ANNA MAY WONG
Los Ángeles, 1905-Santa Mónica, 1961
XIN WOO
1923. 2023.
Son
exactamente cien años los que separan el comentario de Xin Woo, ese que se
encuentra bajo una vitrina acristalada en el que una bailarina china mueve su
traje con una sorprendente ligereza, y el documento identificativo que confirma
la llegada de su bisabuela, Anna May Wong, al puerto de San Francisco. Cien
años y sólo un kilómetro, el que hay entre el Museo Oriental y una exposición
en Chinatown.
Sin embargo, a pesar de ese
documento, Anna May Wong no era una extranjera; había nacido en Los Ángeles y
sus padres regentaban una lavandería. Sus abuelos habían llegado desde Hong
Kong para colonizar California –con ellos se construyó gran parte de la vía
férrea del estado-, pero carecían de derechos fundamentales; eran ciudadanos de
segunda, en muchos aspectos. Por ejemplo, no podían casarse con hombres blancos
y esa legislación se mantuvo hasta 1947.
Desde
pequeña sintió un gran interés en el cine –al salir de la escuela se metía en
las salas provisionales que fueron creciendo por San Francisco y devoraba todas
las sesiones que podía- y quiso participar en los rodajes que en las primeras
décadas del siglo XX se realizaban en la soleada California. Encontró su
primera oportunidad como extra en 1919 cerca de su propio barrio. Había
cumplido catorce años. Su padre lo permitió, pero manteniendo un control
estricto sobre su hija –si era la única asiática, la encerraba en una
habitación- y repitiendo como una letanía: “cada
vez que te hacen una fotografía, pierdes una parte de tu alma”.
Su primer
éxito le llegó en 1922, The toll of the
sea. Aunque es más conocida por la película con Douglas Fairbanks, en 1924,
El ladrón de Bagdad. Consciente de
que en Hollywood nunca podría hacer un papel en el que no estuviera encasillada
como actriz oriental, buscó en Europa en los años treinta, otras oportunidades,
sobre todo en Inglaterra. Dominaba varias lenguas: inglés, francés, alemán.
Volvió a
Estados Unidos donde interpretó junto a Marlene Dietrich, Shangai Express. Fue considerada una de las mujeres más hermosas de
su época -tenía las manos más bonitas del
cine, según una revista de la época-, pero eso no le ayudó a encontrar
papeles más atractivos. Una representación de cabaret la permitió viajar por el
mundo, incluso a Australia. En sus últimos años, en la década de los cincuenta,
trabajó en la televisión, en interpretaciones esporádicas.
Tuvo muchas
aventuras, pero nunca se casó. Lo pensó con Marshall Neilan, conocido director
de la época muda. Las leyes lo impedían –él era blanco; ella, china-, por
tanto, no lo llevaron a efecto.
Resulta
paradójico que ambos tuvieran problemas con el alcoholismo. Y, sin embargo,
aunque aceleró sus tempranas muertes, la causa real –la que apareció en los
certificados de defunción- no fue la cirrosis, en ninguno de los dos casos. A
Neilan le diagnosticaron un cáncer de garganta; Anna falleció tras un ataque al
corazón. Acababa de cumplir, un mes antes, los cincuenta y seis años, en
febrero de 1961.
No tuvo hijos; sí, en cambio, su
hermana y su hermano. En los periodos en los que volvía a California, tras sus
numerosos viajes, traía regalos para toda la familia. Los colmaba de chucherías
y afecto; primero, a sus sobrinos, y después, a los sobrinos-nietos que tuvo
tiempo de conocer.
Trató a la madre de Xin Woo; Lee
Woo tenía cuatro años, cuando Anna murió. Por supuesto, ella no recordaba casi
nada de ella; sólo conserva una imagen, aunque tal vez sea imaginada –“a esa
edad, ¡como voy a recordarlo! No es posible; me lo habré inventado”, decía
a su hija, cada vez que se lo preguntaba-.
-Era
una mano muy hermosa, fina, elegante, que me ofrecía un regalo. Y mientras abría el regalo, esa mano me acariciaba el pelo…
Xin Woo nació en San Francisco.
Fue la primera hija del matrimonio formado por Wong y Lee –curiosamente, aunque
sus apellidos variaban, estos también eran los nombres de sus tatarabuelos-.
Los tiempos
en los que se movió Xin Woo fueron muy diferentes a los de su tía-bisabuela
–ignoro si existe este término, pero esta sería la relación familiar que
mantenían; aunque para la familia era una de las bisabuelas-.
