RORY LONG
BALDWIN
ROCHA
Los Ángeles, 1992-Laguna Beach 2017
Rory Long era hijo de Marcus
Long; discípulo de Charles Olson. Poeta. Un representante de la llamada poesía
oral, bíblica, abierta… Predicador y fundador de varias Iglesias. Alcanzó
cierta gloria literaria con un poema en el que aparecíz Leni Riefenstahl
haciendo el amor con Jünger. Creía en la renovación de una nueva América.
Viajaba a Italia muy a menudo. Decía que su ciudad preferida estaba en Sicilia;
se llamaba Agrigento. Amaba esas piedras; más que a sus semejantes. En el
último año de vida se destaca por su apoyo incondicional a Donald Trump. Ganó
mucho dinero. Fama, abogados, contactos en el Senado y en la administración
republicana. Una salud de hierro. En marzo de 2017, un mediodía, recibe dos
disparos en la cabeza. El asesino se llamaba Baldwin Rocha y era un joven negro y anarquista.
Me crucé con Rory Long en los
Ángeles, un día antes del asesinato. Hacía calor. La temperatura rondaba los
treinta grados por el día; de noche, se suavizaba y no pasaba de los diez. En
Sunset Boulevard a la altura del Vista Theater, esperaba en un paso de cebra a
que el semáforo se pusiera en verde. Pensé, al
principio, que el tipo era una estrella de cine, porque una pareja de mediana edad, a unos metros, lo saludó y entabló
con él una breve conversación. Estaba claro que no se conocían y que la pareja
–más incluso ella que él- admiraba a Rory Long, un tipo de sesenta años, obeso,
de nariz afilada y rasgos muy marcados. Fue al día siguiente cuando supe su
verdadera identidad.
El semáforo cambió de color. Rory
Long prosiguió su camino. Giré la cabeza y me dispuse a cruzar al otro lado de
la calle. Noté en ese momento un golpe en el hombro. Un chico negro, joven, de
unos veintidós años, acababa de chocar conmigo. Era Baldwin Rocha.
No se disculpó. Ni se había
fijado en mí; continuó su persecución, sin inmutarse. Ignoraba que este
muchacho seguía desde hacía un par de semanas a Rory Long. Me fijé en algunos detalles de este chico, que luego pude
recordar con claridad. Escondía las manos en los bolsillos de una
sudadera. Llevaba pantalones vaqueros y una cadenita alrededor del cuello, tal
vez un crucifijo. Su mirada estaba llena de odio.
Hijo de un viejo “pantera negra”,
que conoció las cárceles y su represión. I`m not your nigger. Su padre James Rocha no se conformó con
denunciar las condiciones en las que vivía su raza; fue mucho más lejos. Quiso
demostrar que el verdadero enemigo del hombre negro es el capitalismo. Sus posiciones
fueron criticadas por algunos de los suyos, aunque admiraran su coherencia.
Cuando Baldwin tenía un año, su padre fue asesinado por un ultraderechista,
afín a las tesis más radicales del partido conservador.
Su madre quiso proteger a su hijo; intentó evitar que acabara como su
padre. Se alejó de los círculos políticos en los que se movía su marido, pero,
aún así, cuando Baldwin creció, comenzó a preguntar a sus familiares por su
progenitor. Y descubrió a un hombre al que podía admirar. Y a un enemigo al que
deseaba eliminar.
A los dieciocho años, con todo, su plan no estaba más que insinuado en
su cabeza. Entró en la universidad de Nueva York para estudiar ciencias
políticas y filosofía. Se implicó en grupos de presión, participó en todas las
movilizaciones de Occupy Wall Street. Estuvo en varias ocasiones en la cárcel.
Quema de contenedores, uso de material inflamable, concentraciones ilegales
fueron los motivos que adujeron para condenarlo a unos meses de prisión y trabajos para la comunidad.
Al terminar la carrera, buscó empleo en
Harlem, sin conseguir que ninguno le durara más de un mes. Los grupos de lucha
se fueron dispersando; Occupy Wall Street se transformó en un movimiento sin
garra, pacifista. Baldwin propugnaba volver a la violencia como única forma de
presión frente a unas multinacionales voraces y crueles. La revolución sería
sangrienta o no existiría. Había que acabar con el capitalismo. No tuvo muchos
adeptos. Fue aislado, incluso, entre sus propios compañeros. Sintió decepción,
rabia, tristeza. Decidió regresar a Los Ángeles. Se apuntó a un curso en la
UCLA.
En esas fechas, murió su madre. Era tal vez el único hilo que le
mantenía cuerdo. A partir de ese momento, aseguran sus conocidos, entró en una
fase diferente, se hundió en un bucle del que ya no saldría con vida.
Encontró un
chivo expiatorio para sus frustraciones y culpas: Rory Long. Era un nazi
conocido en las altas esferas, que había sabido adaptarse a los nuevos tiempos.
