He recordado dos frases tuyas. La primera la escribiste; la otra me la dijiste la última vez que nos vimos.
"La dulce melodía de una rutina que se sintió a gusto a mi lado...".
"No puedo evitar alejarme de las personas a las que quiero..."
No me atrevo a interpretarlas; porque sé que mi interpretación hablaría más de mí que de ti.
Puedo hacerlas mías, porque, sin duda, como tú, he buscado y he encontrado a veces esa melodía deslizándose junto a mí, lejos de las mezquindades diarias: al leer y al disfrutar de imágenes en movimiento o al inventar historias con palabras, imágenes o sonidos.
Y a veces he huido del contacto con otros, porque es más perfecta una felicidad posible, aunque sea solitaria, que la realidad compartida, siempre decepcionante. ¿No es mejor imaginar una vida con alguien a quien quieres, los hijos que hubieras tenido, los viajes que hubieras hecho, las experiencias que hubieras compartido o la ternura que le hubieras dado a que, en cambio, acabes odiando a esa persona, porque el día a día y la oscura rutina ha arruinado esas ensoñaciones e ilusiones?
¿La imaginación nos hace libres o nos encadena?
Hace diez años murió mi madre. No siento dolor; solo una suave, dulce y tranquila añoranza.
Viajo a la Grecia clásica: a Esmirna, Éfeso, Lesbos, Atenas.
Viajar siempre es arriesgarse.
No sé porqué hoy recuerdo estas frases tuyas.
Todo viaje empieza mirando hacia atrás...
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