sábado, 16 de agosto de 2025

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

 


En busca del tiempo perdido empieza con un despertar: ese momento en el que nos hallamos entre el sueño y la realidad. No es casualidad, porque ese es el tono que mantiene toda la obra, como si el autor no supiera distinguir a veces donde se sitúa uno u otra. Los sueños, efectos de nuestros deseos o rescoldos de nuestras impresiones diarias, deforman el tiempo, confunden la memoria, transforman lo vivido. 

El comienzo, que gira durante más de cuarenta páginas alrededor del último beso antes de dormir de una madre -que no deja de ser la primera frustración, el primer desengaño-, toma nuevo impulso con la famosa escena de la magdalena. A partir de aquí se describen recuerdos de una infancia en Combray y aparecen o se mencionan los personajes que fundamentarán la narración; en parte, Combray es un paraíso perdido; en parte, como Macondo en Gabriel García Márquez, centro y ombligo de un mundo imaginado y recreado. Están, sin duda, entre las mejores ciento cincuenta páginas de la literatura. 

El final refleja, a la manera de un espejo, ese comienzo. Las últimas doscientas páginas del tomo séptimo hablan de la vejez y de la muerte. Y es otro recuerdo, despertado por un detalle ajeno en apariencia a la realidad que lo recrea, el que enciende la mecha: en este caso, una baldosa mal colocada. Y de nuevo será la excusa para desarrollar una reflexión que, opuesta a la de la niñez, equilibra la obra, la completa. Asistimos a una cena, transformado en un aparente baile medieval de la Muerte, en el que los personajes que han sobrevivido -los que no han muerto durante la primera guerra mundial o antes-, son solo máscaras, fantasmas decrépitos. Es el final de una época. Y, sin embargo, como diré más tarde, no podemos hablar de pesimismo; si acaso, de un cierto fatalismo.

El resto de la obra, enmarcado entre estas dos poderosas luminarias, es un papiro o pergamino antiguo, como si se desenrollaran los personajes, el ambiente, el mundo que desea recrear, en los que la forma y el contenido se alimentan y amplían y, al mismo tiempo, se repiten en infinitas variaciones. 

La forma se desarrolla en párrafos que se dilatan hasta la extenuación y cada cierto tiempo se rompen, se quiebran en saltos temporales en los que el presente se confunde con el pasado y un futuro que se nos anticipa, confuso y contradictorio. 

"He llegado a un momento en que, cuando recuerdo el baptisterio, ante las aguas del Jordán donde San Juan sumerge a Cristo, mientras la góndola nos esperaba ante la Piazzetta, no me es indiferente que en la fresca penumbra estuviera junto a mí una mujer vestida de luto con el fervor respetuoso y entusiasta de la mujer de edad que vemos en Venecia en la Santa Úrsula de Carpaccio, y que aquella mujer de rojas mejillas, de ojos tristes, con sus velos negros, y a la que, para mí nadie podrá jamás salir de ese santuario suavemente alumbrado de San Marcos donde estoy seguro de volverla a encontrar porque tiene allí su sitio reservado e inmutable como un mosaico, que esa mujer sea mi madre".

Si bien es cierto que el tema central es el recuerdo -un recuerdo a la manera de palimpsestos a veces: "su aparición siguiente es una creación nueva distinta de la inmediatamente anterior y a veces distinta de todas las anteriores"-; o en otras, ráfagas que fracturan la realidad y la transforman, es el olvido o su turbadora presencia la que se impone tanto en el amor como en las relaciones personales que construyen el entramado narrativo. Los espacios como Balbec -una población de veraneo, junto a la playa, que servirá para el encuentro con las delicias del amor y Albertina- o los barrios de París y sus palacios -lugares en los que se desenvuelven celos, mezquindades, pasados gloriosos- o Venecia -ese viaje deseado que se disuelve y pierde su consistencia, cuando no puede ser compartido-.

"La realidad que yo conocí ya no existía... Los sitios que hemos conocido no pertenecen tampoco a ese mundo del espacio donde lo situamos para mayor facilidad... Si queremos viajar a un lugar en el que hemos estado es mucho mejor, como en una excavación, buscarlo en nosotros mismos... el recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, y los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años..."

No nos olvidemos del humor, sutil, elegante, irónico, un humor que encaja con el personaje de Charlus y que nos recuerda al que tenía el mismo Proust en los salones a los que asistía en su juventud u Oscar Wilde. 

-...¡Qué excelente hombre era el padre de usted! ¡Cómo se notaba que debía de ser una familia honrada!...

Se notará que si vivieran todavía, los padres y el hijo, el duque de Guermantes no habría dudado en recomendarlos para un puesto de jardineros... "

Y no es casualidad que mencione a los tres, ya que la presencia de la homosexualidad ocultada, aparentada -en el gran amigo Roberto o en Charlus que, incluso, en este último caso, alcanza su mayor degeneración moral en un episodio de sadomasoquismo durante los bombardeos alemanes en el París del 1917 o en otro de pedofilia- o el lesbianismo -en personajes como Gilberta, Albertina, Andrea o la hija de Vinteuil- forme parte inherente de una representación y una profunda crítica -aunque parezca superficial- del mundo de los salones de los Verdurin o los Guermantes, representantes sociales del Fauborg Saint-Honoré.

Esa hipocresía que revienta las costuras en momentos muy puntuales: la muerte de la abuela, que es una agonía terrible en el que el autor no oculta ningún detalle; o cuando Swann confiesa a la duquesa de Guermantes que en unos meses va a morir y por eso no podrá acompañarlos a Italia, ambos situados en el tomo tercero. 

Otro de los temas que recorren la obra como un leitmotiv y le confieren unidad es el caso Dreyfus con implicaciones políticas y sociales; un escándalo que dividió Francia en dos, despertó el antisemitismo y el nacionalismo más ramplón y que, más allá de la vida de Proust, nos permitiría distinguir, como si fueran las ondas que crea en el agua de un estanque la caída de una piedra, sus consecuencias en la evolución histórica de este país durante el siglo XX. 

¿Y qué decir de la psicología? Si la obra de Proust es renovadora, es, sobre todo, porque sabe explicar todas las complejidades de la naturaleza humana. 

"La necesidad de hablar nos impide no solo escuchar, sino también ver, y en este caso, la ausencia de toda descripción del medio exterior es ya la descripción de un estado interior".

No es el primero, por supuesto; Proust podía encontrar referentes y es evidente que bebe de esos precedentes en su propia tradición literaria -Stendhal, Balzac, Zola- o de otras -Dostoiesvski, Tolstói-. Sin embargo, es en Proust donde esta descripción psicológica llega a su máxima expresión para describir emociones o obsesiones como los celos, la vanidad, el orgullo, sean individuales como colectivos, porque es consciente de que la psicología individual "influye poderosamente en la de los pueblos".

"¿No es una prueba de clarividencia..., puesto que el deseo, que va siempre hacia lo que nos es más opuesto, nos obliga a amar lo que nos hará sufrir? En el encanto de un ser, en sus ojos, en su boca, en su tipo, entran ciertamente los elementos desconocidos por nosotros que pueden hacernos desgraciados, tanto que sentirnos atraídos por ese ser, comenzar a amarle es, por inocente que le creamos, leer ya, en una versión diferente, todas sus traiciones y todas sus faltas"

Podríamos pensar -y no nos equivocaríamos- que su visión del amor es pesimista. Son constantes estas referencias: "no podemos salir de nosotros mismos...; toda conversación, sobre todo entre los amantes, está llena de mentiras...; todo ser se destruye, eso que llamamos recordar a un ser es olvidarlo cuando dejamos de verlo... esa vida que falseamos sin cesar...". Y, con todo, hay una tabla de salvación que se resume en otra de sus frases amplias y elegantes: "...Y aunque este amor produzca desilusiones, al menos, agita también la superficie del alma, que sin esto podría llegar a estancarse. El deseo no es, pues, inútil para el escritor, primero porque le aleja de los demás hombres y de adaptarse a ellos, después porque imprime movimiento a una máquina que, pasada cierta edad tiende a inmovilizarse..."

No hay personaje que no tenga un desarrollo concienzudo de sus rasgos más destacados. Incluso aquellos a los que solo les dedica unas líneas o algunos episodios, adquieren una fuerza e intensidad que pocos autores sabrían conseguir: Amando o Jupien; Cottard o Saniette.

El Arte o las reflexiones estéticas son puntales que sostienen la estructura. Autores inventados -pero basados en otros reales-: Elstir -el pintor impresionista y experimental que, a veces, te recuerda a Turner y en otras a Monet-; Vinteuil -y su música, tan parecida a la de Satie, cuya abstración y, sobre todo, con su Sonata, servirá para despertar en los personajes emociones que no logran comprender o no pueden controlar-; Bergotte -el maestro, un trasunto de Anatole France, que le servirá de referencia, aunque se aleje de su temática, para reconstruir su mundo-. Y, por último, la Naturaleza, contemplada a través de esta sensibilidad y este pensamiento.

Proust cierra una etapa de la literatura, la culmina y abre el camino a otros autores -Virginia Woolf, Joyce, Kafka- donde la voz interior se descompondrá en miles de teselas, en el que la psique se desintegrará en fragmentos, en el que la locura, que Freud y Jung van a revelar y sacar del subconsciente, impondrá definitivamente la individualidad. Monet dará paso a Picasso y a Munch; Satie a Stravinsky y Schönberg. 

