domingo, 30 de noviembre de 2025

AL NORTE LA MONTAÑA, AL SUR EL LAGO, AL OESTE EL CAMINO, AL ESTE EL RÍO


Luces de Navidad: barroquismo y consumismo desenfrenado, inútil, innecesario, agotador. 

La mirada de improviso encuentra un número repetido, 1919, a ambos lados, en el arco de una de las bocas de metro de Gran Vía. La obra de Antonio Palacios. Sencillez, simplicidad, sobriedad. 


Tenemos un personaje: el nieto de Kenji. Busca un jardín oculto al sur de Kioto. No lo encontrará, aunque acaricie con la mano sus muros.

¿Quién es el protagonista de este libro minimalista de Krasznarhorkai? 

¿Será el espacio descrito en sus más nimios detalles? 

Hay un monasterio, abandonado, fantasmagórico; como si los seres humanos hubieran desaparecido de repente y solo el lugar tuviera entidad real. Libros en diferentes formatos, patios y pórticos, pagodas, muros y tejas; un perro apaleado que busca un árbol, un gingko, donde cobijarse, antes del final; un pájaro que alza el vuelo desde lo alto de una torre; un zorro con ojos enloquecidos que va a morir; las varillas de incienso y el humo, delgado y sutil; los Budas, esculturas en movimiento, que giran la cabeza, sorprendidos por la belleza de unas palabras; un libro que trata sobre el infinito y niega que exista el infinito, en una habitación desordenada, sobre una cama, abierto por la mitad.

¿Será, tal vez, el tiempo ese protagonista?

El monasterio aparece; desaparece. Se llega a él por un laberinto de calles que cambian, confunden al que busca el camino: esfuerzo inútil, porque nos perderemos en una pesadilla borgiana. Hay que admitir la única verdad:

Nadie lo ha visto dos veces.

No puedes entrar en el mismo río dos veces.

El nieto de Kenji baja del tren, espera el tren, camina por el monasterio y no está en la estación, no recorrió el monasterio: un monasterio que no existe. Ayer, hoy, mañana. No hay un único tiempo; ya se sabe, el tiempo se deforma; nuestra percepción se distorsiona, se altera. El espacio se difumina, se cimenta con palabras que giran sobre sí mismas. El nieto de Kenji tal vez imaginó un último viaje antes de exhalar su último suspiro. 

Y el jardín secreto. Ocho cipreses y a sus pies una capa uniforme de musgo. Un milagro que fue posible después de un largo proceso que solo la Naturaleza, paciente, selectiva, es capaz de concebir. 

Un autor lo mencionó en un libro que se pierde. Un hombre lo imagina; el hijo de Kenji lo desea. Existe; no existe. 

Sencillo, simple, perfecto. 

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