miércoles, 27 de agosto de 2025

TRÓPICO DE CÁNCER Y MODERNIDAD EXPLOSIVA

 


Lejos queda el marchamo de obra prohibida o pornográfica que tuvo en su momento Trópico de Cáncer. Uno ya está acostumbrado ahora en la publicidad, en internet o en el cine a ver productos más provocadores. 

Si sobrevive esta obra de Miller es, sobre todo, pasado casi un siglo, su innegable calidad literaria. Si aceptas que los personajes son unos impresentables -perfectamente comprensibles en sus debilidades-, es curioso que puedas encontrar en los diálogos y en algunas partes un estilo directo, claro, simple que, en las descripciones sexuales llega hasta el detalle más obsceno o escatológico -"la época exige violencia, pero sólo estamos obteniendo explosiones abortivas... consignar todo lo que se omite en los libros..."-con otros -son los que más me gustan- en los que se deja llevar por una lírica que, tal vez por el contraste, destaquen más. Es una prosa envolvente, una oración lanzada al infinito, una declamación enajenada, una letanía mística. 

Las páginas que dedica a explicarse la relación que mantiene con Mona o, más bien, el recuerdo de esta están entre ellas.

"No recordaría que en cierta esquina yo me había detenido para recoger su horquilla ni que, cuando me agaché para atarle los cordones, se me quedó grabado el lugar en que había descansado su pie y que permanecería allí para siempre, incluso después de que se hayan demolido las catedrales y de que haya quedado barrida para siempre jamás toda la civilización latina..."

Otra que se inicia con la descripción de "una raja oscura y peluda... coño exhausto de una puta" sirve para que durante más de diez páginas haga una reflexión delirante y surrealista en el que habla de la verdad, la vida, la humanidad, de "la herida que nunca cicatriza", el universo, el tiempo, el arte y termina en un salto al vacío con este párrafo: "...el gran deseo incestuoso es el de seguir fluyendo, unido al tiempo, el de fundir la gran imagen del más allá con el aquí y el ahora. Un deseo fatuo, suicida, estreñido por las palabras y paralizado por el pensamiento".

La cultura de Miller es extensa; hay menciones a Dostoyevski, Proust, Joyce, Goethe, Whitman... Sus personajes -"de lejos parecen insignificantes; de cerca parecen feos y maliciosos. Más que nada necesitan estar rodeados de suficiente espacio: de espacio más que de tiempo..."- viven en una atmósfera de sexo libre sin culpabilidad -aunque puedan pasarse la gonorrea en cualquier momento-, pero siempre con la pobreza como telón de fondo. Es la pobreza de las prostitutas que le sisan el dinero; la del propio Miller que sablea a todos sus amigos y vive de gorra en sus pisos o duerme en camas y sabanas con chinches. No hay responsabilidad ni pecado.

Y esas historias, que podrían haberse narrado con pesadez, contadas, en cambio, con gracia y distanciamiento irónico, permite que podamos disfrutar de un París primaveral, de un Sena que "corre por sus entrañas". 

Como hizo con Joyce, Strick hace una versión de Trópico de Cáncer vitalista. El montaje corta, trocea el tiempo, mezclando sonidos y ráfagas e imágenes breves, como lo harían los chicos de la Nouvelle Vague. Por supuesto, la voz en off es imprescindible, y comienza con la historia entre Mona y Miller. 

VERSION COMPLETA TRÓPICO DE CÁNCER

Y después, el guion, bien pergeñado y engarzado, aprovecha todo lo que va apareciendo a lo largo de la narración. Solo falta la visita a Le Havre. El resto están aquí: la estancia como profesor de inglés en un colegio privado en Dijon -se muere de frío y aburrimiento; enseña a los adolescentes la vida sexual de los animales lo que despierta su interés por el conocimiento-, la visita a una mujer rica con las dos versiones -una, más picante; la otra, más realista-; el lío de Fillmore con una francesa que dice estar embarazada; la anécdota con una prostituta que está en toda la historia más fuera que dentro de la habitación, cuidando a una madre que no existe; o con otra, cuyo coño le trae a la memoria recuerdos amables y tiernos.

Y todos estos recuerdos son tratados con alegría y desenfado. Evita planos que puedan lindar con la pornografía -imagino que si no, hubiera sido imposible estrenarlo-; se contenta con mostrar algunos desnudos, sin ir más allá, como si ocurre en la novela. El lenguaje de los personajes se suaviza, evitando palabras que puedan alejar al gran público y que vistas ahora son de un carácter profundamente misógino. Prefiere un tono gracioso, atrevido, descarado a la provocación y la ruptura total del original literario. A la larga y, a pesar de la prosa exuberante de Miller que escuchamos con la voz en off, la película se hace repetitiva, reiterativa. 

Como hizo con el Ulises, sitúa la acción no en los años treinta, sino en el momento en que se rodó, en 1970. Así que también vemos planos de una París moderna en tono documental, irónico; por ejemplo, burlándose de las instituciones en medio de un desfile. 

En Modernidad explosiva Eva Illouz, socióloga y ensayista, hace una reflexión sobre el papel de las emociones en la modernidad. Sobre todo es interesante la relación que establece no tanto con la psicología individual sino con los fenómenos colectivos: culturales, sociales y económicos. El capitalismo es el responsable, podríamos decir, de la incapacidad para dirigir y dominar emociones primarias como la ira, la envidia, el miedo, los celos, la vergüenza, el orgullo. La esperanza y todas estas emociones se convierten en el instrumento que el capitalismo, el consumismo y las democracias liberales y sus medios de comunicación utilizan para controlar a sus ciudadanos. Describe con claridad el origen de los populismos y nacionalismos y el papel que estos ejercen en la construcción de las emociones individuales y colectivos de una población.

La parte que gira alrededor del miedo o la envidia junto a su exposición sobre el amor romántico me parecen excelentes. En otras, como la ira o la nostalgia echo en falta más profundidad. En la ira no llega a explicar cómo esta puede ser manipulada por intereses económicos, aunque, aún así, sus planteamientos están muy bien fundamentados. La nostalgia o el desarraigo aparece, sobre todo, como un constructo reaccionario; admitiendo que es así, en gran parte, también podría servir para criticar la realidad que el capitalismo ha creado -se menciona, pero es solo un detalle poco trabajado en comparación con el otro aspecto-. 

Las comparaciones literarias -desde Safo a Ernaux pasando por Proust o Sartre o Shakespeare-, cinematográficas -Los restos del día- o míticas -Odiseo, Ajax, Aquiles- o políticas son acertadas y muy bien traídas; sin embargo, en estas últimas hay cierta insistencia en Israel y Estados Unidos, que parece conocer muy bien, donde demuestra talante crítico -dureza hacia los judíos radicales, con cierta obsesión contra Trump y los republicanos y comprensión o, incluso, incomprensible admiración, en mi opinión, hacia los demócratas-, pero escasa sobre otros que podría haber aprovechado -sobre todo, en relación a Europa o la pandemia- y que tal vez haya evitado porque, como intelectual socialdemocrata, hay ejemplos que no puede utilizar, ya que le afectan directamente -es profesora universitaria en París- o los asume sin profundizar lo que debiera. 

Interesante mirada sobre nuestras propias emociones y la influencia que ejercen los modelos sociales y económicos sobre ellas. 

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