Existen dos intentos de adaptar al cine a Proust. La primera es El amor de Swann

Es sobre todo una parte del primer tomo y el final del tercero. Por supuesto, es imposible -porque el cine solo tiene la voz en off y esta muchas veces es una rémora- captar la trama interior del personaje de Swann: sus reflexiones, divagaciones, obsesiones. Es fiel al original y el guionista logra recoger -y lo consigue- los momentos más importantes de la relación entre Odette, su mantenida o querida, con Swann, una relación que es como un espejo paralelo de la que luego tendrán el narrador con Gilberta, la hija de Swann y Odette, y, sobre todo, con Albertine. Y los resume en un solo día. El intento es loable y los detalles de ambientación están muy cuidados, pero falla el tono. Los actores, a pesar de tener talento y expresar bien la psicología de sus personajes, no logran salvar la frialdad del conjunto que es desvaído, muy lejos de la grandeza del original. Hay aspectos, aún así, a destacar: los matices sutiles que imprime en su personaje, la condesa de Guermantes, una espléndida Fanny Ardant; la conversación que mantienen en un plano fijo Odette y Swann, mientras escuchan, aislados de los demás integrantes del salón de los Verdurin, la Sonata de Vinteuil; el plano fijo de Swann, saliendo a la calle, abriendo la puerta, como un poseso, buscando un rival que se ha volatilizado, como si fuera un fantasma; una mirada irónica de los plebeyos y los criados, con una gestualidad al borde de lo humorístico -el peluquero o el cochero- que aportaría una visión muy diferente, si el guionista hubiera elegido ese camino, y que nos recuerda a otro gran personaje secundario, el de la Françoise 

La cautiva de Chantal Akermann es una versión del tomo quinto, La prisionera.

Akermann, una de las directoras más interesantes de su generación, es fiel, aunque intente experimentar en momentos puntuales y esa es su mejor aportación. Sitúa a sus personajes en la actualidad. Piensa que es inútil apoyarse en mecanismos literarios y apunta otras opciones más visuales. 

Enlace película completa

Varía también el objetivo de la obra de Proust. Akermann, feminista militante, intenta entender los celos y toda la gama de acciones, gestos, palabras y manipulaciones que Proust describe pormenorizadamente en la novela, pero, en cambio, su elección estética es de una frialdad, casi glacial, en la relación que establecen los personajes. 

Parte del encuentro con Albertina y sus amigas en Balbec -la grabación en un vídeo casero que le permite recordarlas; mantiene con esta decisión la idea, presente en la obra original, de un observador masculino, que se enamora de 'esas muchachas en flor', e insinúa las relaciones lésbicas entre Andrea y Albertina- para pasar, ya en París, a cómo él la sigue y vigila por las calles de la ciudad y, a continuación, contar su convivencia. 

No se entiende la presencia de unos obreros en la casa o la de la criada Françoise o la abuela -que en la novela había muerto años antes-; no hay nada que lo explique. Si alguno de los episodios -por ejemplo, cuando encuentra a Andrea y a Ariana (la Albertina de la novela) en su habitación o su visita a Léa en el teatro- y casi todos los diálogos son idénticos al original proustiano -situándolos no solo en la habitación, sino también en los viajes en coche que hacen los personajes, agilizando la narración-, en otros Akermann encuentra otras formas de narrar la historia: la secuencia en la que el protagonista la persigue por diferentes espacios de París; el juego de sombras que se repite en tres ocasiones, como si los personajes no fueran reales, sino solo fantasmas; la escena de la ducha -sus cuerpos, separados por una mampara; pueden verse, pero no tocarse-; que el protagonista solo pueda hacer el amor cuando ella duerme; la canción compartida por otra cautiva, en el piso de enfrente; la conversación que él mantiene con dos de sus amigas, intentando entender la relación entre dos mujeres, casi como si fuera un falso documental. 

A pesar de estos detalles, que me parecen interesantes, en general, esa estilización y esa frialdad no logra cuajar de todo. El final completamente inventado, que sitúa en el mar, como símbolo de un lugar que sirve para identificar a un personaje -solo coincide en que muere Albertina-, desconcierta y decepciona. 

Como decía antes, la conclusión de En busca del tiempo perdido no es pesimista. Sí, los personajes mueren. Sí, Proust ha descrito una época agonizante, en trance de desaparecer. Y, sin embargo, va a ser capaz de recuperarla. A lo largo de la obra el narrador no se ha sentido con fuerzas para ponerse a escribir -fuera por pereza, falta de carácter o convencido de que no tenía talento-; y, entonces, al asistir a ese fúnebre baile de máscaras entiende que ha llegado el momento. Tiene que hacerlo antes de que sea demasiado tarde.

"La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida es la Literatura".

"Por eso, si llegaba a disponer de bastante tiempo para realizar mi obra, no dejaría de describir en primer lugar a los hombres, aunque con ellos los hiciera parecer seres monstruosos, como ocupantes de un lugar tan considerable junto al -tan limitado- que les está reservado en el espacio; un lugar, al contrario, tan prolongado sin medida, ya que tocan simultáneamente, como gigantes sumergidos en los años, épocas tan distantes, entre las cuales tantos días han ido a situarse... en el tiempo."

El Arte -eso nos asegura Proust-, y sólo el Arte, cuando las religiones han fracasado para ofrecernos la Eternidad, puede recuperar a los muertos, darles una nueva vida, rescatarlos del Olvido. 

viernes, 8 de agosto de 2025

LA BOCA ABIERTA DE PIALAT

 


El miércoles vimos una serie producida por Disney, Yo, adicto, basada en las memorias de un ex-adicto a la cocaína y al alcohol, Javier Giner, un conocido`influyente' -es rara esta castellanizacion del termino inglés-. 

Mal cine. Sentimental, moralista, vulgar, histriónico. Seguro que algunos políticos y responsables educativos recomendarán que se la pongamos a los adolescentes para que así no consuman drogas... Habrá quien lo haga. Previsible, convencional, torpe. Es lo peor del cine actual con sus taras, hipocresías y banalidades: mensajes pedagógicos y farisaicos al gusto de algunos orientadores escolares y de los periodistas y críticos con sus intereses particulares. La droga existe porque es un gran negocio y están los que gsnan mucho dinero y los que ganan muchos votos; eso no aparece, por supuesto. Nos quedamos en la superficie, como siempre. Es el cine que le entra por los ojos a la mayor parte del público; es el cine que atonta con su estupidez.

Para quitarnos el mal sabor de boca, este jueves descubrimos La boca abierta de Pialat. 

Una mujer se muere. Asistimos a su agonía junto a su hijo y su marido. Ningún personaje es perfecto; tienen grandes debilidades. Los dos, el hijo y el marido, son mujeriegos; ella ha aceptado el papel de esposa perfecta y madre sin rebelarse. El padre es racista; el hijo es perezoso e indolente. La pareja del hijo, un personaje más secundario, mantiene con él una relación extraña -se acuestan, sabiendo que la engaña con prostitutas, y acepta su apatía vital-. 

Y esto sucede mientras la mujer pierde, primero, la movilidad; después, el habla. Finalmente, deja de respirar. Es un proceso lento, incómodo, desagradable: se cuenta de manera precisa, rigurosa... 

La boca abierta de los muertos: la que hemos visto cuando murieron nuestros abuelos o nuestros padres. Conocemos bien esa imagen. La hemos vivido. Se muere con los ojos y la boca abierta. Seca, dura, sobria. Describe la realidad con una brutalidad documental. Sí, así se muere; así moriremos.

Después del entierro dos planos -el primero, desde la parte trasera de un coche, que se aleja del pueblo; el otro, la puerta de una tienda de ropa, cerrándose, y un hombre se queda solo- concluyen de manera impecable una película que aún hoy sorprende por su modernidad. No deja hueco para el disimulo o la simulación. Estamos demasiado acostumbrados en estos tiempos a que nos edulcoren la realidad en el cine o en la televisión.

Sin embargo, al principio de la película, el director abre una puerta, la única que permite cierta serenidad o espiritualidad, donde lo físico, sea el sexo o la degradación de un cuerpo, no adquiere tanta importancia.

El hijo y la madre vienen del hospital. Los dos saben que ella va a morir, pero ninguno de los dos lo dice. Hablan de otra cosa: de los engaños del padre y marido; de la educación que ella recibió de su padre, el abuelo del joven, brutal, distante, sin ninguna cercanía emocional -el hijo admite que él conoció a otro hombre muy diferente-. Y entonces el joven decide poner un tema de una opera de Mozart, Cosi fan tutte, en el tocadiscos. La escena dura dos minutos. Un solo plano. Dos actores. Ambos la escuchan en silencio. Es un momento compartido en el que las mezquindades del día a día, la degeneración y descomposición de un cuerpo enfermo no entran, no tienen cabida. Incluso yo diría que ella es feliz, por última vez. Y, sin embargo, no podrán impedir lo inevitable. 


martes, 5 de agosto de 2025

HONG SANG SOO Y BAS DEVOS


Sencillez es algo que se alcanza cuando descubrimos que la esencia del mundo es esa y no otra. Hong Sang Soo hace mucho que ha llegado a ella. Así que no sorprende que las últimas películas, aunque los temas parezcan baladíes, sean más profundas, si miramos con atención. Los personajes comen y beben y hablan y solo eso, pensamos. Nos engañaríamos; hay mucho más bajo esa primera capa.

No importan las tramas. En Nuestro día son dos: por un lado, dos amigas maduras, una joven que quiere ser actriz de cine y pide consejo a una de ellas y un gato que se pierde; por el otro la visita de dos jóvenes a un viejo poeta epicúreo y budista.


En In water tenemos solo a tres personajes preparando un cortometraje; no importa que casi toda la película esté desenfocada; es un guiño del director, burlón, divertido. 


En La viajera vemos a una mujer francesa que utiliza un método de aprendizaje peculiar con dos alumnas; en la tercera parte conocemos a un chico joven que la ha acogido en su casa, sin preguntarle nada, desde que la vio en el parque tocando la flauta. La visita de su madre, que insiste que no debe fiarse de ella, no cambia el criterio del joven; conservarán su amistad. 

Y, sin embargo, los temas son los eternos: la muerte, el deseo, la amistad, la ausencia, los pequeños placeres, tratados, eso sí, con naturalidad, apartando la hojarasca, tomando lo esencial.

En este fragmento Albert Serra intenta explicar el proceso minimalista al que ha llegado Sang Soo. No  comparto su tesis, pero es curioso el planteamiento.


Mi interpretación es otra: no es una decisión forzada por las circunstancias, como piensa Albert Serra, sino buscada. Aunque tal vez, obligado al principio, haya tomado ese camino, lo ha elegido porque encaja perfectamente con su forma de ser y vivir. Estamos ante un director que trabaja con un equipo muy reducido desde hace bastantes años, que ha depurado el cuerpo y la mente de su arte. Ajeno a la industria y a sus intereses comerciales, disfruta haciendo cine simple y natural. 

