen en relieve es la transparencia de las telas. ¿Cómo es posible que el escultor haya sido capaz de crear unas ropas que parecen reales y nos permiten contemplar y disfrutar de las formas de los cuerpos que hay tras ellas?

Las imagenes laterales son, por un lado, la de una mujer cubierta con un velo delante de un incensario; en la otra, una flautista desnuda, con el típico aulós, y las piernas cruzadas.



Hasta los pequeños detalles me asombran; la flautista sólo lleva un peinado en forma de moño que destaca mucho más su desnudez. Además apoya su cuerpo en lo que parece un cojín. Se la nota muy relajada, como si disfrutara de una pasión, concentrada. Notas la música, fluyendo por sus venas. Escuchas la melodía. La mujer vestida, al otro lado, prepara el incienso. Se apoya en otro cojín, paralelo al de su compañera. La mirada también es concentrada; nos encontramos ante el instante, detenido en el tiempo, de dos mujeres, captado por un artista y un escultor genial.

Otra obra del Palazzo Altemps a la que siempre dedico minutos es el relieve del sarcófago Ludovisi.




La primera impresión podría confundirnos: sólo vemos guerreros, romanos y bárbaros, mezclados, en una batalla terrible. Hay que fijarse más. Esperar, mirar los detalles, uno a uno. Es un excelente ejemplo de la iconografía militar. Los romanos, cabello corto. Los bárbaros, cabellos largos y barba poblada. El protagonista, -según los expertos, tal vez alguno de los hijos del emperador Decio- en el centro de la composición, en la parte alta. Y en un espacio que no supera los dos metros de largo y el metro de alto, bárbaros y romanos. Cada uno con su propia personalidad, con la función que le corresponde. El dolor, la dignidad, la fuerza, el movimiento. Aunque sea la muerte el tema central de este relieve, ¡cuánta vitalidad hay en las formas!


El Galo Ludovisi, frente a él, encontrado en la Domus Áurea. El suicidio de un bárbaro, tras haber matado a su esposa. La dignidad del enemigo, su valor, para resaltar el nuestro.

Villa Giulia es la zona verde más importante de Roma. Entre sus árboles y mientras disfrutamos de la primavera que se acerca, a su manera, dubitativa, sin atreverse a extender el manto de color que le caracteriza, podemos visitar algunos museos. Hay uno al que nunca dejo de ir: el Etrusco.

Hay una palabra que define a este pueblo: elegancia. 


                                             


Su sonrisa, la que nos ofrecen, más allá de la muerte, es un gesto que siempre me los ha hecho muy cercanos. Los romanos aprendieron mucho de los etruscos. La religión, muchas de sus ceremonias, incluso la lucha de gladiadores, -que en un principio no dejaba de ser un sacrificio ritual o expiatorio-, el alfabeto. Grecia, antes de ser conquistada, llegó a Roma, a través de los etruscos. La Historia de los primeros siglos del que sería el gran imperio del Mediterráneo es etrusca, no romana.

Los etruscos, al menos, su clase dirigente, tenían una sensibilidad mucho más acusada que la de los duros y rígidos romanos. Se nota que disfrutaban de la vida, porque al enterrarse, dejaban un rastro en sus pinturas, en sus esculturas, del amor que sentían por ella. 

                                           


Sus dioses sonreían; ellos sonreían. La vida se terminó, pero habia valido la pena.

Al salir del museo, sigo viendo la sonrisa en una Naturaleza que se despereza, poco a poco. Me topo con otro rodaje cerca de Villa Giulia. Algunas chicas jóvenes están ya tomando el sol; no quieren esperar al verano. Se lo quieren llevar con ellas a sus casas, aunque sólo sea un trocito pequeño.

Me da tiempo a bajar hasta Termini. En el museo de lasTermas de Diocleciano, en un pórtico, dos jóvenes, un chico y una chica, tal vez estudiantes de Arte, hacen bocetos de las estatuas antiguas, colocadas en las paredes del recinto. En el museo, lápidas funerarias y alguna reconstrucción de tumbas, salvadas de la destrucción. El entorno son las ruinas, el esqueleto de uno de los espacios termales más impresionantes de la Antigüedad. Parte de su estructura, el frigidarium, aún sobrevive en la iglesia de Santa María de los Ángeles.

En la salas veo los huesos de un gato. O los monumentos funerarios de una pareja. 



La recuerdo. Captaron mi atención en una visita anterior. Juntos, contemplan la eternidad. Y lo seguirán haciendo...

Hay alguna novedad. Tienen preparada una actividad en 3D sobre la casa de Livia, la de ad Gallinas Albas. Hay que acercarse a las nuevas generaciones; una sucesión de lápidas y estatuas puede llegar a ser agotador y aburrido, incluso para alguien tan interesado como lo pueda ser yo.

Y un Conócete a tí mismo. 



De camino al restaurante, descubro una excavación cerca del foro Trajano, enfrente de la Piazza Venezia. Los arqueólogos piensan que podría ser un auditorio, construído por Adriano.

