En junio del año pasado tuvimos que hacer entrevistas a cinco adolescentes; se abrió un expediente por posible acoso escolar. Al final llegamos, mi compañera y yo, a la conclusión de que no existía nada tan grave y quedó archivado.
Lo más interesante, sin embargo, fue asistir al espectáculo de la mentira. Sí, todos mentían; algunos lo hacían para protegerse, otros para proteger a una amiga/o, y la mayoría, porque, pasados unos días, habían olvidado detalles. No necesitábamos ADN ni técnicas sofisticadas; bastaba con contrastar los testimonios de unos y otros. Evitamos una segunda tanda de "interrogatorio"; seguramente las contradicciones hubieran sido mayores y las mentiras más y más elaboradas.
Cada vez que los vuelvo a ver, a cada uno de ellos, en los pasillos, en las clases, recuerdo la entrevista que les hice. Yo sé que mintieron; ellos, también. Seguramente siguen mintiendo... Imagino que yo también...
Al ver el penúltimo capítulo de la segunda temporada de Todos mienten -estrenado hoy en Movistar-, las he recordado. Por supuesto no es igual verlo desde el papel de "entrevistador" o "policía", que ser el testigo o el "culpable" o el/la "colaboradora" o "encubridora".
Podría pensar que lo mío era más cutre; no tanto. En Todos mienten, es cierto, casi todos son adultos -aunque parezcan, a veces, niños o adolescentes- y ocultan la autoría de dos asesinatos. El guión es elaborado y visualmente el producto tiene buena factura, pero si lo hubieran hecho con mis entrevistas, no hubiera habido mucha diferencia. Un buen guionista sacaría partido de lo que yo escuché... aunque no hubiera muertos.
Cuando mentimos, pensamos que hilamos fino y que nadie nos va a descubrir. Si lo observamos con cierta objetividad, generalmente, todo es ridículo e inútil: siempre hubiera sido mejor decir la verdad. La mentira, eso nos dicen, tiene las patas muy cortas. Eso sí, no hubiera sido tan divertido o tan retorcido ni hubiera dado para una serie de televisión.
¿Por qué mentimos? Los personajes de Todos mienten forman parte de una clase media con un buen nivel adquisitivo; en mi caso los adolescentes pertenecen a familias desestructuradas y tienen dificultades económicas graves. Da igual; quieren lo mismo: proteger lo que tienen, aunque sea ridículo o fútil para el que lo juzgue desde la distancia.
¿La mentira nos ayuda más que la verdad para sobrevivir, para conseguir mantener lo que poseemos, sea una casa, un trabajo, un nivel de vida, una pareja? Además, mentimos porque olvidamos o deseamos olvidar, porque confundimos la realidad con los sueños o el mundo paralelo que hemos concebido, porque, si no, si dijéramos la verdad, o no la ocultáramos, la convivencia con los compañeros, con la pareja se haría insoportable; porque necesitamos contarnos una versión de los hechos que guste o agrade a los familiares o a los amigos o que nos haga quedar bien o que nos justifique, sin más.
¿La verdad no existe? Es posible. Socrates y los sofistas introdujeron este debate en la cultura occidental. Quizá Rashomon de Kurasawa, basado en un relato corto de Kutagawa, desde otra perspectiva, es la película que mejor cuenta nuestras contradicciones y ambigüedades morales.
Mankiewicz, en casi todas sus películas, nos mostraba que la percepción de un hecho, sea el que sea, siempre es poliédrica.
Somos mentirosos; nuestro cerebro necesita la mentira -la biología lo corrobora; por eso, nos gusta a todos que nos cuenten historias, ¿verdad?-. La diferencia es dónde ponemos los límites. Hay quien miente para proteger a su hija o a una propiedad o a su pareja. Hay quien miente para no enfrentarse a sus propios demonios. Hay quien miente porque quiere hacer daño. Hay quien miente para estar vivo. Hay quien miente contando solo una parte de la realidad y ocultando otra. Hay quien miente e inventa historias. Hay quien miente y ni se da cuenta...
¿En esta época mentimos más que en otras? Tal vez simplemente somos más conscientes de que lo hacemos, aunque lo neguemos: en el chat, en el wasap, en internet, en las clases, en los pasillos, en la calle, en las tiendas... En la televisión, en el cine... entre los políticos, los actores, los periodistas...
¿Es lo mismo una mentirijilla, que no hace daño a nadie o solo forma parte de un juego privado, que las grandes mentiras que matan a miles o millones de personas? No, claro, no es lo mismo. ¿O quizá sí?
No lo duden. He mentido en esta entrada, aunque ni siquiera yo mismo sepa dónde lo he hecho...
No hay comentarios:
Publicar un comentario