Es maravilloso que exista un director como Hong Sang Soo. 

Bas Devos es diferente. O quizá no lo sea tanto. Tiene más medios, pero hay en su evolución -hablamos de una filmografía corta en comparación con el director coreano, ya que solo ha dirigido cuatro películas- esa tendencia a estilizar y simplificar las historias y la manera de contarlas. Sin llegar, por supuesto, a la purificación espiritual de Sang Soo.

Si en sus dos primeras películas Devos hacía aparecer elementos narrativos más complejos, estos han ido dejando paso a planos largos más sencillos, ideas más refinadas; de películas con varios personajes o, como en la segunda, con cierta coralidad, se elige en las dos últimas -Ghost Tropic y Here- a un único personaje y su recorrido simbólico y físico por la noche de Bruselas, en el primer caso, 


y a un hombre solitario y una bióloga en el segundo; será la Naturaleza quien los una en un encuentro mágico y espiritual, sencillo y austero.


Sus personajes pertenecen a los nuevos inmigrantes: rumano o árabe o chino y los problemas que encuentran en su día a día están presentes -soledad, dificultades económicas, incomunicación entre generaciones-, pero la forma de contarlo es diferente a la que tenían los hermanos Dardenne -la cámara en mano es sustituida por planos medidos, fijos, elegantes- y, sin duda, no es el centro de interés del joven director belga. No hay en sus obras un objetivo social; es, más bien, metafísico.

Aunque parezca extraño Bas Devos no está tan lejos de Hong Sang Soo. Buscan lo mismo, aunque les separe, nada más ni nada menos, que una civilización y una cultura. 




EL CUARTETO DE ALEJANDRÍA

 


Estamos ante una obra tan compleja y redonda que sería imposible poder abarcarla en la entrada de un blog. Es tan inútil hacerlo como la única versión cinematográfica de la primera parte de esta tetralogía, Justine, torpe tentativa, vulgar y desmañada.


No sé si una serie de televisión le haría justicia. Debería captar algo que tal vez solo la literatura puede, si acaso, insinuar. 

¿Cuál es el hilo conductor de estas cuatro novelas de Lawrence Durrell, Justine, Balthazar, Mountolive, Clea? 

No está en sus elegantes y bellas descripciones ni en el cuidado desarrollo de sus personajes. Tampoco en el primer narrador, Darley, un escritor en ciernes, que ofrece un punto de vista alterado a lo largo de la narración. Otras miradas se irán añadiendo, corrigiendo la impresión inicial, confundiéndonos, a la manera de un palimpsesto. 

¿Está en Alejandría, una ciudad construida a capas, estratos, griega y árabe, copta y judía, sensual y asceta, fanática, violenta, esceptica, ciudad de Cirilo e Hipatia, ciudad de Alejandro y Cleopatra, la del desierto y el mar? ¿Está en el amor o el sexo, fingido o real, confuso y contradictorio, que sus personajes buscan en las calles de la medina, en sus habitaciones, en sus camas? ¿O está en el arte, en esa necesidad de mantener el recuerdo de lo vivido, incapaz de alcanzar la verdad de los hechos, porque "la verdad, no hay nada que con el tiempo se contradiga más" o "¿quién puede atreverse a soñar que ha cazado la imagen fugitiva de la verdad en toda su aterradora multiplicidad?". Los personajes recitan los fragmentos de Cavafis en griego como los muecines desde los minaretes su oración, intentando dar sentido al mundo.

Sí, no nos engañemos, es el tiempo, la memoria, la que cohesiona lo desordenado, deslavazado, impreciso, oscuro, indefinido, irreal para darle una pátina de antigüedad, elegante y digna. Y sus personajes y no solo los que dan nombre a los libros, sino también aquellos que los acompañan en su madurez, en su locura, en su muerte: Nessim, Pursewarden, Pombal, Amaril, Leila, Liza, Scobie, Naruz...

"¿No depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?"

¿No depende todo de nuestra manera de aceptar la soledad? 

Personajes conscientes, anhelantes de ese deseo de eternidad que nunca podremos alcanzar. 





martes, 29 de julio de 2025

DE RERUM NATURA

 


Leyendo en latín a Lucrecio, recupero algo que escribí hace muchos años...

PRÓLOGO: LUCRECIO
Año 698 desde la fundación de Roma: 55 a.C. Verano.

Tito Lucrecio Caro terminaba el sexto libro de su gran obra, De rerum natura. 
Dejó el cálamo en el tintero. Se secó el sudor con un pañuelo; tenía fiebre…

“…muchas eran las señales de la muerte: la mente perturbada por la tristeza y el miedo, un rostro lleno de furia y fuego”.

¿Se estaba muriendo? Se acercó a un espejo. Sí, los ojos enrojecidos, la piel macilenta, su cabeza hervía; el cuerpo, débil, parecía un junco a punto de caer, golpeado por el viento y la tormenta.

“…estaba la garganta bañada de sudor y un líquido negro, y los esputos de color amarillento bloqueaban la salida del aire. Las manos temblaban. Desde los pies, poco a poco, el frío se extendía por todo el cuerpo…”.

Miró su lengua: blanca, seca, dura. Necesitaba descansar, pero tenía que escribir unas líneas más antes de tumbarse en el lecho. Cogió una tablilla de cera.

“…Memmio, te pido que te ocupes de esta obra. Cicerón sería el hombre adecuado para editarla, si mi vida llega a su fin, antes de tiempo…”

Notó el temblor de sus manos. Enfrentarse a la muerte. Epicuro nos enseñaba a mirar de frente a la que siempre ha de venir y hacerlo, además, con valor. Nada hay que temer. Lucrecio pensó que había sido un hombre solitario sin una mujer que lo cuidara o a quien protegiera entre sus brazos. Venus no me fue propicia, concluyó Lucrecio. Eso sí, con pocos y buenos amigos. El placer es el bien supremo. Se echó en el diván. Cerró los ojos. 

Soñó que estaba en Atenas. Que la peste se extendía por toda la ciudad. Pericles había muerto. Vio cadáveres por las calles pudriéndose, úlceras, gangrenas. Mujeres que gritaban a su alrededor; piras funerarias diseminadas, aquí y allá. El olor era insoportable. Cuerpos descomponiéndose. Se acercó a una fuente; recogió el agua entre sus manos. Su sabor era agrio. Sintió que se ahogaba. Despertó. Se levantó de golpe, como un resorte. Tenía que escribirlo. Se acercó a la mesa. Cogió de nuevo el cálamo. 

“… cadáveres en todos los sitios, en todas las casas. Cuanto más se extendía la epidemia, la muerte los acumulaba más amontonados, más revueltos. Muchos yacían, sedientos en las calles, tras haber arrastrado sus cuerpos a las fuentes, privados de la vida por la dulzura del agua, tomada sin moderación; verías por todas las calles de la ciudad cuerpos débiles, desfallecidos, cubiertos sus miembros podridos con harapos que morían en el fango: sólo les quedaba la piel sobre los huesos, y casi como muertos con úlceras terribles y suciedad…”.

Lucrecio continuó escribiendo durante más de dos horas. De manera desesperada, febril. La cabeza le daba vueltas, pero la inspiración no se detenía. Una ola de calor que pasaba de la sangre, hirviendo, a los dedos de su mano. Sus manos se detuvieron; ya no eran capaces de escribir las palabras que bullían en su mente. Los músculos de su cuerpo no le respondían. Perdió el conocimiento, al trazar con el cálamo las palabras del último verso.

“…antes que separarse de los cadáveres…”.

Al despertar, se encontró tendido en su lecho. Su esclavo lo había llevado allí. Un doctor comprobaba los latidos y la temperatura de su cuerpo. Le pareció ver a Memmio.

-Memmio, Memmio. ¡Protege mi obra! -gritó Lucrecio.

Fiebre alta. Veía a su madre y a su abuela, al borde de la cama. ¿Sería un delirio? ¿No habían muerto hace años? ¿No murió su madre al dar a luz al Tito Lucrecio Caro, que ahora notaba que el aire no penetraba en sus pulmones? Notó una caricia en la mano derecha. Fantasmas, simulacros que desaparecerán cuando él mismo desaparezca. Su aire se mezcla con el de la habitación. Epicuro, un dios. Lucrecio, su poeta. Nada hay que temer. 

“…de qué conflictos y de qué peligros no ha de limpiarse el corazón del hombre que se entrega a sus pasiones…”.

El temor es inútil. La vida llega a su fin. Me descompongo en átomos que se mezclarán con otros. 

“…aparta al hombre de cuántos deseos, de sus preocupaciones y temores…”.

Tito Lucrecio Caro sintió que sus huesos se volvían de cristal, que su mente se disipaba en las brumas, que su cuerpo se diluía entre los efluvios de las velas. Tito Lucrecio Caro dejó de respirar al atardecer de un caluroso día de verano.











LA FURIA

 

La furia de Gemma Blasco es un primer trabajo de gran calidad. En el fondo no es tanto una reinterpretación de Medea de Eurípides, obra de teatro que aparece desde el primer momento como el espejo en el que se refleja la protagonista, una actriz que aprovecha ese dolor para interpretarla de una manera muy personal, sino que se acerca más al mito de Electra, aunque en este caso la víctima de las iras no sea su madre, sino el hombre que la ha violado, y el vengador, aunque no se llame Orestes, sí sea su propio hermano.

El mito griego es retomado y adaptado al mundo actual para construir un personaje tan incómodo y desagradable como la propia Medea o Electra. Todo gira alrededor de ella y ese es su gran acierto y también su mayor debilidad. El resto de personajes no tienen ninguna presencia e, incluso, uno diría que se convierten en peones para los objetivos de la protagonista. Esto es muy evidente en el personaje del hermano, poco desarrollado, y que acaba haciendo lo que ella desea, aunque nunca se lo haya pedido explícitamente. 

Y está bien que sea así. Si hubiera apostado por desarrollar a estos personajes -el padre ausente, la madre solitaria, el hermano inmaduro y perdido- tendríamos una película más, de esas que gustan ahora en el cine español. Lo que la hace diferente es precisamente que los deje a un lado para construir un único personaje que entronque con los grandes mitos. 

