No recuerdo cuándo fue la primera vez que fui a la Filmoteca de Madrid. ¡He devorado tantas películas allí! En la de Barcelona he estado pocas veces. Sí sé que Cuentos de la luna pálida de agosto es la única que he visto en los dos sitios. Y esto por sí solo merece una entrada.
¿Cuándo fue la proyección de Madrid? Tendría que ir muy atrás para saber en qué momento de mi vida descubrí esta película. Tal vez también la viera por televisión; Garci y su programa ¡Qué grande es el cine! nos descubrió muchas obras maestras.
En Barcelona está unida al recuerdo de C... Estuvimos juntos unos meses. Aprendí mucho con ella. Me enseñó más de lo que ella cree.
Compartimos muchas películas. Incluso una, estando ella en Barcelona y yo, en Madrid, en un experimento que nos hizo bastante gracia. ¿Y de las otras, qué recuerdo? En algunas, tal vez nos cogimos de la mano; en las últimas, ya nos habíamos alejado.
El sentido japonés y oriental de la vida y la muerte se resume en estos Cuentos. Los fantasmas, es decir, el pasado, viven con nosotros. A veces, espíritus benévolos, nos protegen; otras, encarnación de las pesadillas, nos persiguen.
¿No somos, incluso, nosotros mismos, fantasmas? ¿No aspiramos a dejar una huella en otros?
El final no deja de ser otra cosa que ese sentimiento taoísta de encuentro con la naturaleza y del fluir del tiempo. Somos y no somos. Dejaremos de ser y seguiremos siendo.
Lo demás, creamos lo que creamos ahora, no importa.
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