sábado, 30 de agosto de 2025

MUR, MURS, VARDA, SOMAI Y GABIN

 

Concluyo el verano con tres películas. No tienen nada que ver, pero en la variedad está... el gusto o la diversión. 

Gabin es uno de esos actores que cuando están en una película ocupan toda la pantalla. No pasan por ella; la hacen suya. El tiempo de los asesinos es una policiaca o de misterio; así la definen. 

En realidad, es una historia de venganza de dos mujeres. Se quieren desquitar de su pobreza, pero su frialdad es tan grande, que el espectador desea que no se salgan con la suya y sean castigadas. Al final, se convierten en víctimas de la propia trama que han maquinado.

Y por encima de la historia está Jean Gabin, un tipo que solo tenía que hablar en francés o hacer un gesto para dejarte boquiabierto. 

Uno de los grandes. 

Somai es un director japonés; consiguió sus mayores éxitos en los años ochenta y noventa y falleció en el 2001. Ha influido en la nueva generación de su país que le tiene como referente. Su tema central es la adolescencia o el paso a la madurez; en parte, también las relaciones de pareja. 

De las tres que vimos, Typhoon club, Moving y Lost chapter of the snow: pasion, es esta última la que más me sorprende. 

Visualmente te atrapa; la historia no deja de ser la relación entre un padre adoptivo y la niña huérfana a la que ha criado; cuando esta alcanza la mayoría de edad, la relación paterno-filial se transforma en otra cosa. Además hay un asesinato y un amigo del chico que también siente lo mismo por la adolescente. 

La historia podría haberse contado de otra manera. Y no hubiera sido tan interesante. Lo que llama la atención es esa estilización desde el primer plano secuencia, rodado en un estudio, o que el realismo se transforme de cuando en cuando en una puesta en escena donde se impone la imaginación, la lírica o el delirio. 

Y Varda. En Mur, murs hace un recorrido por los murales y el arte urbano que encuentra en Los Ángeles en los años ochenta. 

Es una obra sencilla, pero, como siempre, muestra muchas más cosas. Habla de los marginados -negros, hispanos-, de la explotación -sobre todo, cuando Varda nos cuenta que en un mural surrealista que rodea a un matadero de cerdos con imágenes que no sabes cómo describir, ni se menciona a los creadores, y no puede evitar soltar esta frase: "política de jefes, política de cerdos"...-, de la pobreza, de las locuras privadas y públicas, de su vida cotidiana, de las obsesiones de una época, de una belleza condenada a desaparecer por la especulación urbanística, consciente de su fugacidad. 

Varda hace de la sencillez un arte. Y eso es lo más difícil, lo más maravilloso. 

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