Incluso, salvando las distancias, uno pensaría, cuando asiste durante la película a la caza del jabalí y a las dos escenas de desollamiento, también en el mito de Acteón y Diana, donde Acteón ha cometido el sacrilegio de ver desnuda a la diosa -una violación, si lo pensamos, para esta diosa, símbolo de la independencia femenina-. Y el castigo solo puede ser la muerte.

La furia funciona porque sabe muy bien equilibrar los elementos mitológicos con detalles de la vida cotidiana y acierta al no convertirse en una película que busque entender psicológicamente al personaje bajo una perspectiva comprensiva y tradicional. Hay feminismo -Medea es la gran obra feminista de la Antigüedad-, pero, como su referencia literaria, es desagradable, agresivo, explosivo; no es políticamente correcto. El personaje es cruel, sin saberlo, y es incómodo, brutal, animal -reconoce a su violador por el olor como un perro de caza-. Su dolor no admite medias tintas y manipula de manera despiadada, sin que ella misma sea consciente o quiera reconocerlo.

Si en las próximas películas Gemma Blasco se decide por dejar esta línea, tal vez se asiente en la industria, pero perderá la fuerza, intensidad y garra que ha revelado en esta opera prima.

EXPOSICIONES EN MADRID

 


En el Reina Sofía la pintura de Néstor Martín-Fernández destaca por su tratamiento de los cuerpos y el erotismo y cierto decadentismo y esteticismo que le acerca a la sensibilidad de un Ruben Darío. En la de Laia Estruch, más bien, tendríamos que hablar de una puesta en escena, pero sin su presencia, ya que es una artista perfomativa, y el espacio en que los desarrolla, nos falta lo esencial. Me atrajo la vida y las decisiones artísticas de Huguette Caland con una combinación de abstracción y arte sutilmente pop está marcada por una visión libre de su feminidad y triste y desolada, a la par que tierna, del exilio pasando por la experimentación con las letras, los colores y las líneas. 

En Caixa Forum la exposición sobre Alicia en el país de las maravillas, preparada para el gran público, con ciertas ausencias -las fotografías de niñas desnudas de Carroll, ese lado oscuro, disonante e incómodo desde nuestra perspectiva actual- y comentarios extraños -considerar a la Alicia real casi una protofeminista-, pero, en general, interesante cuando explica las versiones, tanto las cinematográficas como las interpretaciones más libres, en campos como la moda o el videoclip.

En Maphre están los retratos que cada año Nicholas Nixon hizo a las hermanas Brown durante casi cincuenta años; ningún otro tipo de trabajo puede reflejar mejor el paso del tiempo, su crueldad. La visión de José Guerrero despertó mi curiosidad al trabajar los espacios oscuros y ocultos y también amplios y solitarios sean en Carrara, en las llanuras extremeñas, en las brechas que se abren al cielo o en el interior de un acueducto en Roma.

En la Biblioteca Nacional se recuerdan las facetas contradictorias de Jorge Semprún; fue ministro de Felipe González y comunista antifranquista y miembro de la Resistencia Francesa y guionista de culto con Resnais y Costa Gavras y escritor memorialista. No hay juicios de valor; es un recorrido neutro. 

En las exposiciones de Gabriela Iturbide, en la Casa de México, y la colectiva del Instituto Italiano, ambas de fotografía, se encuentran tanto las que reflejan una etnografía -más alejada en el tiempo la italiana, en la Sicilia o Nápoles de los años cincuenta- como las que expresan un interés más abstracto por las formas. 

Deja un poso extraño la última: Duane Michals. Magritte le abrió las puertas del inconsciente y, sin duda, son las que giran alrededor del sueño las imágenes más poderosas. No es tanto una fotografía, sino una secuencia de estas las que construyen una historia, como ocurre en las imágenes que introducen esta entrada: una niña tiene miedo de que el Coco esté detrás de un abrigo; comprueba que no hay nadie y vuelve a dormirse, pero, de repente, su miedo se hace realidad. Para Duane el cuerpo es solo un escenario del espíritu y necesita romper esa percepción de la realidad que solo llega a través de los sentidos. En las últimas obras la nostalgia, la pérdida se mezclan con un humor socarrón. 

domingo, 20 de julio de 2025

UN CAFÉ

 


Pobreza en Cuba. Eso dicen los medios. 

Aquí, en mi barrio, en mi calle, un hombre que no tendrá más de treinta años, lleva más de nueve meses en una tienda de campaña. Ha escogido un hueco, aislado del centro de la avenida, pegado al edificio de la Seguridad Social. No habla con los vecinos. Consigue algo de comida y bebida en las tiendas cercanas. Se apoya en el muro. Deja pasar el tiempo. A veces su mirada trasluce cansancio; en otras pensarías que es un Diógenes africano, ajeno al trasiego diario, porque esboza ante lo que le rodea una ligera sonrisa. No se aleja mucho de los escasos enseres que tiene. Sabe lo que es vivir en la calle con el frío y con este calor, bajo la lluvia y el viento.

Está cerca de la boca del metro. Hoy he quedado en Vallecas en Ikea con un amigo. Dos o tres estaciones y subo otra vez al exterior. Y allí me encuentro mantas y un saco de dormir, apoyados en el murete acristalado de la entrada. El propietario de estos enseres no busca la tranquilidad del primero; necesita el dinero y nos lo pide a bocajarro.

-Tomemos un café en el restaurante. 

Atravesamos pasillos y pasillos; miles de objetos colocados a la vista. Este es uno más de los templos del capitalismo. Se alzan los estantes como naves góticas. Las nuevas rutas de la seda, las guerras presentes y futuras. Trenes, barcos, aviones que los han traído de lugares donde no se respetan los derechos humanos, en los que las empresas mueven los hilos, mientras unos pocos aquí o allí toman las decisiones. 

Llega el turno de una larga cola. Nos precede una mujer árabe, cubierta con un hiyab. Pide un café. La cajera revisa el ticket de compra.

-Tiene derecho a un café gratis por día. Solo el primero es gratuito. 

Se lo echa en cara, seca. Alza la voz para que no vuelva a intentarlo, para que todos sepamos que es una caradura que quiere dos cafés gratis. Ha de proteger los intereses de la empresa que tiene en su web como eslogan: igualdad, diversidad e inclusión convierten nuestro lugar de trabajo en un hogar. Un café es gratis; el otro ha de pagarse. Estas son las reglas. 

El aire acondicionado está a tope; te pone enfermo. 

-¡Salgamos de aquí!

Una terraza llena; otra, a medio gas. Hay que huir de Madrid; es un callejón sin salida.

Al regresar a mi calle, a mi barrio, una mujer busca comida entre los contenedores. 

Sí, hay pobreza en Cuba. Eso dicen los medios. 

sábado, 19 de julio de 2025

LA PIEL QUEMADA Y SAKI


Saki fue un escritor que murió joven, a los cuarenta años, en una de las trincheras de la primera guerra mundial. Escribió algunas novelas y muchos cuentos. Hay dos en los que aparecen unos gatos que son ejemplos de su saber hacer. El más conocido es Tobermory. Un gato adquiere el talento de hablar. Y lo que parece una anécdota se convierte en una cruel sátira sobre la hipocresía de su sociedad. El gato tiene demasiados secretos de los seres humanos y no sabe ocultarlos, si se le pregunta; normalmente eso condena, a cualquiera que no tenga el talento que adquirimos para sobrevivir en sociedad, al aislamiento o, en su caso, a la muerte. En el otro, La bienhechora y el gato dichoso, aunque parece la historia vulgar de una burguesa aburrida que quiere hacer el bien, en un acto de buena samaritana que nadie le había pedido, al final, con la última frase, Saki deja claro lo que quería contar. Claro que él (el gato) sí había cazado un gorrión. 

Interesado con encontrar más cuentos de Saki, aún se mantienen los efluvios de La piel quemada que vi en la noche de ayer. Ya conocía la película de Forn, y un segundo visionado me refueza mi primera impresión: es una gran obra. 

La historia gira en torno de dos personajes. Uno de ellos es un albañil andaluz que trabaja en Lloret de Mar durante los años sesenta. Es uno de los inmigrantes que levanta los hoteles y apartamentos donde se alojarán los turistas que llegan en masa a España. En este primer extracto se cuentan muchas más cosas: la educación sexual que han recibido -tanto ellos como ellas-, el contraste entre los extranjeros y extranjeras que llegaban para disfrutar de su ocio y los trabajadores que se morían de hambre en sus lugares de origen y buscaban en Cataluña un mejor nivel de vida. 


Por otro lado, en una estructura paralela, el viaje en tren, que hacen el hermano menor del protagonista, su mujer y sus dos hijos pequeños desde el pueblo a Lloret para reencontrarse con el cabeza de familia. En esta parte destaca la mujer. No parece tener tanta presencia como el protagonista masculino, pero solo es aparente. Su vida se entrelaza con la de él en un viaje de veinticuatro horas por una España que se estaba transformando y, al mismo tiempo, preparaba el camino de los grandes problemas que ahora todavía afrontamos: la dependencia del turismo, el urbanismo desenfrenado y la corrupción que le acompaña, la inmigración y la mano de obra barata.

En esta escena aparece un personaje secundario, un ejemplo de esa primera inmigración de los años cuarenta, reflejada bastante bien en Surcos de Nieves Conde. 

Esta visión es menos descarnada que la de Surcos, pero es, incluso, más documental. 

Un rasgueo de guitarra sirve, como luego también se hará en otros ensoñaciones de los dos protagonistas, para hablar en una escena muda del porqué tantos inmigrantes dejaron sus lugares de nacimiento para buscar un futuro mejor. Unos pocos mandaban; los demás dependían de sus favores y, si no, el hambre. 

No oculta el clasismo y el desprecio de los catalanes que no sabían como asimilar la llegada de estos inmigrantes. Eran los charnegos. ¿Las justificaciones que da este otro personaje, cuando les da el jornal, no nos recuerdan las que sufren hoy en día otros inmigrantes, estos que llegan de Latinoamérica, el Este o el mundo árabe?


O en esta pelea donde chocan sus dos formas de vivir.


Después de una fiesta en la que el protagonista acaba borracho y acostándose con una turista francesa, llega a tiempo para recoger en la parada de autobús a sus familiares. 

