viernes, 31 de marzo de 2023

APUNTES PARA UN VIAJE (II): TORRELAVEGA

 

El muro del cementerio grita. Se extiende, fluye la sangre de los muertos. Palabras como cuchillos que preceden a los disparos.

 Una mujer y dos niñas, protegidas por la oscuridad, huyen. A lo lejos, gritos, disparos, silencio.

 Un comienzo.


I

La llanura, los sauces llorones y los ávidos riachuelos: antesala de valles, colinas suaves o ríos colmados. 

Charlie, -lo conocí en el tren- se denomina a sí mismo como "el hombre más peligroso del Sur". Intuímos drogas y noches insomnes en las arrugas de su rostro. Las palabras, en cambio, son las de un bufón. Intenta ligar con una joven latinoamericana; ella se divierte, juega con él. Charlie, despistado, debe bajarse en Torrelavega; el tren se va a poner en marcha. 

"No mires atrás", le dice ella, con sorna, al despedirse. 


Torrelavega: el origen mítico de una odisea. Pretendo versificar una historia épica. La realidad, hoy, un viernes por la tarde, es prosaica, más banal: los adolescentes en la plaza "Roja" -las baldosas del suelo han perdido su color primigenio- se hacen selfies o escuchan música; otros, con más poder adquisitivo, toman un café o beben su cerveza bajo la terraza del Carpe Diem

Al día siguiente el cielo recupera un tono azul y brillante, el de la infancia olvidada que mitificamos. 

Al bajar del monte Dobra, volviendo a Torrelavega, comparto un trecho del camino con dos jóvenes de Viernoles y Tano. Atravesamos bosques de eucaliptos. Los temas de conversación fluyen: la cantera, la corrupción en la que están implicados una constructora, Rucecan, y el político de turno... El lobo es un asunto delicado. Los ganaderos pierden ovejas; cuando cobran por las que mueren, prefieren alimentar con ese dinero a sus mastines: monstruos cuyos cuellos, erizados de pinchos, nos amenazan. 


"Una cosa es apostar en juegos y otra hacerlo en la vida real". 

Me cruzo, a unos pasos de un Ayuntamiento en obras, con dos compañeros de parranda que acaban de comenzar su recorrido por los bares del pueblo. El que va detrás ha pronunciado estas palabras. El otro, al escuchar a su amigo, ha suspirado... 

Entre las dos iglesias principales de Torrelavega sobrevive un espacio hueco, zona sin edificar; tal vez, en otro tiempo, aquí hubiera una casa antigua, abandonada y que se terminó de caer a pedazos; ahora, en vez de levantar un edificio sin personalidad, alguien, aprovechando el vacío, lo ha transformado en un refugio al aire libre. Se comparten libros; tras un cristal, abierto al paseante, ese mecenas nos ha dejado mundos desconocidos, universos alternativos para quien quiera llevárselos. A su alrededor, mesas y sillas de piedra, plantas y un pequeño huerto. 

Una adolescente, que debería a estas horas recibir las lecciones de sus esforzados profesores y aprender, disfrutando de metodologías activas, ha decidido, en cambio, saltarse las clases. Se sienta en uno de los bancos, sin dirigirme la palabra; quiere estar sola. Necesita pensar qué va a hacer con su futuro; así que... cierra los ojos.

Entro a la iglesia mayor del pueblo, cuando las temperaturas refrescan. Están interpretando varias obras corales del renacimiento español. Mi sangre despierta, mis músculos se tensan, mis ojos brillan y tiemblan, en cuanto suena Tenebrae factae sunt de Tomas Luis de Victoria. Sus pausas y silencios atrapan el tiempo. 

Esa noche, las paredes hablan: una pareja hace el amor en una habitación de hotel. 

"Así, así...". La maestra repite la lección a su discípulo. No afirma con un "sí, sí...", ni aspira a alcanzar la iluminación divina, "Dios, Dios..."; se conforma con marcar el camino. Satisfecha con el alumno, tras el orgasmo compartido, se mezclan risas y juegos, cosquillas y susurros.

"No seas... hijoputa". "No seas malo" hubiera sido más apropiado o elegante para una mujer enamorada, pero ella se crió en un barrio de gitanos. Las palabras nos traicionan; delatan de dónde venimos...


II

Los domingos, a primera hora, todos duermen. Duermen los borrachos, duermen los amantes, duermen los ancianos, duermen los solitarios insomnes. La ciudad está vacía. 

En los anaqueles de un bar de estación descansan, sin que nadie se atreva a leerlos, los cuentos de Poe o el Retrato de un artista adolescente de Joyce. 

Los capiteles del claustro de la Colegiata de Santillana del Mar me asombran. Un contador de historias nos habla, saltándose nueve siglos. ¿Quién sería este artista? Aquí aparece un ángel; allá, un hombre y una mujer, cogiéndose de la mano; detrás, una serpiente se enrosca alrededor de una columna; cerca de esta última, un caballero atraviesa con su lanza a enemigos inermes. 

Otros, monstruos de la Antigüedad, interpretados por la imaginación delirante de artistas medievales, renacen de sus cenizas. 

En sus calles sobrevive un fotógrafo caminero, Adolfo. 


Ya no va por los caminos; deja frente a la Colegiata su cámara -siempre con el miedo de que el viento se la tire-, esa que compró su padre en los años cuarenta; la coloca sobre un trípode y espera a los clientes. Aprieta el disparador, y, allí mismo, revela la fotografía, la amplia, limpia los líquidos que han quedado en el papel fotográfico con el agua del lavadero y se la ofrece, como un regalo, a los hombres del presente: la imagen es fiel reflejo de un pasado perdido, fidedigna materia de los sueños, verdad recuperada de memorias olvidadas.

"Si le das el dinero a un hombre para que se lo de a otra mujer o para que se lo gaste en juegos, eres poca mujer, eres una mierda de mujer".

Después de enviar este mensaje de voz, la venezolana, tal vez una inmigrante que limpia las fincas de algunos cántabros de buena posición, cambia el tono y la melodía con su hija, que, ajena al complejo mundo de los adultos, se mueve, nerviosa, en el carrito de bebé. Ahora su voz es diferente: la crueldad y la firmeza han desaparecido; las caricias y la ternura abrazan, en su lugar, a la niña. 


III

¿Por qué el abuelo de Fernando, un montador al que he conocido en Torrelavega, a los meses de empezar la guerra civil huyó a Francia? ¿Algún trapicheo económico? Los misterios familiares aumentan de grosor con el paso del tiempo; la memoria los deforma. 


Aún resisten casas de otros tiempos; 

las voces de sus fantasmas no encuentran el camino entre los hierbajos, las malezas y las grietas. 

Esa chimenea, cenizas y rescoldos de una Torrelavega obrera, se vislumbra más allá de un inesperado arco iris. 


"Sobre tu pelo recogido se enrosca un rayo de luz. Las despedidas nos hacen envejecer..."







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