'Por tu cabeza, quiero ser por siempre virgen, nunca domada, cazadora en las cimas de montes solitarios. ¡Vamos, pues, y confírmalo como un don para mí... Dioses u hombres la llaman Virgen y Cazadora y Flechadora de ciervos, μέγα επωνυμιον... '
Poema 31, Safo.
Cuentan que en Efeso existió una de las siete maravillas del mundo: el Artemision. Era un templo colosal, magnífico, consagrado a una diosa oriental, una diosa madre llamada, dependía dónde estuviéramos, Cibeles, Isis o Artemisa. No es casualidad que la Virgen María muriera según la tradición aquí. Se necesitaba seguir adorándola.
Dicen que San Juan terminó de escribir aquí su evangelio y, al morir a los cien años, fue enterrado en una colina, Ayasuluk, a unos metros del Artemision. El cristianismo más tarde levantó una iglesia bizantina, de la que ahora no quedan más que restos de su antigua grandeza. Como le ocurrió a su hermana gemela las piedras se reutilizaron para construir las casas o mezquitas de Selcuk. Puedo imaginar la historia de esta columna que toco con mis manos: vio a fieles que adoraron a Artemisa, a Jesucristo y a Alá. Y hoy al poderoso Dinero.
En otra colina, en un barrio periférico, cientos de pisos, que me recuerdan a Benidorm, altos y terribles y modernos, se alzan como los nuevos templos del progreso.
¿Qué ha sobrevivido del templo a Artemisa? Columnas y ruinas dispersas y un gato mimoso que busca las caricias y la comida de los turistas.
Efeso está lleno de turistas y de vendedores y de negocios a la caza del visitante... y de perros y de gatos... Como los animales salvajes hace mucho que huyeron de aquí solo estos rinden un tributo indirecto a la diosa de la Naturaleza. No viven mal. Si los comparamos con los de la ciudad están bien alimentados, son acariciados por guías y gente de paso
y saben buscar sitios cómodos y abrigados, cuando el tiempo lo requiere;
puede ser un hueco donde antes había una estatua o un sillón de felpa, cuando los humanos los dejan vacíos para patear las antiguas calles.
Esta ciudad tiene una larga historia. El puerto antiguo ya no tiene mar; los aluviones y sedimentos de los ríos cercanos acabaron por alejarlo varios kilómetros. Todos los hombres importantes desde Alejandro Magno hasta Adriano quisieron dejar su huella, restaurando o construyendo edificios públicos. La biblioteca de Celso conserva sólo la fachada; sus pergaminos y papiros hace mucho desaparecieron. Se encontraron unas casas romanas en un excelente estado de conservación y eso nos permite disfrutar de pinturas parietales de gran calidad.
No hay ruinas que no despierten en mí cierta tristeza; tristeza de lo que fue, de lo que pudo ser, de lo que nunca será...
Inscripciones desechadas, apartadas, en griego y latín, de hombres y mujeres que han sido olvidados.
El paso del tiempo es inevitable. Nadie puede cambiar esto.
Los terremotos, las invasiones y el abandono terminaron con Efeso. El turismo lo transforma en un sitio lleno de ruido. ¿Dónde está el silencio?
Es posible que sólo los gatos y perros, cuando por la noche se quedan solos entre las ruinas, escuchen los pasos de los fieles a Artemisa, la que tal vez espere el momento oportuno.
Y entonces, regresará. Y se vengará.
Qué gran poeta! Qué bien describe Efeso utilizando las palabras adecuadas para dar sentido a las cosas. Supongo que, quizá en otra vida, fue un gato o un perro porque son protagonistas absolutos en sus relatos. Disfruto y aprendo mucho leyéndole.
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