El final es otro recorrido hasta el suburbio de Lloret donde vivirán sus primeros meses o años esta pareja. Y de nuevo observamos el contraste entre los que tienen y los que carecen de mucho. Una fotografía sociológica de un mundo que parece muy lejano o tal vez no lo esté tanto, si sabemos distinguir los parecidos con la actualidad. 


viernes, 18 de julio de 2025

VIAJES EN TREN

 


La lectura de Paisajeros de Pablo Zulaica ha despertado mis recuerdos de viajes en tren. 

Siempre que voy a un lugar nuevo, intento ir allí en tren o subirme a alguno, mientras lo visito. Lo prefiero a los autobuses o a los coches. Te permite contemplar el mundo de otra manera. Tu mirada es diferente; el paisaje se observa desde una ventanilla, cuando estás sentado, pero también puedes moverte y elegir otro lugar desde donde mirar. El ritmo, si es un tren convencional, es más humano; la interrelación es más cercana. Para mirar por la ventana, descubrir el día a día, sus miserias y sus bellezas, la velocidad no sirve. También te permite reconocer las propias, porque ya no puedes ocultarte bajo capas que te protejan; así, más desnudo tú mismo, podrás observar mejor los conflictos cotidianos del lugar que visitas. 

Sin embargo, hay sitios que ya no tienen tren. El uso del coche y, sobre todo, la falta de inversiones -sea por su carácter deficitario o el desinterés de las instituciones o por las privatizaciones o porque se prefiere la alta velocidad como reclamo turístico- condena a muchas líneas férreas al abandono y el desguace. Este hecho es una letanía que se repite en cada uno de los reportajes del libro, sea en la India o en México, en Argentina o Italia, en China o Rusia, en Jordania o California. 

Reconozco en Pablo Zulaica a un amante de los trenes. ¿Cuándo empezó mi pasión por ellos? 

Mi madre nos llevaba a muchos sitios cuando éramos pequeños -¿sería a Toledo, Ávila, Segovia?- pero el primer tren que recuerdo es el que escuchábamos pasar, mientras corregíamos ejercicios de Matemáticas o Lengua en una clase de EGB. Mi colegio, el Federico García Lorca, se encontraba junto a las vías del Cercanías, que comunicaba Móstoles, una ciudad del extrarradio, con Madrid. Y cada diez minutos pasaba uno. Sabíamos que se acercaba no sólo por el pitido, sino también por el temblor, similar a un ligero movimiento de tierra, que notábamos ya de lejos y, después, cuando llegaba a la altura del colegio, se imponía el estruendo que hacía imposible escuchar las palabras del maestro o del compañero, a no ser que tuviéramos cerradas las ventanas. Encerrados en esas cuatro paredes, todos deseábamos subirnos a ese tren para ir a Madrid y continuar el viaje, ¿quién sabe adónde?

Inter Rail, como también hizo Zulaica, nos permitió viajar a nuestra generación en tren por precios baratísimos. No siempre recuerdo las ciudades en las que estuve; pero sí muchos de los trenes en los que viajé. Un trayecto entre Roma y Florencia en el que dormí de pie en un vagón nocturno atestado de viajeros; un viaje en un tren suizo en el que me pregunté si me había colado, porque nunca había tenido tantas comodidades; largos trayectos en los trenes italianos donde ni sabías cuándo saldrías ni cuando llegaría a destino en un día de sciopero; un espacio amplísimo, casi la nave de una catedral, en la estación de Budapest a primera hora de la mañana, donde decenas de personas dormían en el suelo y lo ocupaban por completo. 

Con los años los viajes se acumulan; también los trenes en los que he estado. Y en los que no he estado. En el Peloponeso no hay trenes; tampoco en gran parte de Argentina. Quise ir de Estambul a Tesalónica, pero cuando viajé renovaban las instalaciones. Las privatizaciones, las crisis acabaron con ellos. Estaciones abandonadas o transformadas, como descubrí en una ciudad cerca de Olimpia, en bares. Crecen las hierbas entre los rieles oxidados. 

Hay viajes que duran horas o días. En uno que hice en China, desde Zhengzou a Xian, recorrió unos cuatrocientos kilómetros en doce horas. Era el único occidental. Pasillos y asientos repletos de familias, obreros o trabajadores que llevaban todos sus bártulos de vuelta a sus pueblos de origen; fardos y sacos que ocupaban mucho espacio -te preguntabas cómo eran capaces ni siquiera de levantarlos- y que, al principio, cuando el tren se llenó, provocaron algunas tiranteces y discusiones entre ellos, que lograron resolver en poco tiempo. Tiraban todo, incluso comida, al suelo, y cada media hora un empleado se encargaba de limpiarlo, pasando la escoba y el recogedor por debajo de los asientos. A los cinco minutos volvía a estar sucio. Los gritos y las voces estridentes me molestaban, pero yo había elegido ese tren. Notaba amabilidad, sin duda, y lo agradecía, aunque no pudiéramos entendernos, ya que nadie sabía inglés. En cada parada entraban vendedores ambulantes y el tren esperaba a que, tras recorrer los vagones, bajaran al andén. Me parecía haber regresado a los viajes que mis abuelos hacían en trenes de madera en los años cincuenta. A la semana siguiente me desquité haciendo la distancia entre Shanghai y Pekin, unos mil trescientos kilómetros en cuatro horas. Limpio e inmaculado, perfecto e impecable, el artefacto ideal para turistas y hombres y mujeres de negocios. Los trenes son un reflejo, un vislumbre del lugar que visitas y en China hay muchos mundos. 

En Argentina en pleno verano la gente prefería estar cerca de las puertas que dentro del vagón. Y algunos se agarraban a los pasamanos, por fuera, arriesgándose a caer, si el tren hubiera frenado de repente. Por la ventanilla, al salir de Buenos Aires, contemplabas una de las zonas más depauperadas de la ciudad. 

A veces contemplas el mar al otro lado del cristal: el Pacífico, el Atlántico y, sobre todo, el Mediterráneo; en otras ocasiones vislumbras montañas míticas: el Etna, el Vesubio, el Fuji, el Cervino, el Mulhacén. Las ciudades cambian; las poblaciones rurales dan paso a bosques impenetrables o a ríos caudalosos; al borde de un acantilado o junto a senderos o caminos; suburbios, casas prefabricadas con tejados de uralita, fincas y dúplex modernas y lujosas; calor y nieve y lluvia. 

Los viajeros que te acompañan, como tú mismo, suben y bajan, han compartido una parte del camino, nada más: como esa mujer joven, que dibujaba en un cuaderno, antes de llegar a Paestum -¿o fue entre Varsovia y Cracovia? ¿O cerca de San Petersburgo?- y muy atenta a lo que veía desde su asiento. Cuando se bajó, la esperaban dos personas mayores en el andén que la abrazaron con cariño; ¿sería su nieta o su hija? 


Es extraño cómo algunos recuerdos se fijan en tu memoria de manera tan aleatoria y otros desaparecen sin que hayan dejado ninguna huella aparente.

Pocas veces me he bajado de un tren en marcha o me he subido a otro. Cuando era joven, sí lo hice. Ahora, con los años, esperaría al próximo. 


viernes, 11 de julio de 2025

LOS TORTUGA Y LECTURAS VARIADAS

 

Aprovecho estos días para dedicar tiempo a actividades que no puedo hacer durante el curso escolar. Mientras construyo un primer montaje de imágenes grabadas durante los últimos tres años con vistas a un largometraje documental, leo libros y veo películas. También disfruto por televisión de tenistas y futbolistas en Wimbledon y Suiza. 

Podría hablar de las tenistas -los tenistas, excepto el casi cuarentón Djokovic, me interesan menos- o de las futbolistas, tan profesionales como los hombres, para bien y para mal. De Sabalenka, que necesita expresar sus emociones en cada punto; de la jovencita Andreeva, que pronto perderá esa ingenuidad que todavía conserva, o de Swiatek -todavía no sé cómo se pronuncia-. De lo importante que es la psicología en el deporte, porque es la que decide al final quién gana y quién pierde. Un motivo que me llevaría por caminos tortuosos, así que sigamos con mis preferencias culturales.

Miles de páginas en los últimos quince días. Como diría Aristipo 'no son inteligentes los que leen mucho, sino los que leen cosas útiles'. Cinco libros con estilos y objetivos diferentes giraban alrededor de un tema: la quema de libros y bibliotecas. La biblioteca desaparecida de Canfora -reflexiones sobre la mítica biblioteca de Alejandría-, La biblioteca en llamas de Susan Orlean -centrado en el incendio de la biblioteca de los Ángeles en los años ochenta, aunque, en una crónica periodística, también habla del presente y futuro del libro-, y otros tres que hacían un recorrido histórico más amplio: la obra de Ovendal -un bibliotecario de Oxford y, por tanto, la parte de cómo afrontar el futuro de las bibliotecas en las redes demostraba un conocimiento serio y consistente-, la de F. Baez -con una mirada bastante completa, aunque tienda a veces a la acumulación de datos- y de Polastron -más crítica, dando caña a responsables y lectores, política en el sentido más digno del término-. 

"Cuando muere alguien, se quema una biblioteca" le dice una mujer bagdadí a Baez. La destrucción de bibliotecas se repite a lo largo de la historia. Y no tanto el fuego, sino, sobre todo, la desidia y el olvido, las condenan.

Sí, se menciona Sarajevo y Bagdad y uno de los autores habla de Palestina, incluso. Las guerras destruyen hombres y libros, porque los libros son la memoria de los hombres. Y destruir la memoria es hacer desaparecer completamente al hombre o a la cultura que quieres eliminar. 

Leer los cinco libros al mismo tiempo hacía que a veces coincidieran al resaltar determinados hitos: la biblioteca de Alejandría, los scriptoria medievales, las bibliotecas privadas, las públicas y su difusión a partir del XIX, las biblioclastias del siglo XX -la del nazismo y algunas más-, las dificultades actuales y la obligación de adaptarse a las necesidades del lector en un ámbito tecnológico. 

Entre medias, me animé a leer La gran invención. Por supuesto, esa invención es la escritura. Menciona siete ejemplos, de escrituras que se han conservado, de lenguas desaparecidas. Las de Creta y las de Chipre, las de Isla de Pascua, la azteca e inca, entre otras. Algunas las podemos interpretar; otras, todavía son misterios. El libro de Silvia Ferrara ha tenido poca difusión y es una pena, porque tiene el encanto de esos secretos tan atractivos a primera vista, que uno quisiera descubrir, solo por el placer de volver a darles vida. Me compré también El giro de Greenblatt; ya lo he leído un par de veces, pero quería tenerlo conmigo para hacer lo que hago con algunos libros muy especiales: sacarlo un día del estante y disfrutarlo como si fuera la primera vez. Queda pendiente leer en latín toda la obra de Lucrecio. Tal vez lo deje para otro verano...

Uno de los libros sobre las bibliotecas mencionaba a Ibn Hazm y leí El collar de la paloma. Salvando las distancias, no pude dejar de pensar en la obra de Ovidio, El arte de amar. Les separan mil años y un tono diferente, pero los ejemplos mitológicos del autor latino enlazan con las jugosas y elegantes anécdotas que cuenta el andalusí. Y de ahí pasaríamos -y la influencia de ambas me parece evidente- al Libro del Buen amor del Arcipreste de Hita, uno de las obras más encantadoras y divertidas que yo haya leído. 

Me encontré, tras asistir a una conferencia sobre el tema, la obra de Egeria en mi biblioteca. Es ese viaje escrito en latín tardío de una mujer valiente que decidió visitar los Santos Lugares en el siglo IV. Que fuera gallega o aquitana no viene al caso. Todo aquel o aquella que siente el hormigueo del viaje es una hermana.

Ruben Montoya descubrió en Segóbriga su pasión por la arqueología. Y Pompeya años después se convirtió en una obsesión. Su Pompeya y los cien objetos que le sirven de excusa busca la divulgación y nos descubre esas maravillas. Pablo Zulaica en sus reportajes, recopilados en Paisajeros, me recuerdan que el mejor viaje, si no es andando, siempre será en tren. El autobús es incómodo; el avión es práctico, pero contaminante y demasiado rápido; el coche, símbolo del capitalismo y sus contradicciones, te da autonomía, pero te obliga a mantener la atención en la carretera. Solo el tren, apuesta colectiva y social, te permite disfrutar e intentar entender el paisaje y el paisanaje. Por supuesto, el tren lento; el rápido, negocio que enriquece a unos pocos, te hace olvidar que el tiempo no debería convertirse en una obsesión, sino en una vivencia, de la pobreza y la generosidad, de la curiosidad que busca profundizar en lo que te rodea, crítica y abierta.

Hay otras lecturas más enfocadas a mi trabajo. Dos Vidas de Alejandro, historias fantásticas, repletas de imaginación y con escaso valor histórico; la biografía de Cicerón, la de Pierre Grimal, un clásico en el que, a pesar de su constante justificación de las decisiones de su héroe sin ningún asomo de crítica, ni política ni social, la figura del escritor, el orador y el filósofo se alza con gran dignidad y seriedad; y la obra de Diogenes Laercio sobre los filósofos griegos con sabrosas anécdotas de cínicos, epicureos, estoicos, presocráticos donde he descubierto a algunos filósofos a los que no conocía demasiado.

Y ahora hablemos de Los Tortuga de Belén Funes.

Pero antes... He visto otras películas, por supuesto. A partir de la lectura de una selección de críticas de Jonás Trueba echamos un vistazo a algunas de sus recomendaciones. 

Yi Yi de Edward Yang, Yuki y Nina de Suwa, Il caimano de Moretti, El hombre robado de Piñeiro, Platform de Zhangkee. 

Son todas películas de la primera década del siglo. Así que es más una revisitación. Muy diferentes, pero en todas encontramos detalles que llaman la atención. 

Yi yi habla de la familia y años después reconoces maneras y modos que se han hecho habituales al tratar estos temas. Los personajes son creíbles y cercanos. Más convencional que otras propuestas, pero con una construcción precisa.

Yuki y Nina parte del realismo en la relación entre dos niñas para quebrarlo en la parte final introduciendo, como si fuera un sueño, una ruptura temporal y espacial;

reconozco que ese último trozo me pareció maravilloso. 

Moretti lanza su humor socarrón sobre Berlusconi; y se agradece, porque los herederos de Berlusconi, en Italia y alrededores, son los que en estos momentos dirigen el mundo hacia su destrucción. 

Sempre é momento de fare una commedia. ¡Bravo, Moretti!

El hombre robado es una película a la manera de Rohmer en Buenos Aires; aquí la película completa.

Deliciosa como las del francés con un poquito de experimento vanguardista.

Platform es un fresco histórico sobre la reciente historia de China, 

contada de manera sencilla, teniendo como protagonistas a unos actores que, como en El viaje a ninguna parte, recorren los pueblos del interior. 

Recupero la película de Belén Funes. El guion engarza bien los temas planteados: la inmigración desde el campo que explica el título, la relación madre-hija, la pérdida de identidad, los desahucios. Es cierto que, como ocurre con el reciente cine español, uno siempre tiene la sensación de ver la misma película. Que si el conflicto entre el campo y la ciudad, que si las relaciones familiares; parece que es recurrente buscar ahora todo esto bajo una mirada femenina. Me parece más atractiva la denuncia política que sirve de fondo al conflicto de los personajes, solo esbozada en la parte de Jaén -la crisis del olivo o la construcción de paneles solares- y más desarrollada, pero sin excederse, en Barcelona con el tema del desahucio; por lo menos, en este caso, intuyo otra cosa. ¿Qué decidirá la directora en su próximo largometraje? ¿Continuará por la senda de lo que piden los productores y el público o se arriesgará por caminos menos trillados? 

No siempre somos libres de tomar decisiones. Nos jugamos una carrera, un futuro o un empleo. 

miércoles, 9 de julio de 2025

BAR URGEL


He tenido varias oportunidades de leer Bar Urgel de Pablo Gallego desde hace meses: la recomendación de unos amigos, encontrarla de refilón en la Feria del Libro y, por último, ha llegado a la biblioteca de mi barrio. Así que, cuando un libro te llama, ¿para qué luchar contra lo inevitable?

Al principio el Bar Urgel se convierte para el protagonista, un joven perdido y desorientado, en un espacio donde escapar de la relación con su madre, destrozada, deprimida, y los recuerdos dolorosos hacia su padre, recientemente fallecido. También encuentra en los personajes que transitan por el bar una parte de sí mismo o de su progenitor que rechaza: xenofobia, misoginia, homofobia.

Hay una geografía de Carabanchel que puedo reconocer. Es similar a la de Vallecas o Móstoles o Moratalaz y los gestos y actitudes son los que tuve en mi adolescencia, las que puedo ver en las calles de mi propio barrio. Cualquiera que entre en un bar cutre de un barrio periférico de Madrid o de otra gran ciudad distinguirá también esos personajes -el facha, el propietario del bar quemado, el machista con su perro a cuestas, la mujer que ha vivido al límite y que sobrevive a duras penas- y son parte de esos parias, perdedores que han tirado la toalla. Pablo los trata con mucha dignidad; es posible que a veces se ponga un poco sentimental, pero no desentona demasiado.

Interesan esos personajes, mucho más que el conflicto consigo mismo -el descubrimiento de su propia sexualidad, en este caso, la homosexual, o la consecución de un objetivo, sea encontrar un trabajo o escribir un libro- o las relaciones que establece con su familia y amigos. 

Busca experimentar, contar estas historias de maneras diferentes: a veces, como un sueño; otras, en diálogos corrientes y espontáneos y situaciones cotidianas; en algunos capítulos una frase intenta resumir un sentimiento; o un monólogo de cualquiera de los personajes se inserta de repente, interrumpido, a continuación, por un formato de guion esperpéntico. También sabe variar y cambiar el tono: divertido y realista, al principio; dramático, en la parte central; lírico en su tramo final. 

Es un primer libro y, como esbozo inicial de sus obsesiones, es interesante. Eso sí, deja muchas cosas a medias, sin desarrollar. Se intuye un cierto caos narrativo. El ambiente del bar te atrapa; los conflictos interiores, no tanto. Tal vez sea mejor así. Tiene tiempo para consolidar su propia voz y apuntalar su estilo.


TARDES DE SOLEDAD

 


Solo en una ocasión fui a una corrida de toros. Tendría unos veinte años. Me movía la curiosidad. Mis tías abuelas, sobre todo Regina y su pareja, no se perdían ninguna. El sentimiento antitaurino, sin embargo, está bastante arraigado en mi generación. Recuerdo algún comentario entre mis compañeros de universidad -algún defensor ocasional-; no puedes opinar, si no has estado en una plaza, dijo alguno. La idea de que sea el rescoldo de viejos sacrificios rituales, cuyo ejemplo más lejano pudiera ser el salto del toro minoico, o cierta estética que lo acompaña, me llevaron a las Ventas en una tarde de mayo durante la Feria de San Isidro.

No he vuelto. Lo que vi me desagradó profundamente. O, más bien, me incomodó. Acepté la parte estética; los rituales, la música, el juego mortal entre el toro y el torero, los colores llamativos. Me resultó interesante, sin duda, esa parte de representación en el que la música, la ceremonia y la sangre te recordaban una tragedia antigua. Sin embargo, hubo muchas más cosas que me desagradaron. El público era estúpido, cruel, superficial, banal. Lo detesté: reían, bebían, comían, mientras un ser vivo sufría. Su fiesta no era la mía. El torero me pareció un mal actor, aunque pudiera admirar su valentía, y cuando uno de ellos no supo matar al toro de una estocada, demostró su incompetencia. Me dolió ver cómo el toro era masacrado, sin que nadie se pusiera de su lado; si al torero le hubieran corneado, casi hubiera aplaudido. El toro era despreciado, arrastrado, olvidado por el público, cuando cumplía su cometido: ensalzar a un farsante. Sí, aquel día elegí la ética frente a la estética.

¿Qué pretende en realidad Albert Serra con Tardes de soledad? No sabría decirlo. Y tal vez esa es su mayor debilidad. 