Rory esperó su oportunidad y favoreció la campaña de Trump. No dudaba –así se
lo confió a los suyos- de que el tal Trump era un cantamañanas, un bocazas, pero,
al mismo tiempo, fue consciente, casi desde el principio de la campaña
presidencial –en enero del 2016- de dos claves. La primera es que Trump iba a
ganar en las elecciones de noviembre de ese año; lo creyó antes de que lo pensara
siquiera la mayor parte de su propio equipo de campaña. La segunda es que sería
un hombre muy fácil de manipular y dirigir.
Así que
Rory Long apostó por Trump desde el primer momento. Se convirtió en su mayor
valedor en California, aunque era consciente de que allí tendría pocas
posibilidades, pero sus contactos en Texas o Florida, sabía que serían claves
para su victoria, como así ocurrió.
Trump se lo
agradeció. Colocó a algunos de sus lugartenientes en puestos claves en Washington
y desde allí, Rory Long comenzó a mover los hilos. En los pocos meses que
disfrutó del gobierno de Trump, llegó a embolsarse con negocios de todo tipo
–petróleo, inmobiliarias, gaseoductos- más de mil millones de dólares. Sus
herederos supieron ocultar las huellas de estos negocios y aprovecharse de
ellos en los años posteriores.
Fue
entonces, cuando se convirtió en el objetivo de Baldwin Rocha, mientras Rory
Long blanqueaba su pasado. Aunque era anglosajón puro, su acendrado nazismo
debía ser suavizado ante sus nuevos competidores; otros compañeros podrían
abanderar, como así lo hicieron meses después en Charlottesville, su ideología;
él, como hombre de negocios, moderó su discurso.
Fue un plan
medido, preparado durante meses. Baldwin hizo un seguimiento cuidado y
minucioso de Rory Long. Se apartó de cualquier grupo que pudiera permitir un
rastreo por parte del FBI. Se veía con muy pocos amigos; no contó hasta el
último momento, unos minutos antes de cometer el crimen, el objetivo de sus
desvelos. El plan perfecto de un suicida. No esperaba sobrevivir; no volvería a
la cárcel. Moriría como su padre, pero esta vez, matando antes.
Rory Long se iba a reunir esa
mañana, en la que se cruzó conmigo, con un importante empresario vinculado a
Trump, cercano a la Cienciología, a unos pocos metros de su sede central,
situada en la misma Sunset Boulevard. Al día siguiente, Rory había quedado con
un amigo de ambos, en Laguna Beach. Siempre lo hacía; todos los miércoles a
mediodía. Baldwin lo esperaba a unos pasos del restaurante donde solía comer;
supo tras muchas dudas que ese era el lugar perfecto para cometer el crimen. Se
acercó al famoso empresario y predicador y le descerrajó dos tiros en la
cabeza.
Reconocí al joven con el que
había chocado, cuando vi su foto en una gran pantalla de video en Union
Station, al día siguiente, el jueves. Seguramente el martes también llevaría el
revólver guardado en la chaqueta, pensé en ese momento. Un hombre de mediana
edad tocaba en un piano de cola una melodía de Schubert. Eso escuchaba de
fondo, mientras atendía a la noticia. Aseguraban los testigos que Baldwin no
dejó de gritar mientras pateaba el cadáver de Rory Long: “Muerte a Trump, muerte al fascismo”. Cinco minutos después dos
policías acabaron con la vida de Baldwin Rocha. Quince tiros. Rocha no disparó
ninguna bala.
El jueves, cuando subí al tren de
vuelta a San Francisco, noté en la estación más vigilancia. Algunos hablaron de
terrorismo islámico, aunque no se encontraron vinculaciones de Rocha con ninguna
organización de este tipo o su financiación. Era un joven estudiante de UCLA,
obsesivo, sin amigos. Parecía un lobo solitario y encontró en Rory Long un
objetivo: nazi, racista, defensor de los valores que él detestaba.
Trump habló de violencia y ataque
a la democracia. Lo aprovechó e intentó impulsar su ley contra la inmigración
ilegal, incrementó el gasto militar y su participación en Oriente Medio, con
una presencia mayor en zonas como Afganistán o Irak, comenzó una campaña para
bombardear Siria y aislar a Rusia, declaró que Jerusalén era la capital de
Israel, despreciando a los palestinos, y dio los primeros pasos para rechazar
el acuerdo de París sobre el cambio climático.
Hubo quienes convirtieron a Rocha
en un héroe. Un mes después todo el mundo lo había olvidado. Atentados en
Londres, Bélgica, Nueva York, Hamburgo, Barcelona. Guerra en Siria, Yemen,
Irak, Afganistán. La gente tenía otros problemas a los que enfrentarse.
A los dos meses, levantaron un
monolito conmemorativo en el lugar donde Rory Long fue asesinado. El dinero
llegó –o eso se aseguró en algún medio de comunicación- de una de las empresas
de Trump. Algunas mañanas el monumento suele aparecer con pintadas anarquistas
o de ideología afín que desaparecen, eliminadas pulcramente por los servicios
de limpieza, un par de horas después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario