'... por qué la civilización empezó con el logos... empezó a fluir entre nosotros ese río en el que se funden pensamiento y lenguaje. Gracias a su existencia concebimos el mundo, lo exploramos, lo comunicamos, lo utilizamos para nuestro provecho, lo modificamos, buscamos su sentido, tratamos de entendernos a nosotros mismos. Gracias a su existencia conocemos el tiempo, la memoria, la experiencia. Gracias al logos, vivimos en un flujo de luz, y no en la reclusión de nuestras pequeñas calaveras'.
Palabras del Egeo, Pedro Olalla.
El grande tuvo mucho interés en construir un ágora que de inmediato estableciera relaciones comerciales con otras poleis griegas.
Ha sido puerto comercial y eso lo notas en su forma de ser, muy occidentalizada - pocas mujeres llevaban pañuelo, al menos, en el centro, en Konrak; alguna que otra iba cubierta completamente- en la presencia de diferentes credos -además de la mezquitas, tenemos sinagogas y algunas iglesias-.
No olvidemos que aquí nació el logos, la filosofía occidental. Y el comercio fue su vector y su impulso.
Una zona del barrio céntrico, el Kemeralti, es un gran bazar o mercadillo.
Se puede encontrar de todo -incluidas algunas multinacionales de ropa, aunque para eso es mejor acercarse al puerto-. No es comparable al de Marrakech, pero es menos turístico, sobre todo ahora en invierno.
Sus museos no destacan mucho, aunque el Arqueológico tenga notables esculturas;
una de ellas un atleta de bronce.
Un parque en el centro de la ciudad combina el entretenimiento con el solaz; es curioso el pequeño parque de atracciones, vacío en diciembre.
Y gatos y perros abandonados. Los gatos sobreviven mejor. Los perros parecen almas en pena necesitados de cariño. Me ocurrió también en Grecia. Son alimentados por la gente, pero vivir en la calle siempre es duro.
Algunos gestos, sutiles, me despiertan curiosidad. A primera hora de la mañana vi a dos hombres dar dinero en mano a sendas mujeres jóvenes. No se miraron; era esperado por ambos. Sin que tenga más referencias, podría interpretarse de muchas maneras. Me falta un conocimiento mejor del idioma o de la cultura para descubrir señales que se nos escapan a los que sólo estamos de paso.
Está la tradición de tomar el té, a cualquier hora; el canto del almuédano, llamando a oración. El idioma es gutural, pero tiene cierto acento eslavo que me recuerda al ruso.
Algo debí tomar que me revolvió el estómago; así que para limpiarlo no comí nada en veinte y cuatro horas. El cuerpo rechazaba de manera natural cualquier alimento y uno con los años ha aprendido a escuchar a su propio cuerpo. En estas situaciones el oído o el olfato se intensifican. Como si volviéramos a recuperar los sentidos que ese tirano, la vista, nos había arrebatado.
Fueron dos días nublados. El sol hizo acto de presencia muy pocas veces y la luz del Mediterráneo me devolvía la esperanza.
Es una ciudad viva, dinámica. Alejandro Magno fue bien guiado por los dioses. Supo ver el instinto comercial de sus habitantes. Y lo conservan, aunque ya no se hable griego ni haya judíos. Huellas e improntas de un lejano pasado.
Anochece pronto en invierno. Hoy es domingo.
Los últimos compradores salen de un bazar que ha cerrado sus tiendas. Luces navideñas en el centro: recuerdan al turista occidental sus tradiciones y al turco le sirven para iluminar un poco las calles. Nada ver con nuestro exceso.
Varios indigentes y cartoneros arrastran sus pesados carros; los primeros llevan allí todas las pertenencias y para los otros es su manera de ganarse la vida. Un hombre, tras una transacción comercial, cuenta las liras turcas como si lo fuera en ello la vida. Han montado un mercadillo ilegal en una calle que da a la principal, oscura, a una distancia prudencial de varios coches de policía.
Olor a hachís y a castañas asadas. Y a narguile con sabor a manzana. Dos chicos jóvenes corren para que el ferry o el tranvía no se les escape. Mañana el tráfico será insoportable.
Una niña posa con su vestidito nuevo para que su madre le haga las fotos de rigor. Otra, más mayorcita, está harta de posar.
Dos orquestinas tocan música tradicional en los bar-restaurante para un público mayoritariamente turco.
Los gatos y los perros sobreviven.
Si contemplas la bahía puedes ver, arracimadas en las colinas que rodean Esmirna, miles de casas. El amarillo chillón de las farolas, el azul cálido de los hogares.
Hay muchos mundos en Esmirna que yo nunca conoceré.
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