¿Tiene cierta actitud antitaurina? Cuando el toro aparece, sí; sobre todo, cuando muere, en una agonía cruel y terrible. Se recrea varias veces en esa muerte. Y a nadie le importa, excepto a la cámara que graba su último estertor. Pero, por otro lado, el torero es el protagonista y es difícil no ver toda la película como una loa al toreo y su estética, aunque los secundarios en las escenas rodadas en el coche no ayuden precisamente; son insustanciales e irrelevantes. Imagino que aquí Serra pretende oponer la seriedad del torero a las del resto de componentes de la cuadrilla. Las palabras de estos últimos son vacuas; el silencio del torero es más elocuente. Solo hay un personaje secundario realmente curioso: el hombre que le ayuda a vestirse de luces y que en el ruedo le trae un vasito de agua -se agradece que no diga ni una palabra; eso, al menos, te hace pensar que tendría muchas cosas interesantes que decir-. 

Es un acierto que no aparezca el público, pero al centrarse solo en los personajes que salen al ruedo -incluidos los banderilleros o el picador-, acaba por hacerse reiterativo y la última parte del metraje no aporta demasiado, nos sobra, pierde fuelle.

Uno esperaba, entonces, que olvidara, a mitad del metraje, al torero y que la elección fuera otra, porque, incluso la presencia del toro acaba por cansar; que fueran el espacio, los pequeños detalles, el fuera de campo lo que tuviera más presencia; que el silencio y el vacío sustituyera a esa acumulación de sonidos e imágenes en primer plano.

Y el final se cierra en falso. Una despedida de las cuadrillas, una salida discreta. Es como si no hubiera sabido cómo terminar. 

Serra tal vez haya buscado el secreto de la tauromaquia, pero no lo ha encontrado.

domingo, 6 de julio de 2025

SIRAT

 


Al volver este sábado del centro, subiendo las escalerillas desde el andén del metro, me encontré de improviso la imagen que podría resumir en qué se ha convertido la fiesta del Orgullo Gay. Un chico llevaba a sus espaldas una mochila pequeña, minimalista, pintada toda entera con la bandera multicolor; en el centro una M fácilmente identificable: la de McDonalds. El Capitalismo ha asimilado la reivindicación: consumismo sin reservas. Todos somos siervos del Capital. 

Venía de ver Sirat de Laxe. Y no voy a mencionar la falta de crítica política; primero, porque Marruecos produce en parte la película y no se muerde, -¿por qué no menciona a los pobres saharauies, expulsados del sur, cerca de Mauritania, por cierto?-, la mano del que te da de comer. Y en segundo lugar, porque Laxe buscaba otra cosa: una alegoría universal sobre el ser humano y su oscuro futuro. ¿Es conservadora o reaccionaria? ¿El mensaje abandona la lucha solidaria para asumir la derrota del ser humano al que solo le queda la evasión, la huida o el destierro? Sería una reflexión interesante, pero mi aportación no irá por aquí.

Es el guion, curiosamente, lo que voy a poner en tela de juicio. Si Laxe buscaba dicha alegoría, reforzándola con una atmósfera visual y sonora -con el rave como poderoso estimulo musical- el intento fracasa por el esqueleto que lo sostiene. Me explico -y voy a hacer "spoilers" o un destripe, ¡aviso!-. Laxe tiene un objetivo muy digno y a veces lo consigue. Visualmente las imágenes del desierto -aunque en algún momento sean reiterativas- y la música hipnótica potencian el mensaje que el director pretende hacernos llegar. Sin embargo, falla en los elementos estructurales: los personajes y el argumento. 

Los personajes son estereotipos. Incluso el principal, aunque sea muy bien interpretado por Sergi López, está cogido con pinzas. En el género del musical debemos aceptar que los personajes bailen y canten; aquí que busquen una fiesta rave, mientras huyen de una tercera guerra mundial. No obstante, si se desbrozan un poco las acciones de los personajes, no tienen sentido; tal vez porque no se han explicado o porque si se explicaran, romperían la magia que Laxe pretende. Si las aceptas, no hay problema. Si no, el esqueleto flaquea. Se entiende que estos personajes formen una familia, alejada de los convencionalismos, que encuentren en el rave una forma de huir y evadirse de un mundo cruel e injusto: son marginados con un gran corazón. Mucho menos que el personaje de Sergi López arriesgue la vida de su hijo desde el principio llevándole hasta allí con un macguffin o excusa: la búsqueda de su otra hija.

Este aspecto funcionaba perfectamente en su anterior película Lo que arde, porque tanto el personaje del pirómano como su madre tenían una presencia mayor y más poderosa; una presencia de la que todos los de Sirat carecen. 

¿Hay trampas en el guion? Sí, seguramente. Algunas son simples detalles como mostrar una camioneta que estalla, haciéndonos creer que los protagonistas están dentro. ¿Hacer explotar en un campo de minas a los personajes es una metáfora demasiado forzada? La muerte del niño, el momento más intenso de la película -preparada y, al mismo tiempo, dirigida y manipulada- logra conmocionarnos y durante cinco minutos queda ese amargor, pero tras las imágenes y la música envolvente, volvemos al esqueleto argumental y la película vuelve a difuminarse. 

Se reconocen referencias. El western y el Monument Valley de las películas de John Ford y de otras muchas se trasluce tanto en el viaje como en las escarpadas rocas que sirven de fondo. Eso sí, sin la crítica social, acerada y descarnada, de otros westerns como los de Peckinpah. Y, sobre todo, en el final. Distingo en esa vía férrea que nos conduce a un callejón sin salida el comienzo de Europa de Lars Von Trier. 


¿Y esas imágenes de hombres y mujeres, derrotados, agotados no nos recuerdan el final de América de Gianni Amelio? 


Es una película fallida y lo peor no es que haya ganado un premio en Cannes -con la ayuda inestimable de los amigos de Almodóvar, productores asociados- o que nadie, ningún crítico que yo sepa, le haya dicho con sinceridad las debilidades de su obra. Lo peor es que Laxe elija en sus próximas películas un esteticismo que se apoye otra vez en argumentos endebles y vacíos en vez de apostar por una experimentación más arriesgada -¿por qué no romper con el molde tradicional de la ficción que es una rémora y hacer un guiño al documental, abandonando las tramas o urdimbres acostumbradas?-. 

Sería un giro que le daría menos premios, sin duda, pero, a cambio, le permitiría abrir nuevos campos, si es esto lo que desea, en esta forma de expresión artística y comercial -y esa es su penitencia- que llamamos cine. 


domingo, 22 de junio de 2025

EL SILENCIO DE UNA REDONDA

 

El chillido agudo de un niño que rompe en miles de trozos afilados el tímpano. Duele. Reverbera en la piel este grito que hiere. La trama no me interesa; los detalles me ciegan.

Otro niño ha pelado a medias la cáscara de un plátano. En la otra mano sostiene un camión de bomberos rojo. El mismo rojo de su camiseta. Sin embargo, el plátano tiene una errata: un punto negro. Lo mira un par de veces; duda. No sabe si continuar masticándolo. El blanco del resto lo desconcierta. 

Una mujer deja en los asientos notas con fondo amarillo y letras negras: "Dos niños, un bebe, sin trabajo, vendo clínex, ¡ayúdame en lo que puedas!". Do, re, mi, fa, sol... 

Tengo en las manos un documento de propiedad. Giran y giran palabras escuchadas: registro, contrato, gestoría, Hacienda, arras, venta. Me escabullo entre los huecos de las palabras. 

El niño ha tomado una decisión; gira el plátano. No quiere verlo, devora el punto negro. Su sabor es diferente. El punto negro ya no existe. 

La mujer recoge las notas. Gracias, repite una y otra vez, gracias, gracias, gracias. 

El corazón se encoge de repente; gime a bocanadas. 

Olor a tierra mojada, lluvia fresca de verano. Puedes ver por la ventanilla del tren el perfil urbano de Madrid. Líneas que se bifurcan quiebran la monotonía. Las chicharras gritan. El cielo, cubierto de nubes oscuras, pospone el calor asfixiante. El silencio de una redonda no es cuadrado.

El hombre joven, de color, solitario, callado, ese que vive en una tienda de campaña en mi calle desde hace meses, se ha echado en un banco. Su sombra es una línea perfecta. 

No me saluda. No lo saludo. 

viernes, 20 de junio de 2025

CARTA A UN/A ALUMNO/A

 

Estimado/a A.:

Vivimos en un mundo donde las palabras han perdido su significado. Tucídides decía en su obra Historia de la guerra del Peloponeso que "los hombres cambiaron incluso, para justificarse, el ordinario valor de las palabras...".

Así, bombardear a población civil o incrementar gasto militar lo denominan paz -si vis pacem, para bellum, dirían los latinos-; éxito es acumular dinero o alcanzar tus objetivos, sin que importe qué hayas aprendido o los medios de los que te has servido; una entrada en Instagram lo llaman conocimiento.

Necesitamos las palabras, A. Y necesitamos comunicarlas y que perduren. Hemos escritos miles y miles de palabras; sobre papiros y pergaminos, en papel y piedra, bronce o plomo, sobre madera o cerámica, arcilla, seda o bambú: nombres escritos en la arena de una playa o sobre el agua. La imprenta revolucionó el conocimiento; los píxeles nos llevan a donde nadie pensó que llegaríamos. Y, sin embargo, ¿de qué nos sirve si las palabras dejan de tener sentido, si se prostituyen o, ni siquiera las utilizamos, porque no interesa ni la paz ni el conocimiento ni lo que es inútil ni lo que no sirva a nuestros intereses más crematísticos o cortoplacistas. 


Voy a hacer un canto a la curiosidad: absurdo, inconveniente, inapropiado, anacrónico...

ΜΗΝΙΝ ΑΕΙΔΕ ΘΕΑ...

Sin curiosidad no hay aprendizaje. Es el punto de partida. ¡Bien lo sabían los filósofos presocráticos! "Todos los hombres por naturaleza desean saber", dijo Aristóteles. 

Curiosidad viene del latín cura, que significa "preocuparse por algo, tener atención". Περιέργεια es el concepto griego para curiosidad; es decir, "actuar alrededor de algo". Así que curiosear sería mirar el mundo e influir en él, mientras te va transformando. ¿No te parece, A., una manera mucho mejor de descubrir el mundo? ¡Ojalá la mantengas y acrecientes!