En el restaurante Antonio, cerca del Panteón, disfruto del bacón entre la salsa de los rigatoni que he pedido. Me encanta cómo cruje el bacon al masticarlo. No sé cómo lo consiguen; es una experiencia culinaria maravillosa. Me hubiera gustado completarlo con un tiramisú. No fue posible.

El sitio responde al prototipo que voy observando en los restaurantes italianos. Fotografías de actores romanos e imágenes de películas, disfrutando de comida italiana, por supuesto; alguna fotografía de Vacaciones en Roma con Audrey Hepburn no puede faltar. Aparecen en las paredes también los propietarios haciéndose fotografías con famosos, aunque la mayoría no los reconozco.

En este restaurante -en casi todos- quienes llevan la voz cantante son las mujeres. En este caso, la propietaria y una encargada. El marido, tal vez el co-propietario, se pasea entre las mesas, pero sin que haya ningún género de dudas, intuyes que si la supervivencia del negocio dependiera de él, ya habría cerrado hace tiempo. Es simpático y, me temo, también un inútil. Ellas son el alma y el motor del negocio. En general, te acogen y te tratan bien. Y disfrutas de la comida, que es lo esencial.

No puede faltar un paseo de noche por Roma. Me gusta perderme por calles poco transitadas, vacías, silenciosas. También atravieso lugares atestados de gente: Piazza del Panteón, Piazza Navona, la Fontana di Trevi -aprovecho para tirar una moneda, como debe hacerse, de espaldas, de derecha a izquierda. Y, si es posible, echando un vistazo para ver dónde ha caído-.

Llego hasta la Plaza de España. Está en obras. No puede uno subir por las escaleras y hacer como Gregory Peck, que se encuentra por casualidad a Audrey Hepburn. Habrá que dejarlo para otra ocasión. Tal vez entonces encuentre a mi Audrey Hepburn...

De vuelta al catre, asisto a una discusión entre una pareja de españoles. Sólo escucho unas cuantas palabras.

- Ni te lo crees -replica la chica.

Es morena; tiene carácter. Él, rubio, con cierta hechura, guapo, mantiene la tranquilidad; parece consciente de que ha metido la pata y quiere arreglarlo.

La chica intenta zafarse. Él se disculpa. Han bajado el tono de voz; ya no puedo escuchar sus palabras. Ella mantiene las distancias, se apoya en la pared; le atiende. El chico tendrá una oportunidad.

Ella al escuchar unas palabras, se tapa la cara. Llora. Está pidiendo que la abracen. Él se acerca con cuidado; la toca levemente en el hombro. Nota la tensión. Aún no es el momento, piensa. Continúa hablándola; palabras tranquilas. Ella se recupera; alza el rostro. Tiene los brazos cruzados, y permanece en silencio.

Los dejo en la esquina de una calle solitaria, a dos pasos de la Plaza de España. En ese espacio, dos cuerpos se escuchan. Tal vez se reconcilien...  

domingo, 20 de enero de 2013

HACE 20 AÑOS... AUDREY HEPBURN: EL SABER ESTAR Y LA ELEGANCIA




Hace 20 años murió Audrey Hepburn. Yo tenía 20 años. Recuerdo que ya entonces escribí una página en homenaje a la que era, ha sido y será para siempre mi actriz favorita. Soy fiel a mis sentimientos; nunca la traicionaré... Su último papel fue con Spielberg haciendo de ángel. No es su mejor película, pero reflejaba bastante bien una imagen típica de Audrey. Su vida fue complicada; infancia durante la segunda guerra mundial, un padre que abandonó a su madre y a ella, delgadez extrema -algunas biografías hablan de anorexia o bulimia- , una necesidad muy fuerte de dar amor -lo que le llevó a olvidar la salud al final de su vida y a implicarse emocionalmente como embajadora de UNICEF lo que a la postre la condujo a la muerte, ya que por esto se le diagnosticó demasiado tarde un cáncer en fase terminal. Si su vida fue interesante y estuvo a la altura, mucho más lo fueron sus películas. Tras papeles secundarios, entró con fuerza en Vacaciones en Roma. Ella es la protagonista; ganó un Oscar, el único que obtuvo.

 

 A partir de aquí, supo elegir muy bien los papeles que quería. Trabajo con grandes actores y directores. En Sabrina, Billy Wilder se "enamoró" de ella.



Son papeles hechos para ella. Deliciosos.



En Guerra y paz conoció a Mel Ferrer, el que sería su primer marido. Una gran superproducción en la que cada vez que aparece Audrey dices: "¡Maravillosa!"

 

 No hay otra Natasha como ella...

 

Acompañaba a Fred Astaire en Una cara con ángel de Stanley Donen.

Sola...soñando con ir a París.

 

 Y acompañada... I love your funny face. Es normal. Yo también...

 

En Ariane de Billy Wilder con Gary Cooper. Parece que Gary Cooper la va a abandonar en la estación para no volverla a ver nunca más. ¡Quien le culpa de que cambie de opinión! Nuestro buen Billy era un romántico y con Audrey se le notaba y mucho...


