Estoy convencido que, con dignas y honrosas excepciones, el cine más interesante y renovador viene en estos momentos del documental. No tengo ninguna duda...
Una visión más experimental la encontramos en Gunda de Kossakovski.
El profesor Bachmann y su clase es un documental de tres horas. Se nos cuentan las experiencias de un profesor peculiar en el trato con unos quince alumnos, recién llegados de países del Este, y que deben incorporarse, tarde o temprano, al sistema educativo alemán. No pretende ser un documental deslumbrado por la personalidad de su protagonista; tampoco lo hace desde una perspectiva negativa o destructiva. Reconoces al profesor que con métodos diferentes intenta atraer al estudio a ese alumnado con dificultades de todo tipo. Y al profesor agotado, que, a veces, se pregunta si vale la pena lo que está haciendo. Invita a la reflexión sobre los modelos educativos y si estos serán capaces de transformarnos o, al faltar medios, tiempo, apoyo desde las instituciones estarán condenados a fracasar.
¿Cuando estos alumnos se integren en el sistema no se sentirán decepcionados al comprobar que estos métodos son la excepción? ¿No acabarán siendo parte de ese alumnado, carne de cañón, ejemplo de fracaso escolar? ¿Es posible una buena educación mientras no cambien aspectos esenciales y fundamentales de la enseñanza reglada que no tienen en cuenta las circunstancias de gran parte de un alumnado, olvidado, despreciado, ninguneado frente a otros que con más medios económicos a su disposición siempre tendrán más posibilidades?
Apuntes para una Orestíada pertenece a otra época, pero dice mucho sobre Pasolini.
Y sobre un cine arriesgado y valiente. Es un documental con ideas muy interesantes. Partiendo de la trilogía de Esquilo, Pasolini busca un paralelismo de este mito griego, trasplantándolo a la África de los años setenta. Formalmente utiliza una amplia variedad de posibilidades; desde imágenes de archivo, combinadas con otras, rodados por él en varias visitas a países africanos; asistimos a una entrevista hecha en una sala de cine a algunos representantes, escogidos de entre los jóvenes universitarios que formarán parte de la élite de sus países; llega a atreverse a preparar una escena, donde se mezclan la música operística con el jazz, esbozando un encuentro entre dos culturas opuestas: la occidental y la africana.
Son los años 70. Todavía es posible la democracia y la revolución en el continente negro. O aún se sueña con ella, con una nueva forma de concebir el mundo que no olvide la tradición y una cultura milenaria.
En unos años se impondrá la pesadilla. Se intuye en algunas imágenes -con cadáveres abandonados en los caminos polvorientos de un país en guerra- o en las reflexiones que aparecen de cuando en cuando; uno de los jóvenes entrevistados contradice el final optimista de Esquilo y que Pasolini desearía: "las Euménides y las Erinias conviven al mismo tiempo; no pueden existir unas sin las otras".
Si un buen documental es el que hace muchas preguntas al espectador y además le obliga a plantearse otras nuevas, este, sin duda, es uno de ellos.
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