Olalla en su obra Palabras del Egeo, mientras espera la llegada de su hijo a una pequeña isla griega, Kímolos, escribe una larga carta donde recoge palabras griegas, mediterráneas, porque quiere desvelar, revelar nuestra Historia, porque quiere contarnos, como hizo Heródoto en el siglo V a. C., miles de historias. 

"Háblame, Musa, de ese hombre... " cantó un aedo hace miles de años.


Somos seres con memoria. Sin palabras no hay memoria. Sin memoria solo seremos cáscaras vacías. Necesitamos contar historias.

Estudiar debería ser una pasión, un afán, un empeño, un afecto. De ti depende, A., que lo sea.

Te deseo unas buenas vacaciones, muchos viajes, grandes lecturas; tranquilidad o experiencias fascinantes e intensas, compartidas o en soledad.

Cura ut valeas, A.! Χαιρε!

¡Cuida que estés bien!, dirían los antiguos. 

domingo, 8 de junio de 2025

EL VIENTO SOPLA DONDE QUIERE

 

Siento una especial cercanía hacia Jonás Trueba. Ternura, podría afirmar, si no me pareciera algo irrespetuoso. Por eso, tal vez sus debilidades me irritan más. Es como si esperara que este hombre fuera un ser perfecto. No lo es, y eso le hace más atractivo. Me contradigo, sin duda. Es como esas películas de las que habla en sus comentarios, seleccionados de su blog El viento sopla donde quiere: películas enfermas, como las llamaba Truffaut, uno de sus referentes. Son películas que tienen muchos fallos, pero dejan una huella mucho mayor que las técnicamente inmaculadas.

Así que empezaré por las debilidades de Jonás Trueba, que, tal vez, son las mías, reflejadas en un espejo. Son pequeñeces, pero describen un carácter. Critica la dictadura de Cuba y a Fidel Castro, pero, en cambio, no hace lo mismo cuando menciona a Felipe VI y Leticia. Tampoco le voy a pedir que sea un nuevo Pasolini, pero, al menos, podría ser más crítico. Nunca le vería implicándose en política -mucho menos en la nacional-, porque eso tal vez supondría enemistarse con amigos. Y esto, lo admito, podría verlo como una virtud. Es discreto; así que su crítica nunca llegará a buscar el enfrentamiento; lo rehuye y lo evita. Intuye que eso le daría dolores de cabeza innecesarios. Podría mencionar algunas reflexiones sobre películas que contradicen su visión -muy parecida a la mía-, pero somos seres contradictorios. Las admito, porque todos tenemos "perversiones", que no nos atreveríamos a admitir en público. En realidad, lo peor y lo mejor de Jonás Trueba estuvo en su intento de entender la adolescencia, Quien lo impide, un documental que mostraba un mundo que le apasiona, pero sin profundizar del todo, sin arriesgarse a hacer daño, herir o provocar; solo quería que los adolescentes hablaran de sí mismos, pero, curiosamente, hablando de sí mismos, asumieron un discurso convencional. Hubiera querido más rebeldía, que sangrara y tocara heridas que dolieran. Ese nunca será Jonás Trueba y esa es su mayor virtud y su mayor defecto.

¡Son nimiedades! Sí, lo son. O tal vez no. Eso dependerá de qué camino escoja en los próximos años. Esos detalles que nos hacen como somos. Son los que siempre me irritarán en Jonás; los mismos que me lo harán tan cercano.

Esto que acabo de escribir solo representa una ínfima parte de sus reflexiones sobre el cine. El resto lo comparto plenamente. Su pasión por Mekas o Rohmer, por el cine independiente, experimental que busca alejarse de los canales de producción en masa, que vive el presente, curioso, mirando al infinito. Y no solo hablo del respeto y admiración por los clásicos; y aquí tenemos que incluir a Tarkovski y los representantes de la Nouvelle Vague y a Chaplin y a Wilder. O experiencias diferentes como la de Laxe, Hong Sang-soo, Jarmusch. Y tantos otros; algunos grandes desconocidos. 

En su tramo final expone la necesidad de que el cine pueda llegar a las aulas de manera diferente, que transforme nuestra mirada. Cine en curso es un proyecto en el que ha participado y sería muy interesante que llegara a más sitios. 

CINE EN CURSO

Sobre todo ha logrado implantarse en Cataluña. Sin embargo, quienes llegan a participar en el proyecto son muy pocos; en Madrid solo doce institutos en varios cursos. Es una pena que la realidad de la Educación no permita que esa mirada pueda extenderse. ¿Cómo planteársela, si necesita de una energía y un apoyo económico e institucional, del que muchos carecemos? O si, en cambio, se apuesta por proyectos, convertidos en cáscaras vacías las más de las veces, pero que, eso sí, reciben financiación y sirven para vender cierto marchamo de centro a la última moda. O si los mismos profesores, agotados, acaban llenando los huecos con películas que adormezcan a sus alumnos, cercanos a sus gustos, en vez de arriesgar. Es revolucionario ponerles una película en versión original. ¡No digamos en blanco y negro o muda! ¿Y si les contáramos que hay otras maneras de hacer cine y de verlo? Aceptamos la mirada que nos han impuesto. O no tenemos ni el tiempo ni los medios para hacerlo realidad.

Sí, yo también hecho de menos, como Jonás, esas "películas hechas con caligrafía imperfectas... con borrones y tachones... ; es decir, lo contrario de tantas que se hacen ahora, que fluyen de un plano a otro, sin que nos demos cuenta, anestesiándonos". 

Sí, Jonás tiene algo: esa ternura del niño que disfruta del cine, lejos de la industria y sus productos comerciales. Rara avis que sobrevive al pragmatismo y la utilidad inmediata, en peligro de extinción, como tantos otros conocimientos inútiles -la filosofía, el griego, la música, el francés, una biblioteca repleta de libros- y más necesarios que nunca.

sábado, 7 de junio de 2025

UNA SÉPTIMA HORA

 

Ha tocado el timbre. En el exterior tienen unos 35 grados. Profesores y alumnos preparados y dispuestos para una clase más. El sol ha dado de lleno toda la mañana en la fachada; las persianas bajadas y el toldo rebajan un poco la temperatura, pero, aún así, el parecido con unas termas romanas y, más concretamente, con la zona del caldarium es llamativo en esta clase de 4º ESO. Se ha pedido a la Administración que les libere de esta séptima hora en junio; se han negado. Aquí han de sudar hasta la última gota. ¡Que para eso tienen dos meses de vacaciones y trabajan solo veinte horas! Alguna desventaja debía haber en su amada profesión. Y, además, el sudor abre los poros. Estos profesores se quejan de vicio.

T. entra, bien pertrechado con una botella de agua, recién rellenada en el baño hace unos minutos. Tenían agua fresca en la sala de profesores, pero se han terminado los bidones y hasta julio, la empresa no volverá. En Madrid el agua es limpia y pura y la del baño cumple todos los requisitos. Hasta ahora diarreas no ha tenido, que él sepa. 

Así que T. rebasa el dintel de la puerta y ve a O., la compañera de Matemáticas, rodeada de chicos ansiosos por saber su nota -la rodean como leones hambrientos que fueran a devorarla-. T. espera a que terminen la cena y solo queden los huesos. R., un alumno discreto, solitario se acerca a T. y empieza a contarle sus impresiones sobre un ejercicio de Oratoria que han hecho con otro profesor, M. 

R. es un chico desconfiado; en una ocasión, yendo en metro, T. se fijó que se colocaba cerca de las puertas, aislado de sus compañeros. Le preguntó porqué lo hacía. Le respondió que si pasaba algo, estaría en el lugar adecuado para poder escapar. A T. su réplica le pareció bastante coherente. Suele hablar poco, pero esta vez, libera su frustración. Sabe que T. ha dado Oratoria a sus compañeras y piensa que puede aportar una opinión acreditada a sus dudas. Critica a A. y S. Sin negar su capacidad -es consciente del talento de ambas-, expone de manera inteligente aspectos que no comparte; por ejemplo, que vayan a lo suyo, utilizando argumentos que no encajaban con lo que los demás habían preparado. T. interpreta que R. quiere desarrollar conceptos como improvisación, falta de colaboración, desequilibrios argumentativos y falacias. T. escucha con paciencia, porque escuchar pacientemente es una de las cualidades que todo profesor debe poseer. 

Y así, mientras tanto T. como O. están ocupados en tareas tan complejas y variadas, dos alumnos han aprovechado para escribir en la pantalla digital -ya casi nadie utiliza las viejas pizarras tradicionales- algo así como: "Nuestras pollas son las mejores y hacemos soñar con ellas". T. interrumpe la interesante conversación con R. y les pide amablemente y con un cierto deje autoritario que borren el comentario; hay cierta calidad en la frase, lo admite y, si estuvieran en Pompeya en el 79 d.C., lo podría aceptar, pero no es el caso. Y así lo hacen, con un sencillo gesto -en los nuevos tiempos tecnológicos las gilipolleces desaparecen sin demasiado esfuerzo-. 

Resuelto este contratiempo T. le comenta a Raúl que hable con M. y le explique sus conflictos con A. y S. 

O., mientras tanto, ha logrado escapar y sale de la clase; tres alumnos no cejan en su empeño y continúan la persecución; tal vez logre sobrevivir. T. le desea suerte.

T., antes de empezar la clase, reflexiona sobre estos hechos extraordinarios. En primer lugar, R. forma parte de esa egregia minoría masculina que medita sobre la oratoria y el concepto de justicia y manipulación, en vez de escribir comentarios más o menos obsesivos sobre la identidad masculina. En segundo lugar, que la gran mayoría de adolescentes hormonados escriben mensajes que podrían convertirse en estudios para filólogos dentro de dos mil años, si no fuera porque están hechos en una pantalla pixelada. Y en tercer lugar, que alguna huella dejan en los alumnos, aunque no sabría decir cuál es. 

T. se seca el sudor, respira hondo. Mañana es el examen final de Latín y hay que hacer un último repaso. Algunas alumnas se han hecho abanicos con los apuntes de Matemáticas. Dicen que mañana la temperatura subirá a los cuarenta. 

Hic habitat felicitas.