Green Mansions es una película fallida de su marido, Mel Ferrer.  La hizo por amor; así que la perdonamos.

 

 En Historia de una monja interpreta con consistencia los dimes y diretes de una monja en estado de duda perpetua. El final es maravilloso...



Tras estar con John Huston y Burt Lancaster en Los que no perdonan -donde abortó por culpa de la caída de un caballo-




...llega Desayuno con Diamantes, "su" película. Fue su gran papel.

 

 En la Calumnia con Shirley Maclaine que hace uno de sus mejores interpretaciones...



 ...Audrey es la contención, la serenidad, la esperanza, la libertad... como aparece al final.


Charada es una película de género, una policiaca de Stanley Donen bien dirigida, pero es que además están Audrey y Cary Grant y entonces es una maravilla. Y ellos están de fábula.



  En My Fair Lady su interpretación es prodigiosa. Aunque en las canciones está doblada, ella quiso cantar, pero no la dejaron. Aquí tenemos su voz. Es una interpretación vocal cálida, imperfecta... Se prefirió la perfección fría.

 
Un gran talento, Mr Higgins.




Pero su mejor interpretación, en mi opinión, -y mira que tiene muchas- es Dos en la carretera de Stanley Donen. Es una película del año 69 que cuenta la vida de un matrimonio a lo largo de diez años: sus comienzos, el enamoramiento, sus crisis de pareja, sus discusiones, el egoísmo de ambos, sus momentos buenos, los malos... todo esto de modo original y divertido utilizando con mucha inteligencia como leitmotiv los viajes a Francia en coche que lleva a cabo la pareja. Y los dos personajes son complejos y atractivos, contradictorios. Y la música de Mancini otra vez acompañándola como nunca...


En Sola en la Oscuridad ella sola sostiene una película.

 

 Entonces decidió abandonar el cine. Sus intervenciones se espaciaron. Pero destaca una de ellas. Sí es cierto que en Todos rieron de Bogdanovich, está muy bien...

 

... pero es Robin y Marian su canto de cisne. Con Sean Connery y dirigida por Richard Lester. Este final siempre me emociona... y me deja con lágrimas en los ojos.



 Audrey Hepburn, te amamos y te amaremos más que el cine, porque eres el cine y siempre lo serás.

martes, 27 de diciembre de 2011

LA CALUMNIA (THE CHILDREN HOUR)

Lillian Hellmann, William Wyler, Audrey Hepburn, Shirley Maclaine.





Es Hollywood en estado puro, porque también Hollywood es capaz de emocionarnos. Cuatro nombres que han dado vida a una historia. Una escritora comunista y neoyorquina, un director de cine artesano, dos grandes actrices...



Hace 50 años se estrenó La Calumnia de William Wyler basada en la obra teatral de Lillian Hellmann, The children´s hour, el mismo año que West Side Story, Desayuno con diamantes, la Dolce Vita, el Buscavidas... 


No es tan conocida como éstas, pero a mí me emociona mucho más, me llega más adentro, en un lugar tan íntimo del corazón que no soy capaz de comprenderlo... 
Hace unos años en un cuento escribí un "happy end" para estos dos personajes. ¡Tanto deseaba que pudieran tenerlo! 
Soy fiel a mis recuerdos...





¿El punto de partida? Una obra de teatro estrenada en los años treinta en Nueva York. Una mentira, una injusticia que afecta a dos vidas, una historia de amor y amistad, un acto final de libertad y dignidad.
Aún tengo en el estómago el dolor y la tristeza de "La Calumnia" y su carga política.
¿Por qué cada vez que la veo, estos dos personajes me parecen tan cercanos, mientras me son tan lejanos personas a las que veo todos los días?

Te hiere en lo más profundo la sincera e inútil -al no poder ser correspondida- declaración de amor de Martha (Shirley Maclaine) a Karen (Audrey Hepburn)...


Se te clava en la memoria la tristeza de Martha (Shirley Maclaine) -con qué sencillez y ternura lo hace William Wyler- mientras contempla desde una ventana -minuto 4- por última vez, alejándose, a Karen (Audrey Hepburn), a la mujer a la que ama, Martha, con lágrimas en los ojos corre la cortinilla... ¡Cuánto nos dice un rostro y una gran actriz sin pronunciar ni una sola palabra de su desesperación, de su amor por Karen y por la vida...!




No olvido la hipocresía de una clase social privilegiada que desprecia a dos maestras y cree más a una niña rica y malcriada -no es baladí esto en Lillian Hellmann- que a dos trabajadoras honradas.
No olvido el orgullo y la dignidad, la esperanza y la entereza que el rostro, el primer plano final de Karen nos grita a la cara.






Necesitamos muchas palabras; a veces necesitamos demasiadas... para decir lo mismo que un rostro. Un rostro, éste, que nos dice sin palabras: "¡Gracias a ti, Martha, estoy viva y soy libre!"