Como
sucedió con Anna y el cine, desde pequeña Xin Woo sintió una fuerte pasión por
el baile al que dedicó muchísimas horas. Sus padres supieron protegerla y no
permitieron que perdiera ni olvidara los juegos propios de la infancia, pero,
si quería alcanzar un nivel alto, sabían que debía sacrificar una parte de
esta.
Pronto fue
admitida en la prestigiosa Escuela de Arte de la ciudad, que le abriría las
puertas del ballet de San Francisco, a la edad de diecinueve años, siendo una
de las mujeres más jóvenes en ser admitida. En ese momento era solista Yuan
Yuan Tan, que, aunque sólo les separaban ocho años, fue su maestra y compañera,
apoyo fundamental en los momentos de duda y crisis. Había sido alumna de Pina
Bausch y esa impronta la encontramos tanto en Yuan como en Xin Woo.
Xin Woo tuvo un gran amor a lo largo de toda su vida; una
mujer norteamericana llamada Lenny Randall. Trabajaba como ayudante de
producción en la Opera de San Francisco. Aunque allí Xin Woo no hubiera tenido
ningún problema en que se conociera esta relación, la mantuvo en secreto,
porque no quería herir a sus padres, muy tradicionales, y que, a partir de
cierta edad, no dejaban de insistirle que debía casarse con un hombre bueno y
razonable. Xin Woo evitaba el tema, respondiendo que su trabajo era lo primero.
Lenny
Randall quería tener un hijo, pero era estéril. La inseminación artificial se
presentaba como la mejor opción, pero Xin Woo dudaba. Cuando Xin Woo sustituyó
a Yuan Yuan como primera solista en 2010, decidieron retrasarlo.
Lenny insistió, entonces, que no
estaba a gusto, ocultando su relación a los ojos de todos, y quería que Xin se
lo dijera a sus padres. Xin Woo sabía que para conservar junto a ella a
Lenny, debía hacerlo. Respiró hondo, y dio el primer paso. Presentó a
Lenny. La madre, Lee, enseguida, aceptó la relación que mantenían, pero su
padre la rechazó. Se negó a hablar con su hija durante años.
Xin Woo
consiguió grandes éxitos en el panorama internacional. A los treinta y dos
años, en 2017, se retiró del escenario. Había llegado el momento de tener un
hijo. En tres años, fueron madres de dos niños, a los que llamaron, Anna –en
honor de su bisabuela- y Peter –por el abuelo de Lenny-.
El padre no
es que aceptara con naturalidad la relación con Lenny, pero cogió afecto a sus
nietos, y, de una manera u otra, acabó por consentir el vínculo entre ellas.
Una visita
a Hong Kong en esa época influyó de manera muy importante en los años
posteriores de Xin. Descubrió un mundo lleno de posibilidades, aunque en ese
momento, aún no se planteara dejar San Francisco. Eso llegaría más tarde.
En el 2025
Lenny murió en un accidente de coche. Xin Woo se hundió en una fuerte
depresión. Su padre había muerto un año antes. Sólo la ayuda de su madre y sus
dos hijos le permitió salir del profundo pozo en el que se hallaba.
Fue
entonces cuando empezó a mantener contactos más intensos con Hong Kong, la
patria de sus antepasados, aquella que abandonaron sobre 1850 para marchar a
California y a la que ella regresaba casi dos siglos después, tras seis
generaciones.
Creó una
nueva compañía y dedicó todo su esfuerzo a promocionar a bailarinas chinas
–sobre todo a aquellas que tuvieran dificultades económicas, con la ayuda de
becas- y difundir la pasión que sentía por el baile.
Su hija fue
su heredera; no sólo en el aspecto empresarial, años después. Sería una gran bailarina
y participó en la década de los treinta y cuarenta del siglo XXI en numerosos
musicales, alcanzando la categoría de estrella. Lo dejó y, a partir de ese
momento, sustituyó a su madre en la organización y sostenimiento de la
compañía. China -más preparada que Europa, en plena desintegración, y que Estados Unidos, encerrada en sí misma-, superó la crisis
económica del 39 mucho mejor que sus rivales.
Se cuenta
que la noche antes de morir Xin Woo vio en un canal de televisión a su
bisabuela, Anna May Wong, interpretar su papel en El ladrón de Bagdad. Era su película favorita.
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